Ver una entrada al azar

jueves, 21 de octubre de 2021

"La necesidad del affaire" relato de Luis Vargas


Durante el año que llevamos de pandemia he escuchado a varios amigos decir que añoran volver a la normalidad, que extrañan esto y aquello, ver caras nuevas, rostros conocidos, hablar, abrazarse, besarse, y reírse juntos sin miedo a que el virus se filtre y les ocasione un caos de garabato. De garabato…pido una disculpa si no sé expresar estas cosas de la ciencia, pero mi profesión es el diseño de obras, el cimentar las bases de grandes construcciones, y principalmente, visualizar a partir de una pequeña piedra o de una línea una gran edificación o historia.  Pero de entre toda la clase de preguntas curiosas y comentarios que he escuchado, hubo una pregunta que me desconcertó bastante; ¿Y tú no extrañas intimar con alguien que acabas de conocer? Lo preguntaban porque, de acuerdo con sus percepciones, me veían demasiado tranquila al respecto. Yo sencillamente les respondía que no, que era el menor de mis prioridades actuales, pues sólo quería ver de nuevo a mi padre, quien se encontraba trabajando en el extranjero y no había tenido oportunidad de volver desde la pandemia. Por supuesto que a veces pensaba en ello como un ser humano cualquiera, pero no como una necesidad constante.

Hace poco cumplí treinta años, y una vez leí en un libro de Balzac, que los treinta era la edad peligrosa de la mujer. En mi caso no encuentro el peligro que hay en cumplir treinta años, incluso mi vida hasta se ha vuelto más sencilla; trabajo todos los días a pesar de la pandemia, y sólo los fines de semana me sobra tiempo para descansar o ver a un par de amigos. Mi familia no vive conmigo desde hace varios años; sólo mi hermana menor me visita, y lo hace ocasionalmente. Un fin de semana, de haces tres meses, si mal no recuerdo y reviso bien el calendario, mi hermana vino a visitarme a mi departamento. Me dio mucha alegría verla y platicar sobre lo mucho que ambas extrañábamos a papá. Las noticias se limitaban ahora a personas conocidas que se habían contagiado-: “¿te acuerdas del papá de Emilio, mi amigo de la secundaria? Pues falleció esta semana… no podía respirar, y no pudieron conseguirle un tanque de oxígeno, pobre de él”. Pero entre todas las noticias convencionales hubo una que me conmovió pues fue inesperada hasta para mí: mi hermana acababa de romper con su novio, con el cual llevaba ya casi dos años de relación. Cuando me lo contó no pudo evitar romper en llanto, y decir que las cosas no habían funcionado, que la lejanía por la pandemia había terminado por agravar los problemas que ya había entre ambos, y que sólo había potenciado lo ineludible. Lamenté mucho lo de mi hermana, sabía cuánto lo amaba. Ella lo había conocido en esta ciudad, siendo más exactos en la universidad, cuando vivíamos juntos como familia en el departamento que ahora habito a solas.  Nunca he sido buena para las cuestiones sentimentales, pero traté de consentirla todo ese fin, con la comida y juegos que más le gustaban, y así, con su llanto en mi hombro nos dijimos hasta pronto. 

 

Pasaron dos semanas de rutina insufrible; de aislamiento forzado por el aumento en las cifras de contagios, de comida a domicilio, de maratones de series los viernes, de botellas de vino acabadas en una sola noche y a solas y de libros releídos.  Una tarde, harta de estar trabajando en unos planos, decidí salir a comprar lo que pudiera encontrar, hábito bastante convencional de las mujeres aburridas o deprimidas. Comencé a tomar cuantos productos atrajeran mi atención, mientras quemaba un poco de tiempo leyendo las letras pequeñas de las cajas, y las oraciones escritas en francés y en inglés sobre las indicaciones de uso (vaya situación más engorrosa), y me fui directo a pagar, cuando alguien me llamó con una voz un poco dudosa y afeminada: - “Lucía, hola”.  Yo volteé y era el ex de mi hermana; se había dejado crecer un poco la barba, vestía el mismo estilo de ropa, algo ñoño para mi gusto, pero parecía ser el mismo traga años que había conocido hace un par de años:

- ¡Ah, hola!, ¿qué tal te va…? -Había olvidado su nombre por completo.

-Excelente, muchas gracias. ¿y a ti? Bueno, ni preguntar… se nota te va bien.  No pensaba encontrarte por aquí…

- En todo caso soy yo quién no pensaba encontrar un hombre aquí: ¿qué haces en una tienda de cosméticos? -

-Cosas de ustedes, algo que me encargo mi hermana, me conoces lo servicial que soy, eso es todo. -Respondió riendo con esa risa juvenil que seguro había enamorado a mi hermana.

-Perfecto, pues me dio gusto verte -decía la mentira del día-: que estés bien, ¡bye!

