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martes, 17 de noviembre de 2020

"Cardos" Poemas de Mario Angel Quintero

Foto: Berta Nelly Arboleda Ruíz
Foto: Berta Nelly Arboleda Ruíz


Cardos

Mario Angel Quintero


Cada poema se eriza, se aguza y se enzarza en sus sonoridades, su sintaxis discontinua y por momentos intencionalmente dislocada. Sin embargo, tras sus pliegues no se resguarda más que la propia vida, el mundo cotidiano del poeta desde el que se fija un decir particular, en el que a su vez se recoge, oído atento, las distintas maneras, modos, derivaciones del habla, y donde se cuenta y se revela también, nuestro propio mundo, nuestra incertidumbre, nuestro dolor, nuestro goce, nuestro morir continuo.

--Pedro Arturo Estrada 


Ilustración: Francisco Restrepo


Como ondulas, cielo anemona,

palpitante en el sendero de luz.

Mancha de color, que respiras por mí.

Te alimentas del zumbido de dios.


El sol golpea la curva celeste, 

así suena lo alado y frágil. 

Soy el hombre que metió su cabeza

entre la boca de un azulejo.



Uno se muere

o se queda para ver

a los demás morir. 

El amanecer es soberano

sobre su trono, un gallinazo

que sube a brincos por la calle

hacia lo desechado.


La voz de las flores dice ya, aquí,

el gesto es solo abrir así,

para desvestirme de caricias

y extinguirme sobre esta luz que cae.



Un avión a propulsión a chorro

sobrevuela una olla atómica.

¿Una cosa qué 

tiene que ver con otra?

Nada de nada. 

El mundo se enchufa,

y la nostalgia se eleva 

solo con acpm.

Así son los momentos.

Todo va junto

simplemente

porque ahí está.

Como árboles

de chupetes,

o leche caliente

con azúcar.



Mis amigos me ven

y levantan los brazos.

No sé sí es un saludo, 

o para que no me acerque. 

Los veo cansados, 

pero como si ya hubieran

cumplido con alguna promesa. 

Antes de que yo pueda

responder a su gesto, 

los tapa el humo

de un inmenso 

tornado de fuego.



Vivir de día, 

morir de noche.

El resplandor 

nace en la oscuridad. 

Lo sobre-expuesto

se revela

como un recuerdo, 

como el sabor

a mamoncillo.

Soñar diluye

los pasos mismos

de vivir, el alfabeto

de contacto ya

casi sin consonantes. 

Un aullido borroso

es todo lo que queda

de la risa desprevenida

que ofreció la muchacha

del vestido rojo esa tarde

de verano del setenta. 


Ilustración: Francisco Restrepo


*Hijo de padres colombianos, George Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California, donde vive sus primeros treinta años. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Como George Angel, publica poemas, prosas y ensayos en revistas literarias estadounidenses y canadienses; también publica los libros en inglés: Globo (1996), The Fifth Season (1996), y On the Voice (2016). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde, bajo el nombre Mario Angel Quintero, publica los libros de poesía Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009), Keselazboga (2014), Mapa de las palabras (2014), la materialidad (2020), Cardos (2020), y los libros de dramaturgia Cómo morir en un solar ajeno (2009), La sabiduría de los limones (2013), y Calamidad Doméstica (2016). Porciones de su obra han sido traducidas al macedonio, portugués, sueco, croata, búlgaro, francés, italiano, albanés y árabe. Este año, se publica en Italia un libro de traducciones de sus poemas al italiano, Diventa l’albero (Samuele Editores, 2020), y en Croacia un libro de traducciones de sus poemas al Croata, Moje svjetlo i druge pjesme (Druga priča, 2020), y en árabe la traducción de su novela corta, Aqrab (Dar Al-Rafidain, 2020).


lunes, 16 de noviembre de 2020

"Aporía de la imagen del mundo difuminada" Ensayo de Raúl Adrián Huerta Rodríguez


       No han sido demasiados los tripudios entre Helios y Selene desde que Astron Orbis dejara de irradiar su majestuoso señorío sobre todas las substancias. El historema del más vetusto wístōr, el prístino testigo de la sabiduría narrada hacia delante mirando atrás, registra el linaje inicial de su regencia en el Antiguo Lithos hace más de tres centenas de millares de danzas helioselénicas, antes de que Sphairedón le sucediera como excelso soberano de la actual Aera Aetherum. Recientemente los scientisti computaron su génesis en más de dos y medio millones de añadas, por lo que la Aera Facierum –la época de los rostros, la techne y las marcas sólidas– que compendia la temporalidad de su vida regia en los ritmos dialécticos de los astros vespertinos y noctámbulos, podría ser mucho más arcaica de lo originariamente relatado. 


