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miércoles, 10 de septiembre de 2025

"El viejo" relato de Miguel González Troncoso



            Teófilo Buenaventura esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle, se dirigía al almacén de don Mario distante a dos cuadras de su casa, en la esquina de calle Latadía con Américo Vespucio. Hacía como veinte minutos que su nuera, Lucrecia, le había pedido que fuera a comprar el pan advirtiéndole de no perder el dinero, un billete de dos mil pesos que le introdujo bien doblado en el bolsillo de su americana.

            En cuanto entró al almacén, don Mario le tiró la talla: 

            —¿Y ahora, a qué lo mandaron don Teo?…

            —No, don Mario, la verdad es que no tenía nada que hacer en casa y me ofrecí para venir a comprar el pan —contestó mientras sacaba pan de un canasto que iba poniendo en una bolsa de papel—. Al hacerlo, recordaba que la última vez que había salido a comprar pan fue cuando aún trabajaba y en la oficina celebraron el día del funcionario postal. En esa ocasión, en la oficina se había realizado un coctel —donde él aportó con los canapés— y había sido premiado como el funcionario más antiguo. Había trabajado durante cuarenta y dos años y llegó a ser jefe de correos. En la oficina lo querían y respetaban, pues había sido un verdadero líder… «Pero eso fue hace tanto tiempo», se dijo, y se dispuso a pagar la compra. Para regresar a su casa, Teófilo eligió el camino más largo, no tenía prisa y, como otras veces, se ensimismaba dejando que los recuerdos se agolparan en su mente. Le gustaba ver las imágenes de su pasado, sobre todo esas en las que ve al menor de sus tres hijos, Fernando Alejandro, en la ceremonia de titulación al término de sus estudios universitarios y al que guarda cierta consideración, ya que lo acompañó durante unos meses después del funeral de su mujer, Elizabeth. Teófilo aprendió a sobrellevar la muerte de su mujer lentamente, al principio creyó que la solución para su soledad era morir, pero se dijo que no deseaba ocasionar problemas a nadie, se sobrepuso, y después de jubilarse se dedicó a su gran pasión: la lectura. Y como además era licenciado en filosofía, escribía algunos ensayos relacionados con el sentido de la vida y del ser, escritos que de vez en cuando veía publicados en el matutino semanal. Curiosamente, de sus otros dos hijos, Humberto y Nicolás, tiene recuerdos borrosos, cree que se debe a que viven fuera del país y que dejaron de escribir hace como unos quince años. Tampoco estuvieron presentes en el funeral de su madre. 

            A sus ochenta años Teófilo goza de buena salud, sólo su hipermetropía lo obliga a usar lentes todo el tiempo, pero él se siente vigoroso, por lo menos así lo dice su cuerpo cada quince días, tiempo en que llega doña Julieta a realizar el aseo y orden de la casa, mujer buenamoza, cuarentona y dicharachera, y que siempre cuando entra a limpiar la pieza, permite que Teófilo le mire las piernas a su regalado gusto. Pero todo comenzó a cambiar desde hacía cinco años, cuando Fernando Alejandro junto con su mujer Lucrecia y sus dos hijos, Alberto y Leonardo, se vinieron a vivir con él. Al principio Teófilo se sintió feliz, íntimamente se sentía orgulloso de su hijo abogado, sólo que éste, que había empezado a alzar la voz innecesariamente en algunas ocasiones, ahora se había acostumbrado a gritarle por cualquier cosa: «¡viejo de mierda!», y además le había prohibido regalonear mucho a los niños: «¡No quiero que sean unos abuelados!» —le dijo—, aunque eran estos los que secretamente iban a su pieza y le pedían que les leyera algún cuento o que les contara alguna anécdota en las que siempre había héroes y villanos.

            Un tiempo después, y como para hacerle un favor, lo llevó a la notaría donde hizo que firmara una carta poder. Desde ese día no fue necesario que saliera a “perder el tiempo”; Fernando Alejandro se encargaría de cobrarle su jubilación, la que nunca más vio en sus manos. Éste de vez en cuando le entregaba diez mil pesos para que se comprara una coca cola, la bebida que más le gustaba, algún chocolate y el diario. La cosa se puso peor —recordaba Teófilo—, cuando Fernando Alejandro le dijo que trasladara sus cosas a la pieza de huéspedes que estaba en la pequeña construcción, al final del patio. Pese a sus protestas, terminó convencido de que su habitación era la de más espacio, y que era perfecta para un matrimonio.

            «¡Total, yo estoy solo!», pensó.

            No pudo trasladar su biblioteca, sus amados libros, cuya lectura lo transportaba a bellos y enigmáticos lugares, a otras situaciones donde siempre se encontraba buscando afanosamente el sentido de todo. Lucrecia había tomado los doscientos textos, los había metido a su auto y los había vendido en la “librería de viejo”, de calle San Diego. 

            Teófilo nunca supo el dinero que le habían dado a Lucrecia, ni lo que habían pagado por la “joyita”, aquel poemario que estaba dedicado y firmado por Neruda. Este percance lo había llevado a la gran discusión, y a romperse la cabeza cuando Fernando Alejandro, furioso, lo había empujado haciendo que se golpeara en el canto de la puerta. Ese mismo día, llamó a Carabineros quienes cursaron el parte por violencia al Juzgado de Familia, pero nunca lo citaron. En una ocasión contestando el teléfono, creyó escuchar que eran del tribunal, pero su nuera le había arrebatado el fono de las manos. Desde entonces ya no se atreve a contestar cuando alguien llama.

            Hoy temprano sus nietos Alberto y Leonardo tocaron a la puerta de su habitación y él con cierto temor los dejó entrar. Los niños lo abrazaron y llorando le dijeron palabras de despedida para luego salir corriendo y antes de entrar a la casa le gritaron: “¡te queremos tata Teo!” …, justo cuando apareció Fernando, quien atravesó el pequeño patio hasta la pieza de huéspedes y le pidió a su padre que cogiera su abrigo y lo siguiera.

