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jueves, 5 de octubre de 2023

"Satán y gatos" relatos de Jorge Etcheverry Arcaya


Satán y gatos

El refugio de la lectura aparta de los aconteceres que llegan de allá abajo y en los que no podemos intervenir. Un libro cae abierto al suelo desde un estante de mi departamento en realidad el segundo piso de una casa— con casi todas sus paredes cubiertas de libros—se trata de una historia de Satán, un enfoque antropológico de sus versiones y descripciones que abarca por lo menos un par de milenios y cuya autora de nombre en inglés no recuerdo ahora. Esta mañana un gato negro y grande arañaba la ventana de mi dormitorio, que se abre a un descanso de madera al que sigue una escalera angosta que da al jardín. Es una salida en caso de incendio cuyo uso espero que nunca sea parte de una crónica. El hielo acumulado me impidió abrir la ventana. Eso le cuento a Sharon en el café— miro hacia afuera y veo un gato negro que vadea la nieve acuosa y acecha a una ardilla u otro animal que no alcanzo a ver— un gato más chico sí, más flaco, seguramente sin casa, quizás debiera persignarme pero invirtiendo la señal de la cruz y sin que me adviertan ni ella ni menos los otros sujetos metidos en sus tabletas.El gato parece que agarró su presa y la devora detrás de un tronco negro—hago en mi pecho ese signo entonces—para poder musitar “ave satanis”. Porque parece que estamos en su mundo. Las nubes esbozan en el cielo la silueta blanca de una bruja en una escoba y ella los une y rescata a ambos.


Reflexión frente al espejo

El esfuerzo ése de mantener esa cosa abstracta de la conciencia y que pide y pide, y que pareciera empecinada en borrar todos sabores y las ricuritas de la vida, calibrar el pene cuando uno se mira en el espejo, encontrarse bonito en el espejo, rastrear y confirmar nuestra pertenencia a un ancestro y una comunidad de gente como uno. Un tipo inteligente como el Sartre, el narigón Descartes, el chicoco del Kant se pueden dar esos lujos de la totalidad reflejante reflejada, como el primer nombrado llama a la conciencia, desengañados ya desde la infancia no tienen nada que perder postulando esa cosa universal, tremendamente justa y abstracta, pero uno tiene que vivir, encontrarse bonito a veces, hacerse la víctima como decía mi madre, que en paz descanse. No le hagamos caso a esa canción popular de los mexicanos de hace ya varias décadas. Que no se mueran los feos, los bonitos son occidentalizados, colonizados por un canon que por suerte ya se está deshaciendo. 


Reflexión del investigador ante la ola de crímenes 

Porque la conexión que casi inmediatamente hacemos es con una figura ya clásica en la historia del crimen. Este de ahora también apareció de la noche a la mañana, y con un tipo de delito muy diferente del que el Jack the Ripper clásico acostumbraba a practicar. Así este crimen, pese a su relativa novedad, se despliega casi diariamente en la televisión, en los medios virtuales y en la tinta impresa de los periódicos (casi fresca y manchando los dedos del lector, claro que esto es una imagen, porque como todos saben, ya casi no se imprimen periódicos). Eso a medida que se suceden los casos y con más aceptación y menos censura que si se tratara del asesinato en serie de prostitutas, del que por otro lado existen casos nacionales en Canadá como el de Pickton, que sin embargo y pese a sus horrendos detalles nunca produjo mayores olitas, a pesar de haber asesinado y quizás en algunos casos ingerido a cuatro veces más víctimas que el susodicho e histórico criminal inglés. O quizás uno podría recordar a esos cientos de mujeres indígenas asesinadas o desaparecidas en los últimos años en este mismo país, separado de Londres por vastos océanos y amenazantes cielos, ante el bostezante encogerse de hombros, por lo menos relativo, de las autoridades, de las noticias y la opinión pública. Quizás el asesino que ahora nos preocupa, debido a sus inclinaciones populistas, hasta ahora puramente hipotéticas, pueda tener una concepción del mundo en que la materia cultural, el arte, son vistos como un trabajo que si bien, en ocasiones es producto del genio, es una tarea básicamente destructiva o corruptora del orden, de los valores sobre los que se funda la sociedad, debiendo así los jóvenes mantenerse al margen de estas actividades, alejarse de las humanidades. Es posible por otro lado, que este asesino en serie, que así ya se lo debiera considerar, esté aquejado de alguna forma de locura o trastorno mental, posiblemente un caso de complejo de inferioridad con elementos paranoicos. 


