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lunes, 19 de febrero de 2024

"Arte de zurcir" microrrelatos de Alex Darío Rivera


ABSURDO

Estaba trabajando en la caracterización de otro personaje. Ese papel de pendejo, si bien es cierto representaba de manera casi magistral, aunque olvidase la modestia, era agotador. Libre de eso, el público no sabía delimitar el linde, la frontera entre la persona y el personaje, entre el sujeto y el actor, entre la existencia y la obra, entre la vida y el teatro, entre la vivencia y la supervivencia, entre la amistad y los intereses.

Esa noche, preparó la máscara, la indumentaria, el maquillaje, las poses, y trató de leer y releer el argumento de esa obra en la que los actores seguían asumiendo su papel pasivo, sentados en el escenario, esperando a que los espectadores les siguiesen entreteniendo desde las butacas.

 

ESTRIDENCIA

Siempre creyó que los truenos traían hacia él, lejanas voces. La estridencia de esos fragores espoleaba esa necesidad humana de buscar refugio en la horda, en la manada, y suponía era la más fácil explicación de lo gregario, de la necesidad del resguardo de la caverna, la tibieza del fuego o el abrazo. En él, el simple hecho de observar asustado el relámpago que antecede al trueno, le provocaba sospechar primitivas evocaciones de lo incógnito que lo habitaba, y lo que suponía ser. Creía que los truenos develaban el desamparo y la pequeñez humana, y trazaban el linde entre el fuego y la ceniza, entre la vida y la muerte.

Y aunque estaba convencido de que los truenos eran la reminiscencia de milenarias fraternidades y ancestrales miedos; con los ojos entrecerrados, salía corriendo en pelotas por las calles del pueblo debajo de las tormentas.

 

ARTE DE ZURCIR

La gente no lo percibía, pero un haz de luz brotaba de su pecho y se perdía con el resplandor del sol cada mañana. Nadie le mostró la forma de zurcir un alma rota. Nunca se le leyó el manual de cómo contener la vida que se escapa a borbotones por la memoria de una herida. Ninguno le sentenció sobre la persistencia en el recuerdo heredada por una cicatriz. Durante las noches, avanzaba a tientas guiando sus pasos tambaleantes con ese leve brillo emergiendo de su pecho. Tan pequeña esa lucecita que tropezaba frecuentemente. Era consciente de que solo él la miraba, que era invisible a los demás, y mientras tanto, durante unos cortos segundos de tiempo, después del grito de dolor provocado por cada trompicón, lamentaba tardar tanto el acostumbrarse a la oscuridad.

 

FRENTE A LA PUERTA DEL MOTEL

Llaves en mano, ninguno de los dos sabía con certeza, hacia dónde los conduciría aquella puerta.


CÍRCULO

El mundo se detiene. La brisa guarda silencio allá afuera. El tedio desaparece. La luz blanca de la lámpara se torna policromática. El reloj abandona su rutinario tictac. El hambre posterga la cena. Los compromisos se borran de la agenda. El trabajo deserta de los calendarios. La toalla blanca se desprende del clavo. Solo tu imagen en mis recuerdos permanece dinámica en esta sulfurosa caricia del agua tibia senderos abajo de mi cuerpo deslizándose hacia el sifón, al río, a la mar, y levitar para luego caer como la tormenta que el sistema meteorológico anuncia, para la siguiente semana.


REVERSA

Sintió un placer enorme de quietud oscura y leve.  Repentinamente abandonó ese sueño profundo, y la besaba con deseo y furia mientras entraba en ella con violencia, gritos y jadeos. Ella intentaba contenerlo y a la vez lo embestía. Sus entrepiernas se unían en una humedad tibia y pegajosa. Percibió un sabor a oxido en su boca y nariz, y supo que, ese sabor, de tener asignado color, sería ocre. Sintió un miedo atroz, y emitió un grito que se escuchó en todo el barrio. Segundos después escuchó cuatro detonaciones; las contó mentalmente mientras una sensación de calor efímero le invadía su pecho. Escuchó una voz enardecida: “Así los quería encontrar hijosdeputa”.  Apreció que su cuerpo se separaba del de ella casi al tiempo que, el rostro de la joven embozaba evolutivamente, muecas cinéticas: horror, vergüenza y asombro, en fracciones de segundo. La puerta de la habitación se abrió de un solo golpe. Afuera, alguien corre apresurado; el ruido de sus pasos se acerca a la habitación del motel.

 

*Alex Darío Rivera M. Santa Bárbara, Honduras, 30 de julio 1975. Ha publicado en poesía: "Introspecciones extintas", "Desde los balcones", "Mortem" y “La lluvia no llega”. Libro de microhistoria “SITRAMEDHYS, medio siglo de lucha" (2015). En cuento: "De fugas y acechanzas" (2012), "Recuentos a media luz" (2013) y "Hendiduras" (2020). Antologado en "Honduras, sendero en resistencia"; "Poetas en los confines"; "Kaya Awiska, Antología del cuento hondureño"; "Antología del cuento hondureño Siglo 21"; "Tratado mesoamericano de libre poética: ecos náhuatl Honduras-México"; "Letras sin fronteras II"; "El baile del dinosaurio", antología de minificción hondureña" y "Despierta humanidad" Antología Poética Internacional Homenaje a Berta Cáceres".  

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