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viernes, 9 de octubre de 2020

¿Qué es la poesía? Poemas de Fernando Cuartas Acosta


La poesía no está escrita sobre un mantel de nubes prestadas al olvido. Cada nube se inventa entre la lluvia que nos invade desde adentro. Es dudoso que se diga que existen demasiados poetas, como si tales humanos nacieran en producción en serie; creo más bien que los deshacen, los ocultan y los incineran. Cada palabra pronunciada es un sésamo para entrar a las moradas más ocultas: origen del bardo y de los seres que perduran las leyendas, como la magia misma de la creación de mundos.
La poesía es un síntoma de rebeldía y de trasgresión, trata de indagar por los sentidos más ocultos de las cosas, de ser avizora de las trampas tendidas por el consumismo diario. No se trata de frases cargadas de ornamento, ni lapidarias sentencias sobre una bandera o un credo asfixiado en ortodoxias. 
Es todo lo contrario, busca reventar las cercas, eliminar fronteras, acercarse mucho más al oscuro pozo donde nacen las estrellas, las legendarias lámparas que puedan parpadear sobre las dudas diarias. 
Considero que no se es poeta por el hecho de buscar armar un libro pegado de domingos y bostezos, entre la arrogante farándula y una aparente humildad de los que pulen los puñales cuando no funciona el lápiz. 
Recordemos que fue con la punta de un lápiz gigante, cuando Ulises pudo sacar el ojo al cíclope, para hacer que el temor quedara ciego y la embarcación de la osadía fuera por el mar de la inventiva. 
Para mí la poesía no es más que una forma de vida. Algo sanguíneo, pasional, un acto vivo. Nada de altares y posteriores ofrendas de estatuas en un parque. La poesía y el poeta son un libro abierto para preservar la vida. 


Del libro de las cosas con ojos

Barco anclado

Huele a mar y a inocencias de peces consumados, varado sobre una playa un gigante bufa, herido es remolcado por los años. Ojos apagados, una remota testa que ha perdido bríos y se conserva en una arena tibia. La boca impronunciable de palabras y de broncas del pasado.
El barco tambalea enfermo. Los piratas deben estar cruzando sus pipas y dejando prótesis de manos y de pies en los tejados.
Los viejos marineros han huido a Ningún Lado, geografía sin nombre de los olvidados.
Maletas, cofres, libros, sogas, banderas, armas, gritos, toneles, vinos, verbos, todo ha sido lanzado por la borda. Queda un gato perdido entre un estanque seco.
El viejo gigante parece dejar un último gemido, una lejana queja de islas oscuras y laberínticas leyendas.
Un pobre rey viejo coronado por espuma, un hijo loco de Neptuno, un ser lastimado que busca donde morir de pie como los kraquen, parado en tentáculos de océanos.


Del Libro Las Noches de los Jueves

Noche 

Todo ha enmudecido de repente
Ni los perros ni los gatos se asoman con sus ruidos
Una lámpara ciega, deja una luz temblorosa sobre la calle sola
Ya han cerrado la tienda de la esquina
El corazón ajeno, la tertulia con demonios
El encierro de un ángel, la última palabra de un borracho
Una triste figura de beata sale a media noche disfrazada de fantasma
El pueblito esta callado, es la hora cerrada, el motín de las ánimas
El caro oscuro de los que se han ido y se han convertido en pensamiento. 
El pueblito se estremece en madrugadas, se siente un leve viento
Que trae palabras de un  convento y despedidas en zaguán 
Noche de estos pueblos cobijados en neblinas, abrazados al recuerdo
Mojados por las lluvias, recostados a un farol. 


Ojos

Un par de almendras húmedas. Cristales de carbón que miran; Desde el otro lado de la noche, hay un fulgor que alumbra, son los destellos de las madrugadas, la mirada entre caminos, el dulce recuerdo de unos perros que ayudan al pastoreo de las estrellas. 
Un par de hornos fulminantes, labor de siglos mirar desde el fondo de los mitos. Mirando se contempla el temblor que existe en una flor cuando llegan los duendes con tijeras. Mirando se puede sentir la neblina escondida entre los pechos y el agua gris de los primeros sueños. 
Mirando se ve una crisálida saliendo muy despacio de una boca pronunciando un beso. Mirando hay un incendio negro, ese rostro que perpetúa hasta el infinito los segundos.