            El auto comenzó su marcha muy despacio. 

            Como no había dejado de llover, el pavimento estaba resbaladizo. Teófilo fue ubicado en el asiento de atrás, al lado de la ventana, lo que le permitía ver las calles de su barrio, tal vez por última vez. Fernando y su mujer iban en silencio y no lo han querido mirar desde que lo metieron al vehículo. No le dijeron el lugar al cual se dirigen, pero Teófilo cree saberlo.

            Cuando llegaron a destino, Fernando lo tomó del brazo y lo condujo rápidamente a la casona. Teófilo sólo alcanzó a fijarse en el letrero de madera de la entrada en el que está escrito: “Años Dorados”. 

            En una especie de recibidor, Fernando y Lucrecia conversan con la encargada. Teófilo está sentado en el sillón donde le dijeron que debe esperar unos minutos. Ha tratado de decir algo, pero no ha sido escuchado. De pronto, una mujer de uniforme blanco lo tomó de la mano y lo llevó por un largo pasillo. En el trayecto Teófilo se detuvo y miró hacia atrás para despedirse de su hijo, pero éste ya iba saliendo del lugar junto a su mujer. 

            Se han ido sin despedirse —pensó—, y reanudó sus pasos. 

            Se detuvieron ante una puerta y la mujer le dijo: “Ya, don Teo, ésta será su habitación por todo el tiempo que esté con nosotros”. Lo hizo entrar y cerrando la puerta se retiró haciendo sonar sus pasos en el piso de madera. Después de unos minutos, que parecieron toda una eternidad, Teófilo trató de ordenar sus pensamientos… «¿Cómo me pudo pasar esto?», se preguntó. «¡A mí!, ¡que me siento más vivo que nunca y que estoy sano! ¡Que siempre he tratado de no hacer mal a nadie!… Tal vez es el pago a lo que he sembrado» —reflexionó—.

            Teófilo estaba sentado al borde de la cama, solo. En sus manos sujetaba como si fueran un tesoro sus dos libros favoritos: El Castillo y Crónicas Marcianas, los que había logrado salvar del despojo de su querida biblioteca. Al poco rato, y como quien ha tomado una gran decisión, se puso de pie y comenzó a citar en voz baja las frases del último libro que había leído:

“Más yo sigo caminando solo, como Adán Stein, a través de caminos de tormentos, y, como él, he adquirido una sepultura en mi corazón, y camino hacía allí con paso firme” *…

* El hombre perro de Yoram Kaniuk.


*Miguel González Troncoso, Santiago, Chile, de profesión Orientador Familiar y Mediador. Sus obras publicadas son: “Relatos y cuentos breves”, “Helga de Berlín y otros relatos”, “Cuentos y Relatos”, “El Viaje”,” Los Navegantes”. Sus cuentos y relatos han sido publicados en Suecia, en el Semanario “Liberación”, en algunas Antologías y diversas revistas literarias.

lunes, 1 de septiembre de 2025

“El costo de un suspiro” cuento de Fernando Narváez

 
 ¿Qué es la libertad…? Es el amor. El sentimiento más fuerte que podríamos experimentar como humanos. Es hermoso pero complejo, y nunca entenderemos cómo él te impulsa a ir lo más alto de la cima, y lograr hazañas que nunca pensaste. El mismo que te puede arrojar al borde de la locura. Te enciende las entrañas de pasión pero es capaz de revolvértelas y hasta arrancártelas; así como construye, es experto devastando. El amor te hace libre, te permite casi que volar, pero te hace esclavo de una persona; el amor no es libertad.
 
Tras estar más de ocho meses en coma, al borde de la muerte y ser el blanco de muchas pruebas, se levanta de la camilla Rafael Galindo,  lava su cara, se pone ropa limpia, se acerca a la puerta y mirando al techo da un suspiro largo y profundo esperando alguna respuesta de Dios. Se dispone a salir, camina por los pasillos de aquel hospital donde lo vieron entrar agonizante, médicos y enfermeras lo observan, algunos como una deidad otros como un cadáver caminante. Tras salir después de tanto caminar, se deslumbra de la incertidumbre de las personas, del rostro de esperanzas de algunos, y el desprecio de otros. Un guardia de seguridad lo guía hasta el podio, de la algarabía no logra terminar de contar los micrófonos (su cuenta termina en siete) hasta que voltea a ver a su madre con lágrimas en sus ojos pero con mucha ilusión. Observa cómo toda una cuidad se detuvo sólo para escucharlo — ¿Será acaso un sueño, o aún estoy en coma?  son algunos de los pensamientos que se le vienen a la cabeza, mientras busca desesperadamente aquellos últimos ojos que vio antes de que todo terminara, o más bien empezara.
 
— Mírame a los ojos, por favor, solo te quiero preguntar ¿Qué es la libertad? — Le pregunta Rafael a Isabela Torres quien responde —  Disfrutar, conocer el mar, pasear por cada rincón de mundo — y termina con un poco de ironía, y sarcasmo. Así que Rafael se toma un trago largo de su bebida —  ¿acaso yo no te podría dar todo eso, que tanto anhelas? Ella lo voltea a ver sin importancia y solo le dice —  mira yo estoy para grandes cosas, y no estoy segura que tu algún día me las darás, aun ni siquiera estudias en la universidad tras estos dos años que llevamos de relación — devastado logra esconder sus lágrimas —el día que todos me estén mirando por favor no vengas a mí, porque ya no estaré.
 
