A mis amigos muertos
I
¿A
qué nacemos los cadáveres? Al viento grumoso de un ayer acontecido, al soplo
infinito de un desgraciado porvenir; a eso y no para la tierra, no para las
fauces de un minúsculo sepulcro.
Si acaso poseo algo es el transcurso. Todo hombre es un trayecto; el transcurrir mío apenas duró unos segundos, luego nacer; dirán de nuevo, dirán otra vez. Esa es la verdad: soy Muerto y he nacido en este día.
Mi madre tiene el cañón recortado y mi padre se entierra en la carne. La noche en la que me engendraron un barbecho fue el tálamo, la mullida luna dio el brindis con claros destellos, luego vino el desgarrado silencio, luego estas manos que son las de otro y esta lengua que habla con los demonios.
Si acaso poseo algo es el transcurso. Todo hombre es un trayecto; el transcurrir mío apenas duró unos segundos, luego nacer; dirán de nuevo, dirán otra vez. Esa es la verdad: soy Muerto y he nacido en este día.
Mi madre tiene el cañón recortado y mi padre se entierra en la carne. La noche en la que me engendraron un barbecho fue el tálamo, la mullida luna dio el brindis con claros destellos, luego vino el desgarrado silencio, luego estas manos que son las de otro y esta lengua que habla con los demonios.
II
Rasga la daga a la mañana, la daga de los ángeles que andan en la nada. Es una hoja afilada y los cirujanos pueden soñar, a veces, con ella; que abre en canal los cuerpos y puede sacar la punta a un lápiz o partir un abdomen.
Raja la masa con la daga y la navaja la clava en la espalda; salta la moronga, salta el cuajo y se embarra, se embarra en la calleja y en la cara de ella, de la que trae la daga y de la que guarda la navaja, dos chavas que asaltan y clavan, dos batos con dagas que andan las calles, clavándolas, clavando dagas, vestidos de chavas.
III
Como soy terrestre que se arrastra, por el suelo fui detrás de un rastro; preguntaba a las hormigas y a las cucarachas, una lombriz de tierra adolecía asesinada, casi mi nariz la toca y ella con la panza tronada, parecía que me decía: mira Muerto, déjate de cosas, búscate una tumba, o arrímate a un fuego.
Cuando los hombres danzaban y la ceniza se hundía en el viento y hablar con Dios era sencillo como morder un pan, la lombriz ya transcurría, entonces todo esto que se llama vida no es otra que una canasta de viandas pasadas, una panza estallada, como ésta de la lombriz en la acera, tronada, hecha una plasta.
IV
Me quiero ir de mi cuerpo y sin embargo seguir sintiendo. Quiero dejar de tener nombre, ser llamado aire o zumbido.
Vivir y acallar al pensamiento; hueco como un árbol seco, rebosante de pétreas arterias, sin idea ninguna revoloteando el cerebro.
Morder a la nada, comprender, sin balbucir, al universo. Ser otro todo el tiempo; sin vestir piel ni calzar los huesos del personaje que puedo representar: el profesor rural con los anteojos parchados, la señora en el mandado, el asesino en el escusado.
Quiero irme de mí, de este relato, dejarle en empeño al destino las cuitas y naufragar sin angustia en el amplio mar de las posibilidades.
Podría, por ejemplo, ser un vaso: boca de vidrio que nada bebe, o el antifaz de una dama:
sepulcro de sombra para unos ojos.
¿Cómo sería la ausencia presentida de mi cuerpo?, ser para mí como el miembro fantasma del amputado, extrañarme sin haberme conocido, quererme sin tener de mí ningún cortejo.
Soy fantasma de carne y sueño y a veces me arrebato a la sensual ignominia de lo nombrado.
Podría surcar los océanos del tedio sin esgrimir siquiera una nota de aburrimiento, jamás preguntarme ¿quién soy?, sino tenerme entero, por completo desconocido.
Quiero irme de mí, escapar de mi cuerpo, verme caer en los brazos de la tierna luz de un campo desolado.
V
Para hablar del unicornio hace falta reunirse en círculo, para dormir en brazos de una quimera se necesita tejer un paño con lágrimas de oro, para convertirse en espora nada más morirse y para estar vivo todo lo que queda es encontrar la salida:
a cada día,
a cada hora
a la mentira de estar aquí, en la tierra, en este miserable planeta: paradero de asesinos, motel de carretera, donde se queman focos y se revientan venas.
Una noche como esta mataron a Lalillo.
Es verdad que todos veíamos como su vida era una cama de vidrios; lo supimos suicida y loco, él también se había mirado ya en el espejo del destino, se sabía un muerto y esto le encantaba, pues bebía sin descanso y estaba siempre molesto, como si mordiera tierra de panteón, moscas panteoneras, miel de un cadáver.
Cuando lo mataron, alguien me dijo: lo ataron de manos, él tenía una pistola y con esa misma le dispararon, dieciséis tiros, la puerta de fierro abierta, la sangre como un fruto ígneo creció por lo ancho del suelo.
Para hablar del unicornio hace falta atrapar un ejemplar, darle caza en un día de tedio, hablarle como Lalillo habló a sus demonios.
*Óscar Édgar López (Zacatecas, Zacatecas 1984).
Escritor y pintor. Licenciado en letras y Maestro en Investigaciones
Humanisticas y Educativas, ambas por la UAZ. Tiene publicados los libros de
poesía: Cuando los locos ya no se crean Napoleón (IZC/2000), El
traje de los días (Mantra/2019), Flor
de sangre sembrada por el amor (Stultifera Navis, 2022) y de
narraciones y cuentos: Ella ama lo puerco que soy (Espacios
literarios/2005), Solo y sin bolsillos para meter las manos antes de
llorar (Tierra Adentro/CONACULTA, 2006) y Una gargatilla
tierna es lo que amor digo que crece. Las llanuras del sol: arroyos de leche, (Texere
/2019). Se desempeña laboralmente como profesor en la educación media superior.
Como pintor ha sido seleccionado en la II Bienal Internacional de Pintura Pedro
Coronel, ha expuesto de manera individual y en colectivo desde 1997, dentro y
fuera de México en los circuitos de arte correo nacional e internacional.
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