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martes, 28 de octubre de 2025

“Sin alma" microrrelatos de Úrsula Prevosti


El nuevo café

Me bajé del colectivo, estaba deseando ir a tomar algo a ese café nuevo que abrió, y aún más luego de aquel día agotador. Estaba lloviendo bastante, así que fui corriendo hacia la entrada del bar. La música que sonaba de fondo era irritante, no frenaba... todo el tiempo ese "punch-punch", me dolía la cabeza. Extrañamente nadie vino a atenderme a la mesa, así que me acerqué yo al mostrador. Me ignoraron. Estaba por gritarles cuando al escuchar un alarido todos salieron asombrados afuera a mirar el cadáver, mí cadáver.


Sin alma

No era él. Su mirada era distinta. No sé parecía a mi hermano, parecía una persona sin alma, sin espíritu. Desde que lo llevaron a ese extraño lugar ya no volvió a ser el mismo. Pero yo lo veía venir, porque yo sabía que ese lugar no era para él. Sabía que, si nos lo regresaban, no todo iba a ser como lo prometían.

Tuvimos que insistir para que vuelva a casa, y nos lo entregan así, ʺsin almaʺ... yo no sé qué le hicieron. Nosotros lo internamos en esa clínica para que lo curen de su esquizofrenia. Pero en vez de regresar curado ―y eso que casi no regresa― volvió así, como si le hubieran arrancado un pedazo de cerebro. ¡Eso es! ―pensé― lobotomía.

Empecé a investigar sobre las lobotomías. Es como sacarle un pedazo de cerebro a alguien, desconectarlo. Matarlo, pero dejarlo condenado a seguir respirando, sin poder hablar, ni reaccionar. Mientras leía empecé a entender que no había vuelta a atrás, él se quedaría así para siempre.

Me di cuenta de que yo lo podía salvar de la única manera posible. En un acto de locura y desesperación agarré la escopeta de mi padre y le disparé varias veces. Mi hermano ahora estaba verdaderamente muerto. Mis padres al verme en la escena del crimen quedaron horrorizados, no creyeron que alguien de 14 años podría hacer eso. Escapé, corrí lo más rápido que pude. Ellos llamaron a la policía, pero ya era tarde, yo ya estaba lejos.

Y aunque no me crean, no vivo con culpa porque hice lo correcto. Salvé a mi hermano de vivir el resto de su vida condenado a ver lo que pasa a su alrededor, pero sin poder sentir ni expresarse. Salvé a mi hermano de vivir sin alma.


Los niños estaban sucios

Los niños estaban sucios, jugando en el barro. El viento me golpeaba la cara, el sol se escondía detrás de las oscuras nubes. ¿Acaso lloverá?, me preguntaba. Ahí sentada en el parque empecé a cuestionarme... no soy buena madre, ni buena esposa, mucho menos una buena persona. Pero sin embargo ahí estaba, acompañando a los nenes en el parque.

De repente se largó a llover. Le grité a mis hijos que vengan, que estaba lloviendo. No me escucharon, estaban demasiado concentrados en su juego. Tuve que acercarme, pero al hacerlo no estaban, habían desaparecido. Empecé a gritar sus nombres. Un chico que estaba sentado en otro banco me dijo “señora, ¿Qué ocurre?”. ―Busco a mis nenes, ¿Qué más?― le contesté indignada. ―Estuve aquí toda la tarde, nunca hubo niños― respondió el muchacho. ―Pero si ahí estaban, jugando en el barro― atiné a decir. El joven me ignoró, se levantó y se fue. Seguro me tomó por loca. Me costó comprender lo que había pasado, hasta que recordé la razón por la que estaba en ese parque. Era el aniversario de la muerte de mis hijos.


*Úrsula Prevosti vive en Argentina, en un pequeño pueblo de La Rioja llamado Anillaco. Tiene catorce años y nació el 7 de enero de 2011. Creció rodeada de libros y lecturas. Ama escribir: lo hace cuando está alegre, triste o angustiada, ya que para ella es como un cable a tierra. Hasta el momento, no ha publicado sus cuentos en ninguna plataforma. Normalmente se los lee a su mejor amiga, que siempre está dispuesta a escucharlos, o a su familia, que también la escucha y le hace sugerencias y aportes. Durante el año 2024 asistió a varios talleres de escritura y participó en dos concursos literarios juveniles, obteniendo premios en ambos. 

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