Baja lo más rápido que puede de la terraza, pero el baile y el alcohol lo marean cada vez más, hasta que al llegar a la puerta Lucas Mendoza; su gran amigo, lo detiene, le suplica que no se vaya en su  moto, que debería dejarla, pero Rafael alterca y se pone como puede el casco aunque sin asegurárselo, suspira con rabia e impotencia, arranca, va lo más rápido posible para que la velocidad le saque las lágrimas que se guardó, acelera a fondo hasta llegar a los 90km/h, estrecha sus ojos para que terminen de sollozar, los abre solo para ver pasar toda su vida en un instante, mientras que le brota una leve y pacífica sonrisa — Esto es libertad.

Se abren de par en par las puertas de emergencias, entra Rafael casi sin signos vitales, tiene fractura en el cuello lo que compromete su movilidad, corren para salvarle la vida o lo poco que le queda y tras ocho horas en el quirófano, logran estabilizarlo aunque con un daño irreparable en la Vértebra cervical 4, saben que nunca volverá a caminar, y no podrá respirar por sí mismo. Al pie de la habitación está Julia Galindo su madre, quien recibe la noticia con angustia e incertidumbre, pero con un parte de tranquilidad al saber que su hijo está vivo, sin embargo, no volverá a ser él mismo y la necesitará de por vida.

Pasados los días Valentina Paredes una de las enfermeras nota algo extraño, Rafael cada vez respira con más facilidad, le comenta eso al médico Mateo Rojas quien lleva su diagnóstico y seguimiento. El doctor no le presta atención a Valentina, hasta que un día él se sorprende al ver que los dedos del pie de Rafael se movieron, pensó que había sido un reflejo involuntario, pero se dispuso a ver los resultados de varias pruebas y notó una mejoría sorprendente, recordó lo que le mencionó Valentina Paredes, sus glóbulos rojos, se estabilizaron, y cancelaron la donación de sangre tras notar día a día una leve mejoría, y decidido mandó a hacer una prueba de médula espinal. No puede creer lo que reveló el resultado ¡Su vértebra se estaba recuperando! Anonadado, le pide a Julia que le hagan más pruebas y tratamientos, tratan con diferentes patologías, hasta llegar al cáncer y sus sospechas son ciertas, él médico no lo puede creer— Rafael Galindo es la cura del cáncer pero tiene miedo de que el paciente despierte, así que manda a colocarlo en coma inducido para hacerle más pruebas.
Empiezan los preparativos del primer experimento, tras algunas conexiones y transfusiones, el médico disuade a los familiares de Rafael, quienes están atentos al pasar los días de su evolución.
¡Eureka! dijo Arquímedes. Pasados los días se encontró la mejora casi inmediata de una persona internada por cáncer, toda su familia y el paciente estaban completamente agradecidos con este nuevo método experimental.
Funciona, ¡FUNCIONA! — Mateo sabe que es un descubrimiento único, la enfermera Valentina le cuestiona si está bien ocultar esta información sobretodo a la familia de Rafael, pero solo a Mateo sólo le importa traer a su hermano para que sea curado, no obstante, la enfermera le confronta y le obliga a hablar, Mateo le advierte que si el mundo se enterase podría desatar el caos y hasta una guerra, hay gente que estaría dispuesta a pagar muchísimo dinero por salud, pero Valentina le dice que el dinero no lo compra todo.
Así que Valentina le da la revelación a Julia y ella no lo puede creer, pero al ver los resultados llegan a una mutua conclusión: Cuando Rafael se recupere del todo dejará de producir células regeneradoras, así que para que sea la cura del cáncer tendrá que seguir en coma inducido, y de por vida.
— Podrá salvar muchísimas vidas —  le enfatiza Mateo, Julia no sabe qué decir, pero quiere tener a su hijo con vida — ¡Jesús se sacrificó por todos nosotros! —  le grita Mateo.
 Pero esa era su misión.
 — y esta es la de su hijo también, podrá salvar a mi hermano Ernesto.
— ¿y su vida acaso, vale más que la de mi hijo?
— Él no tiene futuro, ni siquiera estudios.
Ofendida, decide exponer al hospital y poner en juicio su ética profesional empezando un trámite legal.
El juez decide que nadie debería decidir por la vida de alguien más, así que dejan de administrarle los medicamentos, y tras un leve tiempo se logra despertar sin ninguna lesión, su vértebra está completamente reparada, casi que como nueva y sus huesos rotos ya están sanos.
Su madre le cuenta todo lo ocurrido, y la importante decisión que debe tomar.
Abatido pide que lo dejen solo, no puede creer lo que le tenían preparado la vida y su destino.
Al apoyarse en la ventana del hospital, observa cómo se están formando tumultos de gente, entre la bulla logra escuchar su nombre, se siente pleno, nunca se había sentido así. No reconoce si es porque le admiran y le alaban, o si por el contrario, suplica morir en vida.
Irrumpe a su habitación la enfermera, y le deja el almuerzo, la observa y le pregunta si es por él que toda esa gente está ahí. Valentina le asegura que algunos lo toman como el nuevo Mesías.
— ¿Tú lo harías? —  le pregunta.
— ¿Qué cosa, salvar a tantas personas?… la verdad es que no, alguien tiene que criar a mi hijo.
— Si eso me temí.
Se retira la enfermera y entra su madre, le dice que no se apresure con tomar una decisión ya que es su vida, e igual vale que la de muchas otras personas.
— ¡Por qué yo, porque a mí, quiero vivir joder! Tengo 21 años, quiero tener una familia, pasear por cada rincón del mundo, disfrutar de la libertad.
Tras estar más de ocho meses en coma, al borde de la muerte y ser el blanco de muchas pruebas, se levanta de la camilla Rafael Galindo,  lava su cara, se pone ropa limpia, se acerca a la puerta y mirando al techo da un suspiro largo y profundo esperando alguna respuesta de Dios. Se dispone a salir, camina por los pasillos de aquel hospital donde lo vieron entrar agonizante, médicos y enfermeras lo observan, algunos como una deidad otros como un cadáver caminante. Tras salir después de tanto caminar, se deslumbra de la incertidumbre de las personas, del rostro de esperanzas de algunos, y el desprecio de otros. Un guardia de seguridad lo guía hasta el podio, de la algarabía no logra terminar de contar los micrófonos (su cuenta termina en siete) hasta que voltea a ver a su madre con lágrimas en sus ojos pero con mucha ilusión. Observa cómo toda una cuidad se detuvo sólo para escucharlo —  ¿Acaso será un sueño, será que aún estoy en coma?  son algunos de los pensamientos que se le vienen a la cabeza mientras busca desesperadamente aquellos últimos ojos que vio, justo antes de que todo terminara, los encuentra y se dispone a dar su discurso.
        ¿Qué es la libertad…? Es el amor. El sentimiento más fuerte que podríamos experimentar como humanos. Es hermoso pero complejo, y nunca entenderemos cómo él te impulsa a ir lo más alto de la cima, y lograr hazañas que nunca pensaste. El mismo que te puede arrojar al borde de la locura. Te enciende las entrañas de pasión pero es capaz de revolvértelas y hasta arrancártelas; así como construye, es experto devastando. El amor te hace libre, te permite casi que volar, pero te hace esclavo de una persona; el amor no es libertad.
Entonces libertad es ser piloto y volar hasta donde quisieras, o libertad es aquel anhelo de ese soldado que perdió las piernas por defender su patria, la libertad es esa lucha por poder, es conocer todos los rincones del mundo sin la preocupación del dinero…Libertad es lo que aquel joven buscó cuando a 90km/h se abalanzó a aquel roble con el fin de acabar con su propia vida, y en este instante le pregunta al mundo ¿Qué es la libertad? ¿Darían su libertad por salvar a la humanidad? Y podríamos cambiar la palabra libertad por vida.
¿Darías tu vida por ser la cura del cáncer?