El tesoro sapiensal contenedor de riquezas geométricas, estéticas fractales y quantums para la glorificación de toda divina grandeza y emancipación del estado bestial de los simios erguidos, fue la donación que Astron Orbis hizo a la primitiva especie bípeda y, al mismo tiempo, su transgresión a la ordenación divina. Concretamente, este don permitió la aparición de los extraordinarios alarifes, individuos privilegiados que gozaron de su más alta simpatía y estima al concedérseles los excelsos dones de creación para que erigieran las más hermosas obras en su honor, algunas de las cuales todavía pueden contemplarse a través de sus ruinas. 


Ellos, los favorecidos y bienquistos por el gran soberano, fueron quienes plasmaron sus semblantes faciales en rocas y metales brillantes por la vanidad exaltada desde sus privilegios recibidos, aunque no dejaban de ser emulaciones para eludir su naturaleza bestial y justificar su aproximación a las formas superiores que tanto admiraban, a sabiendas de que tanto ellos mismos como sus acciones, en última instancia, simplemente fuesen simulacros, fantasías y vacuidades de imposible perfección total y un ardid avivado con el consecuente autoengaño de su tergiversación intelectual entre lo perdurable y lo eterno. 


La cristalización áurea y argenta de sus rostros petrificados expresaba los reclamos de dignidad y nobleza que atribuían a sus creaciones y hazañas, aunque en tiempos contemporáneos ello sólo evidencia la memoria que se ha vuelto leyenda, historia y tradición trascendental: lo más cercano e insuficiente de la inmortalidad a la que su imperfección orgullosa de bestias podría aspirar. La gracia y los dones concedidos por Astron Orbis para que los alarifes pudieran transformar la naturaleza y ofrendarle sus producciones como belesas, no bastaban para que los animalescos adalides de una especie que únicamente podía afirmarse en su propia imperfección, participaran junto a él en el sempiterno banquete de los dioses. Con resignación, tuvieron que satisfacer su apetito de eternidad sustituyéndolo con la perennidad de sus rostros y de sus epopeyas que labraron y acuñaron en los mismos esplendorosos materiales con los que antes glorificaban al gran soberano. Gradualmente, la constante y obcecada observación de la ilusión producida por sus ególatras reflejos hizo que olvidaran de dónde provenían esas capacidades de las que tanto se jactaban hasta que, finalmente, no quedaron recuerdos de su relación con los seres divinos, quienes también abandonaron a que aquellas zafias bestias mortales embriagadas de amnesia. Fue entonces que osaron equiparar su insignificante fama de seres efímeros y gnosis limitada con la gloria eterna que es privilegio exclusivo de los dioses.


