Tatiana caminaba por la calle. Estaba furiosa. Había sido un mal día en el trabajo y su
jefe le había gritado. Aborrecía su empleo. Alguna vez había soñado con ser una
gran artista, quizás una actriz o una pintora, pero ahora era simplemente una
de las tantas cajeras del Banco Nacional. A veces quisiera olvidarse de todo,
desintegrarse en la niebla de la urbe, desaparecer. Pero, no podía y la
frustración la embargaba. Todo era tan absurdo y monótono, no parecía existir escape
alguno, ninguna oportunidad. Refunfuño. Estaba muy aburrida. Pateo una piedra
que fue a chocar contra una caneca de basura. Llego a la puerta del edificio
donde vivía. Saludo al portero, pero este pareció no darse por enterado porque no
devolvió el saludo. Que idiota, pensó. Subió el ascensor y llego a su pequeño
departamento oxidado, en las entrañas de Bogotá.
Cuando
entró en la habitación descubrió algo asombroso. Se sorprendió al mirar sus
manos y brazos, o mejor dicho no vio
nada. Pues sencillamente no estaban ahí ¿Seria que alguna divinidad difusa
había escuchado su plegaria? Ella no creía en dios, pero esto, era
absolutamente imposible. Se quitó toda la ropa y se dio cuenta que su cuerpo ya
no estaba. Sus senos, su cintura, sus piernas, no quedaba nada. Solo un ligero
abismo de silencio. De alguna forma al fin se convertía en alguien
imperceptible, con ausencia de color. Lo primero que vino fueron las
preocupaciones, pensó en el trabajo, en cómo comería, en cómo se comunicaría
con los demás sin que se asustaran. Empezó a caminar de un lado a otro de la
habitación, pero no se le ocurría idea alguna. Podría ir al servicio de salud,
pero, ¿qué droga o tratamiento podía servir para la invisibilidad? Llamar a un
amigo, tal vez. Agarro el teléfono, marco los primeros números: 2-15-67. Dudo
un momento. No, él no le escucharía, pensaría que se le había zafado un
tornillo de la cabeza. Ante la frustración de no tener nada, ni nadie que pudiera
ayudarle en esta situación, se acostó en la cama bocaarriba. Miró al techo, levanto
su mano y abrió los dedos. No, no los veía. Quizás fuera sólo una pesadilla y
solo necesitara dormir. Dormir y no despertar.
Así pasó
la noche. Se levantó. Lo primero que hizo fue mirarse al espejo, se
sorprendió al constatar que su cuerpo
había vuelto. Sólo había sido una horrible pesadilla, una en la que no quería
volver a entrar. Tal vez había consumido alguna droga exótica, sin haberse dado
cuenta. Aun que a duras penas había probado una o dos veces un porro en la facu
y su única adicción eran tomarse algunas polas la noche del viernes o sábado en
el bar de la esquina. Varias teorías pasaron por su cabeza. Pero ahora lo más
importante era ir al trabajo. Así que se olvidó del asunto, se preparó su
desayuno y salió apresuradamente del edificio. Sólo había alcanzado a tomarse
la mitad de su café. Se dirigió a su trabajo, donde su jefe la recibió alzando
una de sus cejas en tono de desaprobación a pesar de haber llegado sólo un
minuto tarde.
El día se
fue entre papeleos, enormes filas y algunos reclamos de señoras encopetadas con
ganas de llamar la atención. Se puso feliz cuando la jornada termino, era hora
de volver a casa. Se fue caminando. Pronto empezó a oscurecer. A medida que la
luz se iba, empezó a notar algo extraño. Se estaba haciendo invisible de nuevo.
No lo podía creer, estaba realmente asustada. Corrió como poseída hasta el edificio y paso
rápido del portero antes de que este alcanzara a detallarla demasiado.
Agradeció que fuera despistado y poco observador. Cerro la puerta con doble
seguro. De nuevo las mismas preguntas del anterior día. Ninguna con respuesta.
