|
Foto por: Francisco Enríquez Muñoz |
“La mentira, el
relato de las cosas bellas y falsas,
es la finalidad
misma del arte”
Oscar Wilde
Introito.
La
literatura no copia los abusos y monstruosidades de la vida igual a como hacen
los reporteros de periódicos sensacionalistas. La buena literatura discurre
sobre hechos humanos, es verdad, pero sobre lo repetidamente acaecido que ella
recrea, levanta una nueva arquitectura narrativa, con un enfoque revelador, con
estilo e imaginación propios, con el destello de interiores verdades estéticas.
La literatura y las artes son mentiras bellamente contadas, afirmaba Oscar
Wilde, queriendo ratificar que ellas no imitan la vida, sino al contrario, se
hacen tan atractivas en su bella falsedad que conllevan a la vida a querer imitarlas (1). Este es el caso de las
novelas 2666 (2) de Roberto Bolaño y
Millenium (3) de Stieg Larsson, con situaciones
y personajes que no han existido jamás y que sin embargo son más reales que los
de carne y hueso.
Tanto
Bolaño como Larsson abordan asuntos humanos demasiado humanos, destacándose entre
ellos los ataques contra las mujeres en Ciudad Juárez (México) y en Suecia. Sus
creaciones configuran una estética de la violencia de género que emana, no la
verdad simple, sino la belleza compleja –lo feo entre lo armónico-, compuesta
de verdades en términos de belleza que indagan en la naturaleza humana los tensos
resortes que pueden desatar extrañas conductas.
La
sacrofobia y la ginefobia son, entre otros miedos, el tema de conversación
entre el investigador judicial Juan de Dios Martínez y la directora del
manicomio de Santa Teresa (Estado de Sonora – México), la psiquiatra Elvira
Campos, en uno de los pasajes de la novela 2666. Mientras el judicial se devana
los sesos tratando de hallar a un hombre que profana los templos (sacrofobia),
la psiquiatra insiste en que la ginefobia es un mal mayor que está extendido en
México, aunque disfrazado con los ropajes más diversos. Más que miedo, la ginefobia
es la aversión obsesiva hacia las mujeres, otra de las fobias que están
creciendo silenciosamente en el corral globalizado, agazapada en eufemismos,
invisibilizada por el espectáculo en que devino la cultura y por la supremacía
de temas políticos y económicos que dominan el espectro mediático. Stieg
Larsson, periodista y escritor sueco, abre su primera novela de la trilogía Millennium,
Los hombres que no amaban a las mujeres, con el siguiente epígrafe: “El 18% de
las mujeres de Suecia han sido amenazadas en alguna ocasión por un hombre”. Pero,
es en la segunda novela, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de
gasolina, donde Larsson desnuda en una punzante prosa de suspenso el denigrante
comercio sexual entre Europa del Este y los países bálticos, y la persecución delirante
por parte de varios hombres, incluido su padre y hermano, que padece el singular
personaje de Lisbeth Salander.
¿Cuáles
son las motivaciones que llevan a un par de escritores de distantes continentes
a escribir sobre la ginefobia, valiéndose del periodismo investigativo, una propuesta
estética, y la ficción? Para Bolaño es crucial dar cuenta, una tras otra, con
fechas, descripciones detalladas del sitio en que fueron hallados los cuerpos,
cómo fueron violentadas, cómo estaban vestidas, qué originó finalmente el deceso
de todas las mujeres asesinadas entre 1993 y 1997 en Santa Teresa
(transposición de Ciudad Juárez). Pareciera que el escritor chileno quisiera
restaurar la inocente humanidad de cada una de esas mujeres salvajemente
asesinadas, para al menos resistir al rápido olvido esa tropelía, negarse a la
indiferencia humana, ofrendar un homenaje a cada víctima. Larsson va más al
frente; no sólo desvela los aberrantes estigmas, usos, controles, torturas y
vejámenes que sufren las féminas, sino que crea un personaje, Lisbeth Salander,
quien detesta a los hombres que odian a las mujeres y asume la justicia por su propia
mano. Como si el sueco sintiera en carne propia el dolor de aquellas que han
sido ultrajadas, y sublimara en la vengativa y dura Salander la rabia acumulada
y la indignación contenida.
