En la adolescencia me enamoré de una rubita preciosa de diecisiete
años, y ahora, en aquel instante, volvía a enamorarme de una rubita de
diecisiete años. Supongo que uno nunca deja de enamorarse de esas rubitas de
diecisiete años. No importa si tú tienes treinta o cincuenta tacos, esas carnes
frescas y rosadas, esos culos carnosos y esos pequeños senos son y serán
siempre un sueño húmedo...
Cuando le conté a Betty de aquella linda colegiala, hizo una mueca de desprecio y me pidió
que le sirviera otro whisky en las rocas. Luego agregó que una niña de
diecisiete años sería una boba, y una lenta. Ya dije, qué más da si tiene
semejante cu... Pero Betty me interrumpió. ¡A que no te he contado!, exclamó.
¿El qué?, pregunté falsamente sorprendido. Ya me lo esperaba. Nuestra relación
se basaba principalmente en charlas acompañadas de alcohol dentro de mi casa, y
en mi terrible insistencia por follar. Insistencia a la que Betty se negaba
rotundamente porque ella no deseaba dar un sólo paso más allá de la amistad
conmigo. Se lo pasaba repitiéndolo: somos
amigos. Nada personal, decía. En realidad no quería involucrarse con nadie
que no fuese millonario; la idea del amor de Betty incluía alguna buena
fortuna, y a un príncipe encantador. Aunque el príncipe era prescindible si la
fortuna era cuantiosa. Y yo estaba muy lejos de ser todo eso.
Así que Betty se pasaba de vez en vez por mi casa, en
ocasiones con alguna botella de whisky, y me contaba un montón de historias
sobre cómo algún hombre guapo y adinerado había puesto el ojo en ella. Mientras
tanto yo asentía desanimado con la cabeza, y me bebía la botella pensando en
alguna otra cosa, o en cómo podía llegar a ser tan histriónica, y tan
pusilánime.
Aquella vez me contó, noticia sorprendente, que su madre
resultó ser amiga de una señora que a su vez era amiga de un señor, cuyo primo
era un tío adinerado, un empresario, y padre de un chico de la edad de Betty. Y
que esa señora había arreglado un encuentro entre ese chico y Betty. Ya dije,
¿y de qué empresa es empresario ese señor? No lo sé respondió, eso es lo de
menos, el caso es que Rubén y yo nos conoceremos y estoy
emocionada. Asentí con la cabeza y encendí un cigarrillo. Betty siguió con el
rollo de ese tal Rubén y a los pocos minutos dejé de pensar en ello, en todo lo
que ella decía, y pensé en la rubita de la otra vez…
La conocí en San Ángel, dije de repente, ¿no te parece
curioso? Betty suspiró. Ya había notado que yo no le prestaba la menor
atención, y suspiró. ¿Qué es curioso?, preguntó resignada. Si quería que yo
continuase escuchándola, tendría que ponerme un poco de atención. La amistad,
que tanto pregonaba entre nosotros, se basa en habla y en escuchar, hablar pero
también escuchar, y ella ya había hablado suficiente. Es curioso que la haya
conocido a ella, dije, que es un ángel, en San… Betty se levantó dejándome con
la palabra en la boca. La miré mover el culo hasta la cocina. Se fue a la
cocina y desde allí me gritó que siguiera, que estaba escuchándome.
Caminaba por la calle empedrada de San Ángel, dije mientras
ella servía una ronda más de bebida, aquella calle empedrada con piedras de río
y que está llena de restaurantes elegantes, ¿la conoces? Betty gritó que sí,
que era una calle muy bonita y que pensándolo bien, no sería mala idea conocer
a Rubén en uno de esos lugares. Ignorando su comentario, continué: no iba sola,
iba en grupo; un grupo de cuatro tías menores y calientes, todas ellas vestidas
en el uniforme azul de algún colegio de paga. Pero no podría ser de un colegio
de mucha paga, espectacular, porque… vamos, esas tías no andan solas por la
calle (hice una pausa para dar una calada al cigarrillo). Se trataba, más bien,
de un colegio de poca monta, y ellas, las tres, sentíanse estrellas
hollywoodenses paseándose por esa calle llena de glamur. Ninguna de ellas
llegaba a los veinte años y lo sabías, lo olías, y te mojabas de mirarlas con
esas calcetas ajustadas, esas faldas encima de esos culos, y esa juventud
exacerbada y radiante (Betty chasqueó la boca). Esas sonrisas y esos ojos. Esos
cabellos dorados bailando al compás del viento... Para, para, exclamó Betty, no
puede ser para tanto, unas niñas bobas, por Dios. Lo dijo al tiempo que se
sentaba en el sofá y me estiraba un vaso con whisky. Bobas si tú quieres, dije,
pero buenísimas.