Pero todo se resumía en un: ¿Qué hago ahora? A pesar del cansancio decidió que
debía tomar medidas. Se le ocurrieron algunas ideas, pero debía esperar al otro
día para efectuarlas. Así que decidió seguir con su normal rutina. Comió con
algo de dificultad y se le rego algo de comida en su ropa. Maldijo en voz alta.
Luego se puso a ver tv un rato sin poder concentrarse, hasta finalmente quedar
dormida en su cama.
Al
despertarse comprobó lo que sospechaba, se volvía invisible sólo en las noches.
Así que no tenía tiempo que perder. Llamó al trabajo y dijo que se sentía muy
indispuesta. La chica que le atendió, que era la secretaria del jefe, le dijo
que tuviera cuidado, porque el jefe la tenía en la mira. Tati suspiró triste.
Pero reafirmo su estado poniendo un tono de voz de enfermo terminal dejando su
última sentencia. La secretaria acepto y dijo que daría el informe, acompañado
de un deseo de mejoría. Colgó y le saco la lengua al teléfono.
Hizo lo
primero que se le ocurrió. Tenía que experimentar. Se dirigió a una tienda de
pintura y compro de diferentes tonalidades. Recordó los tiempos en que había
soñado con ser artista y practicaba un poco de body panting. Era tiempo de
comprobar que tan bueno era su talento. Se pintó todo el cuerpo. Se ayudó un
poco con el maquillaje. Luego se puso ropa que le tapara lo más posible.
Aprovecho que hacía frío, se colocó una bufanda y unas gafas negras. Salió a
toda prisa y se dirigió al bar. Allí se sentó y pidió una cerveza. El mozo la
miro extraño pero no hizo ningún comentario. Los colegas del bar con los que de
vez en cuando se sentaba a charlar y contar una que otra anécdota o chiste. Hoy
parecían ignorarla por completo. Sólo uno, robusto y barbado, el más cercano,
se acercó y le preguntó: “¿Estas enferma?”. Muriel entonces no pudo aguantar el
impacto y salió corriendo del local, sin dirigirle la palabra a nadie. Corrió y
corrió llorando, pensando que ya nadie la vería como un ser normal.
Llegó a
su casa furiosa. Tiró los botes de pintura por la ventana y se sentó en su cama
desconsolada. Así quedó dormida. Al otro día, que era sábado, ni se levantó de
su cama. Recibió una o dos llamadas, pero las ignoro. También había un mensaje
en el contestador de su amigo del bar preguntando por su salud. Desconecto el
teléfono y se acobijo. Cuando llego la noche, decidió salir a caminar para
pensar un poco. Se dispuso a colocarse la ropa, pero al final lo considero como
un gesto inútil. El frio había mermado y al final era igual pues nadie le
vería. Salió cabizbaja y pensativa. La brisa le empezó a hacer cosquillas y una
particular sensación se apodero de ella. Le gustaba como su cuerpo desnudo
chocaba contra el viento.
Pero, ¿no
había deseado ella eso? El ser invisible, devenir imperceptible. Sea lo que
fuese que hubiera pasado su pedido había sido escuchado, quizás por una
estrella fugaz, por algún duende nocturno o alguna divinidad desocupada en un
cielo sin wifi. De repente se sentía como un ser etéreo que volaba por las
calles. Ella había logrado al fin un poco de aquello que llaman libertad.
Libertad que solo es absoluta en el momento en que no eres percibido, en que
tus manos se convierten en alas que no son vistas y tus pies en cohetes que
desafían el viento. Se sintió feliz. Se dirigió al parque más cercano y empezó
a bailar desnuda en el centro alrededor de algunos ancianos, parejas de novios
y unos paseadores de caniches. Su baile recordaba a un antiguo ritual, quizás
uno de tiempos antiguos, cuando los shamanes lograban una conexión con el todo
que nos conforma. Así se sintió ella, una con el todo. Había perdido su propio
yo, un “yo” que ya no puede verse al espejo, que levita perdido, en aquella
noche de fiesta e irrealidad.