Armonía

Bajo el efecto de las proporciones, en una distribución de encantamientos, la flor del equilibrio, sobresale con sus pestañas de pétalos cual espadas sin miedo. Es una sencilla flor de escudo, de loable luz entre sus carnosas presencias.  
Aureola de destellos rosa, la palidez de un sol que se derrite en besos de luz en las mañanas. 
Custodia sin rezos, lámpara sin fuego, ojo enorme que nos muestra el universo. 
Ninguna de sus puntas es igual a la otra, la lengua de una tribu puede parecerse a otra, más no serán iguales, como no son iguales los sueños de mil seres, aunque hayan vivido una misma guerra y hayan compartido amores similares.
Una estrella florígera, barroco natural de los jardines. Allá está abierta y gozosa, un séquito de abejas le rinde un culto extraño. Es una aparición de siglos inventándose. 
Un poema vegetal que nos conversa. 
Dicen que tienen música secreta entre esos pétalos. En las noches se les oye cantar algunos versos. 


El ABC de un pueblo

En la esquina hay un poste en el poste hay unas cuerdas en las cuerdas hay golondrinas en las golondrinas hay nostalgias y en las nostalgias quedan lluvias y en las goteras vive una lágrima y en la sal de la sopa una pizca de hambre y en la sal un picante y en el picante un amor y en los amores un zaguán y en el zaguán un beso y siempre en cada beso una tembladera, y ese frío repentino y esas ganas de subirse a un balcón, y ese patio que llama y ese arbolito que secunda y en todo el pueblo hay un chisme y en ese chisme una historia y todo se hace leyenda, entre calles y ventanas, luego volvemos a la esquina, luego regresamos al pueblo, la chica se ha casado, el chico vive lejos, la vida ha continuado, en cada esquina un recuerdo y en cada memoria un suspiro y así en ese ABC de los amores que se resucitan en un breve recorrido por las calles como perros callejeros o como gatos entre el techo.


Al otro lado

Rompe la monótona tragedia, la soledad y espanto, el dolor repetido que hace cicatriz y esconde herida
rompe el muro y sus destrozados cimientos
rompe civilizaciones y murallas
rompe ese miedo ambiente
rompe que al otro lado aún se ve caminar sobre el cielo nubes nuevas
rompe el telón del infortunio
nada queda entre cenizas y las ruinas
allá al otro lado se ve un lugar amable entre lo onírico y el deseo de ser otro...
rompe, rompamos, rompiendo...
esa angustia de ser nadies, de ser destrozo y miedo
rompamos la caparazón de lo adverso
la desdicha por la dicha, por lo dicho
digamos haciendo más allá del muro y sus silencios.


Un abecedario de infiernos

Cada pluma que cae del ave que vigila las sombras de la noche es una letra oscura sobre un territorio de olvidos.
Se pueden recoger todo un abecedario de ritos, de fantasmas, de infiernos hechos a la medida del miedo y de las amenazantes figuras que inventamos ante la débil contemplación de espectros.
Se han escrito libros con las plumas del miedo
se han dejado caer gotas de tinta de sangre oscura y negra
se ha manchado la imaginación con mendrugos de desesperación y se han tratado de hacer apocalípticas
metáforas con esos abecedarios temblorosos
El pájaro seguirá allí
renovará sus plumas, nos dejará su alegoría del vuelo.
La noche no siempre es sinónimo de catástrofes
ni las sombras son premonición de Parcas
La luna sigue mirándonos
y las águilas nos sobrevivirán sobre esta tierra.


Las fauces de la noche...

Sigilosas sombras se acercan, engullen los ojos del cielo.
Animal con cara de borrasca
Cielo oscuro y nubes como barcos a la deriva
salen en exilio, desplazadas formas llevadas por el viento.
La zarpa, la boca fiera, la garganta inmensa
alimentada por la oscuridad y por un temor atávico
nacido en las tormentas.
Más el vendaval desfigurara los monstruos
el hambriento can no llegara a la aurora
al otro día, pese a todo, el sol volverá sobre la bóveda del cielo.
La luna no se estremecerá
y nuestros ojos mirarán la vida
un día más y la noche no es están oscura
ni las sombras siempre guardan el espectro del miedo
Un día más
y las furiosas bestias desaparecerán
de las mentes enfermas y de los cobardes aplausos con la muerte.