*Fernando Narváez (1996) El costo de un suspiro escrita por Fernando Narváez narra una historia envolvente y detallada donde muchas personas se ven forzadas a decidir el destino de Rafael.
Cuenta episodios que aprecian la vida y los intereses propios antes que los deseos de los demás, más aún cuando esa vida sólo vale si es importante, útil o interesante. El escritor es también, poeta, esposo y padre, quien se distingue por tener una viva imaginación, insaciable curiosidad y creación de historias interesantes sobre la experiencia humana. Sus relatos a menudo tratan sobre la autoevaluación reflexiva, habilidades, características únicas y tiempo, para hacer finalmente un cuestionamiento profundo.

jueves, 28 de agosto de 2025

"Herencia" cuento de Alberto Gómez

_¿Hasta cuándo tendremos que esperar?, ¿Acaso no se piensa morir?

_Tranquilo Papá, ten paciencia.

_Hijo, si seguimos así nunca vamos a recibir lo que nos corresponde por derecho, algo debemos hacer o nunca heredaremos su fortuna.

_El abuelo no va a vivir eternamente, aunque eso es lo que parece. Ya está viejo, es cuestión de tiempo.

_O hacemos algo o nos quedamos sin dinero…

_Papá, te dije que te tranquilizaras, ya estoy tomando cartas en el asunto.

_¡Pero qué dices!, ¿Acaso lo irás a matar?

_Claro que no, bueno al menos no directamente.

_Por Dios explícate.

_Te cuento: visto que hemos esperado por años y el abuelo nada que muere, decidí, suministrarle el llamado "polvo de la herencia", ¿Sabes qué es?

_Pero que tonterías dices, ¿Qué diablos es eso?

_Es arsénico, y ese eufemismo se usaba en otra época, cuando era necesario acelerar la muerte del patriarca familiar para poder heredarlo.

_¿Alguien más sabe de esto?

_Todos en la familia, o ¿acaso crees qué somos los únicos desesperados? Mis tías y mis primos están tan ansiosos como nosotros.

_Pero te vas a meter en problemas.

_En lo absoluto, no deja rastros, es inoloro e insaboro, además se lo he estado dando en todo lo que bebe desde hace un par de semanas, y el muy tonto no se ha dado cuenta.

_¿Acaso no has notado que últimamente está más débil, su semblante está más pálido y se nota más cansado?

_No te has dado cuenta que su piel muestra signos de estar enfermando, pues ya falta menos.

_Si, tienes razón, pero ¿Cuánto tiempo le queda antes de, tú sabes, dejarnos su herencia?

_Es difícil saberlo, pero la semana próxima es su cumpleaños número 80, y el muy tonto quiere hacer una fiesta "en familia" para compartir con todos.

_Si supiera como lo detestan.

_Ese día le daré una dosis más fuerte y diremos que la emoción de su cumpleaños lo acabó, y listo, problema resuelto.

Pasada una semana todos asistieron al cumpleaños del abuelo, este se veía muy débil y tenía que caminar ayudado, se sentó a la cabecera de la mesa.

Su nieto se levantó y pidió a todos levantar sus copas en un brindis por la salud del abuelo a viva voz dijo:

_Brindemos por la salud del abuelo y porque viva muchos años más.—Sin ningún reparo, dibujó un gesto de malicia en su cara que todos aprobaron en silencio.

El pobre anciano no tenía fuerzas para levantar su copa... O al menos, era lo que todos pensaban.

De repente los asistentes comenzaron a sentirse mal, mareos, náuseas, fuertes dolores estomacales, algunos comenzaron a vomitar sangre.

En ese momento el anciano se levantó, mostrando una vitalidad que no se le veía en años, tiró su copa al suelo y a una señal suya se le sirvió vino de otra botella.

_Gracias a todos por venir y por sus buenos deseos. ¡Feliz y dolorosa muerte!

