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miércoles, 10 de septiembre de 2025

"El viejo" relato de Miguel González Troncoso



            Teófilo Buenaventura esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle, se dirigía al almacén de don Mario distante a dos cuadras de su casa, en la esquina de calle Latadía con Américo Vespucio. Hacía como veinte minutos que su nuera, Lucrecia, le había pedido que fuera a comprar el pan advirtiéndole de no perder el dinero, un billete de dos mil pesos que le introdujo bien doblado en el bolsillo de su americana.

            En cuanto entró al almacén, don Mario le tiró la talla: 

            —¿Y ahora, a qué lo mandaron don Teo?…

            —No, don Mario, la verdad es que no tenía nada que hacer en casa y me ofrecí para venir a comprar el pan —contestó mientras sacaba pan de un canasto que iba poniendo en una bolsa de papel—. Al hacerlo, recordaba que la última vez que había salido a comprar pan fue cuando aún trabajaba y en la oficina celebraron el día del funcionario postal. En esa ocasión, en la oficina se había realizado un coctel —donde él aportó con los canapés— y había sido premiado como el funcionario más antiguo. Había trabajado durante cuarenta y dos años y llegó a ser jefe de correos. En la oficina lo querían y respetaban, pues había sido un verdadero líder… «Pero eso fue hace tanto tiempo», se dijo, y se dispuso a pagar la compra. Para regresar a su casa, Teófilo eligió el camino más largo, no tenía prisa y, como otras veces, se ensimismaba dejando que los recuerdos se agolparan en su mente. Le gustaba ver las imágenes de su pasado, sobre todo esas en las que ve al menor de sus tres hijos, Fernando Alejandro, en la ceremonia de titulación al término de sus estudios universitarios y al que guarda cierta consideración, ya que lo acompañó durante unos meses después del funeral de su mujer, Elizabeth. Teófilo aprendió a sobrellevar la muerte de su mujer lentamente, al principio creyó que la solución para su soledad era morir, pero se dijo que no deseaba ocasionar problemas a nadie, se sobrepuso, y después de jubilarse se dedicó a su gran pasión: la lectura. Y como además era licenciado en filosofía, escribía algunos ensayos relacionados con el sentido de la vida y del ser, escritos que de vez en cuando veía publicados en el matutino semanal. Curiosamente, de sus otros dos hijos, Humberto y Nicolás, tiene recuerdos borrosos, cree que se debe a que viven fuera del país y que dejaron de escribir hace como unos quince años. Tampoco estuvieron presentes en el funeral de su madre. 

            A sus ochenta años Teófilo goza de buena salud, sólo su hipermetropía lo obliga a usar lentes todo el tiempo, pero él se siente vigoroso, por lo menos así lo dice su cuerpo cada quince días, tiempo en que llega doña Julieta a realizar el aseo y orden de la casa, mujer buenamoza, cuarentona y dicharachera, y que siempre cuando entra a limpiar la pieza, permite que Teófilo le mire las piernas a su regalado gusto. Pero todo comenzó a cambiar desde hacía cinco años, cuando Fernando Alejandro junto con su mujer Lucrecia y sus dos hijos, Alberto y Leonardo, se vinieron a vivir con él. Al principio Teófilo se sintió feliz, íntimamente se sentía orgulloso de su hijo abogado, sólo que éste, que había empezado a alzar la voz innecesariamente en algunas ocasiones, ahora se había acostumbrado a gritarle por cualquier cosa: «¡viejo de mierda!», y además le había prohibido regalonear mucho a los niños: «¡No quiero que sean unos abuelados!» —le dijo—, aunque eran estos los que secretamente iban a su pieza y le pedían que les leyera algún cuento o que les contara alguna anécdota en las que siempre había héroes y villanos.

            Un tiempo después, y como para hacerle un favor, lo llevó a la notaría donde hizo que firmara una carta poder. Desde ese día no fue necesario que saliera a “perder el tiempo”; Fernando Alejandro se encargaría de cobrarle su jubilación, la que nunca más vio en sus manos. Éste de vez en cuando le entregaba diez mil pesos para que se comprara una coca cola, la bebida que más le gustaba, algún chocolate y el diario. La cosa se puso peor —recordaba Teófilo—, cuando Fernando Alejandro le dijo que trasladara sus cosas a la pieza de huéspedes que estaba en la pequeña construcción, al final del patio. Pese a sus protestas, terminó convencido de que su habitación era la de más espacio, y que era perfecta para un matrimonio.

