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domingo, 21 de abril de 2019

"La biografía como género" por: Fernando Juárez Salazar


Quizás no sea descabellado aventurar la tesis de que la biografía, entendida como género literario, es una invención característicamente moderna, el producto de una época donde la subjetividad ha cobrado un relieve sin precedentes. Ya la sola generalidad de nuestra afirmación seguramente causará vértigo en los lectores más cautelosos. Así que comencemos con una consideración mucho más sencilla: en la Antigüedad no se escribieron biografías. Su lugar lo ocupó otro género menos elaborado y fácil de discernir, las llamadas “Vidas”. Como las Vidas paralelas de Plutarco, las Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio, las Vidas de los sofistas de Filostrato o las Vidas de los doce Césares de Suetonio. No se requiere gran erudición, y en realidad sólo un conocimiento parcial de estas obras—que por lo demás son colecciones de escritos de idéntico estilo—para sentenciar que el contenido de éstos normalmente se componía de recopilaciones de datos, testimonios directos o indirectos sobre el personaje en cuestión, donde la anécdota ilustrativa jugaba un papel fundamental, pero se carecía de los medios para alcanzar el rigor y la precisión histórica a la que hoy aspiramos, y en los que se estaba muy lejos de conseguir la profundidad psicológica y la narrativa novelesca que distingue a nuestras biografías actuales. 

Probablemente pensando en estas composiciones fue que un conocedor de la Antigüedad como era Nietzsche se atrevió a declarar que “Con tres anécdotas es posible configurar el retrato de un hombre”. La Edad Media parece haber prolongado en cierta medida esta tradición, convirtiendo a los santos en protagonistas de anécdotas y relatos semejantes, sirviendo a fines didácticos y religiosos. Y aún en pleno Renacimiento el género siguió vigente con obras como las Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos de Giorgio Vasari.

Un antecedente más fiel acaso lo encontremos en las varias formas de autobiografía que ocasionalmente vieron la luz. Ejemplo notable en este sentido son las famosas Confesiones de Agustín de Hipona, que destacan por su frecuente tono emotivo y el grado de interioridad que se logra, pues describen la vida del propio autor desde sus vivencias y afectos más íntimos. Pero la autobiografía—que durante el siglo XVIII produjo dignos ejemplares como las Confesiones de Rousseau o las Memorias de Casanova—siempre será objeto de merecida sospecha, por la simple razón de que cualquier intento de veracidad respecto a uno mismo es un ideal imposible, independientemente de la fidelidad de nuestra memoria o el nivel de honestidad de que seamos capaces. Se necesitaba no sólo de la distancia razonable, sino del análisis del carácter y la personalidad que solamente la psicología moderna, con su larga gestación a lo largo del siglo XIX, podía aportar.

Pero si decimos que las diversas “Confesiones” y “Memorias” constituyen una anticipación más segura de la biografía contemporánea, es por la manera en que en ellas se vuelve manifiesto otro elemento del que aún no hemos hablado. La biografía siempre tiene algo de novela. No en vano Hofmannsthal, al parecer siguiendo a Aristóteles, aseveró que “Sólo el arte desea al ser particular, y lo encuentra allí donde cuerpo y espíritu son abarcados en ‘una’ mirada. Lo mismo hace la verdadera biografía: ésta se halla más cerca de la poesía que de la historia”. Para Hofmannsthal la biografía presupone talentos muy especiales y una constancia en el ejercicio que, como en todo arte, termina por consumir la vida misma. Tentativas análogas, de acuerdo con dicho autor, serían las del pintor que sobresale como retratista, así como las del actor y el poeta dramático. Sin empatía y afinidad de carácter es imposible esculpir en palabras una vida humana. 

Sin embargo, Hofmannsthal no parece haber sospechado el potencial artístico y mimético de la novela. La novela es el arte más auténticamente moderno según el gran filósofo y crítico literario Georg Lukács. La novela nos revela la problematicidad del individuo moderno, la trágica separación del yo respecto a su realidad exterior, que se le ha vuelto extraña, inquietante. No obstante, relata una historia desde el punto de vista de ese mismo yo que, como una mónada leibniziana, no puede sino reflejar la totalidad de aquel exterior que se proyecta entre los pliegues y desdoblamientos que lo conforman.

Por nuestra cuenta, pensamos que la verdadera biografía no puede estar desprovista de una óptica similar. Debe saber mostrar al individuo, en toda su pluralidad interior, como resultado problemático y paradójico de su entorno, las tensiones e incertidumbres que éste le ofrece y su continua lucha por hacerse un lugar en él y realizarse, devenir su propia naturaleza. Por eso no creemos estar exagerando cuando afirmamos que la biografía es un género innegablemente moderno, en donde historia, psicología, novela y cosmovisión se entremezclan con el propósito de reconstruir una parte de la complejas relaciones que subyacen a toda subjetividad.

*Fernando Juárez Salazar Licenciado en Filosofía por la Universidad de Guadalajara. Cursó, en el área de Estética, la maestría en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus áreas de interés son la Estética, el Psicoanálisis, el Marxismo y la Historia de la Filosofía.


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