EL RUMOR DEL LEVIATÁN
CRISTIAN FERNANDO GUEVARA HINCAPIÉ
Año 1894… El buque mercante San Elías atravesaba las aguas del
Atlántico rumbo a Lisboa, cargado de café, herramientas y jarrones de aceite. A
seis días de la costa, los vigías divisaron una figura flotando entre las olas.
Era un hombre con ropajes desgastados, cubierto de algas y con el cuerpo rígido
por el salitre. Lo izaron a bordo sin señales de vida, pero pronto abrió los
ojos —mirando hacia la nada— y repitió una única palabra con voz cavernosa:
—Yz’korrthal… Yz’korrthal… Yz’korrthal…
La tripulación creyó que era producto de la inanición. Sin embargo, pronto
notaron que, desde su izamiento, el viento cesó. Las velas quedaron flácidas,
el océano estaba inmóvil como vidrio, y las brújulas giraban sin final, como si
el norte hubiese desaparecido del mundo. Cuando llegó la noche, pareció pesada
y estancada, como si algo contuviera el movimiento marítimo.
El primer oficial, inspeccionando con detenimiento las ropas del náufrago
—que ahora yacía en coma febril en la enfermería— encontró un cuaderno de
bitácora con una espiral dibujada sobre lo que parecía la mar. No había nombres
de islas, ni latitudes, solo esa espiral que parecía moverse, enroscándose, mientras
más la miraba.
—¡¿Qué carajos?! —expresó con los movimientos de rosca.
En la siguiente página estaba escrito:
“Encontramos una niebla densa, maldita. Ahora las aguas se abrieron, como un
párpado marino, y algo nos está mirando desde dentro. Estamos entrando en su
ojo. Yz’korrthal es esa cosa maldita que escuchamos de pescadores nativos de
Lisboa antes de partir a altamar…”.
—¡Niebla! ¡Niebla a la vista! —expresaron desde afuera.
El primer oficial sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y corrió al
exterior… y vio esa neblina colosal que los cubría lentamente…
Empezaron a escuchar un golpeteo amortiguado, como uñas rascando desde el
otro lado del casco. Y el miedo se apoderó de los hombres; tomaron crucifijos o
cuchillos entre las manos. Y entonces, los marineros comenzaron a desaparecer
en silencio. Uno a uno, sin dejar rastro ni explicación, y cuando el
aterrorizado primer oficial observó hacia las aguas solo pudo gritar del
horror, porque ahí estaba lo descrito en la bitácora… y, después, silencio.
Días más tarde, pescadores portugueses rescataron con sus redes el cuaderno
de bitácora del San Elías. La tinta de las primeras páginas ya se había dañado
por el agua, pero la última línea era clara, definida… escrita en letras
apretadas y temblorosas…
“Algo eterno vive en la mar…”.
EL ULTIMO
VIAJE DEL LYSBRUDD
CRISTIAN
FERNANDO GUEVARA HINCAPIÉ
Atlántico Norte. Año 1963.
El NRV Lysbrudd, batiscafo de investigación noruego, descendía en
silencio hacia la oscuridad de una fosa marina recién descubierta. Cuando
alcanzó los 9,137 metros, el sonar emitió una vibración extraña: no era roca,
no era magma, era arquitectura… tallada por una voluntad no humana…
A pesar de que en inicio no esperaban encontrar más que silicio y
silencio submarino, los tripulantes observaron algo que no debía existir, algo
que los dejó impactados: era una ciudad sumergida, imposible, hecha de coral
negro, huesos de animales marinos desconocidos; y escombros de barcos, muchos
barcos de diferentes épocas —barcazas vikingas, goletas del siglo XVII, restos
metálicos con placas en japonés, otras en latín…
Entonces, aterrados, vieron figuras humanoides, imposibles, que caminaban
con una lentitud ominosa entre las torres curvas, más altas que un mástil y
cubiertas de escamas blancas como perlas muertas…
El sistema de comunicaciones empezó a producir interferencias. El
técnico de comunicaciones palideció al entender un susurro entre el ruido:
—Yz’korrthal… Yz’korrthal… Yz’korrthal…
Y las figuras señalaron al unísono encima del batiscafo. No pasó
demasiado tiempo hasta que el Lysbrudd fue sacudido violentamente e implosionó.