            «¡Total, yo estoy solo!», pensó.

            No pudo trasladar su biblioteca, sus amados libros, cuya lectura lo transportaba a bellos y enigmáticos lugares, a otras situaciones donde siempre se encontraba buscando afanosamente el sentido de todo. Lucrecia había tomado los doscientos textos, los había metido a su auto y los había vendido en la “librería de viejo”, de calle San Diego. 

            Teófilo nunca supo el dinero que le habían dado a Lucrecia, ni lo que habían pagado por la “joyita”, aquel poemario que estaba dedicado y firmado por Neruda. Este percance lo había llevado a la gran discusión, y a romperse la cabeza cuando Fernando Alejandro, furioso, lo había empujado haciendo que se golpeara en el canto de la puerta. Ese mismo día, llamó a Carabineros quienes cursaron el parte por violencia al Juzgado de Familia, pero nunca lo citaron. En una ocasión contestando el teléfono, creyó escuchar que eran del tribunal, pero su nuera le había arrebatado el fono de las manos. Desde entonces ya no se atreve a contestar cuando alguien llama.

            Hoy temprano sus nietos Alberto y Leonardo tocaron a la puerta de su habitación y él con cierto temor los dejó entrar. Los niños lo abrazaron y llorando le dijeron palabras de despedida para luego salir corriendo y antes de entrar a la casa le gritaron: “¡te queremos tata Teo!” …, justo cuando apareció Fernando, quien atravesó el pequeño patio hasta la pieza de huéspedes y le pidió a su padre que cogiera su abrigo y lo siguiera.

            El auto comenzó su marcha muy despacio. 

            Como no había dejado de llover, el pavimento estaba resbaladizo. Teófilo fue ubicado en el asiento de atrás, al lado de la ventana, lo que le permitía ver las calles de su barrio, tal vez por última vez. Fernando y su mujer iban en silencio y no lo han querido mirar desde que lo metieron al vehículo. No le dijeron el lugar al cual se dirigen, pero Teófilo cree saberlo.

            Cuando llegaron a destino, Fernando lo tomó del brazo y lo condujo rápidamente a la casona. Teófilo sólo alcanzó a fijarse en el letrero de madera de la entrada en el que está escrito: “Años Dorados”. 

            En una especie de recibidor, Fernando y Lucrecia conversan con la encargada. Teófilo está sentado en el sillón donde le dijeron que debe esperar unos minutos. Ha tratado de decir algo, pero no ha sido escuchado. De pronto, una mujer de uniforme blanco lo tomó de la mano y lo llevó por un largo pasillo. En el trayecto Teófilo se detuvo y miró hacia atrás para despedirse de su hijo, pero éste ya iba saliendo del lugar junto a su mujer. 

            Se han ido sin despedirse —pensó—, y reanudó sus pasos. 

            Se detuvieron ante una puerta y la mujer le dijo: “Ya, don Teo, ésta será su habitación por todo el tiempo que esté con nosotros”. Lo hizo entrar y cerrando la puerta se retiró haciendo sonar sus pasos en el piso de madera. Después de unos minutos, que parecieron toda una eternidad, Teófilo trató de ordenar sus pensamientos… «¿Cómo me pudo pasar esto?», se preguntó. «¡A mí!, ¡que me siento más vivo que nunca y que estoy sano! ¡Que siempre he tratado de no hacer mal a nadie!… Tal vez es el pago a lo que he sembrado» —reflexionó—.

            Teófilo estaba sentado al borde de la cama, solo. En sus manos sujetaba como si fueran un tesoro sus dos libros favoritos: El Castillo y Crónicas Marcianas, los que había logrado salvar del despojo de su querida biblioteca. Al poco rato, y como quien ha tomado una gran decisión, se puso de pie y comenzó a citar en voz baja las frases del último libro que había leído:

“Más yo sigo caminando solo, como Adán Stein, a través de caminos de tormentos, y, como él, he adquirido una sepultura en mi corazón, y camino hacía allí con paso firme” *…

* El hombre perro de Yoram Kaniuk.


