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lunes, 15 de diciembre de 2025

"Trilogía de Yz’korrthal" cuentos de Cristian Guevara

EL RUMOR DEL LEVIATÁN
CRISTIAN FERNANDO GUEVARA HINCAPIÉ

Año 1894… El buque mercante San Elías atravesaba las aguas del Atlántico rumbo a Lisboa, cargado de café, herramientas y jarrones de aceite. A seis días de la costa, los vigías divisaron una figura flotando entre las olas. Era un hombre con ropajes desgastados, cubierto de algas y con el cuerpo rígido por el salitre. Lo izaron a bordo sin señales de vida, pero pronto abrió los ojos —mirando hacia la nada— y repitió una única palabra con voz cavernosa:

—Yz’korrthal… Yz’korrthal… Yz’korrthal…

La tripulación creyó que era producto de la inanición. Sin embargo, pronto notaron que, desde su izamiento, el viento cesó. Las velas quedaron flácidas, el océano estaba inmóvil como vidrio, y las brújulas giraban sin final, como si el norte hubiese desaparecido del mundo. Cuando llegó la noche, pareció pesada y estancada, como si algo contuviera el movimiento marítimo.

El primer oficial, inspeccionando con detenimiento las ropas del náufrago —que ahora yacía en coma febril en la enfermería— encontró un cuaderno de bitácora con una espiral dibujada sobre lo que parecía la mar. No había nombres de islas, ni latitudes, solo esa espiral que parecía moverse, enroscándose, mientras más la miraba.

—¡¿Qué carajos?! —expresó con los movimientos de rosca.

En la siguiente página estaba escrito:
“Encontramos una niebla densa, maldita. Ahora las aguas se abrieron, como un párpado marino, y algo nos está mirando desde dentro. Estamos entrando en su ojo. Yz’korrthal es esa cosa maldita que escuchamos de pescadores nativos de Lisboa antes de partir a altamar…”.

—¡Niebla! ¡Niebla a la vista! —expresaron desde afuera.

El primer oficial sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y corrió al exterior… y vio esa neblina colosal que los cubría lentamente…

Empezaron a escuchar un golpeteo amortiguado, como uñas rascando desde el otro lado del casco. Y el miedo se apoderó de los hombres; tomaron crucifijos o cuchillos entre las manos. Y entonces, los marineros comenzaron a desaparecer en silencio. Uno a uno, sin dejar rastro ni explicación, y cuando el aterrorizado primer oficial observó hacia las aguas solo pudo gritar del horror, porque ahí estaba lo descrito en la bitácora… y, después, silencio.

Días más tarde, pescadores portugueses rescataron con sus redes el cuaderno de bitácora del San Elías. La tinta de las primeras páginas ya se había dañado por el agua, pero la última línea era clara, definida… escrita en letras apretadas y temblorosas…

“Algo eterno vive en la mar…”.

 

EL ULTIMO VIAJE DEL LYSBRUDD

CRISTIAN FERNANDO GUEVARA HINCAPIÉ

 

Atlántico Norte. Año 1963.

El NRV Lysbrudd, batiscafo de investigación noruego, descendía en silencio hacia la oscuridad de una fosa marina recién descubierta. Cuando alcanzó los 9,137 metros, el sonar emitió una vibración extraña: no era roca, no era magma, era arquitectura… tallada por una voluntad no humana…

A pesar de que en inicio no esperaban encontrar más que silicio y silencio submarino, los tripulantes observaron algo que no debía existir, algo que los dejó impactados: era una ciudad sumergida, imposible, hecha de coral negro, huesos de animales marinos desconocidos; y escombros de barcos, muchos barcos de diferentes épocas —barcazas vikingas, goletas del siglo XVII, restos metálicos con placas en japonés, otras en latín…

Entonces, aterrados, vieron figuras humanoides, imposibles, que caminaban con una lentitud ominosa entre las torres curvas, más altas que un mástil y cubiertas de escamas blancas como perlas muertas…

El sistema de comunicaciones empezó a producir interferencias. El técnico de comunicaciones palideció al entender un susurro entre el ruido:

—Yz’korrthal… Yz’korrthal… Yz’korrthal…

Y las figuras señalaron al unísono encima del batiscafo. No pasó demasiado tiempo hasta que el Lysbrudd fue sacudido violentamente e implosionó. No por la presión, no por un fallo en los sistemas: fue por culpa de algo vivo, tibio, viscoso y vibrante, algo los había atrapado con apéndices monstruosos.

