Nos sentamos a observar el tiempo, así sin más ni más… que contaminado y espantoso se vuelve este en el vacío instante de esta vida trágica. Unos alzan las manos y miran al cielo. Su espera llega en bocanadas de agua, truenos, ahogados, lodo, muerte.
Me observo sentado, mirando, mirando… Por momentos el tiempo pasa solo en tal acto. Invoco sueños, recuerdos. Pasan, bailan, me gritan en la cara. Los escupo, los despedazo… soy yo.
Decido hacer de maromero, me amarro un Salami y lo uso como corbata. Luego llego a una reunión de gentes extravagantes; me paseo tranquilamente por todo el salón, mientras galanteo petulante mi nuevo accesorio. Mujeres se babean al verlo, otras se mojan; uno que otro conde me mira y me hace ojitos. Sigo mi camino, encuentro una bella mujer, me dirijo hacia ella y la golpeo en la cara con mi gran Salami.
Se desbarata el cuadro, los ojos saltan, las comuniones se quiebran, los monjes mueren, y el papa se ahorca con la soga de su sotana. Dios festeja tal acto con Baco, Loki y Lucifer, mientras se celebra el baile de las mil putas.
Se despeja el cielo, brotando sangre a diestra y siniestra… pinta ésta todo lo visto alrededor, mientras los lugareños recogen lo que pueden en baldes, cocas y todo recipiente a mano… “es la sangre derramada por la madre tierra, está en celo y todos debemos joderla por el bien nuestro”, decía una persona para sus hijos, los cuales veían tal espectáculo por vez primera en sus vidas.
Los arboles se adornaban en rojo y verde; parecía una navidad, una navidad sangrienta. Los hombres bailaban entre la sangre, se bañaban en ella, felices. Recogían un poco y graciosamente se la tiraban entre ellos. Era momento de fiesta, de gozo ilimitado, donde todo era permitido: los golpes, las riñas, los insultos, todo hacía parte de este gran momento… unos hacían el amor entre la sangre. Era como si todos hubieran tomado éxtasis o una gran dosis de algo dulce y soñado, todos hipnotizados jugando entre si, en la sangre, sus cuerpos, los moretones; pérdida de la cordura cotidiana y entrada a la estulticia total y mundana, hija de la nada, del caos.
No era una fiesta con fines políticos, ni religiosos… era el momento donde todos volvían a la realidad instintiva, animal. Era una dionisiada, un bacanal en sus mil actos, era el día donde todo muere en su acto reciproco de creación de la madre tierra misma. Era un acto de olvido desde la primera gota de sangre, hasta el despertar; era un olvido total, un tiempo baldío en la estructura cotidiana que llamamos días, calendario y todas aquellas cosas que el hombre tiene para recordarse hombre.
Llovía sangre a cantaros, era un fin del mundo sin sentido, sin sentirlo. No había hombres, solo seres vívidos en su existencia. Estaban sujetos al éxtasis más incontrolable posible: tal conciencia de este momento solo devendría en la locura misma. Se olvidaba el yo y todo otro interior; se olvidaba la carne, el pensamiento y todo dios in-existente. No había nada, porque no hay hechos, ni momentos, ni espacio-tiempo… no había nombres en ese estado, tan perpetuo que ni la vida se llamaba.
Al día siguiente se despertaba sin recuerdo alguno. Volveremos a ser los extraños de siempre, los desconocidos del mundo. Así, simple y llanamente volveremos a ser los extranjeros diarios, los caminantes, los gitanos, trotamundos, cabalgantes que devenimos de un mono en hombre, solo porque a un depravado ser “superior” se le subió la sangre a la cabeza y se folló a un simio. Despertamos en nomadismo puro y necesario. Recordamos que la quietud es la némesis del hombre, de su curiosidad, de su inacabada mente.
Es silencio al despertar, se logra el objetivo ¿Cuál? El no saber que pasó, un día de infinita inconsciencia, bella desde su nacimiento hasta su despertar. Solo se escucha el sonido del filosofem… al fondo “Rungang um die transzendentale säuler der singularität”… Es momento de sentarse, observarse, lentamente y caminar a través de nosotros mismos. Es vérselas con la soledad desnudo, sin una manta, ni un taparrabos; ni Jesús se decidiría a un reencarnamiento, pues vería la soledad armada con millones de soldados y nuestro único batallón es intangible e incontable. Solo soy yo desnudo y desterritorializado de toda creencia, en pocas palabras descreído o incrédulo del poder “divino”. No podría hacer nada multiplicando panes, pescado o vino, aunque la última se hace tentadora. La soledad frente a nosotros ¿y nuestras armas. Para que armas. Pelear, luchar? Solo porqué hacerlo… doy la espalda y sigo mi camino entre notas tristes y acorraladoras de hombres viejos. La respuesta solo se resume en sentarse y contemplar el tiempo en habla, palabras, notas voces, pobres, días, amigos, gente y el regreso al yo nuevamente.