Otras geometrías

Todo se mezcla, se diluye, se esparce.
Cubos sólidos, nubes chatas, apiñamientos, cúmulos, rígidas formas, volúmenes estáticos, nada de eso es cierto. Todo lo sólido se desvanece en el aire.
Sólo flota a la intemperie un sueño con sonrisas
una mujer como metáfora
un amor sobre la sombra: un asombro que nos nombra
Esas líneas rectas se han hecho después de ver curvar el universo
Bloques compactos, son ilusorios
existen, se derriten
parecen absorberse, se juntan hasta que se mezclan
se hacen amorfos, impúdicas masas lascivas formas
erotismo se junta con deseo
no existe ahí una geometría rectilínea
es hipérbole, elipse, parábola, concavidad
como el sexo, el amor, el deseo
nada se hace directo, preciso, recto,
todo allí es arco sin flecha, curvatura erótica, universo sin muros, alegoría de los cuerpos que se juntan
amor sin doctrinas ni sin reglas
puro desorden bello de un orden no visto
erotismo que brota
nada se exige, todo se da, se abre, se goza, se juega
amor sin cubículos, los dados se convierten en esferas
las duras líneas se hacen nubes.


*Fernando Cuartas Acosta, poeta y ensayista colombiano (Bello, Antioquia, 1955). Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Es guía patrimonial. Dirige desde 2003 el programa radial Taller de Luna, de literatura y difusión cultural, y coordina el taller de literatura “De la Tierra a la Luna, paisajes poéticos, geografías imaginadas”, en la misma universidad y en diversos sitios de la ciudad. Ahora con el nombre de Literatura y paisaje. Copartícipe del proyecto Punto Seguido, revista cultural. Con el libro En la calle no calle obtuvo una beca en el Centro de Desarrollo Cultural Moravia. Ha participado con la Organización Caminera de Antioquia en procesos de recuperación de antiguos caminos tanto prehispánicos como coloniales. Pertenece a la revista Innombrable, ha tenido actividades como guía patrimonial con el Bermejo Mundo de la Calle Abierta, recorridos patrimoniales por la comuna cuatro. Participa con la Cuarta estación Radio comunitaria comuna Cuatro y del libro de la esquina, de la misma comuna, donde participan varios colectivos culturales.
Ha participado en antologías de poesía tanto nacionales como internacionales y en revistas culturales como Aghula, Andrómeda, festival de poesía en Manizales, festival de poesía Nadaísta, Festival de poesía Prometeo, festival de poesía en Agua chica, festival de poesía por la Paz, ente otros. 
Libros En La Calle No Calle premio de poesía Municipal con Moravia sobre poemas dedicados a las calles del barrio. El libro Las noches de los Jueves, Los objetos con Ojos, Madame Destino antología de la revista Punto Seguido. En la muestra de poesía en Medellín, 1950-2011, colectivo de revistas.

miércoles, 12 de agosto de 2020

"Binomio Nº 1" Poemas de Rodolfo Häsler y tres Ensambles de Franklin Fernández



Rodolfo Häsler (Cuba, 1958)
Aguijoneado por la literatura desde muy joven, lector voraz, que ha conocido diferentes autores, todos ellos sembrando algo que se llamaría beber de muchas fuentes. De padre artista, que influyó en su obra como una policromía de sensaciones, el hallazgo del asombro. Ha leído lo urbano y lo plasma entre sus letras. Viajero, pero algo más que eso, creador de paisajes nacidos de sus recorridos por sus propios laberintos. 

Cada poeta es también su vida. La de nuestro amigo Rodolfo, es entre el océano y la península Ibérica, un hacedor de mundos. Entre idiomas, modismos, gestos, viajes, actividades de gestión cultural, guardando siempre una independencia con respecto a los dogmas y escuelas. 

Un hijo de la exuberancia americana, creando una voz continental entre lo europeo y lo tropical. La poesía debe de llegar a todo el mundo, es un gesto subversivo, aunque sea un acto de solitarios, se convierte en una acción de comunicación sin precedentes.  Rodolfo puede conocer que hay libros en la arena, que se ha vuelto lobo nocturno, que el pensamiento es bello, aún con mariposas a caballo. Un artista de la palabra, y de la acción, todo en él fluye.  Podría decirse que “el otro que habla” es un fantasma de vivencias, un torrente de sueños y una alborada de luces en medio de las dificultades. 