Tanto
Bolaño como Larsson están cruzados por la clásica novela policíaca. El chileno
hace gala de una prosa poética, con un despliegue de detalles que imprimen
fresca vitalidad a los ambientes y personajes, con sensible vuelo imaginativo
en el que reconoce hasta los seres no humanos que impregnan el entorno
narrativo. El sueco esgrime una prosa dura, afilada, explosiva, con frases
entrecortadas, con profusa ficción, desenlaces sorprendentes, personajes con fuerte
carácter, de reacciones imprevistas.
México
y Suecia son los escenarios donde se desarrollan los principales acontecimientos
de las novelas. El primero con una sociedad dominada por la religión y la lucha
por la subsistencia; el otro, donde hay una libertad sexual ilimitada y se
distingue con uno de los mejores estándares de vida en el mundo. En Santa
Teresa, violan, cada día, a más de diez mujeres, muchas de estas violaciones
terminan en asesinato. Suecia es, proporcionalmente, uno de los países que más
putas compran, per cápita, de Rusia o de los países bálticos. Chicas entre los
15 y 20 años, procedentes de la miseria social de los países del Este, son
atraídas a Suecia para trabajar, o sea, entregar su cuerpo para que las violen
sistemáticamente. No hay otra actividad delictiva donde la aceptación social
sea tan grande y donde la sociedad haga tan poco para acabar con ella…
“A
todo el mundo le gustan las putas: fiscales, jueces, maderos, y algún que otro
miembro del parlamento. Nadie escarbaría demasiado para atajar la actividad” (4).
Bolaño
y Larsson no intentan explicar desde la sociología, ni la psicología, ni la
antropología, los determinantes profundos de los sucesos. Esa no es la tarea de
la literatura. Describen y recrean en una estética particular lo que
investigaron, ficcionan y empoderan. A través de un surtido diversificado de
personajes, ofrecen miradas múltiples a los hechos; pero es evidente que no sólo
se preocuparon por construir un proyecto estético. No hay proyecto estético de
envergadura que no sea soportado en un proyecto ético. Las grandes obras de la
literatura universal han sido la explosión de elaborados sentimientos y
percepciones que han tallado la vida interior de sus autores. James Joyce no
hubiera escrito Ulises sino hubiera sido vapuleado en su niñez por la religión;
Robert Musil no hubiera escrito El hombre sin atributos sino hubiera
visualizado en su adolescencia lo que auguraba el “prometedor” mundo industrial burgués que se iba devorando
lo que quedaba de la aristocrática cultura del viejo régimen; Fedor Dostoievsky
no hubiera escrito la parricida novela Los hermanos Karamazov si no hubiera
tenido el padre que tuvo; Franz Kafka no hubiera escrito El proceso sino hubiera
vivido en carne propia la fragilidad y el desvalimiento del hombre frente a la omnipotente
máquina burocrática.
Vidas paralelas.
Oriundos
de distantes puntos geográficos, sorprenden algunas sincronicidades entre los
dos escritores. Contemporáneos que nacieron con un año de diferencia; ambos
fallecieron a los 50 años, grandes lectores, noctámbulos, escribieron
frenéticamente al final de sus vidas, no vieron publicados sus trabajos más
elaborados, profesaron un profundo respeto hacia el periodismo investigativo,
se interesaron durante su juventud por procesos democráticos en distintos
lugares del planeta. Pero, el hecho más significativo que distingue las vidas
paralelas de estos creadores es una situación particular que vivenciaron con
mujeres, tal vez esté aquí el germen de un proyecto ético y estético que
abarcaría sus vidas. Ocurrió durante sus adolescencias; en el caso de Bolaño,
consistió en la desaparición de sus amigas, las hermanas Garmendia, en los días
posteriores al derrocamiento del presidente Salvador Allende en Chile. Este
episodio quedó registrado en la novela Estrella distante (5) cuando narró
la traición que Alberto Ruiz-Tagle o Carlos Wieder –miembro del taller de
poesía de Juan Stein en Concepción, junto con el mismo Bolaño y las Garmendia-,
hace a éstas, quienes se esconden de la dictadura.
