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viernes, 20 de junio de 2025

"La capa roja" poemas de Daniel Acevedo


La capa roja 

Ella camina por el bosque 
Oculta 
Tras los troncos 
De pinos, robles y arrayanes 

Él la busca 
Intenta atrapar 
Un poco de su estela carmesí 
De la torpe luz 
Que queda bajo sus zapatillas 

Entona la canción 
Que le enseñó su abuela 
Mientras agita suavemente 
La canastilla de galletas y tortas 

Pero ella levita 
No habita la tierra 
Su paso es danza 
Sobre los campos 
De crisantemos y margaritas 

Sus fauces se deleitan 
Con el sueño de la caída 
Sus largas orejas 
Escuchan atentamente 
La profana melodía del deseo 
 
La infancia es un relato  
Escrito en el tallo del eucalipto 
Allí se queda, en la crisálida, 
Cuando la mujer al fin 
abre sus pétalos rojos 

El lobo es testigo del milagro  
Obnubilado 
Agita sus garras y hace el último intento 

No hay preguntas 
No hay respuestas 

Solo el mordisco impetuoso  
De un querubín hambriento 
 

Barrotes circulares 

A mi padre 

Pasaron seis veranos y tú sigues allí, incrustado en una prisión de barrotes circulares. Miras un horizonte donde no habita el sol sino la luz de un astro que ha muerto. Los ojos se mueven intermitentemente con un ritmo cercano al de los planetas. Un torpe alacrán te sube por los pies y se queda dando vueltas en tu cadera. Anhelas un par de caricias, las palabras indicadas, el calor de una copa de aguardiente. Pero sólo obtienes el silencio, ese terrible silencio que, durante años, exiliaste de la república de tus pensamientos. ¿A dónde se fue ese pájaro azul que, posado en tus brazos, alimentabas con pequeñas dosis de palabras? 

Aquellos que llamabas amigos, ahora no son más que sombras, graciosas figuras sobre una pared de asfalto. Se han perdido para siempre y sus voces no se escuchan luego del tercer canto del gallo. Intentas consolarte con el recuerdo de aquellos ojos que alguna vez como dos coleópteros sobrevolaron las piernas de una mujer desnuda, pero aquel recuerdo se esfuma cuando el latido se rompe en pedazos, como una ventana tras un estallido, de ese fuego que nunca se apaga y, lento, te devora. El buitre carcome tu hígado y el dolor solo es soportable bajo el sueño indecoroso de los instantes perdidos.  

Y así es, padre, que te veo, sentado en las ruinas, con tu mirada clavada en las nubes, que juzgan lo que es y lo que ha sido, en una perfecta amalgama de lágrimas y lluvia. Te has marchitado. Pero tu imagen permanece y crea un pequeño temblor en las manos de un poeta que escribe sobre la imposibilidad del olvido. 
 

El ritual de la pirinola 

Bailar como trompos de madera 
levitar sobre la pista del casón antiguo 
Es la imagen auténtica 
de dos yoyos hambrientos que 
Poco a poco 
Descuerdan sus hilos 

Dar un paso y alzar la pierna 
Para alcanzar la baldosa azul 
Donde naufraga la ruina 
Y aparece el enojo erótico 
El palpitar del sol. 

Caer lentamente y levantarse 
Ante el sonoro palmotear de los tambores 
Como el catapis de los ángeles 
Como los dados de un embaucador 

Es la irrupción del baile 
El descubrimiento de una tierra exótica 
Hay roces en las pieles 
Y los mapas se calcan 
En la pupila del ojo 
Que no durmió. 

Las piernas continuaran 
su ritual de pirinola 
hasta que aparezca 
entre montañas 
el astro rey 

La señal de cierre 
No es el fin de la música 
Sino el toque juguetón 
La rugosa textura 
entre dos labios dulces 

que 
          finalmente 
                               se han quedado sin voz. 


