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lunes, 24 de mayo de 2010

Sobre el gemido trasegar de la muerte y sus dominios


Ahí está la muerte arrastrándose

como un anciano moribundo que se resiste a su último movimiento.


Camina recorriendo sus mazmorras,

su sombra inunda lentamente

los laberintos sin salida

de muros agrietados,

arruinados y enmohecidos desde el nacimiento de la tierra.


Su hoz la anticipa y la anuncia,

con un susurro de desiertos,

su voz es el Azif lleno de secretos,

dotado del eco flébil y desesperanzado

de millares de fantasmas que le siguen.


El fuego de las antorchas

que habitan el calabozo,

tiembla cuando su rostro se presenta

desde el fondo del lejano comienzo

de sus insondables catacumbas,

como un rezo de espectros penantes

y condenados al terror de los mortales.


Ecos...

ecos...

ecos...

esas son las visiones que tenemos de la muerte,

igual a piedras lanzadas

hacia un pozo sin fondo,

infinito como la agonía de los vivos.


Ahora el filo ansioso

de puertas que se abren

y gritos que no pueden escucharse,

los humanos son las voces que se quedan

los demonios

los que han logrado marcharse.


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