Éramos
felices
Dicen
que, a pesar de todo,
somos los más felices del mundo.
Que con los baches y los asaltos,
hacemos memes.
Nos
contamos historias
para reírnos,
porque, como decía la abuela,
enojarse también enferma.
Yo, que
he vivido en tierra blanca,
no puedo negarlo.
Hay
cosas que no se compran.
¿Cómo se
explican las sonrisas?
¿Cómo se describe la calidez?
¿Cómo se mide la ternura
de un extraño que cede su asiento,
que cede su historia?
¿Qué
hacemos con todo este sol
que nos atraviesa la piel?
Explíquenme
a mí—
¿Cómo se saborean los atardeceres?
¿Cómo se justifica tanto apapacho?
¿Cómo se mide el calor
desde una mesa llena?
¿Cómo le
hablamos de este amor a un extranjero?
¿Cómo traducimos la risa
o el abrazo sin motivo?
¿Qué
color tiene el amor
por un espacio que lo abraza todo—
cada risa,
cada historia,
que guarda los pasos
de toda la gente
¿Y es que acaso nos queremos ir?
Nadie
quiere dejar a la sangre.
¿A quién se le ocurre empezar de cero
en una tierra extraña,
pa’ aguantar frío y soledad?
¿No ven que desde chiquitos
nos acostumbramos
a los compases del estéreo?
Nos ponían entre dos sillas a dormir
mientras mami bailaba,
porque así somos:
ruidosos, solidarios, llenos de ritmo
y fases de sol.
Con la música bien alta nos bañamos,
limpiamos la casa,
cocinamos mientras bailamos,
poniéndole un sazón particular
a las tareas más rutinarias,
Porque en la rutina habitamos
y así aprendimos a querer.
Y al
migrar, nos callan.
Empezamos a hablar quedito,
pa’ que no se den cuenta,
aunque la tez
todas las desigualdades revela.
¿Es que
acaso no entienden?
¿Quién quiere de verdad
dejar la parte del cuerpo
que también es territorio?
No ven que no es fácil irse,
dejarlo todo,
pero nos obligan.
Nos
desplaza la violencia
y esta dependencia económica
tan desgraciada,
que obliga a miles a partir.
Se
Resiste
Además
de cambiar lo importado por lo lenca,
que es, sin duda, una buena idea,
y dejar de llamar gourmet a lo gringo,
Hay que aprendernos
a amar
por lo que somos,
por lo que hay,
el habla, la comida, la gente.
Ahí se
resiste.
bailando, cantando,
golpeando las ollas
cuando los políticos nos quieren joder.
Se
resiste en la lectura,
en leer lo que nos esconden,
en crear las historias desde las casas—
las de las mujeres que trabajan por el arbolito cada noche,
las de aquellas que dan de comer a diario.
Ahí se
resiste.
Se
resiste en la lengua.
Y al migrar,
decido no cambiar mi vos,
ni mi esencia.
Busco
hacer tamales
y celebrar los misterios.
Me creo que quepo en todos los espacios,
aunque no sea,
aunque cueste,
aunque nos arranquen.
Se
resiste siendo gente,
con los demás,
y sobre todo con los de la calle.
También
se resiste defendiendo
a las que más les duele,
a las que reportan sin denuncia,
a las que matan sin solución.
Ahí también
nos retan.
Toca resistir—
cambiando cómo vemos a las demás,
y así,
cómo nos vemos a nosotras mismas.
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