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martes, 18 de octubre de 2022

“El desván” cuento de Javier Mateo Hidalgo


“Toda casa guarda secretos, aquellos que los inquilinos esconden en su desván”. Me lo decía siempre mi tío desde que yo era niño, como una especie de lección moral. Una metáfora de las apariencias, guardadas barriendo las miserias puertas adentro. Y pisos arriba. Por mi parte, siempre me habían fascinado los desvanes, como lugares que guardaban pequeños tesoros. En mi casa nunca habíamos tenido desván al vivir en un piso pequeño, en el centro de la capital. Mi tío, sin embargo, vivía en una casa antigua, en la plaza de una ciudad de provincias. Las campanas marcaban el tiempo de aquel lugar, que parecía haber detenido sus manecillas en algún periodo del pasado. Lo había heredado de mis abuelos y éstos de sus padres, que lo construyeron con el dinero que mi bisabuelo reunió durante su estancia en Cuba.

El desván del tío Luis me generaba cierta atracción pero nunca me había atrevido a cruzar su umbral, tal vez influido por las palabras que él siempre se preocupaba por recordarme.

Fue tras el fallecimiento de él cuando tuve que hacerme cargo de su herencia al ser el único familiar vivo. Decidí instalarme en aquella casa durante un tiempo, mientras hacía inventario de los bienes que había dejado. Tardé unos días en decidirme a ascender por las escaleras que llevaban al último piso del inmueble. Lo hice una mañana soleada, cuando la luz que penetraba por el tragaluz dotaba de un halo dorado a aquella gran sala de techo inclinado. Las volutas de polvo flotaban inconstantes en la atmósfera, generando una sensación de creciente irrealidad.

Contrariamente a lo que imaginaba, todo parecía perfectamente ordenado. Era como si mi tío hubiese dedicado sus últimos esfuerzos (los que le permitió su larga enfermedad) a dejarlo todo organizado para que su sobrino lo encontrase así tras su muerte. La mayoría de objetos aparecían cubiertos por mantas, lo que hizo que mi vista se detuviese en el único que no había sido tapado. Se trataba de un baúl, que me esperaba al fondo, bajo el gran ventanal. Su forma era sencilla y rústica, aparentando una antigüedad que me hizo pensar que tal vez perteneció a mi bisabuelo. Al no tener cerradura, pude abrirlo sin dificultad. En su interior había una libreta de tamaño mediano, forrada con tela roja. La cogí y abrí lentamente, con gran cuidado. Me sorprendió descubrir que su interior se encontraba repleto de imágenes dibujadas. El colorido y el trazo denotaban una mano experimentada, algo que corroboraba la técnica elegida, acuarela, una de las más difíciles a las que podía enfrentarse un artista.

A medida que iba observando detenidamente aquellas imágenes, sentía cómo éstas ejercían un poderoso influjo sobre mí, dejándome como hipnotizado. Por un momento olvidé dónde me encontraba y el momento del día. Cuando escuché las campanas de la iglesia cercana, el hechizo se rompió y comprobé que me había pasado cerca de una hora allí sentado, sobre el viejo y quejumbroso suelo de madera, con aquella libreta en mi regazo abierta.

Tras aquella mañana, decidí convertir en un ritual subir a aquel desván y dedicar una hora de cada mañana a observar aquellas imágenes, tratando de desentrañar su enigma. Había algo en ellas inquietante, por familiar. Tardé un tiempo en ser consciente de que esas imágenes tan evocadoras eran idénticas a determinados sueños que había tenido a lo largo de mi vida y que se habían repetido de forma recurrente. La primera pintura de aquella libreta representaba las ruinas de una iglesia gótica de estilo inglés, cercana a un acantilado y en el momento del atardecer. Aquel escenario era idéntico al que había imaginado y rememorado de forma onírica en sucesivas ocasiones. Nunca había estado allí pero había conseguido recrearlo con tal precisión como si existiera. Allí estaba, representado con total fidelidad, con líneas oscuras y manchas aguadas de tonos pardos, en el ocaso del día. La segunda tenía como protagonista a un caballo en el momento en que se recostaba sobre un prado para descansar al mediodía. La tercera recreaba el incendio de una ciudadela medieval fortificada, descrita minuciosamente como si se tratase de la tabla de un pintor flamenco. Todas estas imágenes conformaban el retablo de mi existencia onírica, que a los cincuenta años reproducía la mitad de una vida.

De todas estas imágenes, una siempre se presentaba sombría, casi borrosa. Como si el paso del tiempo la hubiese oscurecido hasta el punto de emborronarla. De la escena del sueño recordaba retazos, pero su evocación era demasiado costosa para mi mente. Algunos de estos fragmentos los reconocí en una de las acuarelas, tal vez la que más me impresionó de todas. En ella, un hombre yacía muerto a los pies de una iglesia. Tras él, una figura gris le observaba de pie, compungida. Comprendí que aquel edificio era idéntico al que estaba a pocas manzanas de la casa, cuyas campanas me despertaban del letargo evocador cada día. Aquella mañana no habían sonado marcando las doce del mediodía, pues llevaba más de una hora enfrascado en la lectura de las acuarelas sin que ningún sonido externo me despertara del ensimismamiento. No tardé en descubrir que aquel cadáver era el mío. Tal vez por eso mi memoria se había resistido a reconstruir aquel sueño, que anunciaba mi muerte.

El notario me había citado aquella tarde bajo la iglesia, a fin de arreglar los papeles del testamento de mi tío.

     

*Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988). Doctor en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, investigador independiente y crítico cultural. Ha participado en distintos periódicos y revistas como articulista, destacando El periódico de aquí, Crónicas de Siyâsa, Cualia, El cuaderno digital o Revista de Letras, así como en programas de radio como Frecuencia 7 de la Cadena Ser. En el 2019, recibió el accésit Leopoldo de Luis por su libro de poemas “El mar vertical”, publicado por el Ayuntamiento de Madrid. Ha pronunciado diversas comunicaciones en congresos organizados por el Instituto Cervantes, la Universidad de Alcalá de Henares, la de Huelva, Valencia o la Autónoma de Madrid. Sus publicaciones académicas pueden consultarse en revistas científicas como Síneris, Cuadernos de la Filmoteca, Re-visiones o Femeris. Actualmente compagina su labor como escritor con su trabajo como docente.

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