*Daniel Acevedo nació en Medellín en 1986. Es poeta, gestor cultural e historiador, magister en estudios literarios de la Universidad de Buenos Aires y tallerista de escritura creativa en El Retiro, Antioquia. Ha participado en diversos eventos dentro y fuera de Colombia. Se destacan el XXVII Festival Internacional de poesía de Medellín, El 6 Festival Caravana de Poesía en Perú, el Festival Internacional de Poesía de La Habana, La Feria del Libro de la Habana, FILVEN Feria del libro de Venezuela y 16º Encuentro Poetas y Narradores de las Dos Orillas, Uruguay, donde obtuvo el reconocimiento “Arturo Cuadrado” a mejor poeta joven. Fue ganador del XVII Premio Nacional de Poesía Eduardo Carranza Fernández. También fue mención de honor, segundo puesto, en el VI Concurso Nacional de Cuento de EPM y Mención de honor en el XVII concurso Nacional de Cuento Ciudad de Pupiales que organiza la fundación Gabriel García Márquez. Fue ganador de los estímulos de la Gobernación de Antioquia a creación de libro de poesía en 2017, con su poemario “Ritual de Vuelo”. El poemario versa sobre la importancia del aire y su relación con el entorno urbano y los cuerpos que lo habitan.  En el 2024 publicó su segundo poemario “La constelación perdida”. Algunos de sus poemas han sido publicados en diferentes medios y antologías impresas y digitales de Colombia, México, Argentina y en una antología de poesía en Francia. Es uno de los coordinadores del colectivo poético Nuevas Voces. 

miércoles, 18 de junio de 2025

"Palabra y advertencia" poemas de Alberto Quero


PALABRA Y ADVERTENCIA
 
Vengo aquí para hablar con todos aquellos que quieran escuchar,
para pronosticar y amonestar.  
 
Soy un sobreviviente violento.
 
Los perezosos asaltaron de repente el lugar en el que nací,
y querían que yo acarreara una docena de pesadillas.
Así que tuve que huir de un país
que se devastó a mismo,
y se borró a mismo:
volcán suicida.
 
El camino ha sido largo 
y el refugio siempre era escaso, 
pero resistí, 
de alguna manera, lo logré.  Mis pies aún pueden caminar, 
aunque una vez pensé que me estaba cayendo a pedazos, 
desmoronado, diría más bien.
He hecho malabarismos, 
luchando contra mi migraña, 
contra las mentiras que me han dicho 
y todas las cosas duras.
He aprendido a convertir el engaño y la vacuidad 
en un puente que se puede cruzar sin desconfianza
 Quiero pensar que nunca volveré a ser un paria.
nunca nuevamente. 
Respiro lentamente,
definitivamente.
 
Estos son los caminos por los que solo yo he deambulado. 
Estas son las melodías sin nombre que he cantado
en medio de bastantes noches solitarias.
Estos son los recuerdos que han permanecido  
a través del calor y las encrucijadas,
a pesar de los fraudes y los exilios.

 
ANTÓNIMO
 
Huyo del estruendo y del barullo,
de todo lo fragoroso,
de cuanto estalle y sea holocausto.
Escapo de todo estrépito y volcán,
de lo escandaloso.
Opto por eludir el desgarramiento y la sordera,
porque vengo del extrañamiento
y de la tormenta que no se detiene,
de la carencia.
Busco, más bien, los sonidos arcanos de la noche,
el rumor de lo diluido y de lo mitigado:
me ocupan los límites de mi exasperación
y cómo restringir el énfasis de los lamentos.
Oigo algo que se muestra,
una salmodia que muchas veces he intuido
y apenas ahora decido comprobar.
Prefiero entonces el susurro y la exhalación
en lugar de lo que aturde y ensordece.
Procuro un inesperado refugio en la memoria,
en todo lo que es alto o prodigioso,
una melodía de aglomeración y profundidad.
 
 
AUTOCALIGRAFÍA
 
Madre,
enséñame a escribir tu nombre con el pulso lejano de la piedra encendida,
ensáñame a escribir el nombre de mi padre con tiempo,
con lo que escruta y borra lo lento,
enséñame a escribir el nombre de mi hermano con el filo del canto,
con el árbol y con la copa del sigilo que queda.
 
Enséñame a escribir mi nombre con el alfabeto ignoto
que me entrega la noche
y que mis manos siguen dócilmente,
como quien talla un recuerdo y un vínculo.
 
Enséñame a escribir el nombre de Dios
con el verbo de la llama fecunda.
 
 
*Alberto Quero. Nació en Maracaibo, Venezuela. Es Licenciado en Literatura y Lingüística, Magíster en Literatura y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad del Zulia. Es profesor de inglés, francés y español como lenguas extranjeras. Ha publicado seis libros de cuentos, dos libros de poesía y numerosos artículos académicos en las áreas de semiótica literaria y narratología. Ha ganado varios premios literarios en narrativa y poesía. Sus textos han sido compilados en dos antologías por escritores venezolanos. Es corresponsal literario para América Latina en CKCU FM 93.1 en Ottawa, Canadá.

martes, 17 de junio de 2025

"O clamor do Bailique" poemas de Carmem Lucia Pereira Barros


Lluvia que cae, memoria que queda

En el sertón donde el tiempo se derrama,
la lluvia baila con ritmo lento,
moja la tierra, trae la llama
de la memoria, del sentimiento.

