OVILLADO
I
Ovillado en el último rincón de la consciencia, en esa pequeñísima habitación donde no hay escapatoria. Las puertas y ventanas cerradas con candado. Estar solo frente a la espina dorsal y su alarido interno. El corazón de los miedos. El vértigo.
II
Un manto de vibraciones acaricia los poros. El suspiro vital enfocado en su hoguera : La plenitud del fuego inmerso en la totalidad del momento. Un llano infinito sin rejas ni paredes.
III
El Corte nos enseña que más allá del vacío no hay nada. De este lado sólo queda un laberinto de espejos o un claustro empolvado, un lugar donde todas las tumbas están cerradas —excepto una, una en donde un recién nacido llora.
IV
A menudo el Sueño toma las riendas del Acto. Un caballo blanco galopando desbocado. ¿Qué hacer? Moverse apenas, asentir con la mirada gacha, decir lo que todos esperan. Sonreír. Es muy importante sonreír.
V
Salir de casa y dejar las puertas abiertas, orgulloso de derrochar la libertad, perdiéndolo todo como si fuera la última vez, como si fuera un jugador febril que apuesta sin pensar y con ímpetu.
BÁLSAMO
…) el divino Odiseo púsose a lavar su cuerpo en las aguas del río y a quitarse la salmuera que cubría sus anchas espaldas y sus hombros, y limpió de su cabeza la espuma de la mar infatigable. Después que se hubo lavado y ungido con aceite, se vistió las ropas que le proporcionara la no sometida doncella.
Homero
Quizás sufrir no sea caída vertical
sino un amplio surco empantanado,
un hondo miedo porque el amor se acaba
y así se esfuma la magia evocadora.
¿Será quizás un negro mar de angustia
que va llenando el vientre gota a gota?
Quizás sufrir sea la impotencia
de ver morir el sol,
y de observar a los cuervos de la duda
devorando nuestro nido de la infancia.
Por eso hace falta un Bálsamo sagrado
para ungir nuestros miedos profundos,
una forma de pasear al vértigo por un Ayer,
por un tranquilo atardecer en Roma,
por sus paredes blancas y lejanas,
por una honda ventisca
que va arrastrando las latas vacías
y espolea unas frazadas
mientras bailan
juguetonas
a lo alto del balcón.
Entre tanto
el sol habrá asistido,
generoso,
al ritual que nos limpia las heridas.
EL JARDÍN DE LOS LIMBOS
“(…) pero los relojes no avanzan”.
Salvador Novo
Hoy el aire está hecho de caucho sordomudo.
La luna despliega su oro perverso en la ciudad.
La gente se detesta con cordial delicadeza
y todos los ángeles migran al horizonte.
El almíbar de la carne se ha marchitado
y una vasta capa ocre envuelve las sonrisas.
Si pudiera perseguir esa escarcha indeleble
y mirar sin desdén el avión que se esfuma
quizás podría domar esta anaconda cansina
que de un bostezo me arranca el ombligo ingenuo
y me abre las puertas del jardín de los limbos.
*Camilo Rodríguez, (Bogotá, 1987) Profesional en estudios literarios con maestría en Letras Francesas y especialización en Comunicación de L’Université de Toulouse II. Sus ensayos, artículos, cuentos, poemas y traducciones han aparecido en revistas como Revista Almiar (España), Círculo de poesía (México), y Cartel Urbano (Colombia). Actualmente trabaja como consejero pedagógico en Éditions Maison des Langues y escribe en la sección de Cine y libros de Nexos en línea, y en la revista de viaje Travesías.