*Miguel González Troncoso, Santiago, Chile, de profesión Orientador Familiar y Mediador. Sus obras publicadas son: “Relatos y cuentos breves”, “Helga de Berlín y otros relatos”, “Cuentos y Relatos”, “El Viaje”,” Los Navegantes”. Sus cuentos y relatos han sido publicados en Suecia, en el Semanario “Liberación”, en algunas Antologías y diversas revistas literarias.

lunes, 25 de agosto de 2025

"Un complicado resumen" poemas de Gustavo Barrera Calderón


Un complicado resumen 
 
Si enfrentamos una
palabra con otra 
es inevitable que
exista una tercera  
palabra que las
relacione 
 
Lo mismo sucede con
las noticias 
cada noticia es un
resumen perfecto 
de todas las demás
noticias 
lo que se esconde es
un hilo transparente 
que puede encerrar
todo un universo 
en un sistema de
relaciones invisibles  
 
Si observamos
detenidamente los sucesos del día 
estos parecen
coincidir con todos los aspectos  
de una vida llena de
sucesos que pueden ser 
largos o cortos,
urgentes o imaginarios 
 
Cada suceso puede
ser comprendido como un complicado resumen 
o bien puede ser
percibido como un rastro o como una huella  

Perdida 
 
Entre el dolor de la
pérdida 
Y la pérdida del
dolor 
Un crucigrama 
 
Pequeños recuerdos como pequeños cubos de hielo 
 

La ilusión 
 
dejo pasar 
tu lengua y tu mirada 
para que creas que
conoces  
algo
de lo mío 

Mientras almorzaba escuché una conversación 
 
Gracias a ella supe
que la carne que había en mi plato 
era del mismo
material de la carne que formaba mi cuerpo 
y pertenecía a
animales muertos  
vacas pollos cerdos 
hasta entonces no
había pensado en la palabra “carne” 


*Gustavo Barrera Calderón (Santiago, 1975). Poeta y licenciado en arquitectura por la Universidad Católica de Chile. Dirigió talleres literarios para creadores jóvenes en la Corporación Cultural Balmaceda 1215 y talleres para escolares becados por el Programa de estudios y desarrollo de talentos académicos de la Universidad Católica de Chile. Trabajó como investigador en la catalogación del Legado de Gabriela Mistral donado por Doris Atkinson a la Biblioteca Nacional de Chile y en el comité editorial de la Obra Reunida de Gabriela Mistral, publicada recientemente por las Ediciones de la Biblioteca Nacional de Chie. Entre otros títulos ha publicado Exquisite, Adornos en el espacio vacío, Creatur, Cuerpo perforado es una casa, Inmuebles, Obra y Un Libro que no existe.

viernes, 22 de agosto de 2025

"Tres trenzas" obras de Valentina Huerta Marty


Nombre: Tres trenzas 
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, lana, 
hilo de algodón, lana acrílica y trozos de tela bordada
Medidas: 90 x 100 cm
Año: 2022


Nombre: Diva en negro
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, lana, 
hilo de algodón, lana acrílica y trozos de tela bordada
Medidas: 50 x 60 cm
Año: 2022


Nombre:
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, lana, 
hilo de algodón, lana acrílica y trozos de tela bordada
Medidas: 60 x 80 cm
Año: 2024


Nombre: Telar Mapuche
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, lana y acrílico
Medidas:70 x 90 cm
Año: 2021



Nombre: Mis ramas
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, 
hilo metalizado, lana y satín.
Medidas: 60 x 80 cm
Año: 2024


Nombre: Dormida
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, lana, 
hilo de algodón, lana acrílica y trozos de tela bordada
Medidas: 60 x 80 cm
Año: 2023

Nombre: Palestina
Técnica: Mixta. Acrílico sobre tela intervenido con fibra textil, 
hilo metalizado, lana y satín.
Medidas: 90 x 100 cm
Año: 2024


*Valentina Huerta Marty. Artista chilena, egresada de la Universidad ARCIS en el área de las Bellas Artes, mención Gráfica, con formación en el área de la educación Montessori y el arte textil e iconografía prehispánica. Practica profesional en Museo de Arte precolombino y del Taller de Arte y Restauración Pawllu; su labor fue dedicada exclusivamente a lo académico y a la formación de talleres artísticos, por lo que es un artista con una trayectoria muy reciente. Su reencuentro con la plástica fue gracias a profundos cambios en su vida personal y la pandemia, lo que le impulsó a reformular su vida y su quehacer en el arte.

jueves, 3 de julio de 2025

"Lirio fiel" poemas de Camila Belén Aguilera Ramos


Lirio fiel
 
Mira mis ojos: tiemblan como estrellas,
se tornan cristalinos al mirarte.
Y en mis pupilas, dulces y  bellas,
se esconde el grito mudo de abrazarte.
 
