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miércoles, 26 de noviembre de 2025

"Cinco liebres" cuento de John Gómez


Navegábamos a través del ocaso impulsados por el cinco liebres, un chorro barato que Alfonso compraba por los lados del centro y que, presumo yo, había llegado al país de contrabando. Un vino redulce que le hacía honor a su nombre, a ese nombre que le habíamos puesto Camila y yo, porque la etiqueta traía cinco conejos blancos, de orejas largas, girando alrededor de lo que, para nosotros, era un vórtice. Además, la resaca pateaba como un conejo rabioso, en especial cuando el amanecer aparecía de repente, al otro lado de las montañas, como un intruso, y poco a poco se montaba en el cielo cual gran inquisidor, con ganas de ver a todo el mundo quemarse bajo su luz. Ardiendo, sobre nosotros, sobre el pasto mojado de vino, sudores y ese fino rocío de medianoche que caía como agujas sobre la piel, mientras Camila y yo soñábamos con tener la libertad de largarnos de la ciudad sin tener que voltear la mirada nunca. Impulsados por ese vino de nombre gringo, más de una vez nos habíamos dado en la jeta con los parches de por ahí cerca de su casa, y por eso, porque las liebres se empezaban a contar con los dedos de las manos, seguíamos navegando por sus aguas sanguinolentas, celebrando nuestro amor bajo el chorro del cinco liebres, como queriendo hacernos una limpia del mundo que nos tocó en suerte, de esta ciudad en la que tuvimos que nacer, haciéndonos promesas que se desvanecieron sin que nos diésemos cuenta.


Pensar en el cinco liebres es, inevitablemente, pensar siempre en Camila, en el día en que terminamos, en lo paila que fue toda esa semana, separarnos sin tener la posibilidad de despedirnos, recordar cuando caminábamos por la ciudad entera, cantando a todo pulmón las canciones de Pixies y Mudhoney, pensando que, en efecto, si alguno de los dos se iba, el otro no podría hacer más que morirse, así, irremediablemente, porque estábamos encadenados, porque habíamos resistido la mezquindad de esta ciudad inmunda, tan llena de secretos, habladurías, gente que se la pasa mirando cómo joder al otro, porque estamos todos cerca a todos y la ciudad es una madriguera llena de liebres, de ratas, de roedores, en todo caso, y somos muchos para poder vivir bien. Mierda. Uh! Is the sound/ that the mother makes when the baby breaks. Porque estábamos encadenados, o creímos estarlo, hasta que todo se fue al carajo, hasta que una discusión nos borró para siempre y Camila no fue más que una mancha en la memoria, una mancha seca de cinco liebres, de esas que pudren la tela y al final van dejando un vacío, un hueco por donde se nos va la piel.


De eso hace ya varios años, y mentiría si no dijera que en todo este tiempo no traté de volver a ella. No a la ciudad; a Camila, al sonido de su voz, al recuerdo de sus caricias desesperadas antes del amanecer, porque sus papás podían llegar en cualquier momento, y lo último que esperaban era ver a un vago enredado entre las piernas de su hija, mientras sus cabellos nos envolvían a los dos, impidiéndonos la despedida. Cómo hubiese querido que llegaran, que la echaran de la casa y poder tener la excusa ideal para largarnos de la ciudad, para olvidarnos de ese sentimiento de asfixia al ver que los edificios se tragan más y más el cielo, y dejar atrás la gente, las calles, las historias, que se repiten, una y otra vez, hasta el hartazgo. Caminar con Camila por la carretera, hacer autostop y dormir al abrigo de los árboles, decirle al oído: I'll make you love me, ‘till the day you die/ gonna give you girl, everything I got, y sin que nada nos faltara, recorrer con ella el mundo, como siempre quise. Pero ella me decía que me fuera, entre besos, abrochándome la ropa, con una sonrisa que disfrazaba de reproche. Vete para que podamos vernos una noche más, insistía, y sus palabras eran dulces porque su boca olía a cinco liebres, porque mi cuerpo olía a ella, al vino, a su piel, y los dos éramos un mismo ser, bañados en su olor.

