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miércoles, 28 de junio de 2023

"Desayuno póstumo" cuento de Raúl Trujillo Ospina



Desde siempre, los huevos revueltos han sido mi manjar predilecto. De hecho, es lo que mejor me queda en la cocina y si no fuera porque los condenados están tan caros, serían mi único alimento. Todavía recuerdo cuando mi mamá los preparaba con tocino freído, toda la casa quedaba impregnada con el suculento aroma que llegaba hasta mi almohada; Así, se ahorraba la molestia de tener que interrumpir mi pesado sueño para ir al colegio.

Hoy tomé una decisión radical, preparar los mejores huevos revueltos de mi vida. Después de reflexionar toda la noche con la humedad en las pupilas, creo que es el epilogo perfecto para una existencia fútil. A los demás podrá parecerles una banalidad, sin embargo, para mí tiene un valor entrañable. El pequeño Diantre con una singular severidad en su mirada, me lo ha insinuado.

Desde acá arriba me siento fuera del mundo, la perspectiva cambia el concepto de las cosas. La selva de cemento adquiere una fisonomía orgánica: las personas parecen hormigas, los vehículos son como hojas a la deriva y los edificios enormes pinos grises que ahogan el ruido citadino cubriéndolo con un manto de vacío desplegado por toda la geografía urbana, hasta llegar a mí en forma de ecos apenas audibles.

Mientras maquinaba este instante, me preguntaba cuál sería la manera más decente de abandonarlo todo. Después de expirar ya nada importa, sin embargo, siento un tonto escrúpulo por la impresión que en los otros pueda causar la última imagen que dejamos. Entonces me planteo el dilema entre lo vulgar y lo misterioso. Crónicas de gente que se arroja a las vías del metro, es norma en las notas amarillistas. Me repugna el patético espectáculo que ofrece una anatomía desparpajada, cual si fuese sapo disecado, expuesta a la vista de cualquiera en medio del tráfico.

Las motivaciones de estos eventos suelen ser predecibles desde antes que surjan entre el chismorreo de las esquinas; desengaños amorosos, dificultades económicas o asuntos de bullying. Es decir, falta de resolución para cumplir las expectativas que la vida promete. En cambio, optar por una mortal intimidad implica una ruptura con la vida por lo que encarna ella misma, una expectativa no cumplida. Hemingway, Caicedo y muchos celebres anónimos, escogieron la táctica de la “puerta cerrada” para atribuir un toque de antiheroísmo a su abrupta partida.

 

Me estoy yendo

he encontrado un atajo al silencio

con pie desnudo doy ya los primeros pasos

tiemblo, tengo miedo, nada sé del silencio

como un niño hacia los brazos de la madre.

Te digo adiós con lo que aún queda de mí

así, se caen a pedazos los árboles

te veo desde el recuerdo y

mi voz es la voz del que se ha ido.

 

Tonada de despedida, fue el último poema que el enigmático compañero bibliotecólogo concedió a la posteridad. Con este fragmento, talló sobre papel la esencia que nos constituye; Naturaleza y Silencio, siempre nos están llamando.

Lo conocí por su nombre de pila, pero tan solo después del deceso, me enteré que ostentaba un apelativo que le hacía honor al terruño del cual —estoy seguro— hubiese deseado no desprenderse, El Poeta de Nechí. Pero tenía otro más descriptivo aún, El Montaraz; con el que se congraciaba no solo por aludir a su publicación insignia, también esbozaba con calculada premonición el destino que estaba gestando.

En la facultad siempre lo veía apurado, porque siempre estaba haciendo algo. Modestia aparte, considero que tengo buen ojo para detectar los rasgos diferenciales de las personas, y él, no era alguien corriente. Intuía que poseía incorporada a su ser una fuerza que lo sobrepasaba, algo que le restaba unidimensionalidad obligándole a cargar, tal como la idealización de Jano, una cara radiante hacia el mundo y otra sombría para su soledad.

Iniciando un minucioso proceso de rastreo, me propuse no solo descifrarlo, sino también atraer su confianza. En cualquier espacio de la universidad, bien sea en un improvisado puesto de empanadas o en “su pasillo sagrado” donde se explayaba con repertorios de títulos para la clientela estudiantil, siempre había un pretexto para conversar. Sartre, Voltaire, Spinoza y hasta Marx, desplegados ordenadamente sobre el piso, fueron mudos testigos de mi personificación de confidente ocasional de un amor secreto hacia cierta chica de la clase.

Todo se truncó, cuando una mañana del Día del Trabajo, decidió regresar a la Tierra a través de aquellos arboles altos con los que sentía un vínculo filial. Los arboles fueron el pasadizo al otro lado, tan sigilosos como su ingreso al Parque Temático escogido para ejecutar el acto. Al día siguiente, los medios alternativos notificaron los reportes policiales del hallazgo de un hombre que pendía de una rama. Efectivamente, la fotografía de un cuerpo del pecho para abajo en ropa informal que parecía flotar entre el follaje, ratificaba la eficiencia del plan. No presté atención al desdichado anónimo, tan solo cuando una amiga posteó en su muro de Facebook la “primicia”, entendí la misión cumplida por el joven idealista que, en varias ocasiones, había estrechado mi mano.

Ahora estoy acá, a no sé cuántos metros entre el asfalto y mi nariz, posado vacilante sobre la baranda del balcón escrutando una y otra vez, la página arrancada con aquel inspirador párrafo subrayado. Reitero que repudio la vulgaridad, pero, al fin y al cabo, así como a él, nadie me preguntó si deseaba nacer. Vivir es tan contingencial como perecer.

Emularé la osadía de las aves al desplegar sus alas cuando se sienten listas para alzar su primer vuelo, con la diferencia de que el peso de la gravedad rasgará mi vientre en medio del vértigo criminal de la caída libre. Pero esto queda postergado, aunque Diantre se disguste, pues el copioso humo que sale de la cocina me recuerda que el desayuno se echó a perder. Podrán juzgarme que fui un suicida loco, pero jamás que nunca aprendí a preparar huevos revueltos.

 

En memoria de Jony Albino Arenas (1991-2017).
Poeta que tomó una decisión prematura.

 

*Raúl Trujillo Ospina, Colombia. Ilustrador por formación en artes plásticas, le ha inquietado la escritura desde hace algún tiempo por necesidad de transmitir sentimientos, bien sea para aquellos que gusten leer sus creaciones o para sí mismo. Ha hecho parte de varios talleres de escritura en la ciudad de Medellín, de los cuales han salido publicaciones en las que ha participado. Ha colaborado también como ilustrador en periódicos y revistas de la facultad de comunicaciones de la Universidad de Antioquia y de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la misma universidad.


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