Sus rostros pétreos desarraigados de los prados elíseos y las proyecciones eidéticas materializadas por los lomos sanguinolentos de la esclavitud, formaron la imagen de Mundus, pero no como forma contenedora de lo que es, sino más bien como confín por conquistar, desafío en forma de infantil berrinche que lo único que busca en el fondo no es más que la dádiva de un seno. El nous se transfiguró en sapientia y las zafias bestias, al no encontrar respuesta alguna a sus lloriqueos imberbes, avivaron su insolencia en una autodenotación de superioridad divinal. La techne fue entronada como differentia essentialis respecto a las demás entidades carentes de logos y como el medio supremo para arribar a los estratos sublimes del pantheon. Con su soberbia  ofuscación técnica, las bestias bípedas desarraigaron aún más lo que antaño fue un hermoso hen panta tejido por Moirai, hasta que finalmente sólo quedó dentro de ellos una recelosa apetencia de conquista. Sin un reflejo cósmico liminal, dispusieron su enérgica arrogancia a la tecnificación autopoiética con la que acometieron el último gran sacrificio: el teocidio de Astron Orbis. Así terminaba el reinado de un dios asesinado a manos de los que fueron en algún momento sus seres favoritos e iniciaron los tiempos tiránicos de Sphairedón en la Aera Aetherum: la época de la imagen del mundo, del imperio tecnogeométrico y del lenguaje aritmético que silenciaron a las lenguas vernáculas, los últimos portales a las Pléyades, con una tiranía binaria que dinamizaba un progresivo difuminado de los límites que anteriormente diferenciaban a las esferas de existencia, cuya catastrófica expresión fue la ampliación de la guerra a la totalidad de lo real. La resultante sería una mayor frecuencia de beligerancias en las zonas liminales que se expansían, lugares de umbralidad y de indiferenciación que devinieron en una situación de excepcionalidad donde ya no era posible distinguir entre amigo y enemigo, guerra y paz, justo e injusto, legítimo e ilegítimo, orden y caos. Este fenómeno de nihilismo implantó un estado de excepción generalizado, lo que podría denominarse como el proceso de difuminado de la imagen del mundo en el que se develaría la ilusión del ser y el desocultamiento de su verdad: que en el fondo es nada. Pero el excedente de irrestricción liminal que se transfiguró en excepcionalismo, ambigüedad e indiferencia, no impidió que el ser abandonara completamente su fantasía de sustancia. Aferrándose a los vestigios etéreos de su haber sido que se desmoronaba a cada instante por belicosidad, así como a los escombros de sus convicciones, a los residuos de la violencia que deja su andar y en los que miraba el espejismo de su propio reflejo vacío que lo confrontaba con su verdad, le confirmaba que, aun así, había sido, sin importar que se tratara de una ilusión dada por las artificiosas imágenes con las que se daba su sentido tras la huida de los dioses. El problema de permanecer demasiado en los umbrales de indiferencia y excepcionalidad es el riesgo de llegar a un punto de no retorno, que se desmorone la apariencia y que los pedazos desprendidos revelen que más bien son los fragmentos de una máscara que encubre la verdad del rostro, o sea, que carece de tal en tanto que es nada. Por más que lo intente, el ser no puede evitar que en algún momento se muestre la verdad que oculta; pero mientras pueda, seguirá rechazando su esencial condición de nihil. Para ello, tiene que restituir su enmascaramiento con los trozos desprendidos de su imagen, si es que en su caída no se pulverizaron o se entremezclaron con las ruinas que va dejando su andar y, por tanto, ya no sea posible recuperarlos. 


Negar el terror de ser-nada implica autoafirmar su ser como un “todavía algo” que construye con las ruinas de la historia y los jirones de sus sueños. El ser lucha por no dejar de ser, por mantener su ilusión; prefiere ser lo que sea que ser simplemente nada, da igual que se trate de una ficción de lo que fue o una utopía por venir. La reacción inmediata ante el terror de ser-nada es un despliegue defensivo para la recuperación de aquellos fragmentos y un repliegue para restablecer su imagen a través de su aglutinación, para recrear una máscara cuya apariencia ya no puede exhibir la figura que antes tuvo. Ni siquiera el reconocimiento a través de la otredad es condición de posibilidad para ser-algo, pues no es más que quimera duplicada, espejeo del binomio procesual de identificación y diferenciación que cuadriplica el ficto de la negación a ser-nada. La autoimposición identitaria del ser, la portación del simulacro de una imagen maltrecha, es una fútil reacción para sosegarlo y eludir momentáneamente el terror que le ha producido el desfondamiento del mundo y su develamiento al transitar por las zonas liminales. 


La enajenación del ser, su terror a la nada enmascarada con escombros, entraña el peligro de devenir un Estado-guerra. La peligrosidad del éxtasis con el que el ser se arroja fuera de sí para autoafirmarse a partir de los restos del mundo y las ruinas de su imagen, radica en la posibilidad extrema de generalizar la violencia excepcional, una manifestación desesperada y absurda de la radical negación de la totalidad, el último recurso para dar sentido a la fragmentada imagen del mundo que cuelga de su rostro como encubrimiento y disimulación que se petrifica en un Estado de completa belicosidad. Sin embargo, esto es sólo un placebo para amainar su terror, pues no es posible ocultar la nada por completo, menos si ésta ya se le ha mostrado en su verdad, si su imagen está resquebrajada, pues la nada se filtra entre las grietas de los pedazos sobrepuestos y le confronta, lo violenta. 


