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jueves, 28 de marzo de 2019

"El tiempo del suplicio" de Diego Bernal



El siguiente texto es resultado de un conversatorio sobre el cuento ¡Diles que no me maten! De Rulfo, autor importantísimo para la literatura mexicana del siglo XX. Se pretende así provocar una relectura por medio de una reseña, que, de manera premeditada, ubique algunas reflexiones a lo largo del cuento. 

Los silencios son la base de todo ritmo, marcan las pautas, compases y la métrica de éste suplicio. En este cuento nos encontramos en una intersección de tempos. El tiempo lógico lacaniano aquí podría ser expuesto, ya que sin una cronología la vida de Juvencio es trasformada desde la mortaja al recuerdo de un pleito.  El avasallador presente aparece con premura, ante el juicio de muerte tras un horcón, aquel Don espera en desolación perdiendo compostura. Desde la madrugada a la mañana siguiente no come, no duerme, está impaciente, esperando la ocasión de no ver a la muerte. Sin saber de qué se trata, en el suspenso nos sostiene, nos declara la impronta de una ejecución y de la dilución de la esperanza ante el fusilamiento a ultranza por un batallón. 

Es entonces que Juvencio a su prole le pide compasión, encarga dar la cara aún a expensas de la decisión, de lo arriesgado que es proteger a su padre, Justino al principio dice que no. Después se levantó de la pila de piedras para cambiar de opinión, su padre lo apresura con urgencia aludiendo cierta impaciencia, que por la desesperación ya empieza hacer mella. ¡Eh no te preocupes que a tu mujer y a tus hijos los cuidará la providencia¡ 

Juvencio tenía la soga en el cuello, por fusilamiento, pero sus ganas de vivir resucitaron en su aliento, al pender del hilo de la expiación este señor quería vivir por más dispuesta que estuviese ya su defunción. 

Es así que por retroacción aparecen los fantasmas del pasado en una yuxtaposición de historias en conjugación, que sin cronología perturban la lectura de esta procesión. La historia empezó por la territorialización. Con Don Lupe su compadre tuvo una rencilla por la pastación, una puerta de piedra que abría a las paraneras es decir las plantas forrajeras, Juvencio lo tuvo que matar por que le negaron éstas.

El asunto se hizo rancio después de 35 años, en los que con 100 varos y unas cabezas de ganado, pensó Juvencio que la había librado, se fue a vivir a Palo de Venado donde no lo molestaron, Alima había quedado atrás, pero los recuerdos de esa madrugada volvieron a retoñar.

Al ser llevado ante la autoridad, un Coronel le hizo interrogar, parado en el boquete de la puerta solo la voz podía escuchar; le preguntó si conoció a Don Lupe aquel que mataron a machetazos, le clavaron en la barriga una pica de buey y dos días después lo encontraron agonizando. 

El coronel resultó ser el hijo de Don Lupe, quien después de tantos años buscaba venganza del crimen impune y aunque quería que padeciera antes de ser fusilado, Juvencio confeso el suplicio en que vivió, al tratar de escapar de aquella acción que lo convirtió en un apestado. El vengador reculo su orden y lo emborrachó para después clavarle el plomo en la cara, agujerada de tanto tiro de gracia. Juvencio se apaciguo y Justino su hijo lo envolvió para que en un jumento se dirigiese a Palo de Venado para la velación. 

Esta historia antes descrita deslumbra en los cambios de tiempo y de velocidad. Es la estructura de la narración una forma de espacialidad. El narrador es un testigo y el protagonista de interior a exterior, se van formando algunas coyunturas semánticas que no permiten discernir el verdadero orador. Es la extimidad de la palabra la que nos sugiere un ir y venir entre la anécdota y el testimonio. 

No podemos pasar de largo que el narrador es Juvencio, pero hay uno que está dentro de la historia al que anteceden las memorias, hay otro Juvencio que mira desde afuera y que por momentos se habla en tercera persona. Pero de la anécdota al testimonio hay diversas premisas en el embrollo. 

