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viernes, 10 de febrero de 2023

"La zarigüeya en el tejado" cuento de Mario Angel Quintero


Ella interviene. El sonido de su movimiento interrumpe una conversación, interrumpe el sueño, interrumpe una comida. Siempre produce esa misma sensación de escalofrío que sube por la columna vertebral.

Me entrego al capricho de atribuirle todo tipo de motivaciones malignas hacia mí, la doto con una imaginación estratégica que planea sin cesar la manera más sutil de llevarme a una locura sin fondo.

Por el momento, está en silencio. Pero yo sé que está ahí, esperando que me olvide de su existencia para manifestarse de nuevo.

En mis conversaciones internas, me digo que su presencia no me importa. Pero estas son solo palabras. Dentro de mis días, dentro de mis horas, dentro de mis minutos, ella ha llegado a ser la contrincante.

Nuestra relación se vuelve más compleja, más articulada. Hay amenazas inexplícitas, treguas momentáneas, advertencias de lado y lado. Al comienzo, me confío que me queda el último recurso del veneno o del exterminador. Pero a medida que voy conociendo el filo de su inteligencia, empiezo a entender que nuestras interacciones nunca podrán cesarse con una maniobra tan primitiva.

Antes, cuando apenas me acomodaba en este tugurio, pensaba que existía la opción de escaparme, de trasladarme a otra coordenada de ciudad, a otro vivir gris, ni mejor ni peor, pero sí diferente, al fin todo siendo más o menos igual. Solo con el tiempo, al ver como mis sueños y mis decepciones se fueron arraigando a esta habitación, a esta cocina, a este baño, me di cuenta que vivir es un acto recalcitrante, y que mudarme ya no sería posible.

Tenerla a ella encima es como cargar con un sueño. Amargura, depresión, y locura eventualmente se meten desde el tejado como una lluvia de goteras, como un peligro en el aire.

A veces sueño que se está cayendo el techo, que me aplasta y que aplana todo lo mío. Queda como si este tugurio nunca hubiera existido. Despierto y oigo que ella está escarbando, está ruñendo. ¿Será que la zarigüeya está tratando de meterse en mi casa? ¿Llegará el momento en que abre un agujero y su cría empieza a entrar, rebotando sobre el piso en montones? A veces siento que su saliva se filtra por los agujeros del cielorraso y me salpica el rostro cuando me acuesto en la cama a dormir.

Esa mueca histérica que tiene, como la sonrisa falsa de una madre preocupada. Camina para allá y para acá, nerviosa, exhausta, ya muy vieja para proteger a nadie. Ni a ella misma. Está expuesta. Estoy expuesta. Tengo que llamar a alguien que venga a cambiar las tablas del cielorraso en la pieza.

El destino cae desde arriba, y quema como los rayos brillantes del sol. Otra razón por la cual no me gusta salir. Pero la más importante es que alguien se tiene que quedar para vigilarla. Si abandono el campo de batalla lo tendré que conquistar de nuevo cuando vuelva. Y eso es si vuelvo, porque fácilmente puedo ser otro animal tieso al lado de la carretera, después de ser pisado por un carro cualquiera. Quienes solo quieren pasar desapercibidos siempre terminan siendo carne de cañón.

¿Cuándo llegará el día en que podremos hacer las paces y cada una vivir por su lado? Sé que su ansiedad no es conmigo. Es el frio, el hambre, es estar expuesta a lo que sea. Por eso, ella me da miedo.  Porque no tiene nada que perder. Trato de inventarme días en que el cielo deja de llover y las nubes se alejan, días en que el mundo es un nido gigante para todos y no un arrume de fauna muerta desintegrándose. Sin embargo, cada hora otra se desliza en las escalas, o se queda dormida del cansancio en la poceta y se ahoga sin darse cuenta entre burbujitas.

Es una buena noche cuando no me acuerdo lo que he soñado. Solo queda el borrón nebuloso de las horas que han pasado. Cuando eso ocurre, es casi como empezar a vivir de nuevo.

Otras veces sueño que algo ha ocurrido y ya yo estoy afuera y es ella la que está adentro. La veo hojeando sus álbumes de fotos y llorando. ¡No es justo! No recuerdo nada de mi vida. Me siento hinchar de la ira. Me pasó la noche gritando para que no pueda dormir. Unto mis heces en las tejas para que el olor fétido baje y se quede atrapado en su habitación. De repente, despierto en mi cama asfixiada.

Cuando toca encerrarse, vivir se vuelve un sueño oscuro. Sin pensar más en salir, hay que asegurar los sitios por donde entran aire y luz. Porque por ahí también se mete la bulla, llena el tugurio de agite y fiebre ajena. Es como si me tiraran un baldado del sudor de alguien más. Vivir es entonces esconderse del contacto.

El obstáculo, la barrera que voy creando, la amontono con trozos de mi miedo. Mis gritos se han coagulado, y es con estas masas que aumento el grosor de la membrana que me aísla de todo afuera, bregando a crear otra obstrucción más allá del taco de cera en mis oídos.

Sin embargo, esa pesadilla, ese ruido de maquinaria y voces, sigue espesando el aire externo con sus tramas balbuceadas, como si el gran molino solo pudiera funcionar a punta de choques mortales que aplastan almas y astillan huesos.

Así se enrosca y se extiende en la penumbra de mi tugurio, como los tentáculos de un animal gigante en busca de una presa escondida en un recoveco. Siento como sus susurros me acarician con el vocabulario de un miedo tan prevalente que traspasa muros e identidades.

Por eso le temo a ella, porque se mantiene en semejante tormenta, ella tiene que haber aprendido a derrumbar después de respirar tanta devastación por tanto tiempo. Ni en mi más veneno alcanzo a ser más que su sombra, plana y abstracta. Ella vive con la posibilidad que cualquier lechuza, cualquier gato la arrebate y se la lleve al frio final.

Mis rumiaciones no tienen límites y me pierdo en el tiempo como en el espacio vacío. Es probable que ella que escarba allá arriba, y con quien celebro todos mis aniversarios, no sea la misma, sino la hija o incluso la nieta de mi acompañante original.



* George Mario Angel Quintero. Hijo de padres colombianos, George Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Como George Angel, publica poemas y prosas en revistas literarias estadounidenses y canadienses; también publica los libros en inglés: Globo (1996), The Fifth Season (1996), On the Voice (2016) y A Sheaf of Feathers (2022). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde, como Mario Angel Quintero, publica los libros de poesía Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009), Keselazboga (2014), Mapa de las palabras (2014), la materialidad (2020), Cardos (2020), los libros de dramaturgia Cómo morir en un solar ajeno (2009), La sabiduría de los limones (2013), y Calamidad Doméstica (2016),  y el libro de cuentos Siete Retablos (2022). Su obra ha sido traducida al macedonio, portugués, sueco, croata, búlgaro, francés, italiano, albanés y árabe. También se publicó, en Italia un libro de sus poemas al italiano, Diventa l’albero (Samuele Editores, 2020), en Croacia un libro de sus poemas al croata, Moje svjetlo i druge pjesme (Druga priča, 2020), y en Líbano un libro de su novela al árabe, Aqrab (Dar Al-Rafidain, 2020).


1 comentario:

  1. Cuando creces, aparecen pensamientos de que no eres constante, que las posibilidades no son tan ilimitadas y que sólo eres bueno para un círculo muy reducido de personas. Al resto no le importas. Ahí es cuando la persona que toma tu mano se vuelve impagable. Y la película https://pelisflix.cloud lo confirmará todo esto…

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