Una perspectiva del consumo de la
violencia artística
Elegante
ultraviolencia, alma enjauladita,
se
asoma tu espíritu por la pequeña ventana.
Sonrisa
entre sonrisas cualquiera,
una
burla agachadita en ironía.
Y
con esta patada artística
me
compras como caramelo dorado.
Receptor
de arte, de esta locura organizada, salpicará a tu estirpe
un
veneno soportable, que rondará las sienes humanistas.
Le
hablo a quien sostiene una copa de vino
y
me señala con su nariz,
aquel
que mastica con la boca abierta y suele callar con un golpe,
no
al distinguido ser, el analista de arte.
El vómito del amanecer
¿Quieres
desnudar tu pensamiento?
¿Harto
del golpe bajo de la institución?
Saber que más allá del seno está una fuente de
vida mayor.
Conocerte,
ensimismarte.
Quédate
callado pero habla con tu cuerpo,
mastica
otro libro, digiere en crítica, libérate del tedio.
Te
dijeron: activa mente y cuerpo.
Pues
saca tus huesos del clóset,
cose
la lengua a tu rostro,
muestra
tus cicatrices y deja que se sequen al sol,
siembra
sobre tu piel,
aprende
a beber de una copa vacía.
Sano
juicio, gusano huraño,
hombre
sin esperanza,
mujer
infértil;
cállate
si no posees silencio.
Trabaja
con manos y labios,
trabaja
con seso y con sangre.
Arriesga tus pecados al público.
¿Aún
tienes algo que exponer que no haya sido arrebatado?
Vomita
o llora, lamenta o grita, corre, suda, no bebas alcohol.
¿Aún
te queda aliento o vives detrás del miedo?
Oquedad adusta
Tengo
una profunda tristeza en el camino,
me
voy, me estoy yendo, me habré ido,
siento
pena de ser nada, y que el Todo se olvidó de mí.
Vine
y llegué, volví tantas veces,
¿Qué
encontré?
Los
que se dicen gente, son bestias,
Los
que se dicen vivos, se mienten.
Me
marcho porque soy bestia y porque he muerto.
Hasta
mi tristeza se harta de mí,
de
verme siempre envuelta en ella.
He
vivido sola y verdaderamente fui feliz,
necesite
del Todo y él me necesitó,
pero
el tiempo me ha prensado,
estoy
esperando, sólo espero.
Ya
no extraño este mundo y su Todo,
sólo
añoro apagarme.
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Detrás
del terremoto mental,
la
rata tragando el polvo;
que
duerme sobre riñones podridos, y adelante,
cráneos
infantes enlarvados, enmohecidos.
El
pensamiento se poza en la pintura rupestre,
alma
y movimiento parecen imperturbables,
su
presteza inmutable, rostros descarados,
la
ahogada idea se quedo deshidratada.
De
las academias escurre sangre pálida,
duermen
como sapos lenguas carbonizadas.
El
día de la pluma casi se esfuma,
se
desvanecen las arterias.
Un
cáncer suicida ronda en el podio,
lágrima
lastimadita, revolucionario enjaulado.
Al
final obscuro del hoy, cierro mis hoyos de ojo,
desendiablando
los sentidos,
entonces
la calma grita libremente en el trazo aventurero.
Compensación voluntaria
El
ser que se defiende y se descompone para restituirse,
un
cambio de estado,
la
salida del vientre,
la
lengua llena.
La
nueva locura del poeta nos embriaga,
otro
seno del cuál alimentar.
El
niño jamás se fue, reconfigura su modo de jugar.
Qué se restituya la opinión y la palabra,
qué se restituya la voz vieja y surja la voz infante.
Una
restitución de huesos y dientes,
de
sangre limpia, de ojos buenos.
La
mano que apuñala se apuñalará a sí misma,
los
golpes son espejos,
los
gritos ahogados ya no son muertos vivientes.
Vuelve a respirar, repara tu camino,
resucita
las venas, rehabilita las arterias.
Sombras
que fuimos,
sombras
contratadas,
sombras
agrietadas,
sombras
mal paridas,
mal
amadas, mal juzgadas, mal vengadas.
Recupera
tu lucha zombi come carne.
*Paulina Dávila Velázquez nació en mayo 10 de 1993, en Azcapotzalco, Estado de México. Cursa la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas de la UNAM, en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. Es escritora de poesía y cuento principalmente. Actualmente trabaja cartonería mexicana como máscaras, alebrijes y piñatas.