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jueves, 23 de diciembre de 2021

"Mi mujercita" cuento de Daniel Restrepo Montoya


 

En mi cuarto vive una mujercita, nunca sale de ahí. Tiene ojos inmensos, es pequeña, frágil y le gusta observarme; siempre callada y atenta. Me mira al entrar al cuarto, me mira cuando camino de un lado a otro, casi nunca deja de mirarme y usualmente lo hace sentada en mi cama, balanceando sus pequeños pies y con sus manos entre los muslos. Cuando mis obligaciones me retrasan, ella escribe cartas y las tira debajo de la puerta para que yo las lea antes de entrar. Me escribe muchas cartas, pero pocas palabras. Hasta ahora siempre me he resistido a abrir sus pequeños telegramas porque sé que en alguno de ellos encontraré, seguramente, una angustia.

Ella reclama mis palabras constantemente, sin embargo, pocas veces le hablo y cuando me decido a hacerlo, veo cómo la insatisfacción se apodera de su pequeña cara y me impide continuar. Sus palabras son aún más escasas que las mías y, al igual que en sus cartas, cuando habla -en esos momentos no logro sostener su mirada- me dice muy poco. Parece costarle mucho comunicar cada palabra, largos silencios separan una de otra y cuando finalmente las dice lo hace arrastrándolas de una manera tan suave y delicada que dudo que alguien diferente a mí pueda entenderla o siquiera escucharla. Cierta vez me dijo que no sabía cómo vivir, se sentía ahogada por una pena confusa, en extremo profunda. Sabía que permaneciendo encerrada se asfixiaría eventualmente, pero también estaba segura de que no sería capaz de volver a entrar una vez saliera. Temo regresar algún día y no verla esperando por mí. Apresuro mis labores para llegar cada día más temprano. Cuando llego, recojo las cartas, las guardo en un cajón afuera de mi habitación y lejos de su alcance; luego me sereno unos minutos antes de entrar, adquiriendo un semblante neutral, algo indiferente. Una vez en casa, olvido alimentarla, y solo lo recuerdo cuando me encuentro lejos de ella, me arrepiento profundamente en esos instantes, pero he aprendido a esconder mi culpa y a ignorarla ante ella, para no afligirla más. Supuse que había aprendido a comer por su cuenta y a decidir qué comida le gustaba, de otra manera habría muerto hace mucho tiempo.

Hoy estoy parado afuera de mi habitación, como todos los días al llegar. Intento sosegar mi respiración y aún busco la indiferencia en mis ojos, la misma que le muestro todas las noches al entrar. Llevo varias horas parado en la puerta, está más tarde que nunca y aún no he entrado, aunque hoy jamás me fui por completo. Llegué ayer en la noche, abrí la puerta del cuarto, pero no logré asimilar lo que vi y la cerré de inmediato. En ese punto me quedé y en ese punto permanezco: inmóvil ante la puerta de mi habitación. La misma razón que me impidió entrar ayer y que me mantuvo parado toda la noche, me impide irme y me niega la entrada. No estaba preparado para la angustia que se me iba a comunicar ayer y, en medio de todo, estar parado tanto tiempo ahí afuera aleja a cada instante la posibilidad de tomar alguna resolución. Recuerdo que, al llegar ayer, solo encontré una carta, bastante larga y mojada que se asomaba debajo de la puerta; intenté extraerla, y al sentir que me presentaba resistencia, decidí abrir la puerta.

La imagen que vi me recuerda por qué todavía no logro moverme de este punto; y la humedad que aún preservan mis pies me impide explicar la sensación que tuve ayer cuando, al entrar, vi a mi mujercita, roja e hinchada como un globo, sin vida, con la boca llena de papel y flotando sobre un torrente de lágrimas que salía de sus ojos e inundaba mi habitación.


*Daniel Restrepo Montoya (Bello, Colombia 1995) Estudió matemáticas y economía en la Universidad Nacional Sede Medellín, al igual que una maestría en cada disciplina en la Universidad Nacional Sede Medellín y en la Universidad Eafit, respectivamente. Actualmente es candidato a doctor en economía en la Universidad Eafit y es estudiante de doctorado en matemáticas en la Universidad de Texas en Austin (USA). La poesía, la filosofía y la literatura acompañan sus intereses por las ciencias puras. Esto se ha reflejado en su participación en diferentes organizaciones literarias y culturales de la ciudad de Medellín como, por ejemplo, el Centro de Estudios Estanislao Zuleta y la Corporación Cultural Estanislao Zuleta. Adicionalmente es organizador de un grupo dedicado al estudio de la obra de Jorge Luis Borges.

jueves, 15 de julio de 2021

"La ilusión del dios (Reductio ad somnium)" poemas de Daniel Restrepo Montoya


La ilusión del dios (Reductio ad somnium)


Concuerdo y repito: a las deidades de oro y de fuego

las postuló el hambre y las sostiene el miedo. 

A unas las ha sepultado el viento,

entre monumentos, olas y dunas emulando el paso del tiempo

en la cara de la tierra, tras el espejo del agua.

