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viernes, 10 de octubre de 2025

"Un restaurant frente al Sena" relato de Miriam Susana Rodríguez

 

Era el año1.887. Esteban leía la correspondencia que llegaba del otro lado del mundo. Juan tenía siete años y le fascinaba escuchar a su padre repitiendo en francés cada palabra escrita por sus familiares. Descubría las lágrimas que le humedecían los ojos y esa voz quebrada de emoción volvía más dulce el idioma de sus mayores.

La última misiva tenía como remitente Asnières, Paris y contaba que el restaurante iba muy bien, claro, estaba frente al Sena, el lugar era precioso, y los fines de semana y los veranos se llenaba de turistas.

Mucha gente de paso y también clientela fija que regresaban cada vez atraídos por los deliciosos platos que servían. Entre ellos un par de hermanos holandeses.

El pelirrojo era pintor y siempre andaba con una pequeña maleta repleta de pinceles, espátulas y pomos de colores.

“Se llama Vincent”, contaba el tío francés. “Es muy callado y amable. Fuma en pipa y a veces el humo hace que su figura se vuelva más misteriosa. Es de mis clientes favoritos, aunque habla poco, es agradable mantener una conversación con él y ya puedo considerarlo un amigo. Tiene la mirada triste. Creo que guarda dolor en algún rincón del alma. Pero no me hagas caso, pasar tantas horas detrás de una barra, sirviendo mesas y preparando platos que agraden a la gente, me lleva a creer que puedo entender a muchos de ellos, pero Vincent, es especial, ya te digo que lo considero mi amigo y me preocupa su melancolía. Me ha dicho el barquero, que lo encuentra al amanecer, solitario, observando el río y que lo hace porque le gusta apreciar la luz especial que a esa hora desprende el Sena.

¡Si vieras lo educado que es y cómo la tristeza desaparece de sus ojos, cuando la más pequeña de mis hijas le alcanza un papel para dibujar! ¡Se vuelve un niño más y juntos llenan de color y monigotes la hoja!

¿Sabes una cosa? Ahora ha comenzado a bocetar el edificio, porque me ha dicho que quiere inmortalizarlo en un lienzo.

Las cartas seguían llegando y Juan las esperaba con ansias. Cada vez le gustaba más escuchar las historias familiares, pero quien llamaba su atención y desataba su imaginación infantil, era Vincent, con su pipa, sus colores y esos libros con cientos de páginas que decían leía.

“La pintura está terminada, rezaba una misiva, ¡es tan real!, no sé cómo lo ha hecho, pero ha retratado hasta la gente que viene y va. Yo no sé de esto. Pero, mi amigo debería ser famoso y cotizar muy alta cada una de sus obras. Pero él es así, sencillo, uno más de nosotros y no tiene idea del gran artista que es.

Nuestro apellido está escrito con letras grandes en uno de los muros, en color azul, tan azul como el nombre del lugar en que vives, allí demasiado lejos en el llano argentino, tan

azul también, como las flores que me cuentas que rodean ese arroyo y que tu pequeño Juan junta para su madre.

¿Te imaginas que algún día esa pintura engalane la pared de un museo? “.

Las noticias se iban desvaneciendo mes a mes y dentro de los sobres con sello francés habitaban pocas líneas que hablaran del pelirrojo que había captado la atención del niño argentino. “Hace tiempo que Vincent ya no viene por aquí”. Y tres años más tarde, la tinta corrida de un trazo húmedo dejaba leer, me han dicho que Vincent ha decidido morir, yo no creo que así haya sido, y que sus últimas palabras fueron “la tristeza durará para siempre” y esto último, sí, hermano, es lo que me decían sus ojos.

Ese día, el pequeño Juan, no terminó de escuchar a su padre, salió y corrió hasta el arroyo, allí se arrodilló y mientras las lágrimas mojaban su cara juntó esas flores azules y mirando al cielo pensó en el hombre de la pipa y los pinceles que lo había hecho soñar mientras crecía.

Esta historia está basada en hechos reales. Juan Esteban Rispal fue mi bisabuelo. Sus padres llegaron de Francia y se afincaron en Azul, Provincia de Buenos Aires.

Vincent Van Gogh pintó el Restaurante Rispal en Asnières el año en que supuestamente comenzaron a escribirse esas cartas que nunca existieron. Y obviamente, el pequeño Juan jamás tuvo conocimiento de ningún Vincent en Paris.

El óleo actualmente se exhibe en Misuri, Kansas City, Estados Unidos, en el Museo de Arte Nelson - Atkins.

Nunca sabremos si los propietarios del restaurante fueron parientes, pero Rispal no es un apellido demasiado frecuente y saber que Van Gogh delineo esas letras con su

magnífico arte, toca intensamente cada fibra emotiva de mi ADN.




 

*Se llama Miriam Susana Rodríguez. Cuando escribe le gusta sumar su apellido materno, por eso sus textos llevan como firma Miriam Rodríguez Roa. Nació en Florencio Varela, un municipio muy cercano a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, el 29 de junio de 1963. Es Educadora Preescolar y Auxiliar Psicoterapéutica y, como tal, facilita laborterapia y arteterapia. A finales de los años 80 estuvo al frente de un jardín de infantes barrial y, a partir del 2000, trabajó en principio en un hogar de ancianos; luego, durante catorce años, coordinó un taller protegido de producción que brinda espacio laboral a jóvenes con discapacidad intelectual. Más tarde tuvo la experiencia de pasar por un consultorio de rehabilitación y ser parte de un equipo interdisciplinario, donde su labor fue la de acercar la expresión artística a niños, adolescentes y jóvenes neurodivergentes. Actualmente su tarea se desarrolla en el ámbito educativo, realizando talleres artísticos-literarios en el nivel inicial. Desde siempre le gusta escribir, pero no hace demasiado tiempo que comenzó a publicar en blogs y colaborar en revistas literarias. Un relato inédito, escrito especialmente para la ocasión y titulado Guarda la lumbre a tu lado, forma parte de El arte de ser: Mujer, arte y discapacidad, una obra literaria que suma literatura y obras pictóricas de mujeres de Cuba, Ecuador, México y Argentina.

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