Franklin Fernández (Venezuela, 1973)
Es ante todo un poeta que hace arte plástico, hace hablar sus esculturas ensambladas entre lo plástico y lo verbal. Su poesía se convierte en tridimensionalidad, más que poema-objeto. Junta realidades aparentemente disímiles y contradictorias, juega con la ambigüedad de los objetos y crea un lenguaje súbito grandioso. Como si el poeta hace “cosas con palabras”, el artista en este caso hace objetos que nos hablan. No son conceptos yuxtapuestos, son presencias inherentes, relaciones posibles, donde resalta el humor, el erotismo, la crítica a nuestra cotidianidad, mostrando otras alianzas posibles con las cosas. Es todo un maestro de lo real visto desde los ámbitos de la dimensión imaginaria.
.
Fusiona ambas posibilidades expresivas, crea un entramado de acciones sobre las “cosas” que toca y les da otra dimensión entre sus manos. Utiliza herramientas viejas, relojes usados, cepillos, llaves, grifería, latas, tornillos, y los convierte en aves o en insectos. Unifica realidades como ya se dijo antes en una mistura entre lo que se ve y lo que provoca. Hay mucha lúdica en él, un arte admirable como un niño que junta el animus del mundo con lo desgarrador de la vida misma. Un alquimista si se quiere, la magia húmeda la seca, el fuego y el frío, libera los conceptos, los rehace, como todo buen poeta lo debe hacer. 

Los objetos son “cosas no dichas” escarba y desentraña esos lenguajes escondidos. Una verdadera fábrica de juguetes con inusitada belleza, descubriendo esa rara belleza interior que hay en cada ser fático que nos encontramos a diario. Nos hace pensar que la obviedad no existe mientras cultivemos otras formas de mirar.

Selección: Alfonso Peña
Presentación: Fernando Cuartas



Nombre: Lunas
Técnica: Poema-objeto
Año: 1998



Se despierta con una manzana de oro
en la mano, los ojos entornados
dejan ver que se trata
de un hecho extraordinario,
en la fisura de lo real, a veces
te puede tocar,
pero hay que saberlo sentir,
día a día, con dedicación
la manzana es pesada
y deja un rastro de escozor
como si fuera de arena
o un narciso que late en el corazón,
un geranio en un libro de Baudelaire,
eso es, un deseo o una aspiración
que por su densidad pudiera hundirte,
desconoce el final,
sólo confía en que los días transcurran
junto a la fruta aparecida,
un corte en la voz
para enmudecer, o decir a medias
si de repente se tercia,
pero el objeto, de tan bello,
es envidiado,
y aunque invite a la caricia,
es imposible hincarle el colmillo,
corazón de semillas doradas,
hacia qué lado emprender el camino,
cómo consumir su carne
y recibir la sanación.


Observa a diario trabajar al pintor,
el pincel barre el abismo,
entra en un rectángulo morado, un refugio
donde la mano busca lo intocado,
bien al fondo, el centro de un color inalcanzable
como el latido del corazón,
recuerdo de la primera infancia
en el taller, limaduras de cobre
y polvo de esmalte guardado en frascos,
tubos de colores que en los dedos
señalan lo que se ha ido cumpliendo,
el ala de una mariposa verde
cuyo peso no le permite volar,
los libros de arte, las fotos, 
me invitan a seguir pasando páginas
del Masaccio, cada cuerpo un color
escondido en una cajita de pinceles chinos,
tesoros prohibidos como el tacto
de las telas, nudos, hilos sueltos
que hilvanan el amor,
y pensar que se quedó dormido,
qué hacer con el pétalo seco
que se pega a la garganta,
un consejo que aparece 
en el color naranja, una casa junto al mar
y el bramido de las olas se fijan
al bastidor de un cuadro expresionista,
investiga, busca la grieta de la salida, 
el ojo atento a un gran alumbramiento.



