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jueves, 6 de marzo de 2025

"Metales" cuento de Dana Hart


Buscaba metales con un aparato, repitiendo incesantemente el mismo párrafo:

<<En cada pisada sobre la arena, oigo una música que dice: "Tú no puedes". Desoigo la música y sigo. No parece fácil. Me convertí en las huellas. Embravecidas. En el crimen peor organizado. En las fobias. Las resacas. En las algas que se secan al sol. En la orilla, mil veces recorrida. En las ideas vencidas.>>

En cuanto terminaba, volvía a comenzar. Sin detener su andar sobre la arena. En el brazo, el aparato se le enredaba entre cables. Sonando solo de vez en cuando, haciendo muchas trampas. Cualquier chapa, cualquier lata perdida, detonaba la alarma. En la playa nadie se acostumbraba a ese sonido, lo veían pasar con desprecio, como si molestara, como si no tuviera derechos.

***

Después se sentaba tras un negocio, con flores y ramas pintadas en la pared, y comía sus naranjas cocidas al horno, caramelizadas con un poco de azúcar.

Si entre sus manos poseía algún hallazgo, se dedicaba a observarlo por un buen rato. Como las cadenitas de plata que eran su mayor tesoro. O los anillos, perdidos por la masa de turistas distraída. Botines que cayeron en el revoltijo inconquistable de la arena. Sin dueños ni amos.

Tenía las manos suaves, siempre exfoliadas por la arena. Usaba un gorro para evitar que el sol le diera directamente en la cara y llevaba por lo menos diez años viviendo a orillas del mar. Había escapado de la multitud, siendo un joven universitario, después de una masiva manifestación convocada por la Confech en el 2011, en el marco de las protestas. 

Aparentemente vio cómo los dirigentes desgastaban a la masa hambrienta de pelea, llevándola de una esquina a la otra de la Alameda. Se decepcionó tanto que abandonó su carrera, Veterinaria, para escapar a las orillas.

No le dijo su nombre a nadie. Se hizo conocido como el hombre de los metales. Nadie preguntó. Tal vez no interesaba tanto el nombre, como su función en la vida. Valiendo más el qué hacer o la actividad, que la persona misma. A nadie le importó. Pasó los días repitiendo su frase:

<<En cada pisada sobre la arena, oigo una música que dice: "Tú no puedes". Desoigo la música y sigo. No parece fácil. Me convertí en las huellas. Embravecidas. En el crimen peor organizado. En las fobias. Las resacas. En las algas que se secan al sol. En la orilla, mil veces recorrida. En las ideas vencidas.>>

***

Gravitando sobre la arena, a veces seca, a veces mojada. Una vez, presenció un crimen. Un hombre con una cámara, se bajó desde un auto blanco, creyendo que no había nadie, pero él estaba sobre una rampa, descansando las piernas.

Vio al hombre moverse de un lado al otro con su cámara, sacando fotos a las gaviotas, hasta que se colgó la cámara al cuello, tomó una roca y la lanzó sobre una gaviota que de verlo con su cámara, le confiaba la vida.

Después se acercó sobre el ave, noqueada y lastimada, recuperó la roca y volvió a golpearla tantas veces como pudo. Hasta que tuvo que salir corriendo, cuando vio que el buscador de metales, lo perseguía con su aparato por los cielos.

*** 

La vida le transcurría así, como una sorpresa. Inesperada. Dando grandes ofertas algunos días, y vagas los otros. Separando lo valioso del latón. Aprendiendo a diferenciar lo principal de lo secundario, repitiendo la frase:

<<En cada pisada sobre la arena, oigo una música que dice: "Tú no puedes". Desoigo la música y sigo. No parece fácil. Me convertí en las huellas. Embravecidas. En el crimen peor organizado. En las fobias. Las resacas. En las algas que se secan al sol. En la orilla, mil veces recorrida. En las ideas vencidas.>>

 
*Dana Hart. Autora de "Sexualidad Feminista", Editorial Gnomo Errante. "Histeóricas" y "Decidir es tu derecho", Editorial Gafas Moradas. "Flora Sanhueza", Dudo Editorial. "Queja" Editorial LP5. Entre otros títulos. Impulsora del Museo Obrero Carmen Serrano.

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