Y es que hay una parte de él dentro de la tierra y otra fuera de ésta. Es la política del avestruz, pues deja todo, sus tierras, su casa, hasta deja que su mujer se vaya sin ir a buscarla, porque tiene la cara enterrada en la tierra, pues no quiere enfrentar que por un novillo a Don Lupe lo dejo extinto. Es como si quisiera parar el tiempo, esconderse de lo que ha hecho, pero el tiempo corre y los demás van creciendo, la vida camina aunque él paralizado este por el miedo. 

Cuando Juvencio es enjuiciado y el dictamen es implacable, surge la paradoja de ser juez, víctima y verdugo de su propia historia, es al sacar la cara de la tierra, cuando el avestruz ha dado cuenta que era otra forma de castigo, era otra forma de no vivir estando a la espera del asecho, escondido del peligro pero ansioso de caminar tranquilo. Se detiene el tiempo en el momento en que enterramos la cabeza pero el cuerpo sigue el segundero.

Y es que tal vez, para Juvencio se había detenido la vida al irse prófugo, la desazón de lo acontecido le provocó restringirse ante la vida, aunque es en el tiempo de la muerte cuando resucita. “Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado”.

Pero ésta también es la historia de dos hijos, uno que por venganza hace uso de su poder, para  arremeter y someter sólo con la voz al asesino de su padre. No quiso verle la cara  a un viejo al que le habían quitado todo, ya que sino ¿qué hubiera importado quitarle la vida?  Y el otro tiene miedo a que se enteren quién es su padre, aunque por compasión, por caridad y por ser lo único que le quedaba, hace de semblante de hijo pues está ya resignado. Esta doble relación tiene un significado contrastivo: mientras Justino tiene padre y no parece importarle su pérdida (Es mejor dejar las cosas de este tamaño), el coronel ha pasado su vida buscando al suyo:

Es la aporía entre la justicia y la lastima la que suscita Juvencio, el suplicio de palabras tan desgarradoras “¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso, por caridad”

Este cuento se congrega en el argot literario como cuento regionalista de la posguerra, en donde surge una multiplicidad de referencias sobre las comunidades y la ruralidad, la precariedad y los vínculos que ahí se forman, constituyen una imagen sobre la vida en los recovecos del país, fuera de los conglomerados sociales en donde la sequía significa la muerte y la desesperación, mostrando así una problemática que puede ser inalcanzable de pensar por los habitantes de la urbe. El agua que en nuestra cotidianidad la obtenemos con el menor esfuerzo de abrir un grifo, en la locación del cuento es utilizada no sólo para las necesidades del hombre sino de los animales, pero ellos tras ser privatizados forman parte del sustento de sus hogares. 

La familia, la propiedad privada y el amor, cantara Silvio Rodríguez haciendo mella en el deber ser, pues así como Don Lupe privatiza el agua, pues tiene el derecho de atrancar la cerca, emerge el revoltoso de Juvencio que tras el coraje por la cooptación de la vitalidad, de la vida misma, irrumpe sin cansancio hasta matar al privatizador. 

La justicia por propia mano entonces nos sumerge en una pregunta ética ¿Es justo mata por lo privado? ¿Es justo matar por el agua? Justino entonces hace responsable a su padre ante las autoridades que sólo buscan venganza.



* Diego Bernal Licenciado en psicología, maestro en psicología social de grupos e instituciones y doctorante en ciencias sociales por la UAM Xochimilco. Practicante del psicoanálisis y acompañante terapéutico. Sus principales líneas de investigación son modernidad, violencia y locura.

martes, 26 de marzo de 2019

El spaghetti western del exilio: “la hija del gran jefe Sioux” de Ángel Ballesteros

Gonzalo Bojorquez - Contra Apocalipsis

(Para Mikel Herräez)

  • Capítulo 1- “La prisa”
El último gran jefe de las tribus Sioux, ha caído muerto cuando fue necesario convertirse en distractor, para dar oportunidad de huida a su pueblo. Un sacrificio que tomó lugar hace cuatro soles y lunas de carrera. Su hija ha tenido que tomar la dirección de su pueblo, sin poder interrumpir la fuga ni para los funerales. Porque esa estampida de la muerte continúa tras de sí. Comiéndoles los pasos.