Nombre: Naturaleza muerta
Técnica: Poema-objeto
Año: 2020 


En el estudio de Nolde,
debajo del mar, se eleva una franja arenosa
detrás de la puerta. Te arrastra una ola
y un cielo de nubes diminutas,
una valla de madera separa las flores del jardín
de los arbustos salvajes, redonda 
anémona del agua, tulipanes rojos
dejan su asombro en la espátula lenta,
el aire es frío y los colores son hirientes,
decides dejarlo pasar,
que se convierta en rayo, pararrayos
de un mundo inoportuno
escóndete detrás de la casa, 
la alta cristalera retiene parte de la luz
que acapara el paisaje, 
con el peso de los nubarrones vibra el pincel,
una casa como la tuya,
se les da cabida a las sombras,
la defensa del contrario,
un gesto de desdén
reconstruye el paisaje.




para Rafael Mammos

Las acequias del palmeral de Ghardaia
conducen al laberinto donde pasar la prueba,
después asciende, llega a la plaza
siguiendo el reclamo del dedo que se eleva
en el aire, el dedo del pensamiento.
Es una gota de cristal, un huevo de avestruz,
la más inaccesible de las ciudades,
donde predicar 
la santa poesía.



Nombre: Agua cristalina
Técnica: Poema-objeto
Año: 2002



Rijeka – Fiume en el lindero del mar,
se acerca al muelle y no avanza
sin tropezar, es la superficie
donde desaparecen vidas insólitas,
un tiempo bajo las aguas del puerto
esperando que un lector lo rescate,
pasó el hundimiento, el peso absoluto,
y Ödön von Horváth dice que no vuelve,
mejor leerlo, autor de las carencias,
cuál es tu país natal,
dice que respira mejor
para pronunciar el nombre Ödön,
mar de la lejana Hungría, lo puedes imaginar,
Otto en lengua franca, 
sin raíces y libre de debilidad,
Horváth nacido en los límites
juega al despiste y huye a cada ocasión,
pero así se expresa la angustia y la vaga nostalgia,
repite, nostalgia de Roth, Zweig,
Schnitzler, Perutz, Kubin, 
y Ödön, al borde del mar, ese brazo negro
que te impulsa, pero va a revelar
el secreto, en la punta de la lengua,
un nombre, por un decir.


Mi padre me contaba 
de las casas cúbicas de El Oued,
y yo, febril, buscaba su equivalente
en una fiesta abrupta, el ojo infantil
recorría las fachadas,
las líneas de los balcones
sumando cúpulas alineadas en el aire
para fabular cada día más. 
Colocando las fotos en hilera,
el recuerdo y la experiencia vibran
como un refugio en la cal.
El impacto de la imagen,
una sobre otra formando una baraja
en la mesa, me excita,
pero la intimidad es un suplicio
busca la cavidad, el susto
que apagó la vida de Isabelle Eberhardt
defendiendo la pureza fijada
en un cuaderno consumido por el sol.
Mi padre me contaba el sueño de Isabelle
durmiendo bajo las cúpulas,
la página escrita donde ahonda el silencio,
la huerta del perejil
y la inundación,
la imagen de una cúpula dentro de otra.
El Oued existe en el soplido del viento,
en un corte en la garganta, 
las fotografías manoseadas
resisten en la memoria
y enmudecen, como si no las hubiera visto,
formando un borrón
que excita la curiosidad.


domingo, 21 de junio de 2020

"El libro de Verónica y los juegos del azar" Fotografías de Verónica Hernández Acevedo y Textos de Fernando Cuartas



