jueves, 20 de noviembre de 2025
"Señalamiento" poemas de Mateo Vásquez Grajales
miércoles, 19 de noviembre de 2025
"Crónica de una palabra diminuta" por Mónica Cabrera López
Una brisa sutil —más suspiro que vientecillo— se coló por la rendija de
la ventana. Fue apenas un aliento, pero lo bastante perceptible para despertar
a Don Papiro, que dormía extendido sobre el escritorio, entre migas de galleta
y manchas redondas dejadas por la taza de café.
—¡Ha llegado el momento! —exclamó, con voz de pergamino antiguo—. Hoy
debemos prepararnos para dar comienzo a una historia.
A su lado, Carboncillo, un lápiz corto, mordido y cansado, rodó
perezosamente, sin entusiasmarse.
—¿Otra vez con eso...? —gruñó—. ¿Qué historia, Don? Si el tipo que vive
aquí no escribe una línea desde hace tres inviernos.
—¡Por eso mismo! —replicó Don Papiro, inflando su superficie como si
pudiera erguirse—. Hoy será distinto. El destino nos ha elegido, Carboncillo.
Tú y yo seremos los peritos de una epopeya.
Carboncillo suspiró. Ya no tenía suficiente mina ni para dibujar una
ceja arqueada.
—Mire, Don... con todo respeto: soy medio lápiz, usted es una hoja
arrugada, y el escritor lleva días mirando el cursor parpadear como si fuera
una luciérnaga agónica. No hay historia. No hay tinta. No hay musa.
—¡Pero hay fe! —tronó Don Papiro—. ¡Y mientras haya fe, hay posibilidad
de verbo!
Carboncillo rodó un poco más, resignado. Ya conocía ese tono de su
amigo: era el preludio de alguna locura tierna.
En el rincón más sombrío del escritorio, la Goma suspiró con fastidio.
—Otra vez esos dos —murmuró—. ¿Cuántas veces habrá que borrarles las
ilusiones?
—Shhhh... —la interrumpió la Regla de madera, que todo lo medía—. Deja
que sueñen. El mundo necesita de locos como ellos.
En cuanto Don Papiro declaró su cruzada, las vibraciones se propagaron
por el escritorio como un llamado ancestral. No tardaron en llegar los otros:
la Goma, siempre suspicaz; la Regla, recta y ceremonial; el Sacapuntas,
excéntrico y gruñón; y la Pluma Fuente, que vivía retirada en su estuche de
terciopelo, convencida de que ningún siglo posterior al XIX merecía su tinta.
—¡Este papel se ha vuelto loco otra vez! —protestó la Goma, rebotando
ligeramente sobre sí misma—. ¡No aprendió nada desde aquel cuento incompleto de
2011!
—No es locura —intervino la Regla, colocándose en el centro del escritorio
como si fuera a dictar sentencia—. Es exceso de esperanza, que a veces es peor.
—¡Cállense todos! —interrumpió el Sacapuntas, que había sido traído de
Argentina y conservaba cierto tono tanguero—. ¿Quién de ustedes ha sentido la
emoción de girar y girar hasta dar punta a una idea?
Todos lo miraron en silencio.
—Exacto —continuó, inflándose—. Solo yo. Así que déjenlos. Si el papel y
el lápiz quieren jugar a ser inmortales, déjenlos. ¿Qué otra cosa nos queda?
—Nos queda dignidad —sentenció la Goma—. Y yo no pienso desgastarme otra
vez borrando palabras huecas.
En un rincón, Carboncillo observaba en silencio. Había escuchado todo,
como siempre. Y aunque no creía en epopeyas ni finales felices, sabía que Don
Papiro lo necesitaba. Y eso, aunque absurdo, era razón suficiente.
Se aproximó al borde del escritorio, donde su amigo lo esperaba, vibrando
de emoción.
—Muy bien, Don. Si está convencido de hacerlo... lo haremos, pero será a
mi manera.
Don Papiro permanecía inmóvil. Estaba en silencio desde que la asamblea
se había dispersado entre murmullos y bostezos. Carboncillo, que lo conocía
bien, sabía que aquella quietud era peligrosa.
—Don... —dijo en voz baja—. ¿Está bien?
Don Papiro no respondió. Solo se estremeció al paso de una corriente de
aire que olía a tinta seca y tiempo perdido.
—¿Por qué no me responde?
Emitió un sonido. No fue un suspiro, sino algo más profundo: un crujido
melancólico. Como si le doliera no haber sido escrito nunca.
