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miércoles, 25 de junio de 2025

“La última vez” relato de Leidy Nataly Tami Rozo

 

Tirada en la arena, era impotente ante la fuerza y el peso de un animal negro al que antes me entregué por voluntad.

Demandaba tenacidad al vulgar reservorio de la mente, mientras mi cuerpo se obligaba a no oponer resistencia y trataba con poco resultado de ignorar cuan inmunda me sentía en el preciso instante. La arena rojiza que se adhería a mi espalda, se fundía más adelante con las aguas turbias que acariciaban la ribera. Finalmente, el monstruo se sació y se levantó; entonces, el hastío que saturaba sus pupilas, dejó en claro que mi vida ya no tenía ningún valor para él. Le supliqué regresar a la aldea, juré defender a costa de la mentira, su reputación ante los demás; prometí que nadie se enteraría nunca de nada. Le aseguré que sería libre de tomar lo que quisiera, de mí o de alguien más. No me importaba, era una cobarde.

No me explicaba como terminé sumida en aquella desgracia: entregando mi vida al hombre (más bien bestia) que me arrastraba desde la arena, hasta meterme en una vieja canoa flotante, varada a la orilla del gran rio; pero allí estaba, totalmente sometida. Sabía que no habría escape. La expresión de asco que retorcía su rostro, me decía lo que su repulsiva boca callaba: yo ya no era más que un estorbo. Me aborrecía y como fuera, yo tampoco tenía más para ofrecerle que ese último momento de vicio que me arrebató con violencia como tantas otras veces.

Se hacía tarde. Para mí ya lo era.

En un punto del rio, soltó el remo. Se incorporó en la canoa y con evidente determinación, vino sobre mí. ¿Qué se proponía? Sólo una cosa podía haberle conducido a aislarnos en la turbiedad de la corriente. Mientras se acercaba, rogué por piedad una última vez; desesperadamente, aunque sin poder hablar por causa del llanto frenético, el predigo dolor en mi garganta y el terror que se implantaba en mis huesos. En vano intenté tocarlo buscando un ápice de compasión. Mi fin era inalterable: el agua sería mi tumba, allí en ese lugar cualquiera, sin testigos ni oposición alguna. El odio indescriptible que brotaba de sus ojos, se extendió por sus brazos férreos hasta concentrarse en las manos que sujetaron mi cuello, me arrastraron fuera de la canoa y me hundieron en el agua. La muerte empezó a tragarme poco a poco.

Débil y horrorizada, vencida… sentí el agua quemar mi garganta. La tortura parecía eterna. Aquella sofocante sensación, que durante tanto tiempo me produjo pánico, se convertía ahora en la más horrenda realidad, escapando a toda palabra e inevitablemente daba fin a mi patética vida. O eso creí.

De repente me inundó este recóndito pensamiento…

Este intenso deseo que conscientemente no había erradicado… como intentando seducirme, como intentado dominarme y mientras mi cuerpo se apagaba, en esos últimos instantes de agonía, casi de forma instintiva… tomé la decisión trascendental:

— “Hazlo ahora”
—No puedo ¡No quiero serlo!
-—¡Ya!
—“¡No quiero ser bruja! ¡No quiero ser bruja!”

Era necesario. Esa parte de mí no aceptaría perecer. No allí, no en ese momento ni de esa manera. Entonces, antes del último trago ardiente, la cobardía se disfrazó y yo cedí al horror.

Abrí mis ojos. Tomé un gran sorbo de agua que, como un primer aliento, llenó mis pulmones por completo. Pude respirar el líquido con tal placer… e inmediatamente reconocí en mí, la fuerza que había invocado.

Desde mi inmersión pude presumir la falsa convicción del asesino y para mi sorpresa, noto que sus manos en lugar de soltarme para que la gravedad me eclipsara en el lecho del rio, halan mi cuerpo para devolverme a la canoa. Tomo la decisión de fingir para él y lo dejo llevarme de vuelta a la orilla.

Sin entender el propósito de aquellos actos aleatorios (mas ciertamente sin querer hacerlo), me dejé arrastrar nuevamente por la arena hasta el viejo punto donde todo empezó. Arrojó entonces mi cuerpo al suelo, como quien lamenta haber tocado una peste y caminó algunos pasos, alejándose del agua y de mí. No lo pensé demasiado: me levanté resuelta, reconstruida por aquella fuerza que, aunque repudiable, me había salvado de esta muerte, estableciendo ahora una infausta deuda.

Al sentir movimiento tras de sí, el fracasado asesino se volvió hacia la mujer que creyó aniquilar y su cara aterrorizada desplegaba más odio que antes, aunque no sorpresa del todo. Levantó con torpeza un arma del suelo…

Un disparo.
Falló.

Lo miré con avidez. Una sonrisa desfiguraba mi rostro al expandirse hasta los lóbulos de mis orejas que a su vez se hundían entre el cráneo. Mi persona se hacía más grande. Entiéndanme: extendí mis brazos, aspiré profundamente y mi cuerpo se transfiguró. Negras plumas comenzaron a brotar de mi oscura piel, cubriéndome por completo mientras un largo pico azabache surgía desde mis labios y nariz.

Aquel “animal” que antes dominara a la débil mujer, era ahora una pequeña hormiga miserable, una insignificante presa para las terribles garras que ahora soportaban mi peso.

Ahora yo era la bestia.

La enorme ave negra se elevó en el aire batiendo sus inmensas alas de cuervo.

Se escucharon estruendosas carcajadas que resonaron entre el río y las montañas. Inmediatamente, la arpía se abalanzó sobre el cobarde, arrancándole la miserable vida que antes pretendiera usar para quitar la de ella. Luego, dirigiéndose a la espesura del monte, se internó entre los árboles y se perdió en su maldición.

*Leidy Nataly Tami Rozo. Artista empírica. Dibujante por naturaleza y escritora por vocación. Bumanguesa de espíritu reservado y alma inquieta; apasionada por la naturaleza y las tradiciones campesinas de la región. Crecí en el campo y el campo se quedó en mi corazón de forma permanente. Escribo poesía desde hace cuatro años, gracias a la maternidad que me conectó con nuevas formas de expresar el amor y el arte. Diseñadora de moda de profesión, nunca he limitado mis talentos a una sola etiqueta y busco constantemente el espacio propicio para florecer de forma integral en la escritura y la oralidad. Actualmente me encuentro escribiendo un poemario y espero, este año poder publicar mi primer obra terminada de cuento.

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