Una interminable consecución de listones de maderas serpenteaba y se perdía en el horizonte.
El parque nacional de los Everglade estaba pronto a cerrar por el día. Entonces llegaste tu, Hana, cuando solo disponías de una hora y media para recorrerlo. Te fijaste que no había nadie esperando en la casilla de venta de entradas, ni tampoco sobre el sendero que se divisaba a no mas de cien metros.
Con tu tiquete en mano, te dirigiste con determinación y con una curiosidad casi infantil hacia el camino.
El sonido de la naturaleza lo inundaba todo, percibías al unísono el croar de las ranas, el aleteo de las garzas, el canto de las aves, el sonido de los tallos quebrándose por el deslizar de criaturas que tu no llegabas a distinguir.
Te volviste a preguntar por enésima vez, que impulso absurdo te había empujado a tomar esa decisión. No te referías a “esta” decisión, a la de internarte en el parque, habitado por animales y alimañas desconocidos, donde el calor, la humedad y el enjambre de mosquitos te estaban atormentando, sino a la decisión de abandonar tu Fairbanks natal y trasladarte al extremo sur del país, en busca de un cambio drástico de vida.
Ahora no estas tan segura de la elección. Meses atrás renunciaste a tu trabajo, vendiste la casa materna y subastaste hasta el ultimo mueble. Solo te aferraste a tu vieja camioneta Ford Expedition, donde cargaste descuidadamente, seis cajas con libros, otra con fotos y recuerdos y dos maletas viejas con ropa y zapatos.
No te animaste a despedirte de nadie, tenias la certeza que las fuerzas te flaquearían si debías mirar a los ojos a tus amigos, que los abrazos de ellos te retendrían en ese lugar por siempre.
Por eso, ingresaste automáticamente la ciudad de Homestead en Waze y emprendiste la marcha sin mirar atrás. Un largo viaje, que te tomaría mas de doce días en completar, donde cruzarías cuatro estados Canadienses y nueve en territorio americano.
Con veintisiete años y una licenciatura en literatura te abriste camino a lo desconocido.
Aunque tu madre te había dado la libertar de escoger la carrera, hay momentos en que no te sientes segura de haber elegido bien; por esa razón no te fue difícil renunciar al puesto de profesora en Hutchison High School.
En Alaska quedaron todos los recuerdos y las vivencias de mas de dos décadas de existencia. Una sucesión de eventos que tu no sabría como encasillarlos, porque siempre van mezclados de instantes felices, adversos, dichosos, rutinarios, decepcionantes.
Se agolpan en tu mente los recuerdo del año anterior y te vuelves a conmover, han estado signado por la tristeza y la desilusión. Estas segura que todo eso ha conspirado para que los veintiséis años vividos en Alaska, se diluyeran como lagrimas en el mar. Ese ha sido el motivo que te ha hecho huir, que te ha creado una necesidad apremiante de alejarte, de ver el mundo, de hacer cosas nuevas; te sentía lo suficientemente libre y fuerte para comenzar de nuevo.
Ahora caminas lentamente, con la cabeza llena de recuerdos y el corazón apretado por la incertidumbre. Ante tus ojos se abre la vasta extensión del pantano. El color indefinido del agua turbia permanece prácticamente oculta bajo la interminable propagación de juncos, donde solo interrumpe la monotonía del paisaje algunos arboles cipreses.
El camino de madera es sinuoso y se elevaba a unos dos metros sobre el nivel del suelo. El cielo azul prístino resplandece por el brillo intenso del sol. Un olor acre producto del agua estancada y la putrefacción de la vegetación acuática inunda tus sentidos.
Espantas fastidiada los mosquitos que te persiguen sin piedad y retienes el aire por unos segundos. Lamentas haberte vestido en forma tan inadecuada para la ocasión. Esa musculosa corta de algodón que solo cubre tu busto poco desarrollado y ese short de jean dejan tus piernas largas, exponen por completo tu cuerpo a la tentación de los insectos.