Saqué un cigarrillo de la chaqueta y lo encendí. Betty no
decía nada. No hablaba de Rubén y tampoco me pedía que le contara más de la colegiala.
Se limitaba a beber y a echarme miradas que no supe cómo interpretar. Así que
decidí seguir narrando la cosa:
Tenía frente a mí a un cuarteto de jovencitas y alguna de
ellas tendría que ser mía, pensé, porque una cosa así no es algo que Dios te
ponga todos los días. Quiero decir que esas cuatro iban contoneándose por la
calle, y querían que uno las mirase. Querían ser el centro de atención, y que
un hombre las invitase a salir o algo. Quizá tenían en mente algún chico de su
edad, pero yo me apunté de todos modos. Comencé a seguirlas sin que lo
notaran.
Aquí Betty dijoque yo era un cabrón de mierda, un pervertido
y un calentorro irremediable.
Bajaron por esa maldita calle, llegaron a Insurgentes y
viraron a la derecha, seguí. Yo hacía que hablaba por teléfono en un
tragamonedas y fumaba mi cigarrillo al tiempo que por el rabillo del ojo, las
observaba. Había una en particular, con un culo particularmente bueno, y más
rubia y más rosada. Así que yo iría por ella. Pero no sabía muy bien cómo acercarme.
Las miré caminar por Insurgentes unos metros más, y luego dar vuelta en U. Me
dio la impresión de que no sabían muy bien dónde coños estaban. Regresaron a la
calle de las estrellas, y caminaron cuesta arriba. Hasta llegar a Revolución, y
allí doblaron a la derecha, otra vez, y dos de ellas se despidieron de las
otras dos, y abordaron un transporte público. La mía, la del culo más hinchado
(Betty preguntó que si por fuerza tenía que expresarme tan vulgarmente) fue una
de las que abordó. Miré el camión arrancar e irse. Pero no me detuve, corrí y
corrí tras el maldito camión, hasta tuve que aventar el cigarrillo, dije,
cuando finalmente un semáforo en rojo hizo detener al coche que llevaba mi
presa, y pude subir, abordar el camión, y sentarme detrás de ellas. Dios santo,
el solo olor de sus cabellos me causó una erección.
Betty dijo que a mí todo me provoca erecciones, y es verdad.
Yo mismo le había mostrado a Betty cómo se levanta la cosa sólo de pensar en
ella (en Betty), o en cualquier otra mujer, o situación.
Luego me pidió que le estirara un cigarrillo, y eso hice.
Betty lo encendió y dijo: pues yo creo que iré de compras, a por un vestido,
para la cita con Rubén. Ya dije, ¿ahora mismo? Ahora no dijo, más tarde, pero
antes me daré un baño, y debo ayudar a madre. Ya dije, ¿ahora? Sí dijo, será
mejor que vaya ahora. Ya dije, bueno. Y me levanté para abrir la puerta y
despedirme de Betty. Betty pegó su mejilla a la mía, y se largó. Yo me quedé
asombrado. Betty jamás se iba antes de la quinta copa.
2
Logré enterarme gracias a la conversación que sostuvieron las
niñas delante de mí, que mi princesa se llama Rebeca, y vive en un apartamento
en Colinas del sur, dije, y Betty contestó: ¿Te dije que Rubén es Géminis? Ya
dije, ¿cómo te has enterado de algo así? La amiga de mi madre le preguntó a su
amigo por el cumpleaños de Rubén, y es el 23 de junio. Ya dije, qué bien. Lo
que Betty quería decir es que según las leyes de la astrología, Rubén y ella
eran altísimamente compatibles, pues ella es Libra, y él es Géminis. Bueno
dije, el caso es que la amiga de Rebeca se bajó poco antes de los arcos de
Colinas, y la dejó sola. Yo seguí el viaje hasta los arcos, donde Rebeca bajó,
y yo bajé también. Supuse que tomaría algún otro transporte pero no fue así, bajó
caminando y yo la seguí, y la miré doblar en alguna calle llamada Calzada de la
serranía, o algo, y meterse en un edificio. Ella también me miró, y cuando lo
hice, no le quite la mirada de los ojos. Eran unos ojos miel, hermosos, y ese
maldito culo… Dios, una cosa así es un pecado. Lástima que falta tanto para
junio, dijo Betty, si no, le daría un regalo muy
especial a ese Rubén.
Pronunció la frase muy especial con una malicia que sugería alguna clase de
regalo sexual. Dando a entender que en el cumpleaños de Rubén, Betty se la
chuparía o algo.