La hija del gran jefe de las tribus alza la voz hacia su pueblo, “si algo me pasa ¡sigan huyendo! ¡Que ahí, detrás nuestro, viene el monstruo que se desliza sobre mil caballos! ¡Viene con ésas, sus varas, las que escupen metales cuyo único propósito es interrumpir vidas!”

“No permitan que el monstruo les engañe con su sonrisa o con sus promesas. Son vociferaciones, son engaños. Solamente busca desacelerar el paso de nuestra huida, para así devorarnos. Lo hemos visto”

“No desaceleren, porque las espuelas de sus caballos son de los hierros más ligeros y también los más resistentes, son tan rápidas como letales. Esas espuelas se hicieron sacrificando al gran valle de muchos Edenes, por sus minerales. Ese sacrificio que más bien fue un actuar un desprecio por lo vivo, en su desperdicio vil, ha destruido también a todo ser que habitaba esos Edenes. Seres cuyo único pecado fue haber estado en medio de lo que el monstruo sintió como su camino. Esas espuelas son de hierro, pero a veces de madera, o de pestes, de fibra de carbono o de turbosina. Sus espuelas y caballos serán de cualquier material que permita al monstruo ir más rápido en sus juegos de cacería y desenfrenos”

Frecuentemente, esas espuelas están hechas de carne humana. Carne muerta que se cree todavía viva y que, además, simultáneamente se cree independiente al monstruo y a veces incluso cree que es juicio activo de lo que lleva sobre sus espaldas. Sin embargo, esa carne, para esa gran máquina de muerte, no es más que algo desechable. Solo el monstruo mismo es su voluntad y su fuerza, aunque para serlo se sirva de todo a su paso. Esa carne, militante, conscripta, no sospecha que tan solo es parte como entremés consumible y como las suelas intercambiables.

Esa carne humana de la que frecuentemente están hechas las espuelas, de los caballos del monstruo, no sabe que incluso sus propios huesos han sido secuestrados, hasta la médula, y aprisionados junto con su corazón. No sabe que sólo así es que es parte de la gran maquinaria que es el monstruo.

  • Capítulo 2 “Las remembranzas”
El último gran jefe de las tribus Sioux ha caído muerto, cuando fue necesario convertirse en distractor para dar oportunidad de huida a su pueblo. Un sacrificio que tomó lugar hace treinta soles y lunas de carrera. Su hija ha tenido que tomar la dirección de su pueblo, sin poder interrumpir la fuga para los funerales. Porque esa estampida de la muerte continúa tras de sí. Comiéndoles los pasos.

Si un día les es posible detenerse, entonces se hará la cuenta de las personas faltantes y se elaborarán cánticos con sus nombres y sobre sus historias de resistencia. Esperamos que el tiempo no nos los borre de la memoria antes de haberlos inmortalizado en nuestras leyendas. Porque de suceder eso, perderíamos en tres sentidos. Olvidaríamos que existieron, olvidaríamos quiénes fuimos, olvidaríamos hasta por qué corremos y de qué huimos.

¡No desaceleren, el monstruo viene todavía justo detrás! Ese monstruo que devora hombres, animales, ríos y montañas, viene detrás nuestro. No desvíen su mirada del horizonte, no confíen de las sombras tras de sí, pero, mucho menos se fíen de sus grandes farolas. Esas con las que desde el monstruo se nos pretende indicar ‘mejores caminos’.

