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jueves, 23 de octubre de 2014

Restos, Retazos Perversos


La página en blanco es como la ingenuidad de una niña sin vestigios, pulcra y santa, así la hoja comienza a reconocer la pluma con la que es manchada, escrituras perversas que desarticulan los cuerpos por un instante, es la muerte pequeña la que adquiere vitalidad al reconocerse en el orgasmo, la piel tiembla y la pasión se embriaga en el deseo. ¡Quiero más! ¡Otra vez! ¡Más rápido! ¡Más potente!

El manuscrito va tejiendo posibilidades, mancillando con su roce el papel, trazos acompañados de gritos y susurros. La forma de llegar al clímax no interesa, es esa gran explosión que colapsa la esencia, al despertar veo un rostro distinto cada que abro los ojos después de abrir las piernas ¿qué importa? Si el acto aclara y apacigua mi paisaje, ahora la fragancia sexual se introduce en mi aliento y me otorga un viaje redondo a las pléyades; transito por el universo en un suspiro.

Mi caverna penetrada por una verga prominente se sacude, no hay pensamiento en ese momento, es puro goce, puro placer de contacto, la imaginación me ayuda a llegar más rápido, más veces. Ser adicta al sexo es como sentir: la primera bocanada de nicotina en una tarde fría y lluviosa acompañada de una aromático café, un trago de cerveza después de una resaca de mezcal, un churro en una charla filosófica, un libro en el descubrimiento de la ciencia ficción, un destello al final del subterráneo, una senda en el laberinto, una vuelta en la espiral del sueño, un respiro en una pesadilla. Así, cada espasmo ha sido la única manera de que mi carne respire y se alimente, prolongando la venida en la desesperación del dolor de la existencia.

La muerte pequeña como esa metáfora de la vida, el acercarse a un ser extraño, aunque ese otro sólo exista en el espejismo del que se masturba.

La voluptuosidad me recuerda la inocencia, el toqueteo de esos niños que repetían la representación lúdica de las noches calurosas que los despertaba, a ellos les angustiaban los gemidos que se esparcían por la habitación, acompañados de olores putrefactos desprendidos de la miseria humana que evocan lamentos, cortina de humo que levanta la represión y permite descansar.

Ahora esas imágenes caleidoscópicas frecuentan mis sueños, saboreo esos dulces y tiernos besos, su manoseo inquietante es reproducido en el vaivén de las cobijas, mismas que cubrían los diminutos cuerpos desnudos de las miradas lascivas de los adultos, quienes al descubrir la escena se horrorizan de la sexualidad infantil, ya lo dijo Freud “Los niños son perversos polimorfos”. Yo me quedé en esa etapa polimorfa donde se transgrede lo afectivo siendo parte de lo inacabable y vacuo de mi fortuna.

Mis nalgas persistentemente se animan con el menor frote de la silla, se quedan preparadas para ser reventadas, eternamente nuevas, siempre renovadas, incitan mi herida que se humedece en su perpetuo excitar; en ese aprieta, suelta, aprieta, suelta que no se detiene jamás... Despierta o dormida ella siempre está activa, mojando sus labios y lamiendo todo lo que toca, así es mi pelambrera desbordada.