¿Quieres una cerveza?, le dije a Betty levantándome del
sofá. Sí dijo, pero ¿no tienes limón? Ella sabía perfecto que yo no tenía
limón, que muy pocas, pero de verdad muy pocas veces yo tenía limón. No,
respondí, y ella se quejó, como si del limón dependiera toda su felicidad.
Habíamos bebido tantas veces sin limón, y nunca lo habíamos deseado, que
aquello era un absurdo. Se lo pasó quejándose de que no tuviese limón todo el
maldito tiempo. Tanto que tuve que decirle que si tanto quería uno, ya podía
irse a cogerlo de su propio refrigerador. La idea no era descabellada, Betty
vivía a dos pisos del mío y no hubiese tardado nada en hacerlo, pero se ofendió
como si la hubiese insultado de la peor manera. Se largó echando leches, y dijo
que yo era un desconsiderado.
Betty está actuando muy raro últimamente, pensé, no deja de
interrumpir mis pláticas con ese maldito Rubén, y se altera por todo, como si
yo la tratase de la peor forma. Pero no le di la mínima importancia, en vez de
eso, miré la hora y pensé que fue mejor que se largase, porque ya se me hacia
tarde. Eran cuarto para las dos y yo debería de estar ya en la parada de los
arcos de Colinas, esperando a mi presa. Porque había ideado un plan de
conquista, y el primero de los pasos, era presentarme a Rebeca, la colegiala, y
el único dato que tenía es que más o menos a las tres de la tarde, ella estaría
bajando en esos condenados arcos, yendo hacia su casa.
3
Bueno, pues todo salió a pedir de boca. Creo que las cosas pueden
salir bien si sólo te esfuerzas un poco, es cosa de actuar y eso es todo.
Estuve esperando en los arcos, y de pronto la vi. Cuando lo hice ella estaba a
punto de bajar del camión, por la parte de atrás, y yo corrí a ofrecerle mi
mano. Se la estiré para que ella pudiese sostenerse al bajar. Antes de cogerla
me miró y lo supo: yo era el tío que hace unos días la había seguido hasta su
casa. Esto sólo podía significar dos cosas, que yo era un maldito pervertido,
como decía Betty, o que yo era una buena persona. La colegiala sólo tenía dos
maneas de mirar la situación. Afortunadamente no era muy lista. Tenía
diecisiete años, Dios, un culo precioso, y muchas ganas de que un tío mayor la
cortejara y la sedujera.
Dibujó una sonrisa en su rostro y cogió de mi mano. Una vez abajo,
le dije: hola, me llamo Martin, tú eres Rebeca, ¿no? Sonrió y dijo que sí, que
cómo lo sabía. Entonces le confesé todo, aunque ella estaba enterada, de cuando
la miré en San Ángel, y de cómo la seguí hasta su casa. Me justifiqué diciendo
que me parecía la mujer más hermosa que jamás había visto. Se sonrojó y se
disculpó, pero debía llegar a casa lo antes posible. Ya dije, no hay
problema, permite que te acompañe, dije, y le tomé la mochila, la
coloqué en mi hombro, y no pudo menos que dejarme hacer lo mío: seducirla
camino a casa.
Betty adoptó la misma puñetera actitud cuando se lo
dije.
4
¿Qué haces?, me preguntó Betty cuando me miró coger un peine, y
peinarme. Ya dije, pues me peino. ¿Por qué?, preguntó extrañada. Yo no solía
peinarme, y además, estaba recién duchado y con la camisa dentro de los
pantalones. Porque tengo una cita, respondí sin mirarla siquiera. Ahora me
cepillaba los dientes. ¿Una cita?, dijo acercándose al lavabo, a mí. Ajá, dije
con la boca llena de pasta dental. ¿Una cita con quién o qué?, preguntó
asombradísima. En todo ese tiempo Betty no me había visto intentar un sólo
ligue con alguien que no fuese ella, y no se lo creía. Con Rebeca, dije luego
de enjuagarme la boca. ¿Con quién?, preguntó Betty, incrédula. Con Rebeca,
exclamé, te he hablado de ella toda la semana, la colegiala. Betty enmudeció un
par de segundos y luego dijo: ¿ah, sí?, ¿entonces no querrás ir conmigo al bar?
Lo siento, nena, dije, pero esta vez no podré ir, tengo una cita con una rubita
preciosa, y bueno… creo que la cosa se entiende, ¿no? Lástima dijo, yo pensaba
invitarte esta vez. Es lástima, sí, dije, pero ni hablar, ¿quieres hacerme
favor de darte la vuelta? ¿Darme la vuelta?, preguntó sin entenderlo. Sí dije,
creo que estos pantalones no me sientan bien, me los cambiaré. Oh, es eso,
exclamó, sí, vale. Se dio la vuelta.