Luego se
puso a pensar, ¿y si aprovechara para hacer otras cosas que eran indebidas?, se
mordió un labio coqueta y sonrió. Muchas ideas perversas vinieron a su mente.
Quizás aparecérsele en la noche al jefe, asustarlo y bajarle los pantalones en
público. Entrar a un centro comercial e ir por su vestido favorito. Toquetear a
un hombre en la sala de cine mientras están en una escena erótica de una peli y
ponerlo incomodo, nervioso. Entrar a la heladería y tomar un poco de helado.
Patear en las bolas al policía que se había burlado de ella alguna vez. Entrar
siempre a preferencia o Vip por encima de cualquier gorila abusador. Bailar
desnuda bajo la lluvia, en medio de la selva de cemento. Se impresiono ante tal
cantidad de poder. Tati se sintió plena, etérea e inmortal.
Así
pasaron algunas noches de bailoteos y travesuras nocturnas. Tati era una
cuando entraba por la puerta de su casa al llegar del trabajo y otra cuando
salía. O se podría decir que ya no era. Existía la Tatiana que trabajaba
juiciosa y seria, que nunca llegaba impuntual al trabajo y la Tatiana que se
perdía para la vista de todos, desaparecía en la ciudad. Una noche que
retornaba del trabajo escucho a sus vecinos haciendo el amor. El movimiento de
la cama y los gemidos de la mujer se filtraban a través de la pared, como escarabajos
juguetones. El eco escandaloso de sus gritos la agitó y la trastocó. Sus
vecinos siempre habían sido así. En algunas de sus últimas noches de soledad
los maldecía en silencio. Pero hoy, lo miraba desde otra perspectiva.
Una idea
lujuriosa le paso por la cabeza. ¿Y si entraba? ¿y si se acercaba a sus cuerpos
desnudos y sudorosos? El solo pensarlo hizo que se sonrojara. No, no. Había
ciertos límites que no se debían pasar. Era su intimidad. Ya era demasiado. Sin
embargo pensó que era poco probable que alguien se enterara. La tentación le
hablaba a sus oídos coqueta, y la serpiente del deseo se movió entre sus muslos
apretando con ardor. No pudo aguantarlo. Se empezó a tocar mientras pensaba en
ello. Se tocó hasta terminar con un pequeño grito de placer. Ese día no fue
capaz de hacer más, así que se durmió. Pensando en cuerpos que se agitan y se
cruzan en un océano de fuego y sudor.
Al día
siguiente de volver del trabajo Tatiana decidió arriesgar el todo por el todo y
entrar en la casa de los vecinos. Espero a que llegara la mujer y cuando ella
abrió la puerta aprovecho y entro en el departamento. Se felicitó a si misma
por su habilidad y rapidez. Espero en silencio a que la pareja se fuera a la
cama. Luego cuando apagaron la luz se dio cuenta que era tiempo de entrar en
acción. Entro en la cama despacio, aun con algo de temor. Aquel hombre
penetraba a la chica con suavidad. Se acercó a la conjunción de cuerpos y
empezó a tocar lentamente. Acaricio la espalda de él, sus dedos caminaron los
muslos de ella. Acerco sus labios y beso sus cuellos desnudos que no podían
reconocer nada en el fragor del momento y las sombras de la oscuridad. El ritmo
de la penetración subió un poco y el nivel de placer se acrecentó. Acaricio el
pecho peludo de él y paso su lengua por los pezones de ella. Permitió a su vez
que la tocaran, que la palparan en el aire, sin saber que había un cuerpo más
en la cama. Acariciaron sus senos, su espalda y sus nalgas. Algunos besos
juguetones y perdidos abrazaron su piel. Luego el paro un momento para cambiar
de posición. Aprovecho el momento y jugo un poco con el pene de él y metió sus
dedos en la vagina y el ano de ella. Jugó como una niña con un juguete nuevo.
Ambos emitieron gemidos de goce, que para ella eran mejor que cualquier coro de
ángeles, o debería decir, de demonios desvergonzados. Se sentía una exploradora
que profanaba un espacio sagrado. Una navegante que recorría el sudor de sus
cuerpos y el fluido de sus órganos sexuales. Una artista, escultora de cuerpos
y besos alados.