Máscara

Amo la máscara que deja descubierta el alma, amo ese rostro que al ser tapado desnuda sus misterios.
Es más lo que muestra que lo que oculta una máscara.
Confiesa el rostro la incertidumbre del ser, bajo el antifaz se presenta al incógnita de los desvaríos. El carnaval seduce por el enigma de las máscaras que salen a presentar su lucha contra el anonimato cruel. Allí todos somos alguien, una comparsa de ánimas cubiertas con la desnudez.
El mejor disfraz del cuerpo no es el atuendo sino la perdida de todos los ropajes. Una simple argolla, un leve suspiro, el olor a verbena, la mirada tras el velo, todo dice que somos crepusculares, somos sombras anodinas, salvaje experimento de cubrimos dejando el animal carnal al descubierto, órganos sublimes expuestos, la palidez de la piel mientras pasa la mano un fantasma , la calidez de un pétalo caído sobre un pómulo.
Somos seres sin ropa, en la intimidad de las sombras, somos unos solos en la penumbra de un después. Enmascarados vamos al mercado de la sonrisa, al templo de la sordidez, al ritual del desamparo. Después de quitarnos la careta somos bestias, ángeles caídos, lunares de un festín oculto.
Al salir nos ponemos la cara que nos hacen ser. En la noche, en nuestros sueños más ocultos volvemos a aparecer. No es suficiente el disfraz, hay algo más que se oculta siempre, seres infames, sin nombre, sin fama, anónimos locuaces, que desvestidos del todo minimizamos la orquesta, inermes, sobre cogidos giramos en un lento carrusel. Sólo la música secreta de la piel nos hace, lo más profundo de cada quien, es esa piel expuesta, la aparición de nuestra fragilidad y nuestra belleza anónima. Cada ser vuelve a nacer, desnudos como si volviéramos a ver.



Poema

No duermen los ríos sobre un tapete árido. Las fuentes se tumban sobre camastros de heno y caminos de olvido. La cabellera de la noche se lanza en los vacíos, emerge, se despeina en viento, es un goce del dormir en azahares, blancas flores de perfumes cítricos.
Dormir es nadar en aguas muy oníricas, flotan las imágenes en una lluvia de acertijos. Duerme el cuerpo para que despierten los instintos invisibles. En un lugar del mundo donde existe una balsa, pasa a flote la ceniza que ríe, el gris de los diluvios, el arca donde habitan los fabulosos grifos, la tienda donde venden gritos, el almacén  portuario de un desorden íntimo. Más se duerme para vivir por dentro. Al despertar el rio de los cabellos aún se esparce por los valles del silencio.




Soledad

Nadie nos pidió que estuviéramos dando tumbos sobre el planeta Tierra.
Nacimos por azar y entre el azar nos convertimos en soledades que se encierran para poder ver las otras estrellas que pasan volando en nuestras vidas.
Somos una huida inacabable. Unos desterrados que buscamos refugio en nuestra imagen, nos vemos para iniciar estar borrando lo que ya fuimos o lo que nunca nos dejaron ser.

Soledad entre la lluvia, nuestra isla es una cama con ojos y un habla de miles de acentos. Somos la babel del sueño, todo habla y no sabemos traducir las sombras.
Más, Oh cosa bella! La soledad es también una manera mejor de conocernos.
Habitamos un límite que está entre la carne y la palabra, entre el deseo y el silencio. Un ser desnudo sobre un globo nos indica que dormir es también aprender a despertarnos.





Revista

Volver a mirar el sol en las noches de vigila, es conservar las manzanas doradas en el pulso de la media noche. Ese rostro se ve, se remira, resplandece, revista de mil hojas escritas en los astros. Los ojos hacen preguntas que nadie osaría contestar sin que tiemble la tierra. Profundo silencio entre dos esferas clavadas en el cuerpo, honda sensación de orbitas salidas del presentimiento. El rostro no ha sido enjuagado con túnicas ni incendios. Un olor de sándalo sale de las comisuras del olvido. Una resina de ámbar sacude el universo. Ella está presente en el instante culmen de las desavenencias, sabe del desorden del mundo, de las discordias con los dinosaurios, de lo efímero de las mariposas, del lenguaje secreto de las plantas, ella es en sí misma la prefiguración de lo nocturno. 



Sol del Oeste

Un rayo de luz nos llega desde Hiroshima, aún centellean miles de estrofas de versos sacudidos por las explosiones. El cuerpo sale a experimentar historias, sale y están las reinas y sus costosísimas coronas, están las espadas y las antorchas de la inquisición y sus tormentos. Están las guerras y sus relámpagos obscenos.  También queda la noción de paraíso, ese Edén perdido en edredones. Un manto de serpientes que custodian las Vestales. El hechizo de un escándalo para un anonimato. Quedan los sudarios de Verónica, la sábana inconsútil, el camastro de dos astros quemados por amores nunca pronunciados liberados de todas las tragedias.
Un mundo de leyendas se ha venido encima, una tras otra forman casi un mito, la mujer desnuda al poniente no es lo mismo que la que se desviste con el sol de las auroras. Algo de renovación hay entre la sombra matutina y el guiño de la luna cuando se despide después de destender el tálamo de la vía láctea. 


