Por: Daniel Acevedo
“La alquimia convirtió el agua en un acuario de relojes…”, con este último verso cierra el poema “Los 100 metros estilo libre de Mark Spitz” del poemario Aqua de Felipe López. Más allá de ser un verso con una imagen poderosa, y que, ciertamente, es uno de mis favoritos, es un verso que define la ruta de vuelo del libro. Inicia un encuentro con lo primigenio y con aquellas historias que creíamos olvidadas y que viven en los riachuelos, los arroyos, las cataratas y los océanos. Aqua es un viaje al pasado, a través de la memoria del agua, de las historias que deambulan por sus flujos y recorridos. No es en sí la búsqueda de una esencia ficticia, sino un juego con aquellas relaciones que ha establecido el hombre con el elemento líquido a través de su historia y su cotidianidad. Es un canto de una Náyade en un idioma antiguo, pero al mismo tiempo cercano, que solo podremos entender si escuchamos atentamente y nos dejamos llevar por el flujo incesante de imágenes.
López, como un antiguo shaman, nos recuerda esa conexión y para ello usa el lenguaje del agua, de los astros, de la lluvia, del océano. Nos deja sumergirnos y ver los relojes, las bisagras del viento, la sangre del poeta que muere ahogado y deja una inscripción en las rocas. El delirio es clave, potencia el encuentro con lo efímero, captura el instante de un flujo, para luego desaparecer. Las imágenes se mezclan y nos revelan verdades que creíamos pérdidas, Aqua es, ciertamente, más que una red de palabras poéticas, un ansiado despertar; una activación de sentidos para percibir lo imperceptible. La metáfora no es casual, una danza de palabras que se encuentran por vez primera, en un juego de abalorios. Un canto que, a pesar del silencio que se expande, intentar emular lo imposible.
Aqua es una apología no sólo al agua, sino a la vida y sus potencias. Es allí donde aparece la imposibilidad y el poeta es consciente. Defender la vida, y el agua su líquido inmanente, es una empresa digna del mayor de los guerreros, pero también un guerrero que juega, un arlequín de las palabras. Y es lo que se respira, lo que se siente, lo que vibra en cada poema de aqua: una vitalidad incesante. Hasta la muerte de Alfonsina Storni se resignifica y pasa a ser una oda al silencio, como una potencia de la vida, como un derecho fundamental, por el que vale la pena morir. Pero Alfonsina no es el único personaje que aparece en el libro, Tales de Mileto, Mark Spitz y Paul Celan aparecen también como sombras necesarias vinculadas al agua y su devenir. Se entrecruzan, aparecen, desaparecen, se actualizan, generan nuevas explosiones de sentido.
La invitación es, desde luego, a la lectura de Aqua, breve, pero emocionante (y palpitante), un acercamiento que va más allá del lenguaje y está aún por construir. Eso sí, es aconsejable que, al entrar en sus páginas, hay que olvidar todo posible preconocimiento sobre el líquido vital y, tan solo por un momento, ser como el niño que se acerca por primera vez al riachuelo, se baña y juega con la corriente, escucha en silencio al agua, que es el mismo poema, lenguaje líquido, epopeya de un ciclo indemne de ojos que se abren y cierran, en los sueños sumergidos de un gran pez. Lo dice López, al principio de Aqua, “Soy el ojo pardo de un río antipoético que cruza las manos de un niño, la quinta esencia de las aves marinas atrapadas en la saliva infantil. Me sumerjo a mis delirios oceánicos en el sudor de un hombre acuático, como un bípedo que alza su cuerpo en las bisagras de una nube…”
Un poemario se abre y un reloj, en el fondo del acuario, ha empezado su ding dang.