El Estado-guerra es el resto moribundo de una representación que lucha por afirmarse como algo, lo que sea, el último esfuerzo por sobrevivir a la inminencia de la nada y que le abre a la totalidad de posibilidades de ser, a pesar de que, paradójicamente, esto pone en peligro su propia subsistencia por sus acciones nihilistas. Cuando ya no hay nada que perder y aun así se sigue luchando, acaece la posibilidad de ganarlo todo. Pero esta apertura es una paradoja trágica. Al mismo tiempo que se clausuran las posibilidades de ser algo, el ser puede alcanzar la totalidad de lo posible si es que logra anteponerse al terror, lo cual no quiere decir que haya aceptado finalmente su condición esencial. No puede olvidar que en cualquier instante será la nada que siempre ha sido y ha negado por largo tiempo. En la última danza con la muerte, el terror no desaparece, sólo mengua al cristalizarse en Estado-guerra y se transmuta en una afección que mantiene al ser en estado de alerta: paranoia. Ante la inminencia de la nada y la incertidumbre de su acaecimiento, el terror paranoico se torna persecución y guerra. 


La totalidad abierta es el peligro que amenaza su ser, así como también es, paradójicamente, su recompensa. El ser se convierte en lo amenazante, en la aporía que encarnar el Estado-guerra, la última figura de una civilización moribunda, de un ser que ansía detener lo amenazante afirmándose en lo que sea y como sea, ocultando la nada con la máscara de escombros reconstruida. Al intentar detener las filtraciones de esa nada que no cesan de escurrir entre las grietas y las fisuras de su fragmentada imagen facial, perturban al ser con tal angustia que la desesperación por la impotencia de lograrlo le precipita a su autodestrucción. La tragedia del ser en la última batalla por la conservación de su ficto es que la totalidad que se le revela como recompensa, al final, es inalcanzable y solamente lo conduce a una exacerbación de la violencia que termina por destruir la imagen del mundo y la suya propia. Al huir de su destino, sólo lo cumple; al negar su ser-nada, el ser se precipita a la verdad de su esencia, que de habérsela apropiado con humildad y resignación, se habría evitado la violencia y la devastación que le destruyó a sí mismo y a la imagen del mundo que encarnaba.




*Raúl Adrián Huerta Rodríguez es licenciado por la Universidad del Claustro de Sor Juana, y maestro y doctor en Filosofía por la Universidad Iberoamericana, CDMX. Sus áreas de investigaciones se enmarcan en estudios filosóficos sobre la guerra en la transmodernidad, la geopolítica contemporánea, conflictos sociales y fenómenos ciber-culturales.


jueves, 5 de noviembre de 2020

“Alguna Vez Cayó un Gorrión” Obra de teatro de Mario Ángel Quintero


¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre” Mateo 10:29

 A. Cepellón

Sin razón, milagrosamente una bola empieza a rodar, después de un tiempo, igualmente inexplicable, se detiene de rodar.

 El: Algo atraviesa el espacio. El mismo aire está lleno de nervios, está lleno de bocas. Está lleno de esto. Quizás piensas que es una nube de pánico, de mariposas. Te equivocas, pero no por mucho. Esto es el rostro del viento que se presiona contra todo.

(Ella está en un costal sobre el piso. Empiezan a aparecer fibras trenzadas.)

Ella: Bulto raíces lombrices.

(Principalmente tiene que ver con la transformación del tiempo. El tiempo tan lento quizás que se vuelve material. No hay gestos inadvertidos.)

Ella: Meterse.

(Será que meterse se ha vuelto un vicio.)

Ella: Meterse poquito a poco como raíces en tierra. El bulto que encarniza la semilla. Meterse en el bulto. Ser el bulto. Como las raíces rompen la misma tela del costal. Descomposición.