Menos es más

Hay que aprender a prescindir de ornamentos innecesarios, del boato y la solemnidad, llegar a esas simplezas profundas, decorados simples donde se abandona el cuerpo a viajes personales que no carecen de la hondura de los sueños.

Viajar entre la sombra, es la cicatriz y la estrella, la luna rota y el universo palpitante, dulce presencia sin arrebatos innecesarios, sin modas, sin prendas sutiles del consumo de altares vacuos.

La levedad como sacramento, la profundidad como constancia. La Ventana párpado, el ojo luminoso de un dios terrestre. Adentro la desnuda imagen de lo que es y siempre será el origen de un comienzo, flota la presencia libre entre una pecera casera, ninfa de los claro-oscuros, nada perturbará el secreto de la luz sobre su piel silenciosa en una barca donde depositar los sueños.




Un tren al sur o al norte

Hay días que carecemos ya de dirección, no importa le fuego, ni las lagunas en neblina. Donde estemos es el lugar perfecto, el tren está en el cuerpo, miles de vagones sacuden nuestros poros, pasajeros vamos a un final incierto. La cicatriz del universo está en la espalda, par de hoyuelos que surgen en la greda. Nacemos con una ruptura con las líneas rectas, todo es voluptuoso y carnal siempre en un viaje, transeúntes de  un sueño que se presenta en el estado de la duerme vela.
Ni el sur ni el norte, ya estamos sumergidos en nuestros propios mundos, hay seres que nos dan la brújula de asombros, la coordenada para llegar para algún puerto.
Viajeras sombras, dorso del silencio, cuerpo de la huida, encuentro con la noche, allí en ese lugar donde moran las luciérnagas. 





*Verónica Hernández Acevedo. Ingeniera de sistemas desde hace seis años, de la ciudad de Medellín, es notoria su pasión por la fotografía, con un marcado acento en el cuerpo como un tema estético, dignificando lo femenino desde su mirada de mujer independiente. El volumen, las sombras, los contrastes, la profundidad, la poética de los espacios, la celebración de lo intimista, el sentido de la soledad   y a la vez la capacidad de enaltecer lo corporal con la sensualidad y la exquisitez de lo simple y a la vez de lo profundo, sin adornos, sin abusar caprichos tecnológicos, haciendo del acto fotográfico una expresión donde llana los espacios de una atmosfera sobrecogedora, limpia, audaz y sorprendente.

jueves, 22 de agosto de 2019

Edición # 9 - Mnemosyne: Memorias de la Literatura 2019


Mnemosyne
“Memorias de la Literatura: lapsus y destrucciones”
9ª Edición 
2019


@"Reina Cósmica" - Camila Ríos


PRÓLOGO

Elian Luka
(Colombia)

LA MEMORIA DE LAS COSAS FÚTILES

Todos estamos bajo el efecto del desgaste, lo más sólido se va desvaneciendo y la vida no permite la quietud pétrea donde se fosilizan las memorias. Hay una permanente corrosión, una destrucción continua, como ya lo advertía Aldo Pellegrini, en una estética de la destrucción, “Más profundas, más extensas que las de la construcción, son las leyes de la destrucción. Pero destrucción y construcción son mecanismos asociados. Nada se puede construir sin una etapa previa de destrucción” nos comunicaba en su libro Para Contribuir  a la Confusión General. Las ruinas, que tanto embelesaron al romanticismo, esas construcciones derruidas que evocaban el pasado, son una nostalgia en el tiempo, una belleza carcomida, que el investigador toma como unos vestigios de una época posterior, lo ya vivido. Más nadie ha retornado a esos lugares vivificados con una experiencia directa, entre el asombro y un enfrentamiento a otras costumbres y a otros contenidos. Todo son aproximaciones, deleites de poetas, argumentos de filósofos, observaciones de historiadores. Algo patético nos aproxima  la senectud, son los días y los momentos de exaltación, las pasiones, los trabajos, los amores, los esfuerzos, los olvidos y también los recuerdos que nos van dejando cicatrices y abandonos. En ese sentido todo es un permanente desgaste, un siempre olvido, que se cruza con la muerte y el recuerdo. 