La
penetración se reanudo. Todo aquello la excitaba enormemente. Se empezó a tocar
ella también inevitablemente. Aquella mescolanza de cuerpos estaba cobrando su
efecto, el estallido era solo cuestión de tiempo. Las manos, los pies, los
labios y los cuerpos fueron solo uno. Y entonces paso lo increíble. El orgasmo
llego y los tres se vinieron al mismo tiempo. Tati mordió la almohada para no
gritar y que su presencia no fuera detectada, mientras la pareja gritaba de
placer. Era el polvo perfecto. Pero ellos no lo sabían. Sólo Tati lo sabía. Sería
su pequeño secreto. Sonrió y se retiró de la cama. Espero a que ambos se
durmieran y se retiró del departamento sin hacer ruido, desapareciendo como un
fantasma de la noche con una promesa de un volver. Tati se hizo consciente
entonces de las ventajas de ser invisible, de los beneficios y la libertad que
se diluye en cada acto, en cada Oportunidad. Ha aceptado su condición. Siente
en su espalda unas alas enormes, que le permiten ascender al lugar donde antes
el sol quemaba y donde la brisa se siente con más fuerza, con más ardor. Lo que
siguió de allí en adelante fueron noches enteras de juegos y recorridos
nocturnos. De día, Tati era la mujer trabajadora, seria, conversadora,
amable. Aquella que cambiaba los billetes, hablaba de temas banales con sus
amigas como lo bien que se veía el esmalte en sus uñas y lo lindo que estaba
Ricardo. Sonreía. Todos en el trabajo estaban extrañados con su cambio. Ella
era la rara, la artista, la anti-social y de repente se insertaba en esa
normalidad trémula que siempre había detestado.
Pero
cuando salía del trabajo y su cuerpo desaparecía, una sonrisa se asomaba
juguetona en su rostro y un último brillo aparecía en sus pupilas para luego
desaparecer. Era una estrella fugaz. Era la señal del inicio de la noche. De su
noche. Entonces Tati bailaba desnuda en los parques, asustaba a pequeñas
ancianas con sus caniches vestidos, tomaba cerveza y Fernet en bares mientras
molestaba un poco a los ebrios jalándoles las orejas y entraba sin pagar al
cine como diva de la tv. Le pinchaba las llantas al carro del jefe y cuando
nadie miraba pintaba alguna pared vacía de guitarras, música y múltiples
colores. Hacia el amor con los vecinos y jugaba también con otras parejas del
edificio sin que pudieran percibir aquel fantasma que potenciaba su deseo y su
querer. No había barreras, no había moralismos ni refinamientos. En las noches
ella era la mujer sin reflejo. Desaparecía el cuerpo, aparecía Tatiana. Era un
cuerpo sin piel, ni órganos. Era una pequeña brisa que pasaba inadvertida a la
vista de otros, que se camuflaba en la sombra, en lo profundo del anochecer.
Pronto Tatiana ya se había acostumbrado completamente a este cambio y al manejo de su
cotidianidad. Pero las cosas cambiarían. Un buen día va a trabajar como
siempre, atiende a los clientes, finge normalidad. Espera con impaciencia la
noche. Empieza a caer la tarde y sale feliz del trabajo. Se apura y llega a su
casa. Entra al baño y se mira al espejo. Desea ver esa nada que le compone, esa
nada que en la noche se pinta de colores, de deseos y de placer. Pero de
repente ve que hay alguien allí. El espejo le devuelve la imagen de un cuerpo,
de un cuerpo que ahora le parece desconocido. Se preguntó quién era esa mujer que
se asoma desde el otro lado, qué interrumpe sus fantasías y aventuras
nocturnas. El abismo se abre inconmensurable. Las cadenas vuelven de sus
grietas perdidas y le atan con fuerza.
Tati no
lo puede creer. Ya no es invisible. Ha perdido el don. Ha caducado el poder.
