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lunes, 1 de diciembre de 2025

“El Olivo” relato de Gloria Medone


Hay ciertos objetos que no son solo cosas, sino también huellas, ecos, memoria. Unas hojas de papel —o de árbol— pueden alcanzar una dimensión lírica, siempre y cuando alguien las ame.

Esta estirpe de mujeres únicas, sin duda, las amó:

Cuando por fin lo tuve en mis manos, me embargó una temblorosa emoción. Algún día podría escribir mis sueños en sus páginas. Lo escondí en un sitio seguro, donde ni mi marido ni mis niños lo encontraran. Él me hubiese castigado, como hacía cada vez que intentaba aprender, conocer, crecer. Mis seis hijos, en cambio, se hubieran avergonzado de mi ignorancia. A la hora de la siesta, me sentaba a la sombra amplia del olivo, aquel que creció conmigo, y entre bordados y puntadas, de vez en cuando encontraba un rincón para las letras. Pasaron muchos años hasta que pude garabatear algunas pocas palabras. Pero siendo ya muy mayor fui capaz de expresar mi legado para mi única hija, Blanca: “Vive como la reina que fui y que nadie vio”.

Mamá fue una reina, claro que sí. En su mundo interior ella fue todo lo que quiso ser: reina, emperatriz, faraona. Hoy en día, hacer mío su legado no es fácil. En mis largas jornadas lavando la ropa en el río y cocinando para la familia que me da trabajo, mis sueños —como los de mi madre— siguen agazapados, todavía dormidos. Les doy forma en el mismo cuaderno del olivo, bajo el que también me refugio. Ese árbol joven transmite su fuerza y resistencia. Me da cobijo, como una madre. Mi marido, a quien yo sí pude elegir, lee con orgullo mis pensamientos a su sombra. Mis dos niñas, Rosa y Pilar, corretean por el terreno y con frecuencia se acercan al olivo donde me ven con mi cuaderno y deletrean mis ilusiones con sus vocecitas infantiles. Así, de a poco, se empapan de mis deseos y se van adueñando de ellos.

La libreta del olivo es testigo de mis esfuerzos y mis dudas. Mi hermana Rosa, igual que yo, vuelca en ella sus conflictos, sus logros. Ambas dejamos el pueblo buscando un futuro mejor y lo encontramos. La sólida formación que completamos nos permite ejercer nuestras profesiones en la ciudad. Gracias a Dios, nuestros maridos son progresistas y nos han autorizado a trabajar y desarrollarnos. Echamos mucho de menos la finca. Por eso, siempre volvemos a aquella añorada porción de infancia con nuestros hijos e hijas —una alegre bandada de primos— que invaden los bellos jardines alrededor de la antigua casita familiar. El imponente olivo nos acoge bajo sus ramas memoriosas. Allí respiramos el eco de nuestra madre, y de la suya.

De los mil primos de la infancia, yo, Dolores, soy la única con el privilegio —y la responsabilidad moral y amorosa— de continuar escribiendo en el cuaderno del olivo. No solo cuento mi historia, sino también la de mi familia, cuyo recuerdo me transporta a aquel árbol añoso que nos reunía muchos fines de semana, con nuestros gozos y sombras. La separación de mis padres nunca terminó en divorcio, porque la ley que lo aprobaría se hizo esperar. Además de luchar por sacarnos adelante, mamá tuvo que lidiar con el desprecio social de ser madre soltera. Pero siempre repetía que, arropada por nosotros, se sentía una verdadera matriarca y fue feliz. Su actitud de emperatriz se mantuvo intacta hasta sus últimos días, y nosotras la hicimos propia para nuestras hijas.

Desde muy pequeñas, ellas, nuestras hijas, supieron de la existencia del cuaderno. Durante años esperaron ansiosas su turno de dar continuidad a las vidas que se desplegaban ante sus ojos. Al principio, en nuestro apartamento de la ciudad, me acompañaban en el ritual de la libreta del olivo, árbol y símbolo cuyo recuerdo abrazaban. Las invitaba a compartir sus sentimientos mediante sencillas frases que yo transcribía para ellas con dulzura. Ahora, en plena juventud, plasman sin miedos sus historias, siempre respetuosas de las líneas que las preceden. Saben que son dueñas de sus sueños y deseos, pero eso no las hace arrogantes. Pisan fuerte y nos superan, día a día. Se aseguran de ir hacia adelante, sin aceptar un solo paso atrás, porque en su camino van cargadas de los derechos de todas nosotras.

En mayo del año pasado organizamos una gran celebración familiar al cumplirse el centenario de la primera línea del cuaderno, escrita por la legendaria tatarabuela de mis hijas. La mayor de ellas anunció, emocionada, que el corazón de una nueva escritora latía en su vientre.  En ese día inolvidable, el majestuoso olivo en flor nos reunió bajo su seno y nos dio la bienvenida con su habitual y frondoso abrazo de calor y bondad.

 

*Gloria Medone es una autora española de origen argentino, doctora en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad de Oviedo y post-doc en la Université de Paris-Sorbonne. Ha desarrollado una extensa trayectoria como intérprete, docente e investigadora, con base en España y Francia, visitando múltiples países de América, Europa y Asia. En los últimos años ha iniciado su camino en la escritura creativa, participando en el taller literario Verbalina, coordinado por la escritora toledana Ruth María Rodríguez López. Este relato forma parte de sus primeras incursiones en la narrativa de ficción y explora temas como la memoria, el linaje femenino y el poder simbólico de los objetos cotidianos.

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