Antes de perder todo contacto, desde la radio se escuchó un último grito enajenado:

—¡Es espantoso…! ¡Es colosal…!

 

EL OJO DE HUESOKORR

CRISTIAN FERNANDO GUEVARA HINCAPIÉ

 

Durante el año 2023 el submarino autónomo AEN Sirena, maravilla tecnológica chilena operado por inteligencia artificial, navegaba en el océano Ártico mientras cartografiaba la Fosa de Huesokorr, grieta abisal surgida después de un sismo de magnitud 9.1, registrado sin epicentro claro. Estaba a oncemil metros de profundidad y emitía, según los primeros registros, frecuencias infrasónicas constantes que afectaban a los cetáceos de la zona, como si la grieta susurrara. Descendió por la fosa, enviando información con normalidad durante las primeras seis horas. Después, silencio. Las transmisiones se cortaron de manera abrupta. Simplemente… desapareció. El submarino fue declarado como perdido en misión investigativa.

Veintinueve días después, en el mar de Groenlandia, un rompehielos ruso encontró flotando una caja negra, sellada en titanio y recubierta de microorganismos fluorescentes desconocidos. Terminó en el Instituto Oceanográfico de Tromsø, Noruega.

El encargado del análisis fue el Dr. Henrik Molberg, especialista en tecnologia submarina. Aislado en una sala de visualización, Henrik revisó los datos de la caja. Al principio, eran lecturas estándar: escaneo topográfico, distribución térmica, presión. Pero pronto comenzaron a reproducirse imágenes inverosímiles: había una vasta metrópolis sumergida, con edificios curvados, columnas y estatuas como esqueletos gigantescos, que parecían moverse levemente a medida que se miraran por más tiempo, hipnóticas, susurrantes.

El último archivo fue una grabación de audio. Apenas comenzaba a reproducirse cuando Henrik notó algo extraño en la pecera de su oficina, en la que el pez multicolor que había nadado tranquilamente durante meses había muerto de repente, sacudido por un vórtice inexplicable.

—Yz’korrthal… Yz’korrthal… Yz’korrthal… —escuchó Henrik mientras observaba el cuerpo del pez atrapado en el vórtice. Rebotó su mirada en el sistema de reproducción con inquietud. Intrigado, Henrik, tragó saliva, pausó la reproducción de audio y el vórtice se detuvo. Reprodujo otra vez y el vórtice se reactivó. Repitió la acción varias veces, hasta que dejó de sentir curiosidad y sintió terror cuando las luces parpadearon, acrecentándose de manera inefable porque en el agua apareció de la nada, flotando, un horrendo ojo reptiliano, que le miraba con atención profana. 

Henrik, paralizado, con los vellos de su cuerpo alzados como escarpias; únicamente consiguió repetir esas palabras:

—Yz’korrthal… Yz’korrthal… Yz’korrthal…

Cayó de rodillas mirando la pecera sin dejar de repetirlas. Las luces parpadeaban. La temperatura de la sala descendía. La pecera se agrietaba lentamente desde dentro. No hubo estallido, solo una presión inmensa como si toda la densidad del mar se concentrara en ese cristal.

Henrik fue encontrado dieciséis horas después en un estado de enajenación absoluta, con los ojos sumamente enrojecidos, repitiendo esa palabra desconocida. Cuando revisaron las cámaras de seguridad, descubrieron que estuvo todo ese tiempo sin parpadear hablándole al agua donde flotaba su pez muerto…


*Cristian Guevara es escritor y psicólogo colombiano, nacido en 1989 en Cali. Es un apasionado de la ciencia ficción y el terror. Su objetivo es construir historias que generen un impacto duradero en el lector, explorando los límites de lo imaginable y lo oscuro. Ha publicado en varias revistas y antologías hispanoamericanas. 

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