El calor es, sin lugar a dudas, lo que mas detestas de este nuevo destino. Sientes que aún completamente desnuda el sudor te cubre entera. Tu primera semana en Homestead, Florida, te ha parecido insoportable y la has catalogado como surrealista. Todo te ha resultado ajeno, el ingles ha sido desplazado por el español, las personas visten con tantos colores y los olores de platos de comida son tan distintos a los que estabas acostumbrada.
Aunque no te fue difícil encontrar un pequeño apartamento para alquilar, una vez dentro, no te has tomado el tiempo de abrir ninguna de las cajas. Hasta las maletas han permanecido sin deshacer, tu excusa es que la ropa mas liviana que habías empacado no es lo suficientemente ligera y por esa razón has salido a comprar mas prendas de vestir.
Te has tomado el tiempo de recorrer las calles de la ciudad y el área suburbana, dedicada a la actividad agrícola, pero lo has hecho con desgano. Con esa misma actitud comenzaste a buscar trabajo, por eso te ha sorprendido la facilidad y la rapidez con que lo haz logrado. Sin embargo, y a pesar de tener resuelto lo de la vivienda y lo del trabajo, continuas sin desempacar la mudanza Hana.
Muy a menudo sientes impulsos de volver a cargar la camioneta y huir, como lo hiciste hace un mes atrás de Fairbank. Se también, que no quieres regresar a Alaska, sino continuar recorriendo el país, quizás hacia el oeste, que estas buscando “tu” lugar.
De pronto, un sonido fuerte, desgarrador, desconocido te desconecta abruptamente de tus pensamientos, te hacen regresar en mente y cuerpo al sendero de madera. A tu derecha, dos caimanes están disputándose el cuerpo inerte de una pobre garza blanca, desmembrado su cuerpo sin piedad.
Horrorizada desvías la mirada, te aterra observar esa escena. Te detienes en seco en medio del sendero. Una tristeza infinita te invade por entera, un dolor intenso se instala en tu pecho, experimentas pena incontenible por la garza, por tu madre, que ha muerto nueve meses atrás víctima de un cáncer atroz, por tu novio que te ha abandonado sin explicación cuando todo se derrumbaba a tus pies. Sientes pena por ti, Hana, porque te encuentras en el medio de la nada, comida por los insectos y achicharrada por el calor abrazador del sol.
Te desplomas sobre las tablas de madera y abrazando fuertemente tus piernas con los brazos, hecha un ovillo, te hechas a llorar. Lloras Hana, lloras por todo lo que no has llorado lo suficiente, lloras por tu amada madre muerta, por el miedo atroz al futuro incierto, por la garza blanca…Lloras Hana, por que en este instante sientes envidia la suerte de tu madre, sientes envidia de la garza blanca.
*Mónica Cabrera López nació en Montevideo, Uruguay, un día de invierno de 1966. Estudió leyes y, casi simultáneamente, Administración de Empresas. Abandonó las leyes porque no eran el tipo de letras que la motivaban, y decidió perseguir los números. Actualmente vive en San Antonio, Texas, pero la fortuna la ha llevado a residir en diferentes países de América Latina y el Caribe. Hace dos años publicó su primer libro, titulado La vida en un Cuento, el cual se puede encontrar en Amazon.
Querida Mónica,
ResponderEliminarTu relato es una verdadera joya literaria. Reconozco tu estilo y forma de escribir como profunda, llena de sensibilidad y con la capacidad de generar un sentimiento conmovedor extraordinario. La manera en la que trasnmites a los lectores el dolor, la nostalgia y demas sentimientos logra tocar almas.
Gracias por compartir esta historia que es tan humana y poderosa. Sin duda, tu talento brilla con fuerza.
Saludos desde Colombia, Atentamente, Isabella Ortiz.
Muchas gracias por tu comentario tan generoso. Me emociona que mis palabras hallaran eco en tu alma. Eso me anima a seguir escribiendo!
EliminarUn hermoso relato, donde se destaca la esencia y la profundidad de sentir. Gracias por compartir, tus publicaciones y dejarnos sentirte tan cerca nuestro a pesar de la distancia. Es hermoso poder saber de tus logros y encontrarte en cada estrofa escrita.
ResponderEliminarGracias Verónica, desde el corazón.
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