(Foto enviada por el fotógrafo Oscar Zamora) |
Ahora que se acerca la sexta edición de la revista innombrable que versa sobre “Lo eterno femenino” considero que es más que pertinente hacer una pequeña reflexión respecto a lo que ha significado para mí lo “femenino”, lo “otro”, aquello que es “ella” y no “él”. Aclaro desde ya que pienso a la mujer no como un objeto, sino como un sujeto autónomo con sus propios deseos, miedos, sueños y frustraciones. Aclaro también que no he creído nunca en las dualidades ni en los códigos binarios (masculino-femenino, bien-mal, orden-caos) que nos han intentado imponer para encasillarnos, clasificarnos y crear una taxonomía que nos decodifique y nos controla lentamente, nuestra propia pluralidad. De alguna forma todo hombre tiene algo de femenino y toda mujer algo de masculino, que no obedece a porcentajes o a clasificaciones, sino al propio transcurso histórico del sujeto sumergido en su entorno social y cultural. La sexualidad no se remite simplemente a la diferencia entre una “verga” y una “cuca”, va más allá y tiene que ver con nuestra apropiación del cuerpo, la forma en que se expande y se contrae cada centímetro de nuestra piel, cada pensamiento que anhelamos forjar.
Cuando escribí “La invisibilidad de Muriel” tuve la difícil experiencia de enfrentarme con la fuerza desbordante de lo eterno femenino. Escribir este cuento implicó un devenir femenino que se apoderó de mí y me hizo perder parte de esa subjetividad masculina que está tan fuertemente arraigada en muchos de los hombres. Ello me llevó a entrar en un laberinto de enormes proporciones. En este camino me guié a través de voces, de textos y sensaciones corporales que me permitieron quitar algunos arbustos y abismos que me imposibilitaban avanzar. Agradezco tener maravillosas amigas de las que he obtenido valiosas enseñanzas: Una que tiene ojos mariposados y vuela a través de bosques discursivos y fragmentos de colores, una que viaja en una pequeña cabina del tiempo de Londres a Buenos Aires, otra que es una luchadora solitaria que busca un país mejor, en medio de hombres de corbata e hipocresía general. También he tenido amores de los que he aprendido también, no puedo dejar de reconocerlo –de los cuales no hablaré para no profundizar ya mucho en mi propia subjetividad-. En el fondo la conversación, el dialogo ha sido la principal herramienta de aprendizaje, más para alguien que se esconde tras una pared o muro de cangrejo, de frío, aunque deficiente metal.
Pero volviendo al cuento, con él quería hacer más que una apología al arte o a los placeres dionisíacos de la invisibilidad, lo que quería era adentrarme directamente en lo femenino, literalmente ser mujer. Al igual que Oliverio Girondo he pensado que aquel hombre que nunca ha sido mujer, que nunca ha dejado salir un poco de su parte propiamente “femenina” es un ser incompleto (como pensó alguna vez Aristofanes en el banquete) y en un artista es signo de mediocridad y de poco entendimiento del mundo y sus misterios. Aunque es verdad que un cuento es abierto y está disponible a todo tipo de recorridos y trayectos, parte de lo que quería era que todos reviviéramos un poco de ese “femenino” que habita en nosotros. Que una pequeña Muriel bailara desnuda en el centro de nuestra mente, burlándose de algunos de nuestros propios prejuicios “racionales” y nuestra perdida percepción de nuestro cuerpo, que se multiplica en el espejo que Muriel rompe en pedazos cuando lanza una botella al cristal.
Ahora bien, algunos me pedirán que defina lo femenino, que dé cuenta del conocimiento que tuve a través de esta experiencia, que dé mi opinión de lo que es una mujer. Inevitablemente me reiré. Tal conocimiento no existe. Yo sólo inicié un trayecto y me deje llevar, sin pensarlo, sin racionalizarlo, sin teorizar acerca de lo que sentía. Si lo hubiera racionalizado no hubiera funcionado. Utilizaría de nuevo esas terribles categorías para clasificar, conceptualizar y organizar. Pienso que no se puede sacar un significado “denotativo” de lo femenino. No hay definición de diccionario, no hay un significante absoluto que se acerque remotamente a definirla. Parte del encanto, la atracción y la seducción tiene que ver precisamente con este misterio de la otredad que cada día puede traernos nuevas sensaciones y aleteos. No obstante me atreveré a decir, quizás arriesgadamente, que no podría vivir sin la poesía, la magia, la belleza, la ternura, lo fortuito, los deseos y los sueños que me inspiran muchas de ustedes, queridas mujeres. Sólo ha bastado una sonrisa de una de ustedes para inspirar la creación de un poema, un cuento o una canción. Sus ojos, sus besos, sus palabras han vivido en mi mente, divagando, explotando y también convirtiéndose algunas veces en terribles cadenas de melancolía o dolor. Su cuerpo ha sido para mi visión de dicha, portal de sensaciones, exploración de montañas y acantilados, locomotora de deseo, auge y caída de mi subjetividad.
A veces no entiendo por qué algunas mujeres se avergüenzan de su cuerpo, como ciertas pseudo feministas que leí sorprendido la otra vez en face arguyendo una constante “cosificación” porque se exhibían fotografías eróticas de atractivas mujeres leyendo libros. Como si el cuerpo no fuera objeto de grandes obras de arte, de grandes historias, de placeres y sueños embriagadores. Como si el cuerpo no fuera parte de ustedes mismas sino una creación de la masculinidad, ¿o acaso son como Muriel que se miran al espejo y ven un monstruo, un ser arácnido o crepuscular? Si me preguntan qué opino del feminismo radical o del machismo, diré que el asunto de los “ismos” no me va mucho, porque me cierra a una sola percepción de la realidad. Diré sólo que creo en la igualdad, la conversación y el dialogo. En el respeto y la igualdad de derechos para ambos sexos. Creo en la libertad de explorar con nuestros cuerpos sin temor de prejuiciosos anticuados o el qué dirán. Aborrezco a un hombre que le pega a una mujer, porque además del daño ocasionado es un hombre que ha optado por la salida del cobarde. Sin embargo, hoy por hoy, ustedes tienen más poder del que se imaginan, luchen (luchemos, ¿porque no?) por el cambio que haga falta, pero por cambios necesarios de mentalidad y no arrogancias ni prepotencias que busquen abolir el encanto de lo femenino, de ese ser único y especial que ustedes mismas han construido.
El arte vive y se alimenta de lo femenino, se sumerge en ello, se alimenta de ello, se embriaga de ello. Sin lo femenino el arte no sería arte y una humanidad necesitada de lo plural, de la diferencia, colapsaría inevitablemente. Mujeres que danzan, mujeres que cantan. Mujeres que leen, mujeres que dirigen. Mujeres que escapan, mujeres sin prisa. Mujeres que vuelan, mujeres que les gusta la tierra. Mujeres calladas, mujeres parlantes. Mujeres vestidas, mujeres desnudas. Mujeres que besan, mujeres que hacen el amor. Mujeres caminantes, mujeres sin rumbo. Mujeres que pintan cada nuevo día con su presencia, con su voz. Mujeres que son inmortales en un cuadro, en un libro o una canción. Mujeres que a su vez inmortalizan sus experiencias estéticas pintando, escribiendo, cantando su delirio, su pasión. Mujeres que son torrente que desborda, que son barco y naufragio, que son cultivadoras del acontecer. Ser mujer, no ser mujer, parir mujer, nacer mujer, morir mujer. Y quizás al final, el misterio de un rostro, que aún no consigo del todo develar…