Mis cejas, en suplicio delicado,
se alzan como quien ruega en voz callada;
mi alma, por tu sombra acariciada,
pide no ser más por ti ignorada.
 
Cuando tu mano roza mi mejilla,
quisiera que ese instante se alargara,
que fuese abrigo, nido, no semilla
que toca el alma y luego se separa.
 
No anhelo un gesto leve y pasajero,
sino quedarme quieta en tu tibieza,
como quien halla, al fin, sin más sendero,
refugio en una mano con firmeza.
 
Y al rozar con tus dedos mi nariz,
justo en mi lunar, tan inadvertido,
todo en mí se serena y soy raíz,
y el mundo se disuelve en su sonido.
 
Buscas mi abrigo a veces, y en mi hombro
reclinas tu cabeza sin aviso;
mas luego te retiras como asombro,
dejando atrás el sueño y su hechizo.
 
Tus manos, frente a frente con las mías,
recuerdan besos que no se dijeron;
no fueron labios, no, ni melodías,
pero igual parecieron y dolieron.
 
Ojos que no son míos… ¿algún día
me mirarás sin huir de mi presencia?
Aún sigo aquí, serena en la agonía
de quien espera,
sin perder la esencia.
 
 
Flor velada
 
En la niñez me fue robado algo sagrado,
por manos que vestían sombra cercana,
y mancharon mis pétalos aún cerrados
con tinta negra, muda, inhumana.
 
Me sentí carne expuesta entre maleza,
agua clara para un roble envejecido;
yo era pequeña, sin voz, sin certeza,
mi cuerpo callaba, mi alma había huido.
 
Guardé el recuerdo tras un velo espeso,
como un payaso que salta en lo prohibido;
y un día, ya en la vida de regreso,
brotó sin aviso, sin ser bienvenido.
 
Algunas hojas nunca reverdecen,
se secan, y en su ocaso duermen quietas.
Hay cosas que los años no deshacen,
ni el sol ni el tiempo tornan completas.
 
Y aunque intento contar lo que me duele,
el mundo duda o gira la mirada.
Mas mi raíz, aún rota, aún se sostiene
y florece, aunque sea desgarrada.
 
 
Evangeline
 
Se fue sin despedirse, sin aviso,
dejándome un chaleco por abrigo;
y el mundo se volvió, sin su sonrisa,
un cuarto con la luz bajo el castigo.
 
Tenía dieciséis y el alma rota,
miraba la ventana sin aliento,
y el eco de su risa —ya remota—
caía como polvo en mi pensamiento.
 
Lloraba en las noches, en su lana,
buscando su perfume entre la bruma;
preguntándome —niña tan temprana—
quién vendría ahora a verme tras la luna.
 
Ella, que nunca tuvo un campo amable,
ni madre que le diga “aquí te espero”;
vivió entre manos frías, sin respaldo,
soñando el corazón que no fue suyo entero.
 
Y a veces me pregunto si supiste
lo que era el amor —si fue bastante—,
si entre el dolor que siempre te vestiste
al menos una flor tocó tu guante.
 
Tampoco yo sentí un hogar conmigo
después de tu partida silenciosa;
me fui, como una flor sin su rocío,
con la raíz quebrada, temblorosa.
 
Y cuando miro al cielo en esta herida,
no busco la luna como el resto;
yo miro a las estrellas escondidas,
esperando encontrar tu parpadeo honesto.
 
Porque sé que vives donde no sangra,
donde el frío no toca ni maltrata;
allí donde tu alma ya no carga
la pena de la infancia que arrebata.