Cuando
Stieg Larsson tenía 14 años, vio como sus amigos violaban una niña en un
camping. No hizo absolutamente nada para impedirlo; entonces, buscó a la niña
para brindarle excusas, pero ella lo rechazó (6). Esta experiencia lo conduciría
a una actitud antiginefobica, notoriamente visible cuando en un intercambio de
cartas con su editora, Larsson es intransigente con el cambio del título de su
primera novela en la que se sostuvo debía ser Los hombres que odian a las
mujeres, Man som hatar kvinnor –en sueco-. Fue después de su prematuro
fallecimiento que los editores españoles decidieron cambiarlo por Los hombres
que no amaban a las mujeres. ¿Qué diría Larsson si supiera que en Estados
Unidos hicieron una versión cinematográfica de esta novela con el título La
chica del dragón tatuado? Aquí se soslaya totalmente el sentido profundo del
texto literario al destacar un aspecto formal.
2666
Un oasis de
horror en un desierto de aburrimiento (7).
Un
escritor prestigioso, del que muchos hablan pero nadie ha visto, es el centro
de admiración de 4 profesores de literatura. Estos leen todas las novelas del
escritor, escriben ensayos sobre ellas, asisten a congresos para dar
conferencias. Anhelan conocer al nominado al premio Nobel, Beno Von
Archimboldo, quieren conversar con él, lo buscan en los sitios donde dicen lo
han visto, pero todos los intentos son infructuosos. El reputado Archimboldo,
no se deja ver en ningún evento público, envía representantes a las
editoriales, no hace lanzamiento de sus libros, no da ruedas de prensa, no pasa
a ningún teléfono, no dicta cátedra, esconde su identidad en un seudónimo que
nada tiene que ver con su origen alemán, a excepción del von, definitivamente
muy germano.
La
última opción para hallarlo es la ciudad de Santa Teresa. Hacia ese lugar se
dirigen tres de los profesores, el francés Jean-Claude Pelletier, el español Manuel
Espinoza y la inglesa Liz Norton. No pudo viajar el italiano Piero Morini. Esta
ciudad, donde asesinan mujeres que botan en cualquier vertedero, es punto de
llegada de todos los que tienen velas en
la vida interna de la novela. Sus habitantes afirman haber visto al escritor,
pero Archimboldo es apenas un antifaz, al final de la novela se descubre que
Hanz Reiter, un veterano del ejército nazi, es el hombre amado y buscado. Ni
siquiera su única hermana, Lotte, sabe que él es el famoso escritor. Un hijo de
Lotte es encarcelado en Santa Teresa acusado de asesinar a una de las tantas
víctimas de delitos sexuales, entonces, por solidaridad con su hermana y
sobrino, archimboldo viaja hacia México, cuando todos los que lo buscaban allí
hace rato han regresado a sus países.
Novela
anti policíaca porque no se descubren los asesinos en serie, excepto unos
cuantos uxoricidas. El paisaje cotidiano de víctimas que aparecen como otro
arbusto más, se erige en un altar del horror al que concurre la curiosidad
mórbida de la sociedad. Cadáveres de mujeres abandonadas en cualquier basurero,
en el desierto, en los cerros, en las carreteras, en los baldíos, detrás de los
depósitos industriales, en las calles,
en los potreros, en edificios en construcción, en los arroyos, en sus propias
casas, en las canchas de fútbol. A pesar de la recopilación de elementos
probatorios, investigaciones, interrogatorios, fotos, expedientes, los crímenes
quedaban en la impunidad. Bajo el polvo del desierto de Santa Teresa reposaban
los cuerpos que representaban el erotismo, pero también la muerte, la atracción
y la fatalidad, la inocencia y la perversión, el placer y la aniquilación, la
fiesta y el luto. El cuerpo de mujer como otro campo de batalla del imaginario
del hombre, carne y piel desgarrados por Eros y Tánatos, por el deseo y la destrucción.
Hombres que llegan al cuerpo de la mujer no para compartir sino para dominar.