Fin

*Alberto Gómez (44 años) es un escritor venezolano radicado en Ecuador. Ingeniero de profesión y lector apasionado, encuentra en la escritura un espacio de expresión y creatividad. Escribe por afición, movido por el placer de contar historias y explorar ideas a través de las palabras.

jueves, 7 de agosto de 2025

"Las palabras son un susurro" microcuentos de Miguel Contreras


El Pegasus de Madera

Era el fin de semana, el día que más esperaba María. Encontró un balancín de madera, un caballo negro con arneses blancos y una silla amarilla. Acariciándolo, gritó: “¡Papá, he encontrado a Pegasus!” Corrió al jardín, sonriendo: “Pegasus ha vuelto a casa”.


Sueños Mágicos

Antonio, siempre triste, trabajaba sin descanso, alejándose de su familia. Sus jefes gritaban y su pago menguaba, llenándolo de desánimo. Un día, su hija le reclamó: “¡Ya no estás en casa!”. Él, roto, lloró al cielo: “Devuélveme a mi familia”. Las lágrimas nunca se olvidaron.


Las palabras son un susurro

José, siempre amable y servicial, ocultaba envidias y tristeza. Creció y su bondad se tornó en rencor. Un día, recibió una escultura que, al romperse, renació en oscuridad. José, lleno de dolor, comenzó a desaparecer a la gente. Ahora, el pueblo vive con miedo, temiendo su regreso.


El Hombre Agua

Una joven, tras perder su casa por el Hombre Agua, lo confrontó. Él le dio una Tela Roja mágica, pero el posadero la robó. Regresó al Hombre Agua, quien le dio un Tótem. Este la protegió, recuperando sus objetos. Desde entonces, vivieron felices, gracias al Hombre Agua.


*Miguel Contreras. Graduado con honores en UNEARTE, como Licenciado en Artes Plásticas, Mención: Escultura (2015), su tesis: Subversión de la Escultura Fantástica, recibió la Mención de honor publicación. Paralelamente curso estudios de Enfermería, graduándose como T.S.U en Enfermería. Adicionalmente curso estudios de posgrado en: Dirección de Arte, Guion Cinematográfico, Cinematografía, y Diseño de Producción.

lunes, 21 de julio de 2025

"El peso de la memoria" relato de Mónica Cabrera López

Una interminable consecución de listones de maderas serpenteaba y se perdía en el horizonte. 

El parque nacional de los Everglade estaba pronto a cerrar por el día. Entonces llegaste tu, Hana, cuando solo disponías de una hora y media para recorrerlo.  Te fijaste que no había nadie esperando en la casilla de venta de entradas, ni tampoco sobre el sendero que se divisaba a no mas de cien metros. 

Con tu tiquete en mano, te dirigiste con determinación y con una curiosidad casi infantil hacia el camino. 

El sonido de la naturaleza lo inundaba todo, percibías al unísono el croar de las ranas, el aleteo de las garzas, el canto de las aves, el sonido de los tallos quebrándose por el deslizar de criaturas que tu no llegabas a distinguir. 

Te volviste a preguntar por enésima vez, que impulso absurdo te había empujado a tomar esa decisión. No te referías a “esta” decisión, a la de internarte en el parque, habitado por animales y alimañas desconocidos, donde el calor, la humedad y el enjambre de mosquitos te estaban atormentando, sino a la decisión de abandonar tu Fairbanks natal y trasladarte al extremo sur del país, en busca de un cambio drástico de vida. 

Ahora no estas tan segura de la elección. Meses atrás renunciaste a tu trabajo, vendiste la casa materna y subastaste hasta el ultimo mueble. Solo te aferraste a tu vieja camioneta Ford Expedition, donde cargaste descuidadamente, seis cajas con libros, otra con fotos y recuerdos y dos maletas viejas con ropa y zapatos. 

No te animaste a despedirte de nadie, tenias la certeza que las fuerzas te flaquearían si debías mirar a los ojos a tus amigos, que los abrazos de ellos te retendrían en ese lugar por siempre.  

Por eso, ingresaste automáticamente la ciudad de Homestead en Waze y  emprendiste la marcha sin mirar atrás. Un largo viaje, que te tomaría mas de doce días en completar,  donde cruzarías cuatro estados Canadienses y nueve en territorio americano.  

Con veintisiete años y una licenciatura en literatura te abriste camino a lo desconocido.  

Aunque tu madre te había dado la libertar de escoger la carrera, hay momentos en que no te sientes segura de haber elegido bien; por esa razón no te fue difícil renunciar al puesto de profesora en Hutchison High School. 

En Alaska quedaron todos los recuerdos y las vivencias de mas de dos décadas de existencia. Una sucesión de eventos que tu no sabría como encasillarlos, porque siempre van mezclados de instantes felices, adversos, dichosos, rutinarios, decepcionantes.  

Se agolpan en tu mente los recuerdo del año anterior y te vuelves a conmover, han estado signado por la tristeza y la desilusión. Estas segura que todo eso ha conspirado para que los veintiséis años  vividos en Alaska, se diluyeran como lagrimas en el mar. Ese ha sido el motivo que te ha hecho huir, que te ha creado una necesidad apremiante de alejarte, de ver el mundo, de hacer cosas nuevas; te sentía lo suficientemente libre y  fuerte para comenzar de nuevo. 

Ahora caminas lentamente, con la cabeza llena de recuerdos y el corazón apretado por la incertidumbre. Ante tus ojos se abre la vasta extensión del pantano. El color indefinido del agua turbia permanece prácticamente oculta bajo la interminable propagación de juncos, donde solo interrumpe la monotonía del paisaje algunos arboles cipreses. 

El camino de madera es sinuoso y se elevaba a unos dos metros sobre el nivel del suelo. El cielo azul prístino resplandece por el brillo intenso del sol. Un olor acre producto del agua estancada y la putrefacción de la vegetación acuática inunda tus sentidos.  