*Luz (Chile, 23 años) es una escritora emergente cuya poesía nace desde lo íntimo y lo emocional. A través de metáforas florales y naturales, transforma el dolor, la pérdida y el silencio en imágenes que florecen. Este es su primer proyecto compartido, creado con sensibilidad, honestidad y raíces profundas.

martes, 3 de junio de 2025

"Sabiduría popular" poemas de Gabriela Corral Dueñas


Morada 
 
Era una casa muy triste 
tan triste que las luces tenían una opacidad inquietante 
los colores se desteñían 
no con el paso del tiempo 
sino con el soplo sutil de cada respiración contenida 
cada mirada no devuelta 
cada sonrisa no esbozada 
Las palabras se habían caído por todas partes 
y se las pateaba como juguetes desordenados a mitad de pasillo 
Incluso las palabras no dichas 
se cruzaban invisibles provocando tropiezos 
 
Era una casa tan triste 
que los espejos devolvían imágenes distorsionadas 
que siempre llovía adentro 
el suelo estaba pantanoso y las habitaciones frías 
no importaba la estación 
Las flores morían a las pocas horas de haber nacido 
la ropa sucia se lavaba y se lavaba sin resultados 
 
Era una casa tan triste que… 
no importaba la estación. 
 

Bichos raros 

Algunos arrastramos la vida como almas en pena 
Pasamos por ella casi transparentes 
Dejamos que el aire puro 
Nos pase por el lado  
Sin respirarlo 
 
Algunos solo miramos por la ventana  
Pero no salimos a jugar al patio 
Algunos perdimos la llave 
Y no podemos salir ni entrar 
Nos toca el vaso medio vacío  
Pero los lápices con tinta suficiente 
 
Algunos vivimos en un planeta lejano 
Pero tenemos los pies en tierra 
Se nos quiebran los platos, los espejos, las palabras 
Algunos lloramos aunque no sirva 
Escribimos aunque no sirva 
Escuchamos voces  
Dormimos en la vereda y habitamos el túnel 
 
Algunos somos bichos raros 
Pájaros desplumados 
Insectos de dos patas 
Fantasmas en un paraje solitario 


Sabiduría popular 

Un grito afilado acuchilla la pared 
El silencio jamás cortó nada 
El que calla otorga, dicen 
El que habla muerde 
Sangre en el ojo tenemos 
El que pestañea pierde, eso dicen 
Mejor mirar fijo, sin lagrimear 
No todo lo que no brilla es ceniza  
Y de la ceniza es posible hacer fuego  
Aquí no suenan campanas  
Pero en el país de los sordos no importa 
Mis lágrimas de lagartija te regalo  
Y es un hecho: 
El que llora último queda peor 


*Gabriela Corral Dueñas (chilena, 1977). Licenciada en Letras, magíster en Literatura Hispanoamericana y Chilena, coach en Programación Neurolingüística. Desde hace 17 años se dedica a la docencia en diversas universidades chilenas, dictando cursos de comunicación, redacción, expresión oral, literatura y talleres de poesía, entre otros. Ha recibido algunos premios y menciones honrosas. Autora del libro de poesía Retratos (2022, Versalita Ediciones). La escritura, la lectura y la poesía son, y siempre han sido, su gran pasión.

viernes, 2 de mayo de 2025

"Nunca tuve miedo" poemas de Viviana Díaz Muñoz

 

Me gusta tener pelos en la lengua y que huelan a ti y que me interrumpan el simple acto de tragar saliva. Se siente como si te tuviera toda en la boca otra vez. Me gusta cómo se quedan pegados a los bordes de mis encías, cómo se esconden detrás de mis colmillos, cómo con cada intento de sacarlos se me adhieren más y más. Quiero hablar y no puedo porque tus pelos, tus pelos que están más húmedos que mi garganta, no me dejan sacar la voz. Descarados se instalan en mis amígdalas, ruedan escurridizos por mis dientes, si bostezo o balbuceo se asoman desafiantes en la punta siempre salada de mi lengua. Ya lo sabes: por la punta salo, por los lados endulzo, en el fondo soy amarga. Y tú a sabiendas me dejas un pelo en cada papila, en cada saboreo. Ya no hay rincón que no cosquillee con estos pelos tuyos, oscuros, enroscados y ásperos. Mi beso se puebla porque no me los quito, no puedo, no quiero, no me los quito antes de besarte. Mi beso peludo te devuelve tus pelos, los dejo otra vez en tu mucosa y tu saliva, pegados en algún lugar incómodo de tu paladar. Te beso hasta quedar limpia de ellos y vuelvo a bajar ansiosa buscando más, más gruesos, más tibios, más difíciles de quitar. No sabes cómo me gusta tener tus pelos en mi lengua.


