Eterno once
La Virgen me lo dijo, la paloma lo negó.
Todavía me visitas todas las madrugadas y aún te veo sonreír.
Me abrazas antes de salir.
y la canción sigue sonando por el radio.
Envidio a la última que te tuvo en brazos y no te amó tanto como yo.
Sabes que esta medalla no me reconforta si no estás conmigo.
No pude hacer nada por ti. Por favor, volvamos al 20.
¿Aún puedo ayudarte o no?
¡Despierta! No me estás escuchando.
Almíbar
En el olor a vainilla,
En el sonido de los pescados chocando contra la madera
Dentro de un pan “bingo”
Pero mis recuerdos se están empezando a ir hacia aquella
Torre Eiffel.
Aun se abre la ostra y me muestra tus perlas
Aunque ya no me visitas en mis sueños y
la última vez no me quisiste abrazar
Solo me viste desde el umbral.
La semilla no sabe igual si no la preparo para ti
Siempre me decías “estoy escuchando”
¿Pero aun tan lejos me sigues escuchando?
Venía de la costa,
donde los ríos eran de coco,
las pangas tenían forma de pati
y los pescados se adornaban con cintas coloridas.
Llevaba monedas antiguas en los bolsillos
y un boleto de lotería
que lo habría proclamado rico,
de no ser porque su mala suerte
se había interpuesto en un número.
Desolado,
mientras limpiaba los mariscos,
pensaba en qué habría hecho con tanto dinero.
Ahora solo le quedaban veinte pesos,
que ni siquiera le ajustaban para regresar
a aquel lugar donde no había nacido,
pero quizás había encontrado la felicidad.
Quizás.
Los pájaros de vainilla se derritieron
y los caracoles lloraban por su regreso.
Derramaron tantas lágrimas en la arena
que era imposible caminar
sin sentir el ardor en las plantas de los pies.
El mar se tragó al sol,
y solo así la marea se apaciguó.
Por las noches se podía oír
el clamor de la luna
y el intento banal de las estrellas por consolarla.
En cambio, ellas,
que creían que nadie lo esperaba,
no conocían el desastre
que había dejado su ausencia,
porque para ellos no existía vida
sin aquel que siempre sonreía.
Vainilla
Caminando errante te ven, para mi estas en el edén.
Todas estas que ya no te apreciaban al contrario yo te atesoraba,
Como lo había prometido.
No era tu favorita, pero eso no me importaba
Podía vivir con la idea de que nunca me dejarías nada.
Tu predilecto, es que amabas. En realidad, yo no lo reprochaba
Ahora lo único que importaba eran aquellas tardes de sueños
En que dormías sobre la silla, en la radio sonando Julio iglesias
Y me decías esa te la dedico y yo ingenua sonreía.
Las historias del caribe, los remos chocando contra los pescados,
Los cofres por la madrugada.
Jamás lo podre olvidar.
Además de escribir, estudia Comunicación, lo que le ha permitido comprender el poder de las historias y la forma de transmitirlas. Para ella, la escritura es un acto de resistencia y sanación. Continúa construyendo su camino literario, con el deseo de que sus letras acompañen y sanen a quienes se identifiquen con ellas.
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