Pensó que si hubiera sabido que tenía fecha de vencimiento, lo hubiera
aprovechado aún más. En un primer momento se lo tomo con calma. Decidió no
salir esa noche. Saco una botella de vodka que tenía en la nevera y empezó a
tomar. Empezó a caminar de un lado a otro de la habitación mientras bebía. Por
su mente pasaron toda clase de ideas y confusiones. ¿Quién era ella? ¿Qué
extraño don era este que llegaba y luego se esfumaba sin previo aviso? ¿Por qué
cambiaba tanto su cuerpo? ¿o en realidad todo había sido una loca fantasía
suya? Y de nuevo aquella terrible pregunta: ¿Quién era esa mujer que se asomaba
y se burlaba de ella en el espejo?
Volvió a
mirarse detenidamente. Desprecio el cuerpo que se asomaba en el espejo. Le
pareció grotesco, monstruoso. No lograba identificarlo consigo misma. Empezó a
llorar. Las manos le empezaron a temblar. Deseo destruir a esa otra mujer, que
ahora acababa en un segundo la vida que creía haber construido bajo el velo de
la noche. Tomo la botella y la lanzo con fuerza contra el espejo haciendo que
este se quebrara en pedazos. Se puso las manos en la cabeza y se tiró al suelo
desesperada. Gritó. Con una mano se agarró de la cobija de su cama y la tomó
para sí. Cubrió ese cuerpo vergonzoso. El dolor hizo que estallara en lágrimas
y gemidos. Se sintió impotente e inútil. Se sintió como el mortal que toma un
poco de ambrosia y néctar divino, pero que luego despierta y se da cuenta que
solo le quedan panes viejos y un poco de agua para beber.
Así se
quedó dormida. Al otro día se despertó, muda, sumida en sus pensamientos.
Decidió no ir al trabajo. Volvió a llamar e invento otra excusa tonta. Dado el
buen desempeño en los últimos días no le pusieron ningún problema. Se quedó
acobijada en su cama. No era capaz de levantarse. Los fragmentos del espejo aún
estaban regados en la baldosa del baño. Bostezó. Intento volver a dormirse. No
fue capaz. Apretó su cobija. No quería ver su cuerpo. El día pasó lentamente.
Los minutos se hicieron largos y perezosos. En ocasiones sollozaba sin remedio.
En otras pasaba al silencio y el odio por sí misma. Así paso todo el día. Se
sentía como una lombriz bajo tierra. No quería salir. Quería sumergirse en la
inmundicia del pantano que ahora le rodeaba.
Pasaron
dos días más así. Comía poco. Se paraba lo necesario. Solo para hacer sus
necesidades básicas, comer y defecar. Desconecto el teléfono. De vez en cuando
prendía la tv solo para sentir el ruido de la pantalla, sin prestar realmente
atención. Cerro la cortina de la ventana, la luz le molestaba. Quería oscuridad
y silencio. Quería aparentar que era invisible otra vez. La apuesta no le salió
bien, porque pronto sus ojos se acostumbraron y la luz entraba de todas formas
por pequeñas rendijas. Volvía a sollozar y pegaba puños contra la cama.
Intentaba dormir, pero el sueño era efímero y tormentoso. En algún momento se
paró a la cocina y pensó en cortarse la piel, en quitársela, en cortarse a
pedacitos hasta que desapareciera ese horrible ser. Pero la cobardía le pudo.
En vez de ello buscó un bolígrafo. Desordeno completamente la habitación para encontrarlo.
Luego empezó a rayarse los brazos con fuerza. La varita mágica era deficiente,
no funcionaba para ella. Se rascaba la cabeza y se atormentaba. Pero no
encontraba una respuesta a lo que debía hacer a continuación, a como
reestructurar su vida, a como apropiarse de ese cuerpo que hoy le parecía
desconocido y repugnante.
