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martes, 29 de enero de 2019

Las Sombras del Pasado - Relato de Santi Piedra


En los recuerdos que tengo de ella, siempre se me viene la imagen de esa noche cuando tomados de la mano supimos que era ese nuestro último encuentro. Nos conocíamos tan bien que no necesitábamos palabras para saberlo. 

Mientras servía en el pocillo el último poquito de café que había en el termo, ella miraba tranquila la luna llena que se alzaba alumbrando los techos del pueblo. Era una luna amarilla, inmensa. 

- Hace mucho que no veía una luna de éstas - dijo ella con su mirada perdida en el astro- Debe ser que se viene veranito. 

Yo no respondí nada en ese momento. Le pasé el café y encendí dos cigarrillos. Esa noche en especial el calor era sofocante. La nube de zancudos silababa en los oídos. Era como si la misma naturaleza, supiera, que más tarde, lloverían del cielo martirios. 

- Yo te amo mucho Rubiela. Te amo desde la primera vez que te vi con el vestidito azul en el colegio. ¿Te acordás? 
- Claro que me acuerdo Mauricio - respondió sonriéndome- Cada que te da la melancolía me lo recordás. También me acuerdo que estabas medio loco. No dejabas de seguirme. ¿Cuál era la canción que me cantabas? 
- ¡Atioqueñita, antioqueñita! 

Una nube negra oscureció todo el firmamento. Ella se fue a calentar unas arepas y una aguapanela para la comida, yo salí a la tienda a comprar más cigarrillos. Era como si todo el pueblo supiera lo que se venía. Todas las calles estaban solas, y don Carlos, el de la tienda, cerró temprano, cosa inusual ya que era el centro de todos los aguardienteros del pueblo. 

Llegué a la casa y Rubiela ya había servido la comida y encendido el noticiero. Era época de reinado y le encantaba sentarse a criticar vestidos y peinados. 

- Este año esa de Guajira va sobrada - me dijo mientras partía con delicadeza un pedacito de quesito- Dijeron las de los chismes del medio día que pinta incluso pa miss universo. 

A mí poco o nada me importaban esos reinados, pero después de esa noche, no hay reinado que no me deje llorando. Ese año no ganó Guajira pero hace dos sí, y créanlo, celebré como si me hubiera ganado la lotería. Me acordé mucho de ella, con lo entusiasmada que estaba esa noche. 

Se acabaron las noticias y ni la novela quisimos ver. Era tanto el sofoco que la brisa misma hacía pesar los ojos. Como les digo, la naturaleza es sabia y nos mandó a todos a dormir temprano. Cuando llegan los caballeros del infierno, es mejor estar dormido y no sentir el estruendo. 

Eran las nueve y media de la noche cuando escuché el primer disparo. Nosotros vivíamos a dos casas de la estación de policía así que fuimos de los primeros en sentirlos. Lo que siguió fue puro alboroto. El cura, empezó a tocar las campanas, y, en la calle, sólo se escuchaban gritos y aullidos de perros despavoridos. 

- Metéte debajo de la cama - recuerdo le dije- Me voy a asomar a ver cuál es la cosa. 
- ¿Qué más va a ser mijo? - dijo- Se nos metió la guerrilla. Más bien quédese aquí tranquilo y recemos unos padre nuestros. 

Cada vez el sonido de las ametralladoras era más y más fuerte. De pronto, el primer estallido. Fue tan enérgico que quedamos aturdidos. La imagen siguiente me ha atormentado cada noche durante años. Su mirada de angustia, mis manos tomando sus manos en un temblor absoluto. Segundo estallido, vida y amor al olvido. Todos, cuando juramos amor eterno ante el cura, y sabemos, es con la persona adecuada, pensamos morir de ancianos mientras el otro nos toca la frente y nos acaricia los brazos. Nadie espera tener que recoger pedazos de su ser amado sin saber si el brazo y la pierna es de ella o de un amigo vecino. Esa es la guerra: arrebata el amor y nos deja, a los de malas que quedamos vivos, aquí, en pena sufriendo. 


*Santi Piedra escritor de la ciudad de Medellín

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