  • Capítulo 3 “La teología de la oscuridad y la otra, la de la vida”
El último gran jefe de las tribus Sioux ha caído muerto por dar oportunidad de huida a su pueblo. Un sacrificio, hace 700 soles y lunas de carrera. Su hija, su pueblo, sin interrumpir la fuga. Todavía no hay funerales, porque esa estampida de la muerte continúa tras de sí. Comiéndoles los pasos.

A las tribus Sioux se les han unido otras. Ya son una tribu más amplia y diversa, cuya principal similitud ha sido acompañarse en la huida.

El monstruo ya ha dicho llamarse John Wayne, Charles de Gaulle. Antes fue Alejandro Magno, así como muchos otros nombres y otras máscaras. Todas y todos tan solo carne desechable para el monstruo. Las máscaras pueden ser varones, mujeres, prendas de vestir, ONG´s, ‘agencias de justicia’, rescates mesiánicos, intervenciones humanitarias e incluso modas de toda rama.

Con el prolongamiento de la huida, a la hija del último gran jefe, ahora líder de una gran tribu de tribus, le es importante recordarle a su pueblo, uno hecho de muchos, que detrás suyo todavía viene el monstruo. Porque de la huida a ella la han querido culpar por el cansancio y las penurias.

La hija del jefe Sioux habla en voz alta, “no somos quienes han traído al monstruo hacia ustedes, sino que es éste mismo el que se esparce por tierra, mar, aire, lenguajes y sueños con malestar, hacia todos lados. Parece que nadie, en ningún lugar está a salvo. El monstruo es una epidemia disfrazada de promesa que crece cada vez más. Subsumiendo a los pueblos que no alcanzan a huir y a los que han creído en su sonrisa y sus promesas. A todos estos, les ha ido devorando hasta convertirles en sus caballos, sus espuelas o sus máscaras.

“¡No confíen en su sonrisa, no se fíen de los caminos que les muestra con sus grandes farolas, porque tomará a sus hijitos varones para alimentar los hornos de su máquina, y a sus hijas desde la más tierna edad las tomará para también saciar sus infinitas ensañas! ¡Ya lo hemos visto!”

El monstruo hace putrefacto todo lo que toca y le comete impronunciables oprobios a quienes no se le hincan.

La hija del último gran jefe Sioux no recuerda las últimas palabras que le dirigió su padre, porque en lugar de detenerse a escuchar sus últimos alientos, debió continuar el paso. Algo le hace creer que sus últimas palabras fueron las siguientes: “nunca olvides que eres de una tierra con agua que alivia, donde el cielo que le cubre sonríe a diario. Y que sobre éste caminan los astros, saludándote a su paso. Nunca lo olvides, porque si lo haces, puedes empezar a creer que tú y tu pueblo son un pueblo de gente que siempre va a toda prisa escapando del fuego. Sobre todo, recuerda y ten en cuenta que podrás elegir ser alivio para los pueblos, pero nunca elijas convertirte en el fuego abrasador de nadie”.

  • Capítulo 4 “Los pueblos de las piernas cansadas”
Ahora somos más quienes compartimos el camino del escape más grande, pero ya no queda a dónde correr. La desesperación nos hace querer ser topos o águilas, para no tener que temer de las tinieblas en el horizonte. Unas que ahora nos rodean y comienzan a aniquilarnos con su asimilación. Esa asimilación que nos convierte en carne masticada y desechable, para sus espuelas, sus caballos y sus máscaras.

Hablamos muchas lenguas y, por ello, cuando vemos al cielo, inevitablemente vemos cielos distintos. Y los soles y las lunas resultan habernos tenido como destinatarios de amor, y resulta que les hemos nombrado de modos distintos. Pero descubrimos que por igual nos habían tratado con cariño y que de igual modo nos transpiraban todo ese sosiego. 