Mujeres desde los 11 hasta los 50 años,
estudiantes, obreras de las maquiladoras, camareras, empleadas, amas de casa,
prostitutas, meseras. Faltan autopsias, desaparecen los exámenes balísticos, la
indiferencia de los círculos sociales es pasmosa. Nadie escribe una crónica que
profundice en los hechos. Tuvo mayor eco en la prensa local un ataque a las
imágenes de las iglesias, que las mujeres asesinadas durante meses. Los
periodistas caen en lugares comunes, al relacionar las muertes de mujeres con
actividades del narcotráfico. Un cura que lee teología de la liberación informa
mejor que la policía sobre lo que sucede en la frontera con México. La academia
está atendiendo a los profesores de literatura que visitan la ciudad, y éstos
están hechizados por un espectro que creen ver corporeizado en algún gigante
santateresano. El aburrimiento los acecha. Ni siquiera en el DF se dan por
enterados. Las autoridades pretenden disimular su impotencia al difamar a las
víctimas, pues ellas se lo buscaron, “medio puta, decían los policías” (8). La
tragedia cotidiana es objeto de banalización en los medios policiales y,
posteriormente, en los periodísticos; los judiciales hacen chistes: “las
mujeres son como las leyes, fueron hechas para ser violadas”.
La
mayoría de las víctimas fueron estranguladas, violadas anal y vaginalmente. A
una de ellas le encontraron restos de semen en la garganta, “lo que contribuyó
a que se hablara en los círculos policiales de una violación `por los tres
conductos´” (9). El marqués de Sade parece emerger de aquellos conductos para
advertir que el vicio y la destrucción doblegan la naturaleza de aquellos
hombres que fundan en el placer físico egoísta y en la dominación, sus impulsos
eróticos. ¿Qué resorte recóndito lleva a un hombre a asesinar a una mujer
después de que ésta le ha ofrecido el más anhelado placer? No dejar evidencias
de su brutal coerción, deshacerse de la única voz que lo puede acusar,
parecieran ser las respuestas. Si tanto el bien como el mal son cosas
rutinarias, si es verdad que todos somos insignes malvados, si todos los días
mueren personas, es evidente también que en estos crímenes sexuales hay un plan
racional que va desde el rapto, la violación y el asesinato, que los convierte
en las peores demostraciones de horror. La humillación y sufrimiento de las
mujeres es indecible porque desde que son raptadas saben a conciencia lo que
les espera. Son horas del terror más despiadado, saben que no saldrán con vida,
la impotencia es absoluta contra la fuerza masculina.
Existe
ginefobia porque prevalecen rezagos de estigmatización a la mujer por ser ella
misma, por empoderarse, por decidir qué hacer con su cuerpo. Por ser bruja
instintiva, porque es discriminada desde doctrinas religiosas por aprensiones
morales, porque no se acepta la alteridad. Pareciera que la humanidad
necesitara de rebrotes, de fuertes dosis de animalidad, de inocencia salvaje,
de horror y de sadismo para confirmar que la vida sigue siendo la primigenia vida
con sus impulsos eróticos y tanáticos. No existe el hombre sin sombra. Y la
cultura, a través de las instituciones ha querido acallar el instinto con una
incomprensión insana que produce su resurgimiento enloquecido. En lugar de
ayudar a conducir los instintos, los impulsos a la danza de los cuerpos y el
deseo, la convierte en la “danza macabra”. La represión, los prejuicios, la
mezcla sexo-sangre, devuelven el humanitas al animalenses bestializado.
