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martes, 26 de marzo de 2019

El spaghetti western del exilio: “la hija del gran jefe Sioux” de Ángel Ballesteros

Gonzalo Bojorquez - Contra Apocalipsis

(Para Mikel Herräez)

  • Capítulo 1- “La prisa”
El último gran jefe de las tribus Sioux, ha caído muerto cuando fue necesario convertirse en distractor, para dar oportunidad de huida a su pueblo. Un sacrificio que tomó lugar hace cuatro soles y lunas de carrera. Su hija ha tenido que tomar la dirección de su pueblo, sin poder interrumpir la fuga ni para los funerales. Porque esa estampida de la muerte continúa tras de sí. Comiéndoles los pasos.

La hija del gran jefe de las tribus alza la voz hacia su pueblo, “si algo me pasa ¡sigan huyendo! ¡Que ahí, detrás nuestro, viene el monstruo que se desliza sobre mil caballos! ¡Viene con ésas, sus varas, las que escupen metales cuyo único propósito es interrumpir vidas!”

“No permitan que el monstruo les engañe con su sonrisa o con sus promesas. Son vociferaciones, son engaños. Solamente busca desacelerar el paso de nuestra huida, para así devorarnos. Lo hemos visto”

“No desaceleren, porque las espuelas de sus caballos son de los hierros más ligeros y también los más resistentes, son tan rápidas como letales. Esas espuelas se hicieron sacrificando al gran valle de muchos Edenes, por sus minerales. Ese sacrificio que más bien fue un actuar un desprecio por lo vivo, en su desperdicio vil, ha destruido también a todo ser que habitaba esos Edenes. Seres cuyo único pecado fue haber estado en medio de lo que el monstruo sintió como su camino. Esas espuelas son de hierro, pero a veces de madera, o de pestes, de fibra de carbono o de turbosina. Sus espuelas y caballos serán de cualquier material que permita al monstruo ir más rápido en sus juegos de cacería y desenfrenos”

Frecuentemente, esas espuelas están hechas de carne humana. Carne muerta que se cree todavía viva y que, además, simultáneamente se cree independiente al monstruo y a veces incluso cree que es juicio activo de lo que lleva sobre sus espaldas. Sin embargo, esa carne, para esa gran máquina de muerte, no es más que algo desechable. Solo el monstruo mismo es su voluntad y su fuerza, aunque para serlo se sirva de todo a su paso. Esa carne, militante, conscripta, no sospecha que tan solo es parte como entremés consumible y como las suelas intercambiables.

Esa carne humana de la que frecuentemente están hechas las espuelas, de los caballos del monstruo, no sabe que incluso sus propios huesos han sido secuestrados, hasta la médula, y aprisionados junto con su corazón. No sabe que sólo así es que es parte de la gran maquinaria que es el monstruo.

  • Capítulo 2 “Las remembranzas”
El último gran jefe de las tribus Sioux ha caído muerto, cuando fue necesario convertirse en distractor para dar oportunidad de huida a su pueblo. Un sacrificio que tomó lugar hace treinta soles y lunas de carrera. Su hija ha tenido que tomar la dirección de su pueblo, sin poder interrumpir la fuga para los funerales. Porque esa estampida de la muerte continúa tras de sí. Comiéndoles los pasos.

Si un día les es posible detenerse, entonces se hará la cuenta de las personas faltantes y se elaborarán cánticos con sus nombres y sobre sus historias de resistencia. Esperamos que el tiempo no nos los borre de la memoria antes de haberlos inmortalizado en nuestras leyendas. Porque de suceder eso, perderíamos en tres sentidos. Olvidaríamos que existieron, olvidaríamos quiénes fuimos, olvidaríamos hasta por qué corremos y de qué huimos.

¡No desaceleren, el monstruo viene todavía justo detrás! Ese monstruo que devora hombres, animales, ríos y montañas, viene detrás nuestro. No desvíen su mirada del horizonte, no confíen de las sombras tras de sí, pero, mucho menos se fíen de sus grandes farolas. Esas con las que desde el monstruo se nos pretende indicar ‘mejores caminos’.

  • Capítulo 3 “La teología de la oscuridad y la otra, la de la vida”
El último gran jefe de las tribus Sioux ha caído muerto por dar oportunidad de huida a su pueblo. Un sacrificio, hace 700 soles y lunas de carrera. Su hija, su pueblo, sin interrumpir la fuga. Todavía no hay funerales, porque esa estampida de la muerte continúa tras de sí. Comiéndoles los pasos.

A las tribus Sioux se les han unido otras. Ya son una tribu más amplia y diversa, cuya principal similitud ha sido acompañarse en la huida.