Desayuno del guerrero

La breve nota abreviaba hasta una simplicidad accesible al lector común la concepción de un psiquiatra bastante conocido que afirmaba que el genio consiste en la capacidad de reducir lo complejo—o lo aparentemente complejo—a lo simple. Cuando le mencioné este tema a Antonio un par de horas después, mientras tomábamos nuestro desayuno del sábado en Nates en el Rideau Centre ($8.90 incluido el primer café), él estuvo casi fuera de sí, pero no debido a los crímenes que también aparecieron en nuestra conversa y que llenaban los medios de comunicación locales. Después de todo, ¿qué podía significar la muerte de algunos poetas profesores para un refugiado que había visto la muerte de centenares, quizá miles, en su propio país? Él estaba molesto con el psiquiatra del artículo y declaró que por el contrario, un genio era alguien capaz de mostrar la complejidad intrínseca de todo lo que se llama “real”. Pero yo no quise insistir sobre los crímenes en este momento preciso, dado que esos detalles repugnantes hubieran podido interrumpir nuestro reposado desayuno, creando un vacío en la conversación que hubiera sido difícil llenar. Y también porque sabía que mi amigo estaba incluso en una situación más precaria que la mía y que quizá este desayuno era su comida más importante del día. Pero estoy exagerando. Él se retiró a sus habitaciones (su cuartucho), como él lo llamaba, y cuyo verdadero estado yo nunca supe ya que nunca me invitó. He oído por ahí que antes él vivía en una pensión manejada por una carnosa pero bien formada mujer de aproximadamente cuarenta cinco que había albergado a ese lánguido latino de ojos de gacela por el intercambio de algunos favores. Por lo menos eso es lo que me dijo, en forma muy confidencial, mirando furtivamente hacia los lados, Patricia Phillmore, ella misma poeta autodeclarada y quizá un poquito celosa, ya que un poema dedicado a Antonio (Antonino), que asoló con todos los clichés del caso, había cerrado su última plaqueta autopublicada sin haber provocado ninguna reacción en el susodicho. Es verdad que nadie sabía a ciencia cierta cómo mi amigo se las arreglaba para sobrevivir en su precaria situación cotidiana. Pero desde el momento en que él no es un carácter principal en este informe, sólo lo menciono por haber estado presente en las dos circunstancias arriba expuestas. Voy a terminar diciendo que él tenía esposa y niños en Chile, un hecho que ninguna de las dos mujeres sabía, y supongo que nadie aparte de mí. 


*Jorge Etcheverry Arcaya, poeta, editor, editor y traductor nacido en Chile. Vive en Canadá. En Chile fue miembro de los colectivos de poesía Grupo América y Escuela de Santiago. Sus textos han sido publicados en varios países, incluyendo poesía, crítica, ficción literaria, ensayo y ciencia ficción. Sus últimos libros son Clorodiaxepóxido (Chile 2017), Canadografía: antología de prosa hispanocanadiense (Chile 2017),  Los herederos (2018), Samarkanda (Canadá 2019), Outsiders (2020). Recientemente ha contribuido a las antologías Wurlitzer. Cantantes en la memoria de la poesía chilena (Chile 2018), Antología de la poesía chilena de la última década (Chile 2018), Antología mundial: la papa, seguridad alimentaria (Bolivia 2019), y Anthologie de la poésie chilienne, 26 poètes d 'aujourd'hui (Francia 2021). Entre sus últimas publicaciones en revistas se cuentan textos en La Pluma del Ganso (México 2018) y Entre Paréntesis (Chile 2022).
 

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