Las otras se transformaron en finos hilos de tinta 

que se tejen como ficción o se trenzan como mito.

La mentira es evidente:

todo el que vive anhela

y es esclavo de una efímera quimera.

Por el vicio insaciable, por una graciosa ironía,

razono efigies de frenesí, de ilusión, de deseo,

a las que, al despertar, rendido a sus pies me veo.


Preciso y corrijo: templos de bruma albergan dioses de ensueño; son muchos.

Su diáspora la agrupa el fiel; él, devoto, los mantiene juntos.

A veces los cree uno.

Se asemejan entonces las manos que suplican a las que conceden,

muchas se han pensado fijadas al madero, otras indicando la Meca a Mahoma

pero conjuran con recelo rezos a dioses distintos, 

porque los otros no existen y los suyos duermen.


Otro sofisma, un desvarío:

todo el que vive sueña,

pero de sueños no tiene historia ni fecha.

Porque en un banquete de solipsistas que se reconocen,

¿quién soñó el principio de la cena, o el rostro de los que no llegaron?

¿Quién soñó en su consciencia el olvido que los irreales recordaron?


Concluyo entonces y conjeturo: hay un Dios sintético

que es Ciencia, Voluntad y Tiempo.

De sus sueños ha dado forma a los hombres, 

a los sueños de los hombres y a la materia.

Definió las variaciones de los siglos, de los cuerpos; 

la dirección y geometría de la muerte,

y al igual que la flecha de Zenón, solo entre sus sueños se mueve.

Ha perdido escritores en la ilusión del hallazgo,

a pensadores y científicos con falsa simetría dirige al engaño;

y a mí, a mí solo me sigue soñando.

Es absurdo:

todo el que existe fracasa,

sufre, muere y nunca la última cifra alcanza.

¿Existen acaso las noches en las que el Dios no duerme,

las vidas que no creará o los destinos en los mundos que no sueña?

Si lo sabe, es porque él a su vez está soñando y se sueña.



La paradoja del actor 


¿Cuáles son las palabras del actor que ya no es Otelo, ni Orestes, ni padre, ni amante, ni hijo, ni mendigo, ni bufón, ni algún otro arquetipo, que aún no sabe cuáles son las imágenes que evocarán su nombre y que camina sin certeza de una compañía, de un espectador, de un Dios, de un juez en la distancia? 

El actor, sintiendo cómo el peso de sus pensamientos agrietaba el silencio momentáneo, concluyó: 


Densas, 

densas y pesadas caen las ideas, 

gota a gota por mi boca, 

como aceite que espesamente se adhiere, 

como una rigidez que lentamente me invade. 


Las sentencias de hierro toman forma, 

palabra por palabra, 

dúctiles se desprenden de mis labios. 


Sobre mi cuerpo, sobre mis pies 

se forjan las láminas definiéndome 

y fijan el destino de mis pasos: 

pasos ligeros, que, sobre tablas y tras telones, 

sobre suelos, sobre vidas, que, sobre la vastedad de los hombres, 

sobre la posibilidad, caminaron. 


El juicio ha sido formulado por mis ficciones: 

ser, o no ser… o quién ser. 


Mis patéticos pasos de fierro reclaman un camino, 

cortos, lentos y mezquinos avanzan; 

hasta que el escenario y los papeles se agoten, 

hasta que el condenado a ser siempre el mismo, 

hasta que el hombre tras los hombres 

descienda de su escenario y enmudezca. 


El director concluye mi obra y otro drama empieza. 

¿Qué seguirá al silencio cuando los espectadores se marchen? 

¿Seré el actor o solo un espectador de esta última pieza? 



El camino perdido


Dios habiendo dado al hombre por perdido,

se proyectó a sí mismo en cuerpo y alegorías,

pero el hombre con una mano comía su carne y con otra despojaba a su amigo.


Dios habiendo dado al hombre por perdido,

llamó a Dante en el medio de su camino y le ofreció poesía e idilio,

ay del alma de todos los hombres cuando abandonó al maestro y confundió a Beatriz con el destino.


Dios habiendo dado el hombre por perdido,

lo rescindió del flagelo del pecado y las voluptuosas agonías,

lo dejó perdido... ¡tan perdido! Ya busca la salvación en abrazos y dilectos de otros perdidos.



*Daniel Restrepo Montoya (Bello, Colombia 1995) Estudió matemáticas y economía en la Universidad Nacional Sede Medellín, al igual que una maestría en cada disciplina en la Universidad Nacional Sede Medellín y en la Universidad Eafit, respectivamente. Actualmente es candidato a doctor en economía en la Universidad Eafit y es estudiante de doctorado en matemáticas en la Universidad de Texas en Austin (USA). La poesía, la filosofía y la literatura acompañan sus intereses por las ciencias puras. Esto se ha reflejado en su participación en diferentes organizaciones literarias y culturales de la ciudad de Medellín como, por ejemplo, el Centro de Estudios Estanislao Zuleta y la Corporación Cultural Estanislao Zuleta. Adicionalmente es organizador de un grupo dedicado al estudio de la obra de Jorge Luis Borges.