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miércoles, 7 de junio de 2023

"El Datsun rojo con techo negro de juguete" relato de Manuel Arboccó de los Heros



Solo recuerdo que era de noche. Era de noche y un largo pasadizo se abría a mi paso, y a lo lejos una puerta que parecía de cedro o roble, impresionante y bastante alta, cerca de cuatro metros que hacían ver pequeño hasta a un espigado nórdico. Avancé lentamente, tenía algo de miedo lo acepto. Pero algo me decía que debía cruzar esa puerta. Y así lo hice.

Del otro lado encontré una suerte de patio con muchas áreas verdes que se extendían hasta varios metros detrás. Era una hermosa escena de campo con día soleado y aves cantando incluido. Se respiraba calma y hasta podría decirse que bastante paz. Algo muy distinto al frenético, ruidoso y estresante ambiente de mi vida actual. Y cuando estaba pensando regresar por donde ingresé lo vi. Sentadito de espaldas estaba un niño que seguramente debía tener apenas unos 6 o 7 años, vestía un pantaloncito corto rojo, un polo verde con rayas y unas medias blancas y zapatillas que me recordaban a las que yo usaba cuando era pequeño. Esas prendas limpias que sin ser de marcas costosas, solíamos lucir contentos y agradecidos por tenerlas. Eran otros tiempos.

Pero su imagen me generaba cierta familiaridad, ese corte de cabello con remolino y esos codos raspados me dejaban una cierta curiosidad por lo que me acerqué y lo pude ver mejor. No solo no tenía miedo, sino que estaba excitado, animado, contento de poder verlo y no sabía muy bien por qué. Me acerqué a él con cariño y curiosidad, él tenía entre sus manos un carrito de plástico, sencillísimo, era de color rojo oscuro y le había pintado un techo negro con tempera de ese mismo tono. Me miró y se rio y eso me dio buen talante. Me lo obsequió. En seguida intercambiamos algunas preguntas que no vienen al caso contarlas en este momento, pero debo señalar que fue una buena conversación y hasta creo que me aportó más a mí que a él. Luego se acercó y me brindó un consejo. ¡Y vaya que estaba necesitando de uno!, me despejó la duda que traía hace un par de meses y le comenté que lo emplearía. Me dijo algo que me emocionó: que me conocía mejor que ninguna otra persona, que me quería más que nadie en el mundo y que él era más fuerte de lo que yo pensaba. Luego me señaló la puerta y me dijo que debía irme, que lo dejara en su tiempo y en su mundo y que yo regresara al mío, y que no me preocupara por nada. Pero yo quería quedarme, quedarme ahí con él. Me importaba poco regresar al presente, sinceramente. Sonrió también, dijo que eso nos pasa a todos, pero es lo que nos toca.

Se levantó y me abrazó muy fuerte. Al despedirnos pude sentir su cuerpecito. Lo acaricié y me surgió hacerle una promesa. Se la dije al oído como quien susurra un secreto. Me miró con complicidad y volteando dijo “eso espero”. Volvió a mirarme y siguió sonriendo. Volvió a señalar la puerta a la que empecé a encaminarme. Debía regresar.

No sé muy bien si fue un sueño o si realmente puede viajar al pasado esa noche de octubre y encontrarme con ese pequeñín. De eso hace tres meses y cada vez que visito mi biblioteca vuelvo a ver la foto de ese niño  acompañado de su padre y su madre. Delante de un Datsun rojo con techo negro.


*Manuel Arboccó de los Heros. Lima (1974) Psicólogo y escritor. Docente Universitario. Fue articulista del Diario Oficial El Peruano desde el año 2014 al 2020. Divulgador en temas psicológicos y sociales, desde su espacio en el blog llamado Nos sobran las palabras. Ha escrito el libro Tiempos inciertos: aproximaciones a la sociedad posmoderna (Atenhea Editorial, 2020). Además de muchos artículos académicos psicológicos, todos ellos disponibles en la web. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos en diversos espacios físicos y virtuales. 

 

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