Ahora, con sus humos, sus aguas contaminadas, sus falsos alimentos, esos horizontes cargados de tinieblas empiezan a vendar también nuestros ojos. Así lo hacen, porque, antes del gran golpe final, el monstruo quiere impedirnos saludar al cielo y a los astros que todavía transitan. Quizás el monstruo teme que el cielo nos aconseje contra él.

Ya no hay a dónde continuar la huida, ya somos muchos pueblos juntos, y tampoco tenemos fuerza en las piernas. Miramos hacia el cielo, sabiéndonos carentes de alas; miramos hacia el suelo, sabiéndonos incapaces de cavar lo suficientemente profundo como para escapar bajo nuestros pies… solo nos quedan algunos nombres en la memoria. Estos son palabras que pueden ser alianzas primero y, después, armas para esa gran defensa que hasta ahora solamente hemos soñado en distintas lenguas. Todas éstas que cada vez parecen ser más una misma.


TOMA FINAL (EXTERIOR, DESIERTO, OCASO)
UN PRIMER PLANO DE LA HIJA DEL GRAN JEFE SIOUX, RESULTA SER MÁS BIEN UN PLANO GENERAL DE TODAS LAS LENGUAS AHÍ REUNIDAS, QUE SE ARTICULAN HACIA LA GRAN ÚLTIMA MARCHA: ‘CONTRA LAS TINIEBLAS’.

¿FIN? No mientras respiremos (tres puntos suspensivos)



*Ángel Ballesteros Aviña Licenciado en Filosofía por la Universidad de Guadalajara, especializado en filosofía política y filosofía de la cultura, con estudios de posgrado enfocados en filosofía, epistemología de la Educación y psicoanálisis, por la FFyL-UNAM.

miércoles, 20 de marzo de 2019

"Una medalla para la nada" de Áladín Príx



Una medalla para la nada

 Dentro de la tumba perdida de Tutankamón existían no una
sino dos maldiciones.
Una de ellas salió hacía el cielo y fue pescada por los exploradores que ya conocemos.
La otra, se desató hacia abajo,
y atravesó cada una de las capas de la Tierra
hasta llegar al núcleo.
Al famoso núcleo de magma…

Todo era ardor y luz cegadora en cada uno de los lados de ese mítico lugar,
excepto en uno, donde vivía Richard.

Richard era el único habitante de su cuarto.
El cuarto del centro de la Tierra.
Y vivía ahí sin enterarse de nada.
Una sola vez abrió la puerta y le pareció que allá afuera no había mucho que hacer,
por lo que se la pasaba jugando Xbox.
Pero ese día la maldición iba en camino hasta él,
y no iba a tener hacia donde huir cuando esta llegara.

Antes de que esto sucediera,
el fantasma de una mosca se había adelantado
y se había arrodillado a las orillas de su oreja para decirle:

—Richard, amiga
—¡?¡?¡?¡?¡
—Aunque estemos solos por la eternidad,
no debemos dejar de ayudarnos.
—?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!
—He oído como allá arriba nos quisieran ver a todas las moscas del mundo
reunidas en una esfera enorme,
llena de zumbidos y muchos negros,
para después elevarla rápidamente
hasta el sol,
y vernos así por fin
fuera de su aire.
Pero nosotras las moscas no les deseamos mal.
No quisiéramos ver que los humanos se extingan nunca.
O al menos no yo.
No me importa que sus manitas de plástico
hayan matado a toda mi familia —la mosca jadeaba mientras hablaba.

—Mosquita —respondió Richard —a qué te refieres
con que no debemos abandonarnos y,
¿qué es una amiga?

Mosquita cerró los ojos unos segundos y luego contestó:

—Una peste milenaria llegará hasta tu cuarto
y no podrás sobrevivir.
Una amiga es la forma más fácil de ser feliz —dijo.
—¡No quiero morir!  —exclamó Richard—
¿Qué será de mis scores?
Siempre quise que alguien los conociera.
¿Y qué significa ser feliz?
—No te preocupes — dijo Mosquita—, 
yo los he conocido todos,
y los admiro mucho.
Ser feliz es poder compartir.
Richard, somos los dos seres
más solos del planeta.