**


Dicen que escribir no le hace daño a nadie pero desde que escribo, me faltan cada vez más pedazos en las manos, me duele el hombro, se me inflama la muñeca, no puedo dormir, y me estoy llenado de cicatrices nuevas. El pelo se cae por mechones, cojeo del lado izquierdo, cuando pongo un punto me zumban los oídos, me sangra la nariz con las esdrújulas y tengo los errores ortográficos instalados en la espalda. En mitad de los párrafos, el estómago me da vueltas, y se me nublan los ojos cuando abro una hoja en blanco. Desde que escribo, he dejado de comer, nadie me habla, mi madre no me llama y el conserje me quitó el saludo. Estoy constantemente pensando en una idea que no acabo tras otra idea que tampoco acabo, y ando con la cabeza llena de cuadernos a medio terminar, siempre a sabiendas de que escribo para ti, para sanarme de ti, para olvidarme de que falta tu cepillo de dientes. Siempre a sabiendas de que cada línea es para ti, para el calmar el dolor de ti, del vacío de tu peso y la ausencia de tus ruidos por la casa. Siempre a sabiendas de que ni mis manos, ni mi hombro, ni mi muñeca, ni mi sueño, ni mis cicatrices, ni mi pelo, ni mi cojera, ni mis oídos, ni mi nariz, ni mi espalda, ni mi estómago, ni mis ojos nublados tienen vida ni sentido sin ti; yo soy sólo un montón de órganos articulados que escriben poemas que empiezan con tu nombre, el más largo del mundo, porque es el único que está escrito con todas las letras del abecedario.


**


Tuve una novia que me dijo que quería meterme en una cajita, para poder sacarme, usarme y luego guardarme otra vez. Una cajita escondida en su pieza donde nadie me viera. Sólo ella. Supongo que esto debió ser razón suficiente para salir corriendo y no volver más. Pero a mí me pareció romántico y muy erótico. Además, lo creía perfectamente posible. Su boca es grande, se abre varias veces más que la mía, en cada beso me besaba desde la nariz hasta la parte superior del cuello. Su lengua es grande, como si estuviera hecha para ritos no humanos: atravesaba mis cuerdas vocales sin resistencia, disfrutaba tanto dejarme sin hablar. Todo en ella es enorme y devorador. Yo fantaseaba con desaparecer ahogada entre esos pechos de madre, estrujada por sus manos gigantes. Ni a ella ni a mí nos importaba que me dolieran las muñecas cuando me amarraba, que sangrara con sus mordiscos, ni que me torciera el cuello cuando en cada orgasmo me apretaba entre sus piernas. Mientras, yo lamía su vulva, su clítoris, me tragaba sus fluidos y sus pelos, dejaba de respirar para poder seguir lamiendo. Ni mi dolor ni mis jadeos ni mi cansancio eran impedimento. Sólo el sueño la detenía. La posibilidad de morir aplastada bajo su cuerpo interminable o sumergida hasta no

poder salir nunca más de ella, era un cotidiano para nosotras. Nunca tuve miedo. Sólo me frustraba despertar a su lado respirando sin haber sido completamente devorada. Creo que a ambas todavía nos extraña que haya sobrevivido.



*Viviana Díaz Muñoz, alias Osa Flaca. Mujer lesbiana camiona, sureña nacida en Osorno, Chile. Médica para las mujeres, escritora, futbolista y reggatetonera.

martes, 11 de febrero de 2025

"En silencio" poemas de Claudio Ernesto


 SI ME DUERMO

 
Amor, si me duermo
a causa del latigazo inesperado
entre cepas y virus y nuevas cepas
indícame los peldaños hasta la cama
digo cama, porque duele menos que decir cajón
levanta los sueños que dejé debajo de las sábanas
esperándome por la mañana
cuando brotó tan imprevisto el amanecer.
 
Si me duermo
amor
bebe mi café
tan frío como esta fatiga
diles a las estrellas bajo el limonero
que no me esperen esta noche
que nos encontremos allá
donde suelo ir a buscarlas.
 
Amada mía
si me duermo
no intentes que vuelva
después de todo
sólo es el comienzo del viaje
hasta que te duermas
igual que yo.
 
 
EXCITACIÓN
 
Hicimos el amor completamente desnudos
hasta nuestras mascarillas se excitaron.
Los fluidos abrazados al amonio
persiguiéndose entre las sábanas
y nuestras vacunas unidas
en el mismo río de placer
mientras anochecía libertad
celebraron.
 