—¿Y si esta vez sí? —aventuró Carboncillo, con el tono de quien no cree,
pero quiere creer.
Don Papiro respondió con una voz delgada, apenas audible:
—Es que… si no soy historia, ¿qué soy?
Carboncillo sintió un nudo en su astilla. Se arrastró hasta el borde
superior de Don Papiro.
—Tal vez no logre una epopeya… —dijo, mientras apuntaba la mina contra
la superficie blanquecina—. Pero puedo grabar en ti una palabra.
—¿Cuál? —preguntó Don Papiro, esperanzado.
—No lo sé aún. Las palabras no se piensan, Don. A veces surgen solas,
como migas del alma —respondió, y con la poca mina que le quedaba escribió:
"Despertar."
El trazo no fue firme, ni elegante, pero fue trazo.
Don Papiro se emocionó. Contuvo las lágrimas, temiendo que el agua
borrara esa única palabra, pequeña y temblorosa. Por primera vez, ya no era
solo una promesa vacía: tenía contenido, tenía inicio.
Desde su estuche, la Pluma Fuente lo observó con curiosidad. La Goma,
pese a sí misma, sintió un estremecimiento en su caucho. El Sacapuntas giró
sobre su eje, murmurando:
—Valientes, los dos.
Afuera, la lluvia comenzaba a cesar. Dentro, aunque el despacho
continuaba en penumbras, como todos los días desde hacía meses, algo —casi
imperceptible— había cambiado.
El escritor —despeinado, con la barba crecida y los ojos agotados por el
desvelo— se acercó al escritorio arrastrando las pantuflas, resignado a perder
el tiempo con dignidad.
Se sentó, sin mirar. Apoyó el codo sobre la mesa y, por puro hábito,
tomó el lápiz más cercano.
Carboncillo contuvo la respiración, si es que un lápiz puede hacerlo.
Don Papiro crujió suavemente de emoción.
La mirada del escritor se posó sobre la hoja arrugada y leyó, con asombro,
la única palabra escrita en ella.
Esa palabra lo golpeó sin violencia, pero aun así lo sacudió. Sintió
algo en su pecho —dormido hacía mucho— girar sobre sí mismo como un engranaje
viejo que vuelve a funcionar.
Instintivamente, llevó a Carboncillo al Sacapuntas y lo giró. Una, dos,
tres veces.
Carboncillo, entre vértigo y júbilo, gritó en silencio. Don Papiro
hubiera aplaudido… si hubiese tenido manos.
El escritor se acomodó, irguió la espalda, respiró hondo y comenzó a
escribir. Una primera frase. Luego otra. Y ya no pudo parar.
Mientras las letras se enhebraban como perlas tímidas en el cuerpo de
Don Papiro, todos los objetos del escritorio permanecieron en silencio e
inmóviles. Solo la Regla —por una vez— se permitió desviarse un milímetro.
La historia había comenzado. Y aunque no era perfecta, era la historia
que Don Papiro siempre había soñado.
*Mónica Cabrera López nació en Montevideo, Uruguay. Desde muy joven se sintió atraída por el lenguaje y el conocimiento, lo que la llevó a emprender estudios de Derecho. Pero no fue entre códigos y leyes donde encontró su voz, sino en los ritmos más exactos y desafiantes de los números. Así fue como cambió las letras jurídicas por la Administración de Empresas, en busca de un lenguaje propio para interpretar el mundo. La vida, generosa en movimientos, la llevó a habitar distintos países de América Latina y el Caribe. Cada lugar dejó en ella huellas, preguntas, historias. Hoy reside en San Antonio, Texas, pero su mirada conserva esa amplitud nómada, forjada entre culturas, paisajes y acentos distintos. Su escritura nace de esa confluencia entre la lógica y la emoción, entre la estructura y la intuición. Escribe desde la certeza de que cada experiencia, cada desplazamiento, es también una forma de narrarse. En 2023 publicó su primer libro, La vida en un Cuento, disponible en Amazon.
jueves, 13 de noviembre de 2025
"Ensayo sobre la sordera" poemas de Guillermo Acuña González
Todos los días se izan ceremonias.
sus actas de nacimiento
imprimen
Indelebles en la tinta
que cede
y se dibuja.
Se disipan personas,
sus pasos percuten
en la levedad
de un hermoso suelo lunar
en el que se levantan
siglos y tormentas.
Aún en este minuto
alzadas las astas
del color,
anidan y buscan
el detalle.
Aún se trazan,
andan a tientas
pero se tocan.
Sí que se tocan.