Cada gota es verso y recuerdo,
que el pasado no quiere perder,
en la voz de la tierra, el anhelo
de un mañana por renacer.

Entre manadas y vientos, escucho
el canto antiguo del suelo y del cielo,
en el soplo de la lluvia, el murmullo absoluto
de historias guardadas en su velo.


Chuva que desce, memória que fica

No sertão onde o tempo se derrama,
A chuva dança em ritmo lento,
Molha a terra, traz a chama
Da memória, do sentimento.

Cada gota é verso e lembrança,
Que o passado não quer perder,
Na voz da terra, a esperança,
De um amanhã a renascer.

Entre boiadas e ventos, escuto,
O canto antigo do chão e do céu,
No sopro da chuva, o murmúrio absoluto
De histórias guardadas no véu.

***

Trama por decir

Soy un hilo que no se ve,
bordando el revés del tiempo.
Tejedora de sombras calladas,
en las tramas del olvido lento.

Llevo letras que no hablan,
en pergaminos sin tinta.
Soy el eco de lo que no fue,
la palabra que nunca se pinta.

Mis pasos son pasos de brisa,
en la escalera hacia lo infinito.
Nadie sabe dónde empieza,
ni dónde me guardo en mí misma.

Hablo con voz de estrella muda,
traduzco el silencio en marea.
Soy brújula sin norte fijo,
soy el enigma de la propia fea.

Mi nombre es casi secreto,
hecho de luz deshilada.
Soy rompecabezas de espejos,
con la moldura inacabada.

Quien me lee, tal vez me invente.
Quien me toca, pierde la razón.
Soy un libro sin tapa ni dueño,
soy vestigio, velo, constelación.

Trama por decir —

soy hilo en manos ancestrales.
Si algún día me comprendes,
ya no me encontrarás jamás.
 

Tessitura por dizer

Sou um fio que não se vê,
bordando o avesso do tempo.
Tecelã de sombras caladas,
nas tramas do esquecimento.

Carrego letras que não falam,
em pergaminhos sem tinta.
Sou o eco do que não houve,
a palavra que nunca se pinta.

Meus passos são passos de brisa,
na escada que leva ao sem-fim.
Ninguém sabe onde começa,
nem onde me guardo em mim.

Falo com voz de estrela muda,
traduzo o silêncio em maré.
Sou bússola sem norte fixo,
sou o enigma da própria fé.

Meu nome é quase segredo,
feito de luz desfiada.
Sou quebra-cabeça de espelhos,
com moldura inacabada.

Quem me lê, talvez me invente.
Quem me toca, perde a razão.
Sou um livro sem capa nem dono,
sou vestígio, véu, constelação.

Tessitura por dizer —
sou linha em mãos ancestrais.
Se um dia me compreenderes,
não me encontrarás nunca mais.
  
***

El clamor de bailique

En Bailique, tierra amada, donde el río era tesoro,
hoy el agua, tan salada, trae tristeza y desespero.
Era dulce la corriente, cantaba en olas suaves,
pero el mar, sin ser clemente, invadió con sus llaves.

El Atlántico avanza fuerte; el río pierde su esencia,
el ribeirinho teme su suerte, sufre la dura consecuencia.
Llueve poco, la tierra se seca, la sal se adhiere al suelo,
la naturaleza se queja, asfixiada en su desvelo.

Los remos cortan las aguas, pero no hallan solución,
cada gota es una pena que desborda en soledad.
Si el progreso, tan ligero, arrasa sin compasión,
¿qué futuro es verdadero si matamos la ilusión?

Bailique clama auxilio, grita en olas de lamento,
¡que la justicia traiga abrigo y proteja este momento!


O clamor do Bailique

No Bailique, terra amada, onde o rio era tesouro,
Hoje a água tão salgada. Traz tristeza e desencoro.
Era doce a correnteza. Cantava em ondas suaves,
Mas o mar, sem gentileza, invadiu com suas chaves.
O Atlântico avança forte; rio perde a sua essência,
Ribeirinho teme a sorte, Sofre a dura consequência.
Chove pouco, a terra seca, o sal gruda no chão,
Natureza já se queixa, sufocada em sua aflição.
Os remos cortam as águas, mas não acham solução,
Cada gota é uma mágoa; que transborda em solidão.
Se o progresso, tão ligeiro; desmata sem piedade,
Que futuro é verdadeiro; se matamos a saudade?
Bailique clama socorro; grita em ondas de lamento,
Que a justiça traga um forro; que proteja este momento!