Espantas fastidiada los mosquitos que te persiguen sin piedad y retienes el aire por unos segundos. Lamentas haberte vestido en forma tan inadecuada para la ocasión. Esa musculosa corta de algodón que solo cubre tu busto poco desarrollado y ese short de jean dejan tus piernas largas, exponen por completo tu cuerpo a la tentación de los insectos.  

El calor es, sin lugar a dudas, lo que mas detestas de este nuevo destino. Sientes que aún completamente desnuda el sudor te cubre entera. Tu primera semana en Homestead, Florida, te ha parecido insoportable y la has catalogado como surrealista. Todo te ha resultado ajeno, el ingles ha sido desplazado por el español, las personas visten con tantos colores y los olores de platos de comida son tan distintos a los que estabas acostumbrada. 

Aunque no te fue difícil encontrar un pequeño apartamento para alquilar, una vez dentro, no te has tomado el tiempo de abrir ninguna de las cajas. Hasta las maletas han permanecido sin deshacer, tu excusa es que la ropa mas liviana que habías empacado no es lo suficientemente ligera y por esa razón has salido a comprar mas prendas de vestir.  

Te has tomado el tiempo de recorrer las calles de la ciudad y el área suburbana, dedicada a la actividad agrícola, pero lo has hecho con desgano. Con esa misma actitud comenzaste a buscar trabajo, por eso te ha sorprendido la facilidad y la rapidez con que lo haz logrado.  Sin embargo, y a pesar de tener resuelto lo de la vivienda y lo del trabajo, continuas sin desempacar la mudanza Hana. 

Muy a menudo sientes impulsos de volver a cargar la camioneta y huir, como lo hiciste hace un mes atrás de Fairbank. Se también, que no quieres regresar a Alaska, sino continuar recorriendo el país, quizás hacia el oeste, que estas buscando “tu” lugar. 

De pronto, un sonido fuerte, desgarrador, desconocido te desconecta abruptamente de tus pensamientos, te hacen regresar en mente y cuerpo al sendero de madera. A tu derecha, dos caimanes están disputándose el cuerpo inerte de una pobre garza blanca, desmembrado su cuerpo sin piedad.  

Horrorizada desvías la mirada, te aterra observar esa escena. Te detienes en seco en medio del sendero. Una tristeza infinita te invade por entera, un dolor intenso se instala en tu pecho, experimentas pena incontenible por la garza, por tu madre, que ha muerto nueve meses atrás víctima de un cáncer atroz, por tu novio que te ha abandonado sin explicación cuando todo se derrumbaba a tus pies. Sientes pena por ti, Hana, porque te encuentras en el medio de la nada, comida por los insectos y achicharrada por el calor abrazador del sol. 

Te desplomas sobre las tablas de madera y  abrazando fuertemente tus piernas con los brazos, hecha un ovillo, te hechas a llorar. Lloras Hana, lloras por todo lo que no has llorado lo suficiente, lloras por tu amada madre muerta, por el miedo atroz al futuro incierto, por la garza blanca…Lloras Hana, por que en este instante sientes envidia la suerte de tu madre, sientes envidia de la garza blanca. 


*Mónica Cabrera López nació en Montevideo, Uruguay, un día de invierno de 1966. Estudió leyes y, casi simultáneamente, Administración de Empresas. Abandonó las leyes porque no eran el tipo de letras que la motivaban, y decidió perseguir los números. Actualmente vive en San Antonio, Texas, pero la fortuna la ha llevado a residir en diferentes países de América Latina y el Caribe. Hace dos años publicó su primer libro, titulado La vida en un Cuento, el cual se puede encontrar en Amazon.

viernes, 18 de julio de 2025

"Balada del Pato blues" cuento de Esteban Hincapié Barrera

 
Pato paseaba con sus plumas percudidas y su sonrisa gastada... Tararea y tararea por la avenida. Entumbao… Early one mornin' while makin' the rounds… I… Blues… De calle a calle nadando con una guitarra invisible en severo firmamento de lentes oscuros buscando a Johnny Cash.
“Un día podríamos ser grandes bandidos", dijo uno. Pato, Mono, Jirafa y Panda parchaban a menudo, justo cuando el estómago se abría después de las cobijas. Se procuran encuentro para lograr el lunch. Un soplidito por las ñatas entre calle y calle. Snif snif, qué hubo parce. Blaze of Glorie.
-Qué hubo mi perro, took a shot of cocaine and shot my woman down… qué hubo mi pana. Snif. Snif, Ok, Snif. OK. Y… Chao, nos pillamos, nos vemos. I went right home and I went to bed…
 
El torrente de bestias y asfalto encorbatados servía de telón para Pato y sus secuaces.
Marmotas, tortugas agotadas entre lentes y mantis embaladas por el contenido de sus portafolios… Y.. un desliz de mano… OK…, una billeterita, Jmm… Una cadenita o un GX2026…
Entre tarjeta y tarjeticas, billeticos y fierros, o fierritos y olor, dizque de acero, you could me mind, merd, de nuevo. Todo y… Todos en foticos y relojes de imitación barata -Chanfle-, la baraja, la bajada y la décima. Vender la merca, la negociación con el Topo y sus gafas redondas. “Puto judío el Topo, siempre nos da por la cabeza”. Billeticos pal Pato, una polita con la Gata y… pata, agarre por la 19, otra vez con tumbao de blues: Early one mornin' while makin' the rounds…
8 p.m. sinf, snif, nuevamente snif, snif. Un poco de Rock and Roll y otra polita con el caballo, un cartoncito para los colores de la noche, gaticas y raticas de boquitas pintadas. Otra polita, un puñalito pa’ la fortuna; cero chichiguas. tin, tin, tin una que otra punteadita y bajar a la L, pal surunguito.
 