(Deshacerse por medio de comerse la posición. Posición quiere decir gesto y sitio. Comer leído como sentir. Consumir en atención. Digerir no existe. Hay sólo asumir. Rezumar o no hay contacto. Nada se puede descomplicar, nada es hecho sencillo con encimas o ha sidos.)

Ella: Romper el estómago de la bulla para deshacer la vía. La tierra no tiene dirección.

(Sencilla, silla de sensación a manto, a cubre. Todo el ennudo es traveslúcido. El numero de sombras depende, o sea cuelga, del numero de luces y su distancia, y no del numero de objetos.)

Ella: Lombrices dedos raíces. (Pausa.) Las caricias descomponen. Protección. Comerse las raíces.

(Meterse como fricción.)

Ella: Contra el estómago, contra el hueco.

(Que se define, como una ficción, lo sencillo como una protección contra lo de afuera.)

Ella: Dedos como.

(Herramientas para volver todo contacto, todo sencillo, mentiras. Tiras, dedos de mente, simplemente sentir. Tirar a tocar. Las raíces convierten en mentiras a todo, todo en tiras.)

Ella: Lo de la semilla. Pero un ratico no más, un momento esconderse, enterrarse. Comerse los dedos.

(Tierra, siempre contexto.)

Ella: Raíces cintura giro. (Pausa.) Toma las raíces en la mano. Muñecas mueven las manos dentro del hueco. La bola de tierra con su corazón, el nudo de raíces, saldrá del hueco. Dedos muñecas brazos dentro del hueco. Cuidado al girar la bola de tierra.

(El giro apretado por lo menos no es fatal. Pero si al girar rompe la raíz principal, la planta morirá. Así que cuando ella gira en el escenario, y hace que el mundo dé, está intentando romper su columna vertebral.)

Ella: Despegarse de todo, zafarse, estar libre.

(Si lo hace con los brazos abiertos o flojos o con los pies levantados del piso es un suicidio. Si da una vuelta en que recoge sus fuerzas con los brazos y con las piernas, por un momento vuela.)

Ella: Giros despegan, hacen una falda.

(Ella sobre una girafalda.)

Ella: Falda es ala.

(Sólo se puede hacer un segundo. No hay alimento sin tierra, sin estar plantado.)

Ella: La raíz principal nunca se puede quebrar. (Pausa.) ¿O sí?

(Todo se volverá flojo, muerto.)

Ella: Capullo raíces remiendo. (Pausa.) Luz de la crisálida sale, calor con ojos de almendras. La falda del vuelo, remiendos bajo nudillos.

(Hecha un costal, explora sus adentros.)

Ella: Tumba-tumba, como un tambor. Bombillo. Costuras ahí adentro.

(Hace costuras ahí adentro conecta y enciende. Sale para contar con ruido. Resucita los momentos con su salida, que cuenten solos. Levantada  y sale, tumbada y esconde.)

Ella: Pero la aguja que voltea por el otro lado. Acaricia la tela. Soba soba. (Pausa.) Cuelga gusano luce.

(Es larga como ropa colgada. Las piernas salidas arrastran detrás del costal a medida que se mueve por el escenario como un aguamala.)

Ella: Late, late. Luciérnaga, calor.

Él: Una hoja descansa dentro de la esfera del ojo. La luz es sus mil verdes que hilan y amarran la carne. Se recuesta dentro del ojo con levedad, más liviana que cosquillas, pero su palabra da vueltas en una dirección y la otra de membrana a membrana.

 


B. Rotura

(Vea anexo 2)

Se ha subido a un árbol inmenso de trapos. Sentada en una rama, va deshojando el árbol de trapos. Los deja caer al escenario. Se cambia de sitio en el árbol varias veces para encontrar otros trapos. Luego se baja del árbol y a medida que va recogiendo los trapos del piso, los va amarrando en sus coyunturas, para darle más fuerza a su estructura corporal, para tapar sus dolores…


Se revela un monstruo

(Pompa/nostalgia/emociones menores/detalles)

Ella: Nosotros llegamos a tener comidas de tres tenedores en la casa-- Estoy jugando casita. Quieres jugar conmigo. Tú ¿quién quieres ser?—Rezo—exhausta—veneno—

(Lo importante se siente que llegará desde lejos/pero todavía es un murmullo en la distancia)