No por la presión, no por un fallo en los sistemas: fue por culpa de algo vivo,
tibio, viscoso y vibrante, algo los había atrapado con apéndices monstruosos.
Antes de perder todo contacto, desde la radio se escuchó un último grito
enajenado:
—¡Es espantoso…! ¡Es colosal…!
EL OJO DE
HUESOKORR
CRISTIAN
FERNANDO GUEVARA HINCAPIÉ
Durante el año 2023
el submarino autónomo AEN Sirena, maravilla tecnológica chilena operado por
inteligencia artificial, navegaba en el océano Ártico mientras cartografiaba la
Fosa de Huesokorr, grieta abisal surgida después de un sismo de magnitud 9.1,
registrado sin epicentro claro. Estaba a oncemil metros de profundidad y
emitía, según los primeros registros, frecuencias infrasónicas constantes que
afectaban a los cetáceos de la zona, como si la grieta susurrara. Descendió por
la fosa, enviando información con normalidad durante las primeras seis horas. Después,
silencio. Las transmisiones se cortaron de manera abrupta. Simplemente…
desapareció. El submarino fue declarado como perdido en misión investigativa.
Veintinueve días
después, en el mar de Groenlandia, un rompehielos ruso encontró flotando una
caja negra, sellada en titanio y recubierta de microorganismos fluorescentes desconocidos.
Terminó en el Instituto Oceanográfico de Tromsø, Noruega.
El encargado del
análisis fue el Dr. Henrik Molberg, especialista en tecnologia submarina.
Aislado en una sala de visualización, Henrik revisó los datos de la caja. Al
principio, eran lecturas estándar: escaneo topográfico, distribución térmica,
presión. Pero pronto comenzaron a reproducirse imágenes inverosímiles: había una
vasta metrópolis sumergida, con edificios curvados, columnas y estatuas como
esqueletos gigantescos, que parecían moverse levemente a medida que se miraran
por más tiempo, hipnóticas, susurrantes.
El último archivo
fue una grabación de audio. Apenas comenzaba a reproducirse cuando Henrik notó
algo extraño en la pecera de su oficina, en la que el pez multicolor que había
nadado tranquilamente durante meses había muerto de repente, sacudido por un
vórtice inexplicable.
—Yz’korrthal… Yz’korrthal…
Yz’korrthal… —escuchó Henrik mientras observaba el cuerpo del pez atrapado en
el vórtice. Rebotó su mirada en el sistema de reproducción con inquietud. Intrigado,
Henrik, tragó saliva, pausó la reproducción de audio y el vórtice se detuvo.
Reprodujo otra vez y el vórtice se reactivó. Repitió la acción varias veces,
hasta que dejó de sentir curiosidad y sintió terror cuando las luces
parpadearon, acrecentándose de manera inefable porque en el agua apareció de la
nada, flotando, un horrendo ojo reptiliano, que le miraba con atención
profana.
Henrik, paralizado,
con los vellos de su cuerpo alzados como escarpias; únicamente consiguió
repetir esas palabras:
—Yz’korrthal… Yz’korrthal…
Yz’korrthal…
Cayó de rodillas
mirando la pecera sin dejar de repetirlas. Las luces parpadeaban. La
temperatura de la sala descendía. La pecera se agrietaba lentamente desde
dentro. No hubo estallido, solo una presión inmensa como si toda la densidad
del mar se concentrara en ese cristal.
Henrik fue encontrado dieciséis horas después en un estado de enajenación absoluta, con los ojos sumamente enrojecidos, repitiendo esa palabra desconocida. Cuando revisaron las cámaras de seguridad, descubrieron que estuvo todo ese tiempo sin parpadear hablándole al agua donde flotaba su pez muerto…
*Cristian Guevara es escritor y psicólogo colombiano, nacido en 1989 en Cali. Es un apasionado de la ciencia ficción y el terror. Su objetivo es construir historias que generen un impacto duradero en el lector, explorando los límites de lo imaginable y lo oscuro. Ha publicado en varias revistas y antologías hispanoamericanas.
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