Salí de prisa al estacionamiento para descansar mis manos de las cajas que se desbordaban. Cuando abría la puerta del auto escuché de nuevo su voz:

- Lucía, espera…

-  Tú de nuevo... ¿Qué pasa? -respondí apresurada y con tono de enfado.

-Verás, es relacionado con la arquitectura. -Dejé las cosas sobre el asiento y me volteé pese a sentir enfado-: ¿Sí? ¿Qué cosa?

- Es sobre un amigo, él es ingeniero civil.  Acaba de llegar a la ciudad para un trabajo de diseño de caminos, y necesita una cámara como la que tú tienes, la que usan los ingenieros civiles, con su trípode y eso, recordé que tú tienes una, no sé si podrías prestársela...-Hizo una pausa y continuó-: Sinceramente, después de un rato de verte me acordé de que tú tienes esa cámara; él es principiante pero muy responsable, te garantizo que cuidará bien de ella. -Me habló con esa timidez llena de seguridad que le caracterizaba, la cual siempre había sido su ironía más grande. Quería que dejara de hablarme, así que le que dije que sí para deshacerme de él.

-Perfecto, ¿me pasas tú número para avisarle? De una vez te paso el suyo – No había contado con que tenía que darle mi número, ni siquiera había pensado en prestar la cámara que más bien se llama Teodolito. A estas alturas sólo quería irme y que me dejara en paz, por lo que esta vez tuve que recurrir a hablar con la verdad:

-Está bien, lo guardo, yo me contacto con él, hasta luego.

Cuando llegué al departamento no pude pensar en que le iba a hacer un favor al tipo que había terminado con mi hermana. Probando cada uno de los productos pensé en contarle, pero justo cuando estaba a punto de tomar el celular, desistí de hacerlo: recordé que a esa hora ella estaba en clases virtuales y no quería importunarla. En cuanto a José, sin duda ya no era el mismo de antes pese a seguir tragando años. La barba no le sentaba mal, y se había ensanchado un poco más de hombros, y caminaba más erguido, pues cuando lo conocí se doblaba su espalda a causa de su estatura.  Al inicio se me hizo algo feo, no me gustaban tan ñoños y altos, pero aquí estaba, al parecer estudiando o trabajando, y probablemente superando la ruptura con mi hermana.

Dos días pensé en escribirle un mensaje a mi hermana para contarle todo, que me había encontrado a su exnovio y me había pedido prestado el Teodolito, pero cuando me disponía a escribir, tocaron el timbre y fui a abrir la puerta:

- ¿Tú eres Lucía? Soy Juan, el amigo de Pepe, me dijo que tú me prestarías el Teodolito.

-Hola, sí mira... aquí está, en excelente estado como le comenté a José, te lo encargo mucho, ¿vale? ¡Nos vemos!

-Espera, es que no sé muy bien usarlo y te quería pedir si me enseñaban, aunque sea lo básico o cómo funciona…-No estaba dispuesta a perder mi tiempo con él, sin embargo, cuando iba a darle una negativa y a cerrar la puerta, llegó José quien al parecer lo estaba esperando….

-Qué tal Lucía, veo que se cayeron muy bien ambos. Me agrada, ¿no tienen hambre?  Les propongo lo siguiente: si tú le enseñas a usarlo correctamente y mi amigo Juan aprende a usarlo de manera correcta, los invito a cenar a ambos. ¿Qué les parece? Así celebramos que Juan al fin es útil para algo y que Lucía es una excepcional maestra. Les advierto: no acepto una negativa por respuesta, los tiempos no están para negarse a cenar con amigos.

No me agradaba la idea, no obstante, su amigo se veía bastante amable y fue imposible no negarme a ayudarlo; contaría por mucho veinte años, y desde lo que vi, por alguna razón, me cayó bastante bien.

- Está bien, lo de la cena ahórratelo, terminemos esto rápido.

Juan aprendió a usarlo en menos de media hora, por lo que no tardamos en ponernos a jugar a las escondidas y otros juegos de la infancia. Tenía años sin correr y divertirme tanto. Los tres sin duda afectados por la pandemia, parecíamos estar sumidos en un estado de euforia y absoluta alegría; risas, gritos, una que otra caída, peleas por niñerías, así corrió el tiempo.  Por un momento olvidé que acababa de conocer al chico y que José le había roto el corazón a mi hermana; por un momento fuimos los mejores amigos del mundo, y los problemas de mi hermana y del mundo cesaron de existir.  Terminamos exhaustos, y al final accedí a cenar con ambos. 

Mientras platicábamos y reíamos abrí una botella que había comprado a inicios de la pandemia con la esperanza de destaparla cuando toda esta desgracia acabara. Después de agotar hasta la última gota, José y su amigo se despidieron, no sin acordar que nos veríamos la próxima semana para continuar con la partida de juegos. Luego procedimos a despedirnos como amigos de toda la vida y nos dimos las buenas noches.