Ella: Alguien que casi nunca venía--mis adentros al aire--apartados así, ustedes observando--una especie de calma—

(Reacciones repentinas y pequeñas a lo que hace el público/chismes/este y el otro tic en eco a provocaciones minúsculas)

Ella: La carcajada—espécimen--nunca ocurrió—quédate--frente al espejo—

(Nostalgia/conjeturas acerca de cuál sería la importancia de este momento)

Ella: Jugamos—modestia—liviandad—zombis—

 

Ella le mendiga un hogar al público

Había algo pequeño, alado

(Lo que llega es una decepción, como si fuera sólo un pedo o un eructo)

Ella: Pero esos tenedores se fueron desapareciendo, uno por uno--Sucio sobre más sucio--en un dolor agudo—

(Humillación/ola de rabia en respuesta)

Ella: Quisiera llorar hasta que los ojos se me cayeran de la cara--Yo me acuerdo de ti, boba posuda, vieja maloliente--Cuando uno se avergüenza es mejor—

(Burla confianzuda/condescendiente)

Ella: Ni la sombra de lo que fue--emociones de mentiritas, brotes de piel y no más. Amenácela y verá qué pasa con su humildad--todo lo que le pasaba era tan importante—

(Al gorrión lo hala una madre para un lado y la otra madre para el otro lado/ ambas direcciones llevan a violencia/ el gorrión es alguien con ella, el gorrión es ella)

Ella: Al halar, para allá y para acá, tanto, sacaron otro mi por mi vientre.

(La posibilidad de violencia parece algo ajeno/ lucha contra la dulce resolución de auto-destrucción)

Ella: Alguién para acariciar—me riego bajo la suela de un zapato, así de líquido al astillar los huesos, arrastrada, untada--

(Castigo por un recuerdo/susto de cometer un error serio.)

Ella: ¡Chito! ¡Chito!--tengo mucho susto--es mejor el silencio—

 


Se adentra en busca de alguien

 

La luz que se perdió

(Los laberintos de la vejez/ la obsesión por violencia y muerte)

Ella: Cuando no teniamos como mantenerlos, los cachorritos se tenían que ahogar.

(De repente todo hasta ahora se borra como si fueran momentos triviales/entra una alegría grande y un poco forzada)

Ella: Olvidado--¡Bailemos que no queda nada!—

(Un desfile/vuelven quejas digestivas/un entretenimiento musical/la sensación de parásitos)

Ella: Cuando el mundo era majestuoso—lo ridícula que me siento—

(Muestra un arma (una muñeca?)/ aparece la vergüenza/ nombra todo que le da asco/ se vuelve todo eso)

Ella: Mía, mi—ruina, escombro. Risa fea, empujones. Mi muñeca.  Relámpagos y sangre. Llorar un chorro de mocos.

(Intenta retirarse/ llevarse algún pretexto/tropiezo ridículo/ sin importancia)

Ella: Indispuesta--Sólo queda la bulla de las tripas--Bailemos al ritmo de las excreciones—

(Mala suerte/humillación/incomodidad frente al público.)

Ella: ¡No me haga reír que se me sale!-- ¡Yo no huelo feo!-- para que me vomiten su decencia encima—

(Mira el rostro de la tentación/sale corriendo/ rechazo dramático de la comodidad/ mártir/ se sigue encontrando con la vergüenza)

Ella: ¡Bienvenidos! ¡Sí! Había una ella. Un pajarito.

 


Sigue aumentado el animo festivo, mánico.

 

Vuelo

(Empieza un baile doloroso, basado en confianza/se cree protagonista, se cree importante)

Ella: La anfitriona de la calle. Vajilla de tarros oxidados--Casi no tengo visitas--acércate, que si no, no puedo ver bien—

(Cubre con ternura el intento pasivo de herir/ bienestar superficial)

Ella: Flor de orines—el proyector de mi craneo los ve tan viejos—se me arruga la piel sobre los huesos de tanto calor humano—

 


Está en ese otro momento.