*Carmem Lucia Pereira Barros Cardoso Lopes, Maestranda en     Letras, Literatura y Crítica Literaria – PUC-Goiás, becaria CAPES/FAPEG, licenciada en Letras – Español y sus respectivas literaturas, y en Pedagogía. Actúa como profesora de Educación Especial en el estado de Amapá. Sus líneas de investigación incluyen Literatura Regionalista, Crítica Literaria y Educación/Inclusión. Es miembro del grupo de investigación “Educación, Historia, Memoria y Culturas en Diferentes Espacios Sociales” (EHMCES), vinculado al HISTEDBR/CNPq/PROPE. Integra el proyecto "Mujeres Coralinas: Inclusión Social, Género, Cultura y Memoria en la ciudad de Goiás", que busca promover el diálogo entre literatura, identidad y representatividad. Su misión es transformar las prácticas pedagógicas y sociales, con un enfoque especial en la inclusión, ofreciendo oportunidades de aprendizaje más equitativas y significativas para todos, especialmente para personas con Necesidades Educativas Especiales (NEE). Además, es apasionada por la Literatura Regionalista, la Crítica Literaria, el Arte y la Inclusión, áreas que orientan su trayectoria académica y profesional.

lunes, 16 de junio de 2025

"Tiempos Olvidados en Tokio: Oda a Katsumoto" poemas de Yohei Moriya Miyakawa


Tiempos Olvidados en Tokio: Oda a Katsumoto 

El saludo se presenta, transcurridos dos mil años. 
Tú también, fuiste amante de una geisha nocturna. 
Un vínculo compartido. En lo demás, 
Tokio se despliega a tu alrededor. Luces, trenes, 
la multitud con palillos en callejones llenos de neón, 
y los templos. Yo, un viajero errante, 
envío un saludo a tu estatua jizō polvorienta 
en un rincón solitario del museo. Ah, Katsumoto, aquí no llegas ni a los treinta años. Desde tu rostro 
irradia la determinación de quien controla el presente 
más que el destino de su imperio. Y esa cabeza, 
que el sumo sacerdote kokuzō esculpió en vida, 
encarna en su esencia el poder predestinado. 
Todo lo que se despliega bajo tu barbilla es Tokio: 
barrios, mercados, y también sumos,  
junto con una multitud de niños que veneran tu katana, 
un sabor en la boca del dragón 
que alimenta a los pequeños samuráis 
y ninjas. (¡Los mismos labios!, 
susurrantes, dulces y misteriosos, 
entre los pliegues de su kimono). En última instancia: 
una estatua jizō, como símbolo de la desconexión entre el cuerpo y la mente. 
En realidad, lo mismo aplica a la metrópolis. 
Si tuvieras que pintar tu propio retrato, 
sería un torbellino de pinceladas. 
 
Aquí no llegas ni a los treinta. Nada 
frena tu mirada. 
Y, a su vez, tu mirada firme 
no se detiene en nada: 
ni rostros ni nihon teien  
¡Ah, Katsumoto! 
¿Quiénes somos nosotros para juzgarte? 
Has sido un monstruo, pero un monstruo imperturbable. 
Pues la naturaleza, al crear sus monstruos, 
aunque nunca sus víctimas, 
los moldea a su imagen. 
Es mejor, mil veces mejor, 
que una bestia infernal venga a destruirnos 
en lugar de un neurótico. 
Con menos de treinta años, 
un rostro de piedra, como una estatua jizō, 
creado para dos milenios, 
te asemejas a un instrumento de destino 
más que a un esclavo 
de pasiones humanas o a un forjador de ideas 
y demás. Y resistirse a las adversidades 
es como proteger un cerezo de sus flores, 
cuya complejidad radica en que son, entre susurros 
discontinuos pero claros, la mayoría. 
 
En una galería silenciosa. En un día nublado. 
La ventana manchada con el reflejo de los neones. 
El zumbido de la calle. Totalmente ajeno 
a la textura del espacio, a la estatua jizō 
¡No puedes evitar escucharme! 
Porque yo también huí, sin mirar atrás, 
de todo lo que me ocurrió; me convertí en una isla 
con sus propias ruinas de muryokin, sus grullas. 
También esculpí mi propio rostro 
con la ayuda de un pergamino. 
A mano. Y lo que pudiera haber dicho, 
lo que haya dicho, a nadie le importa, 
no en su momento, sino hoy. 
¿No es esto también una forma de acelerar 
la historia? ¿No es un intento exitoso, aunque desafortunado, 
de poner el efecto antes que la causa? 
Y además, incluso en el silencio absoluto, 
que no garantiza aplausos. 
¿Arrepentirse? ¿Cambiar su destino? 
¿Jugar, como se dice, con un mazo diferente? 
Pero, ¿realmente vale la pena? 
La brisa de los cerezos en flor nos abrazará 
no mucho peor que el historiador que tú eres. 
¿Y quién vendrá a maldecirnos? ¿Un dragón? 
¿La luna? ¿Un byakku enloquecido 
por innumerables transformaciones, de pelaje suave y eterno? 
Todo es posible. Pero cuando, como un objeto sólido, 
nos enfrentemos a ello, también, 
quizás, algo perturbado, detendremos la búsqueda. 
 
