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lunes, 21 de abril de 2014

Tres Pésames por la Muerte de García Márquez


“Me llamo Francisco Rada Batista, la gente de mi pueblo me dice Pacho Rada… otros me conocen como Francisco El Hombre, aquel que venció al diablo en un duelo de acordeón...”. Cuando escuché esta última frase en el documental “El Acordeón del Diablo”, acerca del origen del Son colombiano, supe que en la Costa Atlántica, en la Sabana y la Guajira, las historias sobre las que escribió García Márquez andan en el aire, surgen solas. Basta escuchar los relatos de los contadores de historias en Santa Marta, en la región del Río Magdalena, en la Guajira, en Valledupar, y por su puesto en Aracataca, nombre que suena a mágica percusión.

Esta región marcada por infusiones musicales afro y brebajes literarios indígenas, trascendieron universalmente gracias a los cuentos y novelas del gran Gabo que supo retomarlas y plasmarlas con justicia narrativa, respetando el natural y común mágico realismo de la gente de su pueblo. Ahí está el primer pésame por la muerte de Gabito, el de Colombia, donde se dio a conocer por el ejercicio del periodismo en una época difícil. Hasta el mítico y sanguinario capo Pablo Escobar, pensó en su carisma e influencia para servir de intermediario en su decisión de rendirse ante el Gobierno después de despacharse a un ministro de justicia –bochornoso episodio donde afortunadamente ya no fue requerido-.

La magia de sus letras no solo describía el jolgorio, humor y exageración de los colombianos; algunos de sus cuentos y de sus novelas nos persiguen como remembranza de los conflictos culturales, sociales y políticos de los pueblos latinoamericanos. México no se cocina aparte, García Márquez siguió los pasos de sus coterráneos como el “paisa” Porfirio Barba Jacob y su contemporáneo Álvaro Mutis y se mudó al país de Pedro Páramo. Aquí siguió creando y recordando personajes e historias que germinan en Colombia como el café.

Bueno, seguro los mexicanos le dimos también mucho material mientras caminaba por la Colonia Roma en el Distrito Federal. Imaginémoslo preguntando por una calle llamada Benito Juárez; sin duda se envolvió en los laberintos no de las repuestas, sino de una sucesión de nuevas preguntas sobre a qué calle de las más de mil llamadas Benito Juárez se refería y en qué colonia se encontraba; o si se refería más bien a la Colonia Juárez, o en su defecto, la Delegación Benito Juárez, o inclusive a la estación Juárez del Metro, o al rumbo de Cabeza de Juárez –qué horror pensar que los mexicanos por ahí conservan la cabeza de alguien que murió de angina de pecho-.

Entonces ese es el segundo pésame por García Márquez, el mexicano, el que cuentan algunos relatos -de él mismo o de otros-, que yendo rumbo al puerto de Acapulco –a lo mejor contando los cactus del desierto aledaño-, terminó de madurar la idea de hacer una novela llamada “Cien Años de Soledad”, por lo que dio vuelta a su vochito y retornó a la ciudad de México. Así cuando regresó -también cuentan- se dedicó de tiempo completo a escribir esta obra síntesis de toda la suya.

Cuando un amigo en la Universidad me la recomendó por ahí de los años noventa me dijo, “esta novela la escribió García Márquez cuando estaba bien pacheco”. Esta situación no es descabellada porque el buen Gabo viene de una región cercana a una zona conocida por una alta producción y tráfico de mariguana en los años setenta, periodo nombrado como “la bonanza marimbera”, con su representativa y exótica cannabis “Santa Marta Golden” –además de que la abuela que le contaba historias sospechosamente se llamaba Tranquilina-. No se vayan a quedar con esa idea, yo que sepa Gabito no fue vicioso, pero estaba a favor de su legalización.

Fue en la Roma también –según contaba él o la gente que lo conocía-, que muchos de los pasajes que componen “Cien Años de Soledad” los inspiraba en imágenes cotidianas propias de la Roma, esta Babel intelectual que también fue oasis para la creación de las “Batallas en el Desierto” de José Emilio Pacheco. Imagino que veía un día a un comprador de “cacharros” que le daba ideas; otro día a un “merolico” que ofrecía daguerrotipos herbales; y otro día con nuestros abuelos, escuchaba narraciones de los Generales de la Revolución que le hacían recordar las guerras perpetuas en Colombia.