Bolaño
hace visibles a las víctimas de delitos sexuales, devuelve el rostro a las
mujeres que fueron apenas un número estólido en las estadísticas forenses; rescata
sus sueños, sus logros, sus habilidades. Vuelven a ser, la niña inocente, la joven
curiosa, la madre solícita, seres vivos con pensamientos, sentimientos,
ideales. Revive su condición de protectoras, con hijos a los que quieren
entregar toda su energía y sus ingresos, mujeres que caminan largas distancias
para llegar a las fábricas, mujeres a las que no les importa pasarse noches sin
dormir empalmando un turno con el otro, mujeres cuyo sueño era vivir cerca del
mar, mujeres de los pies a la cabeza, mujeres que le rezan a la virgen de
Guadalupe, mujeres que cocinan a su prole, mujeres que cuidan un patio con
plantitas y gallinas, mujeres con las piernas abiertas -muy abiertas-, ,
mujeres que quieren estudiar computadores o irse a Estados Unidos a cambiar el
destino, mujeres que anhelan ser artistas. También, evoca a las menores de edad
que morían sin que nadie hiciera nada para evitarlo, niñas que apenas empezaban
a despertar a la conciencia, niñas cuyo pecado era tener un cuerpo de mujer,
niñas que no se desprendían de sus muñecas, niñas alquiladas a las maquiladoras.
Nadie
tiene idea de lo que acaece en Santa Teresa, excepto Elvira Campos, la
directora del manicomio, algo similar a lo que ocurre en Ensayo sobre la
ceguera con la mujer del médico, la única que no pierde la vista cuando todos
los demás se quedan ciegos. Elvira ve ese oasis de horror en un desierto de
aburrimiento, donde se destinan más investigadores judiciales a perseguir
profanadores de templos y pequeños ladrones que a investigar los asesinatos de
mujeres. Elvira no se ha contagiado de la ceguera general que no es más que la
insensibilidad y robotización de la gente; ya ha visto demasiado, piensa que a
los 55 años, próxima a cumplirlos, debería suicidarse. Soñaba, a veces, que lo
dejaba todo, tomaba un avión a Paris, se hacía arreglar la nariz, los pómulos,
se aumentaba los senos, rejuvenecía 10 años. “Una nueva vida sin mexicanos ni
México ni enfermos mexicanos” (10). Como para Hamlet, Dinamarca era una cárcel”,
así era México para Elvira. Ella hace teatro en el teatro de los enajenados, se
reserva su espacio privado, tiene a raya a su estulto pretendiente. Elvira
también se debate entre el ser y el no ser, entre el envejecerse en una
sociedad de locos o escapar a la libertad.
Una
serie de personajes desencantados habitan la narrativa de Bolaño, como una
profesora de secundaria que escribe poesía y se suicida porque no soporta
“todas esas niñas muertas”; la muchacha que no cree ni en el amor, ni en la honestidad,
ni en las puestas de sol ni en las noches estrelladas, ni en los libros, porque
en su casa sólo hubo libros nazis, política nazi, economía nazi, mitología
nazi, poesía nazi, novelas nazis, obras de teatro nazi. Un pintor que sólo
pinta mujeres muertas. Pero también hay un cazador que se iba al bosque,
hiciera el tiempo que hiciera, a buscar su pene y sus testículos que le habían
arrancado. Este hombre sin atributos terminó casándose y vivía feliz; un hombre
que logró imponer su deseo a la realidad (11). Allí radica, tal vez, la
felicidad, pareciera decirnos Bolaño, en intentar siempre imponer el sentido de
la posibilidad al sentido de la realidad. Los dos sentidos que según Robert
Musil permiten, en su interacción dinámica, que “siempre el mundo podrá ser de
otra manera”. No obstante, los muertos de Pedro Páramo parecen trasladarse a los
barrios pobres de Santa Teresa, a las zonas de maquiladoras, a las fábricas cercadas
por barreras de alambre en las chabolas perdidas, “esperanzadas apenas en un
hermoso atardecer”. Y susurra también El laberinto de la soledad, que tiene la
virtud de que lo allí predicado no solo aplica para México sino que es
extensible al género humano:
“La
contemplación del horror, y aún la familiaridad y la complacencia en su trato,
constituyen contrariamente uno de los rasgos más notables del carácter
mexicano. Los Cristos ensangrentados de las iglesias pueblerinas, el humor
macabro de ciertos encabezados de los diarios, los “velorios”, la costumbre de
comer el 2 de noviembre panes y dulces que fingen huesos y calaveras, son hábitos
heredados de indios y españoles, inseparables de nuestro ser. Nuestro culto a
la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de
vida, es anhelo de muerte, el gusto por la autodestrucción no se deriva nada más
de tendencias masoquistas, sino también de una cierta religiosidad” (12).