(Por: José Daniel Carabajal- México)
Un paseo por la ciudad
Paseado por las calles podemos encontrarnos con jóvenes, y algunos no tan jóvenes, escuchando música en MP3, hablando por teléfonos celulares, y todo lo que la moderna tecnología permita. Nuestros jóvenes de hoy han dado muestra de no saber contralar sus impulsos, esto probablemente se debe a que no son capaces de mediar entre el estímulo y la respuesta (característica de la sociedad posmoderna, el consumismo), por tanto, todo impulso debe ser inmediatamente atendido, no puede haber ningún espacio vacío en la vida del joven. Preguntémonos ¿es demasiado pedir una mediación temporo-espacial entre el acto de salir de nuestras casas, volver y seguir escuchando música o divirtiéndose?
Este último punto nos remite a la cuestión del ruido, indefectiblemente nuestros jóvenes se caracterizan por ser ruidosos, y lo exteriorizan en automóviles equipados con estéreos que compiten cabeza a cabeza en potencia con los minicomponentes del hogar, también podemos comprobar esto en el afán de modificar motores de motos y autos para “sentir el ronroneo del motor”. Mención aparte merecen los llamados “boliches bailables” donde el sonido es elevado a decibeles que hacen prácticamente imposibles la comunicación verbal dejando lugar solo al lenguaje corporal o gestual.
Esta situación genera un vacío interno que se ve complementado con bebidas alcohólicas o sustancias alucinógenas, donde difícilmente tengan alguna cabida las ideas, el pensamiento, las preocupaciones por el otro, etcétera. La palabra diversión proviene etimológicamente del latín di-vertere, que significa volcado a otra cosa. A nuestra juventud le cuesta estar en unidad de pensamiento-acción. Siempre parecen estar con una dualidad ontológica que les impide disfrutar la plenitud de lo que realizan, quizá por eso no disfrutan ni viven sus obligaciones como algo dignificante, sino como algo que les impide llegar a su unidad deseada, la cual la encuentran únicamente en su propio deseo de estar a su libre albedrio.
Probablemente sean estos los síntomas de una sociedad evasiva, donde la juventud trata de no tener vinculación con una realidad que le es adversa en muchos ámbitos, empezando por el hogar, siguiendo con el desempleo, el empleo precarizado o en condiciones poco dignas; quizá también trata de evadirse de una sociedad que le propone modelos exitosos que dejan afuera a los menos favorecidos e incluye solo a los que nacen con “ventajas comparativas”.
Frente a esta dicotomía de los incluidos versus los excluidos del sistema, no queda otra que remitirnos a la teoría sistémica de Von Bertalanffy, acompañada desde lo político por Robert Dall, y David Easton, vemos como el sistema social recibe a nuestros jóvenes como inputs, los procesa en sus instituciones educativas, les da instrucciones que se supone les servirá cuando egresen como outputs, pero finalmente los lanza como desechos y no como productos terminados para cumplir una función, sino como restos de un proceso que los jóvenes no perciben como propio, porque no avizoran con claridad una sociedad estabilizada que les asigne una función y se sienten no funcionales cuando no disfuncionales.
Esto nos lleva necesariamente a considerar el campo laboral en el que se desenvuelven nuestros jóvenes. Podríamos decir que es un campo complejo, donde podemos contemplar una gran variedad de actores según sea su experiencia y calificación. Es curioso ver cómo parece ser que al empleador no le interesa saber que puede hacer el empleado por él, sino que más bien le interesa saber que hizo por otro, (es el caso de un requisito excluyente, “la experiencia laboral”). En este sentido cobra más relevancia el hacer que el conocer, el arte por sobre el conocimiento. Quizá se pretenda los dos, pero quizás se prioriza el primero por sobre el segundo, nos preguntamos ¿no será esta una característica de nuestra cultura tradicionalista y añejada? Muy poco interesa el pensamiento sino la acción, pues si lo que importa es lo que se conozca, poco importaría lo hiciste para otro en otro lugar, como si fuera una garantía de tipo empírica.
Se cuenta que un ciudadano estadounidense fue echado tres veces de diferentes trabajos por llegar tarde, claro esto era permitido por unas borracheras de la noche anterior. Sin embargo este ciudadano llego a ser presidente de los Estados Unidos de América. Su nombre era Franklin D. Roosevelt. Seguramente de haberse conocido ese pequeño detalle antes de las elecciones nadie hubiera dado ni un comino por él. Una vez más el empirismo tiene ciertas excepciones. Que un joven no tenga experiencia laboral no significa que no pueda hacer bien las cosas.
De todas maneras nuestro incipiente mercado laboral no requiere demasiada especialización, ni una fuerte preparación. Salvo los que estudiaron algún tipo de carrera de las llamadas liberales o tradicionales, nos referimos a abogacía, medicina, contador público nacional y alguna de las ingenierías. Una muestra de la vigencia de esta idiosincrasia lo podemos constatar en las generaciones de familias que ejercen la misma profesión perpetuando una especie de marca registrada en esas actividades. Lo cual les da un prestigio generacional y tradicional en cierta rama. Así podemos ver padres, hijos y hasta abuelos en una misma familia que son médicos, abogados, etcétera.
Por el carácter tradicional de nuestra sociedad (relativa indiferenciación de tareas) a estos profesionales los podemos encontrar desempeñando todo tipo de funciones, incluso en los puestos donde uno menos podría imaginárselos, así podemos ver abogados ejerciendo como gerentes de todo tipo de empresas (¿y los licenciados en administración de empresas para cuándo?), ingenieros a cargo de todo tipo de direcciones y departamentos de la administración pública (¿y los licenciados en ciencia política, los sociólogos para cuándo?) ¿Será ese perverso miedo a lo desconocido lo que mueve a nuestros gobernantes a desconfiar de las carreras nuevas? Quizá porque están acostumbrados a que solo se ejecute sus directivas y no los gusta los asesores y técnicos especializados. La modernidad manda que se empleen cada vez más especialistas en las diversas ramas del saber. A estos descendientes de los legendarios brujos de aldea les llamaremos todologos, son especialistas en hacer todo como los viejos chamanes, solucionan todo ellos sin recurrir ni derivar a nadie con una ciencia especifica.
Esta situación es una de las fases que nos ilustran la brecha abismal existente entre los postulados de la teoría del capital humano y el desempleo crónico de los jóvenes profesionales. Esta teoría tuvo su auge en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado, embanderaba como principal hipótesis que a mayor capacitación, mayor probabilidad de inserción en el mercado laboral.
La juventud tiene un futuro que se les promete para ellos, quizá lleguen a ver esa tierra prometida pero no entraran en ella por haber cometido el pecado de enseñar a los mayores a ser jóvenes. Lugar que los mayores nunca dejaran a los que realmente son herederos, porque ellos nunca querrán dejar de ser jóvenes o no quieran aceptar que su estrella ha brillado en otros tiempos.
Me pregunto ¿Que fuego sagrado han robado nuestros jóvenes, a vaya uno a saber que dios, para merecer estar atados a la roca de la falta de esperanzas, mientras de día sus entrañas son devoradas por los buitres de las adicciones, la falta de oportunidades, y la delincuencia, que solo tendrá descanso durante la noche en sus sueños de ser hombres realizados en una sociedad para todos?