Desbarrancamos nuestras siluetas
con instinto y domesticado peligro
agregamos lágrimas al despertar
hasta consumirnos en ecos de pandemia
dejamos que las flores nos mordieran
con la arrogancia del polen
en la plenitud del instante.
 
Sin temor a la muerte nos amamos
intentamos fugarnos
pero no nos quedaba piel
los escuadrones lanzaron
cuentas regresivas
una para cada mausoleo
nos consumió la valentía 
que también llegó desnuda a la fiesta.
 
 
SE APAGÓ ZOOM
 
Se apagó
una bocanada de mudez se desprende desde los parlantes
tu voz discurre entre el teclado hacia el disco duro.
 
Oscurece la pantalla, mi corazón entra en pausa
sólo se escucha el crepitar de una estufa
un perro del vecindario
un rodar hondo y vació explora mis tímpanos
tu voz se desdibuja en el link de una sesión que dejó de existir.
 
Sin energía cierro la resonancia dulce de tus promesas
como un eco enfermo se mueve mi instinto por la casa
arrastrándome y arrastrando lo que queda de ti
en la extensión dolorosa de tu silencio.
Zoom se apaga
 

ANHELOS
 
Mañana no habrá pandemia
no habrá temores
colgando de la conciencia
a cada respirar.
 
No caerán pesados ladrillos
hasta mi cara desencajada
cuando miro el noticiero
donde habla la muerte
de sus hazañas.
 
Mañana no habrá
estará de vacaciones
quizá durmiendo siesta
con un ronquido suficiente
de pasajera tranquilidad
y mantener viva la duda
entre las sombras del miedo.
 
Mañana le pondremos estado de sitio
encerrarla y que sepa qué se siente
cortar el engendro
quemarle los remos
con los que cruza fronteras
y alarga sus hilos fatales.
 

EN SILENCIO
 
A la niña le avisaron que se fue al cielo
que su mamita ahora está con los ángeles
que no llore porque está con Diosito
y que desde el cielo la cuidará toda la vida.
 
La niña no entiende por qué no la puede ver
¿y la misa y el velorio y el funeral?
la niña está llorando por su madre
odia al virus y a la ambulancia
que se la llevó al hospital
porque nunca la dejaron entrar a despedirse
y llora lágrimas llenas de preguntas.
 
La niña llora en el vacío absoluto de no entender
por qué al hospital no puede entrar
por qué le dicen que ahora está mejor
si no hay lugar mejor que la casa
estar juntas y apretaditas acostadas
disputándose el control remoto
y saltar descalza corriendo hasta la otra cama.  
 
La niña llora su amargura y no entiende nada más.
 
 
DISTANCIAS
 
Una sombra invisible
contradicción
de la pandemia
y tu cuerpo desnudo
cayendo a mi cuerpo
la explosión de un ocaso
a dos pétalos
se diluyen en lo imposible
adherido a esta mascarilla.
 
Se prohíbe verte
tocar el anochecer
amarrado a tus labios
beber los ríos
y sus desbordes
descongelar los latidos
como si fueran agua
desprender del deseo
la mutua oscilación
dejar afuera el fuego
incluso nuestras lenguas,
se prohíbe por decreto.
 
Fantasmagórica danza
de camas clínicas
intimidándonos
con esa ventilación mecánica
que desflorecen la excitación.
 
No tengo salvoconducto
a tus placeres
no tienes libertad
de llegar a mi puerta
y consumir
en un torbellino sediento
tanta ansiedad petrificada.
 
Las pantallas no tienen tu sabor
ni mis tímpanos la alquimia del soplo
cuando haces el susurro.
 
Seguirán chocando
nuestras hormonas
con los casos activos
con los contagios
y la terapia
como choca la flor en la escarcha
mirando a lo lejos el sol.
 

*Claudio Ernesto. Santiago de Chile en 1963.  En el ámbito de la poesía ha publicado: “El Título queda Pendiente” (PdE 2020) y participado en las antologías “Voces a la noche” (Lom 2017) “Debut” (Santiago Inédito 2018) y “Tiempo Fragmentado (OS Color Ltda.2021) “Doce miradas tras el cristal” (La Trastienda, 2022) y EN-Contraste, antología literaria. En el ámbito narrativo ha participado en cuatro antologías de cuentos en los años 2015, 2016. 2020 y 2024