Betty estaba asombradísima, jamás en la vida me había mirado
tan interesado en mi arreglo personal. Y tan poco interesado en ella, y en el
trago.
Bueno, dijo mientras yo me mudaba los pantalones, ¿te conté
que yo también tengo una cita? No, dije tajante, sin darle importancia. Sí
dijo, con Rubén, ya es este fin de semana cuando lo veré, estoy muy ilusionada,
me han dicho que es guapo, y es hijo… bueno, ya sabes, de un empresario. Ya
dije, me alegro, ¿crees que la camisa está bien? ¿Cómo?, preguntó. Ya puedes
voltear dije, ahora dime, ¿crees que la camisa está bien? Betty miró la camisa.
Asintió con la cabeza, te ves muy bien, dijo tímidamente, como si le costara
trabajo decirlo. Nunca me había dicho algo así. Excelente dije, ahora el toque
final, ¿dónde diablos está la chaqueta de piel? ¿Tienes una chaqueta de piel?,
preguntó Betty, Dios, no podía creerse nada de nada. Claro dije, sólo que no sé
dónde coños está. ¿Y por qué nunca has usado esa chaqueta de piel conmigo?,
preguntó. Ya dije, no lo sé, la reservo para ocasiones especiales, ya sabes.
Betty suspiró. Pensé que yo era una persona especial, dijo. Vale dije, revisa
debajo de la cama, por favor, yo buscaré en la cocina. En la cocina no estará,
dijo Betty. ¿Cómo sabes?, pregunté. Conozco esa cocina mejor que nadie, dijo. De
verdad, Betty había dicho mejor que nadie en ese maldito tono, ya sabes,
ese tono de… ¿Betty?, le dije muy despacio… ¿Betty, acaso… vale, no lo creo,
pero… es que… hay algo que quieras decirme? No, dijo, sólo lo de Rubén, estoy
segura que nos llevaremos estupendamente. Si todo sale bien pronto podré dejar
este antro de mala muerte y… Vale dije, entonces dime, ¿la chaqueta está debajo
de la cama? Betty se agachó a buscar la chaqueta. ¿Es negra?, preguntó. No
dije, es café o vino, algo así, no recuerdo, ¿está? Creo que sí dijo, supongo
que es esto. Betty se levantó con un pedazo de cuero colgando de su mano. La
chaqueta estaba en bastante mal estado. Ya dije, esa es. Dámela. Betty tardó
algunos segundos en dármela. La estiré un poco, la sacudí y dije: bueno, eso es
todo, me piro. ¿Adónde?, preguntó Betty. A la cita, dije, Dios, que no escuchas
lo que te digo?
¿Cómo es que tienes una cita con esa Rebeca?, me preguntó
Betty fuera de casa, al tiempo que yo echaba llave a la puerta. Ya dije, pues
me planté con ella, le dije que me gusta, y quedamos en salir, ya sabes, para
conocernos y todo ese rollo juvenil, ¿sabes que es lo único bueno de las
mujeres de tu edad?, que se acuestan con quien sea, sin tanto rollo… ¿Mujeres
de mi edad?, ¿a qué te refieres?, preguntó Betty mientras bajábamos las
escaleras. Por alguna razón me estaba siguiendo. Lo siento dije, no lo tomes a
mal, quiero decir mujeres cerca de los treinta, no son unas niñas, saben de qué
va la cosa y se acuestan con un hombre sin necesidad de conocerlo mejor. Entiendo dijo Betty. Ya dije,
me da gusto, ahora sí, me piro, suerte con Rubén, lo saludas de mi parte, bye…
5
Doblé la esquina de la calle y no pude evitar doblarme de risa.
Betty, la selecta Betty… ¡celosa! ¡De mí!, un borracho pendenciero, un roto, un
bohemio, un vago sin oficio ni beneficio al que ha rechazado hasta el hartazgo
porque no quiere darse a tan poca cosa. ¡La muy hijaputa! Yo lo sabía, estaba
celosa como la que más, y todo ese rollo de Rubén, Dios, me tenía hasta
la coronilla. Apostaría la vida a que es un juego, un truco de su mente para
darse a sí misma esperanza. No lo podía creer, todo había salido de
maravilla.
Caminé unas cuadras más y me senté a una banca. Saqué de la
chaqueta un libro de Rilke, y me puse a
leer. Esperaría allí al menos unas cinco horas. Luego regresaría a casa y le
diría a Betty que Rebeca era una chica estupenda.
Me había inventado lo de la rubia preciosa. Sólo para joder
a Betty.