Las mañanas de Pato nunca iniciaban antes de las 3 p.m. Pescadito donde la morsa en Las Nieves, la primera polita del día y de nuevo con el Mono, tintico; con Jirafa, empanadita; otra vueltica abajo y Panda otra vez snif snif.
 
Garza Santo Domingo no entraba al centro. Downtwon. Ese día, el único que Pato habría de levantarse temprano: 11 a.m., de manera generosa, a comprarle artesanías y baretica a Chiva, ese día el esplendor de un rocío acompañaba el sol de la mañana celebrando el crecimiento de las montañas… Un ploncito del sol en la cabeza: ¿Afelio y Perihelio?, canciones dictadas por el movimiento antes de la pizza robada del viernes.
Una caminadita a ritmo de Riders on the storm… Riders on the storm… Into this house we’re born… Y como si el aliento de Jim les bautizara: Garza Santo Domingo y Pato, cruzaron la primera mirada tras los forillos del mercado artesanal. Afelio y Perihelio. Una geometría entre sus miradas se avisó cruzada entre sus labios. Pato y la dulzura de su boca rodeó el mundo. Solo al sol en su distancia le pareció detener las pupilas en frente del palpitar de sus venas en el cuello.
Se desaparecieron de vista por musicales decenas de segundos.
Entre toldos y cabezas ojeadas el blues permanecía sosteniendo el amor entre la humedad de dos miradas. Jmm.
Hasta la 1 p.m.
 
De nuevo, hasta la lluvia, bajo el vestíbulo del Gaitán sus miradas aletearon otra vez.
Pato sonríe con seguridad casi matrimonial.
Ella, aún sacudiendo las goteras de su Gabbana y del Benetton en su mano, le corresponde. Otra sonrisa. El tiempo no conoce las gotas de lluvia en el centro de la ciudad, tampoco el aliento a basuco, tampoco el Rock and Roll, tampoco la morcilla, ni la cerveza en botella, pero la mirada blusera de Pato y los pasos mordidos de Garza les transportan a salones de baile de todos los tiempos. I'm a get up soon in the mornin'… I believe I'll dust my broom… I'm lovin'…
El riachuelo que surca el minúsculo acantilado de asfalto frente al Teatro Gaitán, se vuelve un río torrencial de 50 centímetros. Todos podríamos navegar en minúsculas góndolas venecianas para acompañar el amor. Para Pato, los alcantarillados de infancia más felices; para Garza Santo Domingo la primera vez que ve el agua correr con el mágico olor a suciedad continental.
Pato salta en este con rebeldía y dicha. Se acerca mientras se peina con su mano perfumada de bareta.
Pato y Garza. Cosmos, creación, Afelio y Perihelio… Son uno a través de miradas y gestos. La limusina salpica los zapatos. Un pingüino enorme se baja del carro, le abre la puerta a Garza dejando una mueca de adiós. Pato se enfrenta a un reto de miradas con Pingüino para tomar la manija y abrirle la puerta a Garza. Ella sonríe y sus ojos brillan. Casi se puede ver las gotas de lluvia en la mirada, como si en un momento, Grrr, le fuese, grrr… y el amor está.
En un paso largo, mientras se toman las alas y él le apoya, recorren un océano transatlántico en una mirada; tiempos sin tiempo. Snif, snif, surunguito, empanada o polita no importan por breves segundos. Las uñas de las patas de Garza, delicadamente pintadas, no se salpican con el torrente. I'll quit the best gal, I'm lovin'… Susurra: “Renuncié a la mejor chica que amo”. El torrencial río bajo sus pies está lejano y parecen suspenderse mientras se sostienen una mano a la otra.
Ella entra, se cierra la puerta y por primera vez en mucho tiempo Pato siente una despedida a través de algo parecido a un no sé qué. Las gotas no cesan y el río vuelve a ser caca de ciudad.
El imponente Cadillac se aleja y como último adiós la ventana se abre anunciando una cabeza que nunca se asoma.
“No volveré a madrugar”, susurra él. Camina y canta con las manos en los bolsillos: “Yes I saw you were blinded and I knew I had won… Good bye my lover”. 


*Esteban Hincapié Barrera. Bogotá, 1974. Cursó la carrera de Estudios Literarios en la UNAL. Director y fundador de Editorial Babilonia. Creó el curso Introducción a la Edición Literaria en la Universidad de los Andes. En Editorial Babilonia ha publicado autores y obras como: Opio en las nubes, de Rafael Chaparro Madiedo; Un beso de Dick, de Fernando Molano y Cuando te vi caer, de Sebastián Basualdo, entre otros. Es cofundador de la revista de cuento ACEITEDEPERRO. Profesor ocasional de la Maestría en Escrituras Creativas de la UNAL, de la materia Procesos Editoriales. Algunos de sus cuentos y crónicas han sido publicados en la revista Fenix, Letralia Tierra de Letras, Quira medios, revista DC, Abisinia review, ALTER VOX, Puesto de Combate y algunas antologías de cuentos. En 2024 obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la Casa de Poesía Silva: “Escuchando la naturaleza”.

viernes, 27 de junio de 2025

"Nunca dijeron adiós" relatos de Miriam Rodriguez Roa

Era el principio del siglo XX.  

Y en un lugar donde el llano se pierde en el horizonte, Julio Rogé se dedicaba a comprar, almacenar y vender los cereales producidos por los agricultores de la región. Negociaba precios con los productores y los compradores y transportaba los granos a los puertos. 

Su integridad y su ética lo habían hecho merecedor del respeto tanto de unos como de otros. 

Por su posición social, económica y la preparación académica, se podía decir que era un privilegiado. Pero la humildad y generosidad que lo caracterizaban habían hecho que don Rogé, como lo llamaban, gozara de alta estima entre todos. 

Esta manera de actuar, sin dejarse influir por las presiones, ubicado y cercano, le permitió amoldarse cuando le tocaron las mal dadas.  

