Te puedo hablar de tomarme una coca cola, del cigarrillo, de mis blue-jeans, y
pareciera que estuviéramos viviendo la vida cotidiana, con actitudes
desechables, en otro momento de tantos, más plano que cualquier pantalla. Pero
de repente llega el lenguaje metafórico como una alucinación:
"No tengo un automóvil que brille mejor
que dos naranjas en el refrigerador
que ruede mejor que dos bolas de billar
sobre el cielo verde que habita cuatro patas”[1]
¿Y ahora dónde estamos? ¿Qué aire estamos respirando si la realidad se puede
deslizar así?
"Viene el viento a visitarme
y viene en el viento, otra vez, un recuerdo.
Vuelve el viento-- rapsoda ebrio, aflato efímero--,
el viento que en otras partes ya ha cantado sus
himnos de exterminio o ha sembrado de oro
los eriales." [2]
Leí estas palabras por primera vez y me sentí escuchando un tango, cantado por
algún amigo del alma, en uno de los bares de Medellín. Pero al sentir todo eso,
me doy cuenta que es una sensación absoluta, o sea que lo que estoy viviendo al
leer esto es una experiencia. Ese tango, ese amigo, ese bar y su ciudad, todos
están contenidos, todos emanan desde esos versos. Lecturas como esa lo llevan a
uno a anhelar momentos que nunca vivió. Lo cual es otra manera de decir que
estamos hablando de cosas que, por lo menos para algunos lectores, son
necesarias decir.
Dónde y cuándo estamos es algo que ocurre en un verso. Solo en esa zona nos
escuchamos respirar.
"Allá hay algo
que quiere venir
hasta este sitio.
Aquí hay algo
que quiere ir allá
sin atravesar la galería,
y decir algo que aún se oye"[3]
El vacío. El otro lado de la moneda de lo que es estar. Ese vértigo que dura
toda una vida en que la imaginación se esfuerza para habitar la probabilidad de
no estar algún día.
"Los escaparates vacíos aquejan olvido.
Fue, tal vez, en muelles sin buque, o en cobertizos
sin tranvías, o en desolados hangares, o --en
fin-- en tortuosos caminos por los cuales se sube a la cima o se desciende a
la pradera, donde
hubo de fundarse nuestro extravío."[4]
Al lado de ese sendero largo, de esa búsqueda quizás ilusa, siempre se percibe
esa membrana entre estar y no estar, esa ventana que permite ver el mundo de
magnífica certeza y desequilibro que es la vida a nuestro alrededor, tan
improbable en sus contrastes y apuestas. Esa ventana es el otro o la otra,
palpable pero transparente, a través del cual se puede evidenciar cualquier
cosa.
"El acre sabor de su carne
incandescente
me ahoga hasta el fondo
nítido de un amanecer espléndido
que se derrama sin clemencia
sobre los despojados cuerpos"[5]
Poco a poco, eso se va volviendo la lucha real. Dado donde voy, ¿cómo lograr
que la otra o el otro a mi lado no se vuelva también irreal, espanto de sombras
con menos peso que un capricho? Y si eso empiece a ocurrir, ¿cómo detener la
insustancialidad de subir desde mis caricias hasta consumirme entero?
"Sin saber tu nombre, ya te llamo
ave ciega que cruza el cielo de la noche,
meandro de miel en los torrentes de la sangre,
melodía meliflua de una sonata que aún no se toca.
Sin saberlo, los labios ya tu nombre musitan.
Sin tenerte, los brazos ya te abrazan.
Sin abrazarte, tu cuerpo es un cárdeno leño
adyacente al cárdeno leño que, en mi todo, arde."[6]
[1] Amílcar Osorio, Plegaria nuclear de un cocacolo
Ver una entrada al azar
No hay comentarios:
Publicar un comentario