Catástrofe

(Depresión/cosas que se cargan)

Ella: ¿Dónde están, que no los encuentro?--todo el mundo empolvado ya--boto su rostro ahí, tiro su gesto allá a ese rincón, me deshago de su rostro aquí sobre el asfalto—

(Humillación/humilde agradecimiento)

Ella: Mejor que no me miren. Muy amable--aplastada sobre la suela de un zapato--goteo mis adentros--toda fam—todos tenemos cosas de las que no hablamos—

(Necesidad de respuestas a preguntas escondidas por mucho tiempo)

Ella: Me tengo que acordar, no son míos, no son míos, no son míos-- Cosas recibidas desaparecen--¿Ambulancias? ¿Qué pasó?--¿Yo?—

(Acción parece volver a empezar/recuerdos que llegan conforman una historia/casi coherente)

Ella: Quizás el mantel se ha desteñido un poco-- Como un cucharón gigante por dentro, que lentamente empieza a revolver--Mi Dios le pague. No hay necesidad de recordar—

(El brinco de estar en ese momento/ rechaza al gorrión/ todo se oscurece/maquinaria)

Ella: Ven, pues. No, Señora. No la voy a llevar arrastrada. Usted verá.

(Intenta retraerse de tanto dolor/ la libertad, el egoísmo, la muerte de la belleza al cargar la violencia como único equipaje)

Ella: Ven pues, que no tengo todo el día. Cruza, ya. Dale. (Pausa. Mirar a un lado) ¡No! ¡Ya no!

(Un sonido sale de su boca, es un aullido animal, se le enrrozca este sonido en el cuello como si fuera una serpiente/ella se relaja al irse sin moverse/su vivir es un artículo de ropa vieja, un harapo, se va al piso)

Ella: Yo lo recibo aquí, aquí lo recibo. Yo vuelo. Yo me golpeo y me quiebro, y ya no me dan cuerda, mis piezas rotas, patas arriba en la corriente, yo corro.

(Bulla de quejas/ imposibilidad de moverse/imposibilidad de apresurarse)

Ella: Yo, fui yo. Denme un campo. Dejenme pasar.  

(La esperanza vuelve como un parasito, como una adicción)

Ella: Dejenme ver. Y ¿si no hay nada? ¿Si no hay nadie? Como en un juego.

(El gorrión es un obstáculo para sobrevivir/ como tragarse fragilidad)

¡Váyase! ¡Vuela! ¡No te quiero ver más!

(El gorrión se ríe de ella)

¡No te rias de mi, que esto es en serio!

(El gorrión está herido/ lo busca/ pánico/ desperdicio/ tristeza/ el gorrión está muerto)

Ella: (Herida) Aaaaaaaaaaa. Aaaaaaaaaaaa. (Como si la estuvieran aporreando) Nooo. No. Noooo.

(Lo que levanté de ahí no era lo que volaba/ está frio/cerrado)

Ella: (En pánico) ¿Dónde está? (Busca) ¿Qué la hicieron? ¿Dónde me la metieron?

(Se le acaba la cuerda al juguete/ momentáneo colapso)

 


Todo pierde su color.

Colapso

(Una catástrofe vuelve a la memoria/se ve desde una nueva perspectiva/llena de manipulaciones)

Ella: Una mancha--el dolor que queda

(Disculpas hacia un optimismo/verdades más oscuras, motivos se revelan/asombro frente a esto)   

Ella: Se levanta y anda pero gotea--mis dos labios se trenzan como lombrices grasientas—cintas y parches, hilos en la mano--

 

Incitación al público como coro

Él: El mundo se nos ha caído encima. Se rebosa de si mismo. La imensidad de tantas voces, tantas miradas como un cardumen de atención, dentro de una presión que exprime, bajo un peso que aplasta. Untados sobre nuestras propias palabras como una grasa que duró sólo unos segundos antes de volverse rancida desde su necesidad de destapar la médula y manchar las profundidades de la tierra.

 


La presencia del público le ha dado cuerda de nuevo al juguete.