La idea es aproximarnos a un valor que siempre nos ha parecido nimio y carente de sentido, o al menos de valor, pues está excluido de las connotaciones a grandes objetos, libres de homenajes, sin una historia de personajes ni batallas, el valor de las cosas fútiles. Hay una estética de lo sencillo y de lo simple, una presencia que nos habla desde la sombra y el olvido, en cada objeto se afinca un ser invisible, pura magia cotidiana expresada en el símbolo encarnado en la presencia del objeto que “habla”. Esos trastos oxidados, tarros vacíos, ollas inservibles pero vivas en los anaqueles de un escaparate entre el polvo y una nostalgia de  tierra y de canciones, están allí, en esas casas donde cada ser está convertido en una galería de necedades, que sólo cobran valor cuando son evocadas y trasferidas al presente, tan sólo bajo el hechizo de alguien que las nombre, las toca y las realiza en una renovada esperanza salida del olvido.

Tal vez la poesía logra esa fuerza, eso no equivale a pensar que la poesía viva del pasado, pero se alimenta de esos fragmentos, de esas esquirlas, las transforma y las destruye en el sentido que lo fútil, lo innecesario, lo innombrado, retorna diferente. Es más un territorio recobrado entre lo onírico y la belleza de los seres que logran hablar con el pasado sin caer en bucólicas nostalgias, ni en pretéritos donde todavía escurre la frase “ todo tiempo pasado fue mejor”, cosa tonta, que no ubica el objeto en lo anímico, en lo íntimo y lo desaloja de sus connotaciones con lo vivido. Como decir que todo tiempo pasado fue mejor, ante una daga manchada de sangre, una espada o un fusil, una cama de tortuosas peregrinaciones con la carne, un misal o un potro de tormento. Son presencias, una imagen que está gritándonos su estado fantasmal en nuestros rostros. 

Hay una belleza de lo  simple, esa sencilla aparición de lo poético en cosas nimias que el ojo del poeta convierte en  asombros, como decía Luis Tejada, uno puede hacer la poesía en la insólita aparición de una zanahoria en un tejado, o la famosa máquina de coser y una sombrilla sobre una mesa de disección, de nuestro querido Lautréamont, todo ese arte de mirar en lo más simple, y a la vez en los más profundo de las cosas. Existe una poética de los elementos nimios, el asombro donde nadie se lo espera. En ese proceso de destrucción-construcción, se hacen visibles nuestros ancestros y también  nuestros deseos, ese ejercicio de mirar para poder hacer el “ver” una condición creadora. 

No estamos solos, nos acompañan los objetos diarios, esa foto en sepia que dejó de ser persona para convertirse en un ser que retorna en su fantasmagórica realidad de un tiempo renovado en visiones del presente. Amuletos, códigos de representaciones, alfabetos de historias recobradas, algo que está en la simple estancia de nuestros siglos de imaginarios escrutando nuestras vidas. Todo habla, el asunto está en sabernos escuchar. Lo que no ha sido nombrado no es que no exista, no lo hemos visto, al volver a mirar nos damos cuenta, que hemos dejado atrás y que nos promete otra dimensión de lo vivido, las mismas vidas de antepasados son un lenguaje vívido de nuestras penurias presentes y de nuestros amores futuros. 

Existe una torpe relación con el pasado, el falso recordaréis, la quimérica noción de devolvernos, ya no es posible, todo se va, todo es efímero. Un buen historiador en ese sentido es un poeta, que nos presenta lo de ayer como si quisiera ver futuros en cada episodio de un relato que se abre siempre nuevo a la luz de nuevos objetos y objetivos encontrados. La  vida es poesía en grado superlativo de conversaciones suspendidas, es una larga espera para encontrar el poema  nunca escrito, el que nos saca de ese errar entre errores  de aciertos, una comunicación permanente con todos los ancestros. 

Habitamos la innombrable sensación que aún no hemos hablado, que poco se ha dicho de la memoria viva a nuestro lado. Hemos hablado sobre la añoranza, pero poco del tiempo recobrado, de esa selva de presentes enmarañada en silencios y abandonos. Toca volver a que las cosas hablen, que nos digan sus sueños temporales y sus misterios legendarios, que nos den tregua para volver a mirarlos sin los ojos de la aprensión y del oprobio. Dejarlos libres, para que su condición vuelva a resurgir entre nosotros.