Cuando me disponía a dormir, escuché que alguien tocó el timbre, la voz de José respondió:

- Lucía, olvidé mi celular, disculpa. -Su celular, estaba en el sillón, y yo estaba demasiado cansada, así que le dije que pasara, aún no cerraba con llave.

-Muchas gracias – me respondió mientras entraba. Después de cambiarme salí a ver si ya lo había tomado y se había ido. Cuando salí estaba mandando un mensaje mientras se dirigía la puerta.

- ¿Ya lo encontraste?

-Sí, gracias, estaba en el sillón. Oye, que bien no la pasamos hoy, ¿no crees? Tenía meses sin reír tanto y pasármela tan bien.

-Sí, igual yo, estuvo bien -me dirigí a la cocina a tomar un vaso de agua, sin embargo, el garrafón no estaba puesto.

-Espera, yo te ayudo -mientras cargaba el garrafón no pude dejar de observar sus brazos. El alcohol había inflamado mis sentidos; no lo veía tan feo como antes y en mi limitado entendimiento comprendía por qué mi hermana se había enamorado. Cuando terminó de colocarlo, nos miramos fijamente y me besó. Transcurridos unos segundos comprendí que besaba a alguien ocho años menor que yo; para él debía ser una fantasía cumplida…quizá sí, quizás no, pero yo no pude separarme de sus labios. Me había gustado besarlo, y deseché la idea de que me había gustado por los efectos del alcohol. Acto seguido me tomó de la cintura y me juntó a él para sentirlo y despojarme de mi ropa. Llegamos a mi cuarto, las luces estaban apagadas, y yo volvía a recordar la desesperación de los que tenía a los veinte años por sentir la piel de otra persona; la necesidad que tenía por sentirme deseada o amada por alguien:

-Eres bellísima, me encantas. -Le escuché decir mientras me quitaba la última prenda, y me pregunté de nuevo si ese deseo suyo por mí existía desde que salía con mi hermana y yo lo veía como un sujeto sin gracia alguna:

-No sabes cuánto había deseado este momento, Lucía. -Le escuché decir mientras cumplía en mí todo su deseo.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

A la mañana siguiente pensé en culpar al alcohol, aunque fuera mentira, pero ya no tenía la edad para mentirme a mí misma con fruslerías. Sólo me dio los buenos días y se vistió, mientras que yo me alisté para moverme al escritorio a trabajar. Esta vez la clásica escena de dos personas que se despiden con la frase “iré al trabajo” después de una noche de sexo no tenía cabida; él ni siquiera tenía trabajo o clases presenciales y mi oficina estaba cerrada por la pandemia.  Por lo que, cuando le abrí la puerta me dijo: - “mañana no se conectará mi profesor, podría verte un rato”.  - “Ya veremos”- respondí.

No dejé de pensar todo el día en que había intimado con el ex novio de mi hermana, y que para el colmo me había gustado sobremanera. Sentía una mezcla de culpabilidad y vergüenza mezclada con un desasosiego y confort corporal que alguna vez dudé haber vivido. Es probable que lo haya sentido, al menos en una ocasión, seguro que sí, sólo que ya no lo recordaba. Quería llorar y al mismo tiempo reír; quería recordar y al mismo tiempo olvidar; quería decir que no y al mismo tiempo decir que sí; quería no sufrir y al mismo tiempo amar: Quería vivir hasta donde este estúpido aislamiento me lo permitiera.

 A la mañana siguiente le mandé mensaje; acordamos vernos por la tarde. Y así fue; inmediatamente que entró, se quitó el cubrebocas y me besó la boca con esa delicada pasión que me recorría en escalofríos todo el cuerpo. Si anoche no me había importado que tuviera el virus en su saliva, hoy no tenía sentido que me empezara a importar. De la nada recordé que era guapa, que había sido el adjetivo más frecuente para mi persona, pero jamás imaginé que tuviera tantos atributos físicos como él con sus manos y su voz me los hacía notar y saber. Mordidas por aquí, mordidas por allá..., besos justos, ahí, en mi suspiro... Repasaba insistente cada una de mis formas, y yo acariciaba su cuerpo que gritaba a los cuatro vientos por sentirse correspondido y amado. Me tocaba como si conociera los puntos que más disfrutaba sentir, y por un momento me pregunté si tenía algo de relación con que su exnovia fuera nada más y nada menos que mi hermana. ¿Sería posible que mi hermana y yo sintiéramos igual, las mismas caricias, los mismos puntos detonantes de placer, la misma tristeza, el mismo amor? 

-José, ¿te imaginabas haciendo el amor conmigo?