Las fluctuaciones del mercado y los extensos períodos de sequía que afectaron la calidad y cantidad de la cosecha lo obligaron a andar y cambiar de campos. Terrenos que fueron disminuyendo en hectáreas y producción conforme pasaba el tiempo.  

Cada mudanza suponía un nuevo duelo. Pero le enseñaron a valorar lo que tenía, a soltar y abrirse a nuevas posibilidades. Y esto mismo supo transmitírselo a sus pequeños hijos. Quienes crecieron sabiendo aceptar las pérdidas, entendiendo que las despedidas no son el final, sino el principio de algo nuevo. 

Su inquebrantable carácter, la rectitud y nobleza de sus actos, el no quedarse atrapado en el pasado, no hacer gala de este ni negar la realidad, le valieron a él y su familia, ser muy bien recibidos allí donde fueran. 

Alba era la más pequeña de sus niñas. Nadie podía siquiera suponer que Julio no amaba a todos sus hijos por igual. Pero, sin dudas, ella era su ojito derecho. De cabellos dorados, casi etérea y con una profunda mirada teñida de color verde intenso, era un calco de su madre, pero su andar y proceder eran los de su padre. Dejarla hablar era dar por hecho que bien podría llamarse Julia. 

La pequeña Rogé, lo admiraba y él no podía disimular su debilidad por ella, por eso no perdían ocasión para estar juntos. 

Se camuflaba entre el trigal, hasta encontrar a su papá y quedarse acompañándolo mientras trabajaba. 

Muchas veces, sin importarle el roce áspero de la arpillera contra su piel, trepaba por las bolsas repletas de granos mientras él las apilaba, y le encantaba correr tras las carretas que las llevaban hasta los furgones del tren.  

Y por las noches, se escapaba de su cama y se acercaba sigilosamente hasta la sala, para verlo leer o escribir esas largas cartas que nunca supo muy bien a quien enviaba. Le fascinaba esa tenue llama de la lámpara, que parecía encerrar en un cono luminoso y casi mágico, esos instantes que no quería olvidar. 

Como en un soplo de suave brisa, casi sin pensarlo, Alba dejó de ser niña. 

Las charlas entre padre e hija eran interminables y las discusiones las hacían más que interesantes. Ambos pensaban igual, pero llevaban sus opiniones por distintos carriles, para terminar, siempre coincidiendo en la conclusión y riendo de sus propios intercambios de palabras. 

Ya no escalaba sacos. Ahora prefería subirse a un par de tacones y vestir de seda para acudir a los bailes del pueblo.  

Y en una de esas reuniones conoció a un joven que logró que Alba ya no tuviera tan presente a su padre.  

Los dos tenían la misma edad. Primero fue amistad, luego noviazgo formal. Y fue entonces cuando, con la promesa de volver a buscarla, él decidió marcharse a la gran ciudad en busca de un futuro mejor.  

Ahora era Julio, quien se asomaba por las noches, para verla escribir, él si sabía a quien iban dirigidas esas cartas. Y también conocía el remitente de las que ella leía una y otra vez. El temor de ver sufrir a su hija lo llevó a desalentarla sumando fichas de que distancia y amores nunca prosperan. 

No alejó a su hija, el vínculo entre ellos era indestructible, pero consiguió quebrar el idilio que existía. 

Alba escuchaba cada palabra con dolor, pero se aferraba firmemente a la ilusión. Y no se equivocaba. El dueño de su corazón regresó a cumplir su promesa. 

Los tiempos de acopiador habían terminado. El “don Rogé” seguía sonando fuerte, pero ya se sentía cansado. Sus hijos estaban grandes y lo iban necesitando menos. 

Mientras la casa se alborotaba al ritmo de la boda, él se retraía. Leía mucho, sentía más. Le daba paz ver tan feliz a Alba, pero, por otro lado, no soportaba la idea de que se fuera tan lejos. Presentía que se quedaba sin tiempo para disfrutar a su hija.  

La vio vestida de novia, se emocionó como nunca lo había hecho y después del brindis se retiró a la francesa. 

Cuando los novios se fueron nadie lo vio. La madre la abrazó intensamente y los hermanos los acompañaron a la estación. 

En el andén hubo bullicio, risas nerviosas, besos y más abrazos. 

El tren se fue alejando y Alba, asomada por la ventanilla, con los ojos cada vez más húmedos, entre las figuras cada vez más pequeñas de los familiares, busco la de su padre, pero nunca la encontró.  

Y en ese mismo momento, en la penumbra de su habitación cerrada, Julio lloraba desconsoladamente. El hombre que todo lo había soportado no pudo gestionar esta despedida y supo que ya quedaba muy poco tiempo. 

Alba regresaba cada verano, pero los días parecían no ser suficientes. 

Julio se durmió para siempre el sexto otoño después de la boda.  

Alba Rogé comprendió como nunca lo que su padre le había enseñado. Hay que llorar lo que se fue, pero también sonreír por lo que queda. 

A ella le quedaba el infinito y eterno amor, la bendición de haber tenido el mejor de los padres. 

Tal vez fueron alas de un mismo ángel, por eso nunca se dijeron adiós. 


*Miriam Susana Rodríguez, argentina, es auxiliar psicoterapéutica y se dedica a facilitar procesos de labor y arteterapia. Ha desarrollado su trabajo en hogares de ancianos, talleres protegidos y consultorios de rehabilitación. Actualmente, su labor se centra en el ámbito educativo, donde realiza talleres artístico-literarios en el nivel inicial. Desde siempre le ha gustado escribir. En los últimos años ha publicado en blogs y revistas literarias. Su relato Guarda la lumbre a tu lado forma parte de El arte de ser: Mujer, arte y discapacidad, una obra literaria que reúne textos y obras pictóricas de mujeres de Cuba, Ecuador, México y Argentina.