Así cuentan que mientras fumaba, vio en la azotea de un departamento aledaño al estudio que dispusieron para que se encerrara a escribir al menos en soledad –sin cien años todavía-, a una muchacha que intentaba colgar con dificultad en el tendedero las sábanas blancas que había lavado. Con el viento necio y travieso que sopla a veces con insistencia para hacernos desatinar, no lograba fijarlas y se enredaba en ellas. Por momentos parecía que volarían juntos por los aires. Así entonces se fue escribiendo la escena en que Remedios la Bella mientras ayuda a Fernanda a doblar las sábanas, comienza a levitar y se despide mientras va subiendo al cielo.

El tercero de los pésames por Gabriel García Márquez es el del mundo. Una próxima figura de la literatura universal no podía quedarse en una escena de un film de poco presupuesto como guionista, extra y boletero de cine en la película “En este pueblo no hay ladrones” (Alberto Isaac, 1965) tomado de uno de sus cuentos del mismo nombre. Claro, es el inicio de pequeñas grandes travesuras, pues en este film independiente los actores son monstruos universales; todos extras, todos desconocidos en el otro mundo ficticio de la farándula del cine tragicómico mexicano de Ismael Rodríguez, “la chachita” y esas vainas. El ateo Luis Buñuel es el cura; Juan Rulfo solo es un jugador de dominó que reta al joven cronista Monsiváis; Leonora Carrington aparece por ahí en una cantina; desfilan junto al boletero colombiano, Arturo Ripstein, Alfonso Arau y José Luis Cuevas.

En fin, este réquiem descompuesto es más por ese García Márquez sencillo y famoso a la vez -boletero y guionista-. Algunas encuestas en México lo colocan como el escritor más leído. Yo por ejemplo, tengo al menos tres versiones de “Cien Años de Soledad” que aparecieron flotando por ahí como los pergaminos que intentaban destruir unos niños traviesos en la misma novela. Muchos en Latinoamérica, cuando visualizamos que un hecho es indubitable rezamos prontamente que es una “Crónica de una Muerte Anunciada”; recordamos la ansiedad que provoca conocer el desenlace desde el inicio mismo y no poder entrar a escena y alertar a Santiago Nasar que los hermanos Vicario están a punto de “echárselo al plato” –por eso se me desencadenó la gastritis-. Incluso adaptamos los títulos de las novelas y cuentos al contexto propio de la conversación: Cien años de no sé qué; Crónica de quien sabe cuánto; Fulanito en su Laberinto; El sutanito no tiene quien le escriba; el Amor en los tiempos de quien sabe cuándo; Historias de mispiores nada tristes; en fin.

Bueno para terminar esta perorata –que no tiene intención de molestar a nadie o importunar el eterno descanso de Gabito-, recalco que el último de los pésames por la muerte de García Márquez es que con él se va una generación creativa y soñadora –para algunos melosa-, que tuvo la sinceridad de mostrar al mundo su origen y nos regaló historias llenas de realismo que de por sí ya es mágico en nuestros países. Confieso que no es de mis escritores preferidos, pero extrañaré su figura calma, su silueta guajira reconocida por todos los que no somos de la élite intelectual –a quienes informamos que en esas cosas burdas nos fijamos a menudo-.

Pero nos quedamos con su obra, llena de relatos para los hijos; inmersa en esos hechizos de los wayúu y de los afroamericanos de su tierra; llena de una visión e ideas que le daban sus amigos, la gente mexicana. Me quedo con el García Márquez sencillo, el de la crónica, el del “cuentico”; aquel que recogió el Premio Nobel con camisa guayabera que nos acerca entre latinos; aquel que enseña la lengua para una foto con la hija del amigo Memo Muñoz en una navidad. Me quedo con el Gabo que fue exageradamente en sus letras parroquial, pero con el corazón en la pluma alcanzó un reconocimiento también, exageradamente universal.

David Morales González
México D.F., 17 de abril de 2014

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