Todos los cielos
se cosen a sus sombras,
las sacan a caminar
les parece permitido
el dolor y el olivo .
Todo al mismo tiempo.
Por eso, los siglos
cruzan las ventiscas
sus tianguis en otra parte,
la dulzura de un silencio
almidonado
casi estancia
todo música.
La importancia
de cierta vibración
en el pecho.
Una sinfonía,
el silicio ardiendo
cerca del tímpano.
Siempre un mar
que se expande,
se contrae.
Como ciertas voces
que a ciegas
postulan
para callarse.
QUEDARSE CALLADO
Para que eso,
sombra,
o segundero,
haga su trabajo.
Decir con eso
que pasa:
tanta desgracia
tanta humedad
solo sucede
evapora
está allí
para acometerse.
Partir de cero:
nuestra ropa
hace siglos
nos hace el cortejo:
imposible seguirnos el rastro:
nos viste el dolor y su secuencia.
Entonces se prenden
pentagramas:
garabatean ciertos sonidos
como los del principio
de los tiempos:
la huella sideral
de Gardel
saludando el viejo tocadiscos.
Culpan la cercanía
de sus olores internos.
están con ellos
y parpadean.
Eso son.
Como una película
de cine sin cortes
silente,
la luz baja.
La urgencia
de viajar
por ejemplo a Cuba,
elevar anclas
con el alma llena
un día de mar embravecido.
EVERY BREATH YOU TAKE
Aquí es cuando
el bolero
toma un color incierto:
A vos,
a sal,
A parábola.
cada una de las estaciones
y sus bandas sonoras
Yo dibujo
y ensayo.
*Guillermo Acuña González (Costa Rica, 1969). Sociólogo con una especialidad en comunicación social. Docente universitario, investigador social y especialista en temas migratorios a nivel regional centroamericano. Trabajó en FLACSO Sede Académica Costa Rica durante 10 años. Fue Director del Instituto de Estudios Sociales en Población (IDESPO) de la Universidad Nacional, en Costa Rica, en el periodo 2012-2017. Es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional, Costa Rica. En la actualidad se desempeña como Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional (UNA) en Costa Rica.
viernes, 7 de noviembre de 2025
"Un deseo que se perderá" poemas de Leandro Clerici
detrás de mi último paso y que en las horas venideras
tu corazón encuentre un lugar para soñar y alzar en vuelo.
ahora se divide en dos
y lo que hoy parece imposible
será un recuerdo cuando el sol llegue al mar
y el mundo empiece de nuevo.
que se presenta profunda y desolada
en una ciudad que abraza el frío y nos separa.
Un deseo que se perderá
entre tantos otros que no llegaron a destino
y se convirtieron simplemente en un motivo para avanzar.
pero no quedó nada detrás.
El valle refleja una luna inicial
que ilumina nuestras miradas ahora lejanas.
Una despedida escrita en las estrellas
que ahora llega a la tierra y deja todo a oscuras.
Una senda con un solo sentido por la que ya no se puede volver.
como tocan sus oídos las palabras.
Una mirada perdida entre multitudes dormidas,
en ciudades que fueron el sueño de otra vida tiempo atrás.
Un mundo que construyó dentro suyo.
le recuerda una tarde en que entendió
que era el momento y se marchó.
Una mirada que atraviese los ojos, la piel, los huesos
y las heridas de batallas aún no olvidadas.
La oportunidad de deshacer lo construido
y reordenar las piezas del tablero de un juego en el que,
aún no habiendo ganado, no se ha rendido.
Real y verdadera, en medio de tanta ilusión y tanta mentira.
La salida de una trampa emocional
en la que ya no volverá a caer.
Hace frío y es de noche.
Frota sus manos, las apoya en sus mejillas heladas y sonríe...
Y se pierde en una calle tranquila.
En la luna, un resplandor del sur que me acerca
hasta tu piel y me acompaña.
y un deseo que comienza a ser real
y determina el tránsito de estas horas.
Allá estás vos y acá estoy yo y en el horizonte
una danza nos encuentra y nos iguala.
Palabras y abrazos. Caricias que se volvieron una forma de cuidar.
Y en un segundo todo cambia
y lo que parecía perdido renace
y se alza en vuelo y nos lleva un paso más allá.
Y de pronto todo es suave y verdadero.
Un abrazo y otro más. Aún a la distancia.
Es de noche y hay silencio. Yo te pienso y estoy en calma.
Sobre un antiguo suelo camino.
El mar... siempre el mar.
Pero un mar distinto al de hace un tiempo atrás, se acerca.
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