El monstruo ya ha dicho llamarse John Wayne, Charles de Gaulle. Antes fue Alejandro Magno, así como muchos otros nombres y otras máscaras. Todas y todos tan solo carne desechable para el monstruo. Las máscaras pueden ser varones, mujeres, prendas de vestir, ONG´s, ‘agencias de justicia’, rescates mesiánicos, intervenciones humanitarias e incluso modas de toda rama.

Con el prolongamiento de la huida, a la hija del último gran jefe, ahora líder de una gran tribu de tribus, le es importante recordarle a su pueblo, uno hecho de muchos, que detrás suyo todavía viene el monstruo. Porque de la huida a ella la han querido culpar por el cansancio y las penurias.

La hija del jefe Sioux habla en voz alta, “no somos quienes han traído al monstruo hacia ustedes, sino que es éste mismo el que se esparce por tierra, mar, aire, lenguajes y sueños con malestar, hacia todos lados. Parece que nadie, en ningún lugar está a salvo. El monstruo es una epidemia disfrazada de promesa que crece cada vez más. Subsumiendo a los pueblos que no alcanzan a huir y a los que han creído en su sonrisa y sus promesas. A todos estos, les ha ido devorando hasta convertirles en sus caballos, sus espuelas o sus máscaras.

“¡No confíen en su sonrisa, no se fíen de los caminos que les muestra con sus grandes farolas, porque tomará a sus hijitos varones para alimentar los hornos de su máquina, y a sus hijas desde la más tierna edad las tomará para también saciar sus infinitas ensañas! ¡Ya lo hemos visto!”

El monstruo hace putrefacto todo lo que toca y le comete impronunciables oprobios a quienes no se le hincan.

La hija del último gran jefe Sioux no recuerda las últimas palabras que le dirigió su padre, porque en lugar de detenerse a escuchar sus últimos alientos, debió continuar el paso. Algo le hace creer que sus últimas palabras fueron las siguientes: “nunca olvides que eres de una tierra con agua que alivia, donde el cielo que le cubre sonríe a diario. Y que sobre éste caminan los astros, saludándote a su paso. Nunca lo olvides, porque si lo haces, puedes empezar a creer que tú y tu pueblo son un pueblo de gente que siempre va a toda prisa escapando del fuego. Sobre todo, recuerda y ten en cuenta que podrás elegir ser alivio para los pueblos, pero nunca elijas convertirte en el fuego abrasador de nadie”.

  • Capítulo 4 “Los pueblos de las piernas cansadas”
Ahora somos más quienes compartimos el camino del escape más grande, pero ya no queda a dónde correr. La desesperación nos hace querer ser topos o águilas, para no tener que temer de las tinieblas en el horizonte. Unas que ahora nos rodean y comienzan a aniquilarnos con su asimilación. Esa asimilación que nos convierte en carne masticada y desechable, para sus espuelas, sus caballos y sus máscaras.

Hablamos muchas lenguas y, por ello, cuando vemos al cielo, inevitablemente vemos cielos distintos. Y los soles y las lunas resultan habernos tenido como destinatarios de amor, y resulta que les hemos nombrado de modos distintos. Pero descubrimos que por igual nos habían tratado con cariño y que de igual modo nos transpiraban todo ese sosiego. 

Ahora, con sus humos, sus aguas contaminadas, sus falsos alimentos, esos horizontes cargados de tinieblas empiezan a vendar también nuestros ojos. Así lo hacen, porque, antes del gran golpe final, el monstruo quiere impedirnos saludar al cielo y a los astros que todavía transitan. Quizás el monstruo teme que el cielo nos aconseje contra él.

Ya no hay a dónde continuar la huida, ya somos muchos pueblos juntos, y tampoco tenemos fuerza en las piernas. Miramos hacia el cielo, sabiéndonos carentes de alas; miramos hacia el suelo, sabiéndonos incapaces de cavar lo suficientemente profundo como para escapar bajo nuestros pies… solo nos quedan algunos nombres en la memoria. Estos son palabras que pueden ser alianzas primero y, después, armas para esa gran defensa que hasta ahora solamente hemos soñado en distintas lenguas. Todas éstas que cada vez parecen ser más una misma.


TOMA FINAL (EXTERIOR, DESIERTO, OCASO)
UN PRIMER PLANO DE LA HIJA DEL GRAN JEFE SIOUX, RESULTA SER MÁS BIEN UN PLANO GENERAL DE TODAS LAS LENGUAS AHÍ REUNIDAS, QUE SE ARTICULAN HACIA LA GRAN ÚLTIMA MARCHA: ‘CONTRA LAS TINIEBLAS’.

¿FIN? No mientras respiremos (tres puntos suspensivos)



*Ángel Ballesteros Aviña Licenciado en Filosofía por la Universidad de Guadalajara, especializado en filosofía política y filosofía de la cultura, con estudios de posgrado enfocados en filosofía, epistemología de la Educación y psicoanálisis, por la FFyL-UNAM.

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