NECESITO DINERO PARA CORTARME LAS PATILLAS
Cuando tranquilo luzco mi boina inglesa por el centro de la ciudad, me miro en el espejo de la vitrina, y le digo al sujeto frente a mí: “¡hombre! Por qué no te cortas las patillas”
Las chicas dicen que me veo muy feo; un desliñado, un flacuchento.
Y una de ellas se atrevió a decir que me parecía a un mamarracho.
Busqué en el diccionario el sentido del comentario.
¡Yo que culpa de parecerme a mi perro! Dejado de sí mismo, vagando por los andenes.
-- Y, ¿por qué no trabajas?, dijo otra.
--“Yo si trabajo, espero el pago de unos poemas de amor que le escribí a la mujer de un amigo; Nada que él paga;
¡Y ella que tantos besos le ha dado!” Entonces he sido un bohemio;
un mecenas de compañero y poco dinero, Fisgón de los hombres embriagados,
y las historias que cuentan hasta lo que no les toca.
Habitante de este sueño inconcluso.
Este divagar por las noches cuando las mujeres pasan
cortando las luces con sus piernas.
¡ Y yo con estas patillas !
no demoro mucho en parecer un gnomo hippie irreconocible divagando entre los cabellos por una ciudad que no sabe mi nombre y que tampoco le interesa.
No pensarán ustedes que soy Simón Bolívar buscando a mi caballo entre las palomas del parque y la Metropolitana.
O Elvis Presley invocando un Rock &Roll por la calle Junín mientras espero la mañana, cuando sólo llegan policías para que deje mi autógrafo en el calabozo.
Y pienso:
Qué bueno sería tener un conocido que haya aprendido el arte de cortar el cabello,
y que de gomoso se haya comprado una máquina Wahl; y una Brother para escribir.
¡Y sea este corte su obsequio, el engranaje de la amistad!
Necesito dinero para cortarme las patillas.
Estoy seguro que después de este corte,
ya sea domingo, lunes o septiembre,
seré una persona común y corriente,
como todos ustedes.
MILAGRO EN MEDELLÍN
Es Medellín señores.
Cae agua a borbotones sobre el asfalto, las oficinas, y los carros fantasmales.
¡Viaja el trueno a lo alto entre la pista nublada!
En las orillas los vendedores ambulantes hacen coro.
Las ambulancias dominan el tráfico y
las sombrillas danzan entre los árboles que aplauden a los colores.
Yo no soy un árbol.
Yo soy un animal (La especie más cochina de todas)
La que no entiende la podredumbre que llevamos en el pensamiento.
Yo soy la especie de antaño, la de Krishna, la de Moisés, la de buda, la del gran tronco.
El universo entero está en mí, y yo en él; hacemos uno sólo y nos dividimos.
Nos peleamos en la hoguera, y nos apaciguamos entre agua de montaña.
¡Cualquiera puede refrescarse entre los mismo!
Llueve en la tarde señores, sí, llueve en la tarde.
Y desde mi balcón veo la montaña verde alejarse de las rejas. En vez de bueyes y campos, sólo coches y carreteras;
Y un telón gris de fondo.
¡Debe ser el clima lúgubre de los años!
Bajo este manto húmedo de bendiciones canta la celulosa un himno verde.
los cultivos crecen y los animales contemplan la subsistencia.
Y yo sigo aquí con mi cabello ondulado alabando la tarde, disparando fonemas con mi máquina de escribir a dos mininos que duermen el sueño de la selva. ¡La tremenda Luna me dejó su regalo!
Y me pregunto:
¿Qué hace un hombre después de Cristo
contemplando
aún
el horizonte?
Y pasa un niño con una maceta de
tierra amarilla
pincelando la calle.
Y me digo:
¿Cuándo es que pensás escribir enserio?
Y lo digo en tono tranquilo para no angustiarme.
¡Yo que todo lo dejo! ¡Yo que nada hago!
Me siento en el sofá y me abrigo entre los gatos.
Suena el teléfono una y otra vez
(no contesto porque es para un trabajo).
Y este día,
bajo el sonido tenue de la lluvia primitiva, no hago nada… Nada.
Y me duermo tranquilo ronroneando la tarde.
Diego Alexander Gómez (Rionegro, Antioquia 1980 - ) Antropólogo. Universidad de Antioquia (2012) Realizador audiovisual. Hace parte de la corporación Pasolini en Medellín, como socio, investigador y pedagogo, en el área de la antropología audiovisual. Escritor independiente Librero independiente Pasillo de letras, UdeA. Un poco reservado por las redes.