Al tercer
día se levantó al baño y tropezó con algo del desorden de su habitación. Se
agacho con curiosidad. Era un viejo cuaderno. Lo miro con curiosidad. No
recordaba haberlo sacado del lugar donde estaba en el armario. Quizás se había
caído la anterior noche que buscaba desesperada el bolígrafo. Se encontró con
sus viejos dibujos. Alguna vez había soñado con ser una gran artista. Su
cuaderno estaba lleno de dibujos y pinturas. Había varios bocetos de paisajes
urbanos y mujeres desnudas. Algunas bailando en el teatro, otras jugando cartas
y riéndose. Algunas duchándose en las cataratas, otras haciendo el amor. Muchas
mujeres desnudas en diferentes posiciones. Era un juego con el cuerpo. Cuerpos
dinámicos, cuerpos que se mueven, cuerpos que cuentan historias para no
olvidar. Entonces, de repente pensó que tal vez ese mismo cuerpo que ahora
criticaba era su huella, era el trazado que ella delineaba en la realidad y el
mundo. Se miró atentamente. Estudio cada fragmento de su cuerpo. No estaba tan
mal. No era un monstruo. No al menos uno de verdad.
Había
dado el primer paso. Se dio cuenta que debía tomar decisiones si quería salir
de esa crisis. A ella le correspondía decidir buscando un don que tal vez ya no
volvería o aceptar el cuerpo que ahora tenía y ver qué posibilidades le
quedaban con él. Se decidió por lo segundo, lo primero era sin duda un camino
sin retorno. No obstante, le costaría y necesitaba reencontrarse consigo misma.
Se bañó y se arregló rápidamente. Se dirigió al trabajo. Entro a la oficina del
jefe. Allí, sin decir una sola palabra coloco su carta de renuncia encima del
escritorio. El jefe la miro sin entender. Tati no dijo nada. Solo le miro con
desprecio y luego se fue. Se sintió aliviada, desinhibida, única. Se había
liberado de una roca que pesaba con fuerza y que hacía de su cuerpo esclavo y
miserable, monstruoso y aterrador. Era hora de pintar su propio trazo y de
escoger hacia donde quería que llegara la línea. Preferiblemente bien lejos de
allí. Compro un nuevo espejo y lo colgó en el baño de su habitación. Se miró y
se vio hermosa. Se vio especial. Desde el más largo de sus cabellos hasta el
más pequeño dedo del pie. Entonces empezó a aceptarse. Recordó lo que había
vivido aquella noche con los vecinos y pensó que se había equivocado. Lo mágico
de la noche no había sido el hecho de ser invisible o indetectable, sino darse
cuenta de las posibilidades de expansión que su cuerpo podía adquirir. Gracias
a esa experiencia irónicamente se conocía más a sí misma. Sus puntos de caída y
éxtasis, de explosión de placer. Se dio cuenta que su cuerpo, incluso cuando no
era visible era objeto de deseo y misterio. Que por más que la piel y las vísceras
se fueran. El misterio del cuerpo seguía allí. Alimentaba deseos, apetitos y
pasiones. Las guardaba en un pequeño cofre de piel. Su cuerpo era un templo.
Era el lugar de lo sagrado, donde explotan galaxias y besos, donde se inician
senderos inexplorados de la boca al ano, del cuello a los pies.
Decidió
seguir con la siguiente etapa del plan improvisado que había ideado. Salió de
su casa. Se compró un enorme blog con hojas grandes en una papelería. Se
dirigió al parque. Empezó a pintar: Perros, arboles, casas, hombres. Todo tipo
de hombres. No importaba sexo o edad. Ancianos tirando maíz a las palomas,
parejas tomando café, mujeres maquillándose a escondidas, niños jugando
frizbee, hombres solteros que trotan con sed. Sólo quería pintar y pintar. El
arte era el medio por el cual se reafirmaba su cuerpo. Ese cuerpo que fluye
como los demás en el río de la vida. Había encontrado una función para él.
Había aprendido a querer y apreciarse, a expandirse y devenir. Finalmente se
dio cuenta que a pesar de que no era invisible, no se necesitaba ningún polvo
mágico para poder desaparecer.