Tormento y grieta
Para amarme, dame un tormento,
la majestad oculta de la ruina,
el viento incierto que se cuela,
viento que me lleva al tejado,
a ver la tormenta venir desde el este.
Estoy cansada de albas luminosas,
no sé andar por autopistas anchas,
temo los puentes colgantes,
quiero arrastrarme con el aire cortado,
por senderos de montaña,
la fatiga que marca el pulso.
No me allanes el camino,
no endulces mis oídos sordos,
no quiero palabras suaves,
no guardo en mí el plomo de lo fácil,
me acostumbro al silencio,
a la soledad con mi yo frágil.
Solo amo de ti el vértigo de la cuesta,
solo amo aquello que apenas intuyo,
haz mi vida difícil y suspendida,
sé dócil a mi tormento,
que escribo novelas en hojas frágiles,
que persigo tu imagen con mi pluma.
La grieta lenta se abre,
bajo el cuadro armonioso del día,
trae ecos de terremotos antiguos,
calma engañosa, tierra que cede,
somos balsas a la deriva,
mirando la torre, el abismo oculto.
Promesa tibia
Tu piel es una promesa tibia,
una lengua de luz sobre mi sombra,
y yo, incendio contenido,
me deshago donde apenas rozas.
Tus dedos —vidrio y viento—
recorren mi espalda como plegaria,
y cada poro abre la flor
de una espera largamente callada.
El aliento, ese hilo invisible,
se enreda en mis clavículas,
como si supiera leer
el temblor de mi esqueleto.
Hueles a tierra recién herida,
a noche mojada por deseo,
y en tu cuello late la luna
como un tambor secreto.
Mis muslos te buscan
como las raíces buscan agua,
y en el hueco de tu vientre
se curva mi hambre.
Allí, en el cruce sin nombre,
la sombra aprende a respirar.
En la grieta azul
Te mueves como si el viento
te debiera sus rutas,
con la calma exacta de quien
ha escuchado demasiadas mareas.
No dices que eres eterna,
pero hay algo en tu sombra
que no cede al óxido ni al invierno.
Llevas bajo la piel
una multitud de rostros antiguos,
pero sólo uno respira cuando hablas.
Tu voz no busca tronos,
busca grietas,
allí donde la belleza se quiebra
y aún así persiste.
Cuando escribes,
las estaciones cambian de nombre,
la piedra se vuelve pájaro,
el silencio, testigo.
Te leo y regreso
a ese lugar donde todo comienza
y nada necesita ser dicho.
Para amarme, dame un tormento,
la majestad oculta de la ruina,
el viento incierto que se cuela,
viento que me lleva al tejado,
a ver la tormenta venir desde el este.
Estoy cansada de albas luminosas,
no sé andar por autopistas anchas,
temo los puentes colgantes,
quiero arrastrarme con el aire cortado,
por senderos de montaña,
la fatiga que marca el pulso.
No me allanes el camino,
no endulces mis oídos sordos,
no quiero palabras suaves,
no guardo en mí el plomo de lo fácil,
me acostumbro al silencio,
a la soledad con mi yo frágil.
Solo amo de ti el vértigo de la cuesta,
solo amo aquello que apenas intuyo,
haz mi vida difícil y suspendida,
sé dócil a mi tormento,
que escribo novelas en hojas frágiles,
que persigo tu imagen con mi pluma.
La grieta lenta se abre,
bajo el cuadro armonioso del día,
trae ecos de terremotos antiguos,
calma engañosa, tierra que cede,
somos balsas a la deriva,
mirando la torre, el abismo oculto.
Promesa tibia
Tu piel es una promesa tibia,
una lengua de luz sobre mi sombra,
y yo, incendio contenido,
me deshago donde apenas rozas.
Tus dedos —vidrio y viento—
recorren mi espalda como plegaria,
y cada poro abre la flor
de una espera largamente callada.
El aliento, ese hilo invisible,
se enreda en mis clavículas,
como si supiera leer
el temblor de mi esqueleto.
Hueles a tierra recién herida,
a noche mojada por deseo,
y en tu cuello late la luna
como un tambor secreto.
Mis muslos te buscan
como las raíces buscan agua,
y en el hueco de tu vientre
se curva mi hambre.
Allí, en el cruce sin nombre,
la sombra aprende a respirar.
En la grieta azul
Te mueves como si el viento
te debiera sus rutas,
con la calma exacta de quien
ha escuchado demasiadas mareas.
No dices que eres eterna,
pero hay algo en tu sombra
que no cede al óxido ni al invierno.
Llevas bajo la piel
una multitud de rostros antiguos,
pero sólo uno respira cuando hablas.
Tu voz no busca tronos,
busca grietas,
allí donde la belleza se quiebra
y aún así persiste.
Cuando escribes,
las estaciones cambian de nombre,
la piedra se vuelve pájaro,
el silencio, testigo.
Te leo y regreso
a ese lugar donde todo comienza
y nada necesita ser dicho.
*Yuleisy Cruz Lezcano nació en Cuba y posee ciudadanía italiana. Desde 1992 reside en Marzabotto, en la provincia de Bolonia. Es poeta, escritora, ensayista, periodista y activista comprometida con la defensa de los derechos de los trabajadores y la lucha contra la violencia de género. En su labor educativa, promueve modelos relacionales innovadores y utiliza el caviardage como herramienta pedagógica en escuelas, con el objetivo de transformar lo negativo en positivo. Coordina laboratorios creativos orientados al crecimiento personal y colectivo.Colabora activamente con periódicos nacionales italianos, en los que publica artículos sobre temas sociales, educativos y de actualidad. Su voz literaria y compromiso social se entrelazan en una obra extensa y reconocida tanto en Italia como en el extranjero.
Su trabajo gira en torno a temas de identidad, migración, feminismo, translingüismo y la experiencia intercultural de la mujer inmigrante. Forma parte de la redacción de distintos fanzine y blogs italianos, y colabora con revistas literarias españolas e hispanoamericanas, en las que publica tanto artículos propios como traducciones de autores italianos, con el objetivo de difundir la poesía italiana a nivel internacional. Ha escrito 18 libros.
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