Hubo un silencio como de 3 segundos
o de cien años,
donde de pronto Richard vio como si llovieran docenas de soles
sobre los ojos de la mosca.
Sin embargo él nunca había visto el sol.

—¿Morir es como salirse de un juego? —preguntó el muchacho.
— Quizá, amiga. —dijo la Mosca— Aunque también lo he imaginado
como sumergirse en una fruta
para nunca más salir de ella.

Richard y Mosquita estaban tirados en el tapete del cuarto
y miraban por la ventana la caída de una cascada de lava.

—¿Cómo es que siendo fantasma aún no conoces la muerte?
¿Por qué tuviste que ser mi amiga hasta estos últimos momentos?
— No estoy segura de lo que soy, pero algo dentro de mí y de todo el cielo
me llamo a venir hasta ti.
Pienso que las cosas más reales terminan siendo justo como sueños.

La cosas empezaban lentamente a temblar y un sonido bajo y grave
comenzaba a hacerse cada vez más cercano.
La lava parecía estarse obscureciendo.

—Una vez jugué un videojuego donde el protagonista afirmaba que tenía apuntado bajo una mesa
el nombre de cada uno de las personas que habían decidido jugar su vida. 
Tengo una mesa idéntica aquí en el cuarto —dijo Richard.
—¿La haz mirado por debajo? —respondió su amiga.
—Jamás me he atrevido —contestó.

Las cosas se ponían cada vez más obscuras.
Y las nuevas mejores amigas lo notaban sin mencionarlo.

—Pienso que alguna vez experimenté la telepatía con las personas que más me gustaron,
pero nunca llegué a sentir necesario preguntarle al otro
si también le estaba pasando —dijo Mosca.
—Quisiera confesar algo ahora pero no creo que nada de eso sea más elocuente
que sólo seguir mirándote —dijo Richard.

Ambos se habían acercado a la mesa y estaban hincados frente a ella.
Ya se oía cómo el techo empezaba a crujir.

—Veo un abismo por todos lados, y veo que cada uno es mi casa.
—Cuando comprendí hace un segundo
que aunque estés aquí siempre seguiré estando solo
no sentí ninguna clase de pena.

No se supo bien quién de los dos había dicho qué.

—¡Qué hermosa es la vida! Lo digo aunque sólo haya conocido este inmenso mar de fuego y roca —dijo.
—Pienso que quizá he sido el hijo más pequeño y humilde de la Tierra,
pero también siento que fui el príncipe de toda ella —comentó.

La pequeña casa de Richard ya temblaba escandalosamente.
Eran los últimos segundos de su resistencia antes de que todo colapsara.
A pesar del enorme ruido, y de que caía polvo desde el techo, aún podían seguir hablando.

—Amiga, ya es hora de mirar lo que hay debajo de la mesa.

Mosquita y Richard se juntaron lo más que pudieron y alzaron juntas el mantel de la mesa. Se metieron debajo de ella. Ahí dentro escucharon cómo las ventanas tronaban.
Al mismo tiempo, miraron la tabla de la mesa por debajo y susurraron las palabras que encontraron escritas en la madera.

Hicieron una pausa. Luego se quedaron calladas y se miraron a los ojos. Sonrieron. Un cacho enorme de techo y lava caía sobre la mesa.
Voltearon hacia ti.

—Nunca dejes de leer poemas.

*Áladín Príx (¡!¡!¡!94 – México ADN) La constelación virgo estaba leyendo su horóscopo cuando se le ocurrió una idea genial: ¿y si empezaba a medir el amor por la dirección hacia la que palpitaba el corazón de la nada cuando ella nació? 
Fantasmophilia (Súper Ediciones Prisma – 2018).