Pienso que por eso regreso a estas calles, a pesar de sus esquinas hediondas a orina, de sus paredes llenas de publicidad de algún político, que al ganar las elecciones se robó la plata de la ciudad y, sin embargo, le hicieron una estatua. Regreso a la casa de Camila, aunque en la fachada diga: «Papelería Milenio», recordando las madrugadas en que llegábamos borrachos, riéndonos de algún mal chiste, amándonos bajo los aleros, mientras las botellas del cinco liebres tintineaban en el bolso. Regreso porque caminar por la ciudad es abrirle la puerta al recuerdo, permitir que Camila vuelva a mí y me atormente con la memoria de sus besos; de su cabello, que olía a aceite de coco, a cigarrillo, a pasto recién cortado, cuando amanecíamos en algún parque, abrazados, muriéndonos de frío. Regreso porque quiero verla, de nuevo, bailando en la penumbra mientras susurra apenas: Come on baby, now come with me, quitándose la camiseta de Mudhoney que le traje de un festival, dejando que mis manos recorrieran un par de senos que cobran forma ante mis caricias, mientras el vino iba inundándonos poco a poco, hasta derramarse en forma de promesas, If you don’t come/ you’ll die alone, promesas inconclusas, al fin, como botellas rotas con las que uno puede quitarse la vida. Y sí, me es imposible no asociar su recuerdo con esta ciudad, llena de melancolía y abandono, pues esta ciudad es Camila, y caminar por sus calles es recordarla en cada bar, en cada esquina, diciendo: Que ya no más, parce, que ya no más, mientras las lágrimas le corren por la cara y yo camino detrás suyo, con el corazón herido por la rabia y el dolor, pensando que todo es una puta mierda, que de todos modos I won’t live long/ and I’m full of rot, pensando que para qué esta ciudad, para qué las madrugadas ebrios de cinco liebres, con frío, esperando al amanecer, riéndonos en la penumbra, haciendo planes que jamás vamos a cumplir, soñando con una vida lejos de estas calles, de esta ciudad que huele a mierda, en la que todas las cosas terminan demasiado pronto, como el vino, que se acaba sin que nos demos cuenta, como la vida, que se nos va en un momento, en un frenesí, como por afán.


Hace años que regreso a la ciudad, al recuerdo del cinco liebres corriendo por la sangre, a ese recuerdo de estar vivo, tener veinte años y soñar con un futuro al lado de ella, a meternos en peleas estúpidas y amarnos más estúpidamente aún, a soñarnos a diario y besarnos con el ansia loca de la juventud, repitiendo: Touch me, I’m sick/ Fuck me, I´m sick. Todo eso es lo que me mantiene aquí, todo eso es lo que me lleva a regresar, olvidando a veces que la última vez que la vi estaba tomándose un cinco liebres en un parque, hablando con una pelirroja, con la camisa de Mudhoney que alguna vez le regalé. Quisiera ir y contarle que al final fueron más las liebres que los dedos de las manos, que no fue que la dejara, que la olvidara para siempre como ella quizás creyó, que I’m a creep, yeah/ I’m a jerk, y que sigo esperando encontrar mis huesos para irme al fin, para dejar de pensar en ella, en nosotros, en su olor, en todas las veces en que fuimos un único ser. Pero es en vano. Y, de todos modos, si he de ser sincero, no quiero. Lo único que quiero es volver a verla, estar con ella, embriagándome de vino barato, de su olor a aceite de coco y cigarrillo, lluvia, césped, sudor y sangre. Porque el vino es la sangre de los días, del tiempo que tuvimos, ese tiempo que nunca podré olvidar. Por eso regreso aquí, una y otra vez, para buscarla desesperadamente del otro lado del ocaso.

 

*John Gómez (Bucaramanga, 1988). Magíster en Filosofía y escritor. Director de la plataforma cultural Alter Vox Media y la Editorial Sátiro. Creador del «Certamen Nacional de Poesía Basura John Gómez». Perdedor en infinidad de concursos, premios y convocatorias literarias. Autor de los libros XIII (2019), Baladas Baladíes (2020), Poemas para lidiar con uno mismo de madrugada (2021), Máscaras (2021), Opus Diabolicum / El Evangelio de las Brujas (2022), Esto no es un libro de poemas (2022), Desaforismos (2023), La mala suerte (2024) y Morir, ese privilegio (2024). Poemas suyos han sido traducidos a varios idiomas. Ha hecho parte de un montón de festivales y ferias del libro, detesta las mafias alrededor de las instituciones culturales y sueña con la llegada del fin del mundo.

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