 

Reinicio

(Comedia frivola coyuntural/se imponen de una manera tierna los limites, los buenos modales/la autoridad vigila/ pomadas normalizantes)

Ella: Todas bailan, todas bailan—que no me vean—deja me quieta—Adios, adios—

(Se demuestra ignorancia o falta de cultura/ pequeños chistes sin gracia)

Ella: Cuidado donde pisa—levante los piesitos—la calle está llena de caca—

(Una humillación a plena vista/ se desconoce/ se ignora/ se intenta esconder/ todo de nuevo se vuelve falso y festivo)

Ella: ¿Yo no huelo a caca?--¿cómo se le ocurre decirme semejante barbaridad?—no reconozco a esta persona—saquénlo del baile—hay que girar, hay que girar—

(Gesto hacia la confrontación o hacia el descubrimiento de una verdad/las apariencias se protegen contra la verdad/las apariencias se tratan de volver tiranos de la situación/las apariencias se esconden tras las faldas de la autoridad judicial)

Ella: No hay nada atrás—no se cuentan, hay cosas que no—modestia de señorita, como si—me dieron este papel—es mío.

(Se esconde en el olvido/ se esconde en la impotencia)

Ella: No sé. No sé nada—no me acuerdo—no soy nadie—yo no puedo—

(Duda, indignación/ sarcasmo/ acusación/disculpas/ indaga/ primera revelación de la monstruosidad moral)

Ella: No oigo nada—he tenido que—morados y sangre—por eso no hay días ni noches—un bulto que aparece—cabeza de raices—se atraviesa—

(El monstruo se defiende/ el monstruo trata de consolar/ se ignora la verdad/ el monstruo nos trata de comprar)

Ella: Más bulla de esa que no se entiende—pasan cosas—hay como una bolsa por dentro, un costal—no toco a nadie—no me muevo—n—n—

(El monstruo se muestra debil, vulnerable/ el monstruo propone un acuerdo/ contrato de mutua manipulación/ las necesidades del monstruo)

Ella: No aguantan más—estos juguetes—si me deshago con escuchar—y mastico cada rostro—

(Apariencias, buenos modales, la farsa/ alejarse, irrelevancias/ sarcasmo/ se revela lo sórdido, la mentira)

Ella: Ja—ja—jua—así es que es ¿no?—las ramas más altas borran todo—hormiguitas—sucias—arrastradas varios metros—rotas—

(Se reconoce el odio/ monstruo traicionado/ asco/ monstruo, ultima seducción/ escaparse del monstruo/ sorpresa)

Ella: Toda sabe a bocas—bocas moviendo secas—no le cuentes a nadie—saliva y moco en las voces—antes todo era tan—sacarse de tantas cuencas—deshechos—cuando de repente veo volar—

(Sin disculpas/ momento patético del monstruo/ burla y herida/ monstruo vuelve a su arrogancia)

Ella: Sí, ahí está--¿cómo más deshacerla?—machucarla con piedras y miradas—volverla aguamasa para la fila de cochinillos—

(Antes de cerrar la mirada/ trata de ver algo por encima y detrás del público)

Ella: Algo vino de alguna parte que no es de acá, para llevarse lo que no es de acá, e irse de nuevo. No alcancé a verlo.

(Cierra la mirada/ se queda quieta)

Fin



*Mario Angel Quintero, Hijo de padres colombianos, George Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California, donde vive sus primeros treinta años. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Como George Angel, publica poemas, prosas y ensayos en revistas literarias estadounidenses y canadienses; también publica los libros en inglés: Globo (1996), The Fifth Season (1996), y On the Voice (2016). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde, bajo el nombre Mario Angel Quintero, publica los libros de poesía Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009), Keselazboga (2014), Mapa de las palabras (2014), la materialidad (2020), y los libros de dramaturgia Cómo morir en un solar ajeno (2009), La sabiduría de los limones (2013), y Calamidad Doméstica (2016). Es fundador e integrante de los grupos musicales Underflavour y Sell the Elephant. Es co-director y dramaturgo del grupo Párpado Teatro, con quien ha llevado más de veinte obras a escena.  

Es invitado a festivales internacionales de poesía. Porciones de su obra han sido traducidas al macedonio, portugués, sueco, croata, búlgaro, francés, italiano, albanés y árabe. Este año, se publica en Italia un libro de traducciones de sus poemas al italiano, Diventa l’albero (Samuele Editores, 2020), y en Croacia un libro de traducciones de sus poemas al Croata, Moje svjetlo i druge pjesme (Druga priča, 2020).