 
Errancia, búsqueda y exilio  
 
Ninguna recompensa eterna 
nos perdonará ahora 
por desperdiciar el amanecer.” 
— Jim Morrison ,The Wasp (Texas Radio and the Big Beat) 
 
Me han dicho que el ámbar guarda la luz de soles antiguos, 
que la obsidiana recuerda el filo de todas las guerras. 
Pero la mayoría de la gente olvidó esto 
cuando aprendió a pelear con otras armas. 
 
Las batallas nunca terminan del todo— 
siguen latiendo en la memoria del suelo, 
en el pulso del cobre bajo la piel. 
 
He cruzado desiertos donde el deseo 
es un fósil dormido, 
esperando la lluvia. 
 
Te toco como quien encuentra una piedra preciosa 
en la garganta de un río seco, 
como quien talla la sombra de su propia sed 
en la arena roja. 
 
No hemos aprendido a quedarnos, 
pero sabemos cómo hallarnos. 
El cuerpo recuerda lo que la boca olvida— 
cicatrices de labios, 
rosas minerales brotando en la carne. 
 
Donde han estado tus manos, 
mi piel fue cantera, 
mi espalda, cuarzo fracturado. 
 
Dicen que hay semillas que esperan 
décadas bajo la arena 
hasta que la tormenta las despierta. 
Yo también espero, 
bebiendo del eco de una lluvia 
que aún no llega. 
 
La guerra nunca terminó, 
pero, de algún modo, 
comienza otra vez. 

 
La opulencia de la encrucijada y la acuicidad de los extremos 
 
“En todas las almas 
como en todas las casas 
además de fachada 
hay un interior escondido” 
Raul Brandão 
 
Escucha, amor, como se escucha la lluvia 
cuando cae sin prisa sobre la tierra abierta. 
He intentado escribirte en las esquinas del tiempo, 
dibujar las calles donde la infancia 
aún es un murmullo de tamarindos y luz. 
He querido atrapar el viento, 
su dominio sobre el polvo y los días, 
pero todo se desvanece 
en el espejo blanco de una página. 
 
No te muevas; deja que la tarde 
se deslice sobre tu piel desnuda. 
Abre el trigo de tu falda al viento, 
como quien entrega la última verdad. 
Ese es nuestro mundo: 
una ráfaga suspendida entre el deseo y la brisa. 
 
Me ahogué en la marea de nombres y números, 
en la ceniza del poder que no entiende la lluvia. 
Vi el dinero raspar la piel de los muros 
y me senté en el atrio blanco del silencio, 
a esperar que el olvido se volviera semilla. 
 
No hables; deja que la noche 
desate tu cabello en la sombra. 
Deja caer tu vestido de agua, 
ofrécelo a la luna que espera 
como quien espera el roce de un juramento. 
Ese es nuestro parlamento: 
la tregua callada entre los cuerpos 
que aún creen en la ternura. 
 
El calendario ha dado la vuelta 
como un río que regresa a su origen. 
Los dioses de agua y humo 
se han fundido en la misma plegaria, 
pero contigo, amor, 
soy apenas un esbozo de sílabas, 
una sombra que se rinde al fulgor de tu aliento. 
 
Sin ti, amor, 
soy huerto en penumbra, 
árbol sin raíces, 
navaja que hiere la espalda del día. 
Dos pájaros alzaron el vuelo en tus ojos: 
uno sin alas, el otro, un incendio 
devorando el horizonte. 

*Yohei Moriya Miyakawa, poeta y abogado peruano-japonés por la Universidad Nacional de Trujillo, con maestría en derecho por la Universidad Clemson, ha vivido en más de cinco países. Se desempeñó como docente de gestiones judiciales en la Universidad Austral (Argentina) y argumentación jurídica en la Universidad San Francisco (Quito). Además, es director de la Fundación Biblioteca Virtual El Último Bastión y Fundador de la Cátedra Internacional Antonio Cillóniz De la Guerra. Ha trabajado para la ONG Projects Abroad en Zanzíbar y Malawi, y en su estadía en Estados Unidos, fue parte de TITTLE Boxing Club NYC Midtown West.