-Sí, muchas veces. En secreto, a solas, o en compañía de tu hermana, en la mesa con tus papás, me lo imaginaba y disfrutaba imaginarlo. Cuando salías con sujetos que ni siquiera te agradaban, y yo me percataba que sólo salías con ellos para no hacerlos sentir mal o no sentirte a solas contigo; yo fantaseaba con hacerte el amor y provocarte todo eso que ellos no podían provocarte. Siempre te deseé Lucía, siempre deseé tu alegría desenfadada, tu soledad y desesperanza, tus caprichos por exceso de feromonas, y tu mirada que siempre esperaba, que ya no espera…

Tenía razón, yo en el fondo, anhelaba ser amada por alguien que me igualara o me superara. No tenía certeza si José me igualaba o superaba, pero sí estaba segura de lo plena y feliz que me sentía estando desnuda a su lado. No obstante, aún esa terrible duda me embargaba:

-José … ¿Cuándo estás conmigo…? piensas también en mi hermana?

Se quedó un momento callado.

-No, no lo hago.

- ¿Por qué lo pensaste?

- No lo pensé, sólo que me sorprendió me preguntaras eso. ¿Por qué lo preguntas?

Quería decirle que cuando me tocaba lo hacía siempre en mis puntos preferidos. Que me tocaba como si me conociera de años, que parecía como si me conociera a la perfección, e intuyera con malicia, todas las cosas que hacían regocijarme de placer. Pero no le iba a elevar el ego; bastantes experiencias habían tenido con narcisistas. Y, además, llegué a sentir que en el fondo no me importaba con tal de ser feliz. AL fin y al cabo, se trataba de mi hermana, y no de una desconocida, y no podía negar que era mi hermana, y que en la sangre es casi seguro que venga codificado también la forma de sufrir y sentir.

-Olvídalo, sólo recordé que somos hermanas.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Los días, las noches, las mascarillas por el suelo con nuestras ropas, él y yo, y el mundo afuera infestado de muertes y contagios. Fue hasta entonces que pude comprender la ansiedad que interrogaban mis amigos, y así me pregunté entonces cómo es que olvidé lo bien que sentía ser deseada, y quizás, amada. Tenían razón, vivir aislados, encerrados y sin alguien con quien compartir las horas de aislamiento, es algo que a nadie le deseo y que ya no pretendo de nuevo vivir.  Días, semanas, meses, en las tardes sin nada que hacer, abría la puerta, dejaba caer mi bata y la felicidad no tenía fin. Si él tenía una hora libre, apagaba la cámara web, suspendía la computadora, y me encerraba para demostrarme lo mucho que me adoraba.

-Lucía, ¿sabes que te adoro con locura, lo sabes, ¿verdad?

-Lo sé, lo sé -yo me reía siempre a la par que le hacía cosquillas y le besaba esa boca de veinteañero ansioso que tenía.

- ¿Crees que acabe algún día todo esto?

-No lo sé querido, no lo sé.  Pero podría nunca acabar, y no me molestaría, ¿y a ti? -Pregunté mientras recorría su pecho con mis dedos.

-Tampoco. ¿Pero y si acaba pronto? ¿Qué será de nosotros? -Me miró con sus ojos inquietos y llenos de inocencia a punto de agotarse, con esa mirada que está a punto de despedirse de una etapa de la vida en la que se deja de descubrir y de sorprenderse con la misma intensidad para vivir cada momento a plenitud y conciencia. ¿Se acostumbraría a mí como a la pandemia? Cuándo salga de nuevo al mundo; ¿dejará de sentir deseo por mí? ¿Me convertiré en su rutina o hábito como lavarse las manos o subirse el cubrebocas? No lo sabía, no podía saberlo, y mejor que fuera así. Por primera vez en mi vida no podía visualizar a partir de una piedra el destino de una edificación:

-  Sí acaba…, sí acaba habrá que comenzar todo de nuevo… ¿Divertido, no crees?

Transcurrió un silencio más largo que todas las pandemias ocurridas y por ocurrir, más largo que el tiempo que alguna vez esperamos para sentirnos amados, y aún más largo que la necesidad del affaire.

- “¿No crees?” – respondió con tono burlón y soltó una carcajada suave pero pilla-: ¿Tú qué crees Lucía?

No creía nada, nunca le creería nada, tan sólo sentí sus labios tibios, me acomodé la sábana en el pecho, y me dejé caer en un suspiro. 

*Luis Vargas, Puebla, Pue, (1996). Se debate entre la literatura y la ciencia. Apasionado de ambas disciplinas, ha traducido a Lord Byron y Robert Browning en revistas nacionales. Antes de ser escritor, es lector, y siempre lo será hasta que la vista y la vida lo permitan. Actualmente se dedico a la investigación y es candidato a Máster en Biomedicina y Biotecnología por el CICESE.

No hay comentarios:

Publicar un comentario