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jueves, 2 de octubre de 2025

"En el colegio no me enseñaron" relato de Eisen Hawer López Chica


Hace diecinueve años me gradué como Bachiller Técnico, en un colegio donde pasé 11 años de mi vida. En ese colegio, que me enseñó a escribir en doble-línea, a dividir y multiplicar, a usar un computador, a pintar carteleras para las exposiciones, a cantar el himno nacional, recitar el juramento a la bandera y rezar el padrenuestro en formación, también me cerraron a la posibilidad de conocer un mundo diverso, vasto y, sobre todo, muy lejano a la realidad educativa de ese entonces.

Parte de lo que ocurre hoy en Colombia es debido a ello, a la precariedad  o el enfoque de la educación pública. En el colegio no me enseñaron, por ejemplo, que a los campesinos los desplazaban y asesinaban para quitarles sus tierras, y que el Gobierno siempre ha sido juez y parte de estos hechos; pero sí me enseñaron que La Ceja del Tambo (mi municipio) queda en el Oriente antioqueño, que limita con Abejorral, El Retiro, El Carmen de Viboral, La Unión, Rionegro y Montebello y que tiene un único Corregimiento: San José. No me enseñaron, en cambio, que en varios de esos municipios, La Ceja entre ellos, se desarrollaba un conflicto armado que se cobraba la vida de un montón de gente, campesinos en su mayoría, señalados de colaborar con este, aquel y el otro.

En el colegio aprendí que los principales ríos de Colombia son el Magdalena, El Cauca, El Atrato, El Amazonas y el Orinoco; pero no me enseñaron que las aguas profundas del imponente Cauca fueron convertidas en un gran cementerio fluvial donde las autodefensas arrojaron cientos de cadáveres. Tampoco me enseñaron que hubo una época en que la gente vivía del río, la pesca y la minería artesanal, que eran los ríos importantes canales de comunicación del país, y que todo cambió con la llegada de la minería a gran escala y la violencia incontenible por los territorios y los recursos. Me enseñaron a diferenciar entre una montaña, una colina, una meseta, un nevado y un volcán, pero no me enseñaron que la erupción de un volcán borró del mapa a Armero, en una tragedia que se pudo haber evitado; así como tampoco me enseñaron a entender los conflictos eternos que han existido por la tierra.

Me enseñaron a leer el evangelio cada domingo, a marcar rimbombantemente el cuaderno de religión, y a obedecer sin reparo los designios de la biblia, dios, la iglesia católica, y la profesora Beatriz. No me enseñaron, en cambio, que en el mundo existen más de 4 mil doscientas religiones, y una incontable, realmente indeterminada, cantidad de dioses… tampoco me enseñaron que la santa inquisición persiguió, reprimió, condenó y asesinó todo lo que se pareciera a ciencia, educación y otras formas de pensamiento, y quemó libros y personas en hogueras infernales.

En el colegio no leímos a Germán Castro Caidedo, ni a Juan José Hoyos, ni la obra de Gabo desde la perspectiva histórica. Tampoco nos contaron que existía un libro llamada “El olvido que seremos” y que habría sido un deleite literario para ese preciso momento de la vida, pues se publicaba justo hace 19 años, cuando estábamos en el último grado de colegio, y que nos habría conmovido y acercado a la realidad que necesitábamos y necesitamos comprender. Pero sí leímos el resumen pirata de “El cantar del Mío Cid”, la Constitución Política, La Biblia, ¿Quién se ha robado mi queso?, La culpa es de la vaca, El caballero de la armadura oxidada, y algunas obras colombianas que debíamos leer para luego exponer en público, más como un resumen o informe de lectura oral, que como una conversación o debate que nos ayudara a comprender y reflexionar sobre el ejercicio de lectura y el contenido, principalmente. Rememoro, entre las opciones de lectura, La casa de las dos palmas, La Vorágine, La Mansión del Araucaima, La Casa Grande, La Rebelión de las Ratas y Cóndores no entierran todos los días. Sobre este último recuerdo una anécdota que luego les contaré.

En el colegio me enseñaron sobre el descubrimiento de América, sobre Cristóbal Colón y La Niña, La Pinta y La Santa María. Sobre la independencia de Colombia, sobre los símbolos Patrios, la antioqueñidad, los indígenas que “habitaron” (porque para nosotros, los indígenas eran algo que le pertenecía a la prehistoria) estas tierras. Pero no nos enseñaron sobre la guerra atroz entre liberales y conservadores, por qué y cómo pasaba. No nos hablaron sobre los movimientos cívicos, sobre el paro del 77, la época oscura del narcotráfico en Colombia en los 80s y 90s, ni de este mismo fenómeno y su relación entrañable con la política colombiana.

En el colegio aprendí a obedecer sin reparo, a repetir, a hacer planas, a llenar cuadernos de información replicada de una cartilla a un tablero, del tablero a los cuadernos, de los cuadernos al lóbulo temporal del cerebro para el examen y, finalmente, después del examen, al bote del olvido. Pero no me enseñaron algo tan elemental como respetar la diferencia. Todos debíamos ser los mismos, y siempre había alguna ofensa o insulto para quien fuera nerd, negro o negra, flaca, pecoso, gay, quien profesara una religión diferente al catolicismo, para el peludo, el flaco, la huérfana, el que la mamá vendía chance o empanadas, el dientón,  la gorda. Mientras en clase de ética y valores nos hablaban del respeto, de ese sofisma que “todos somos iguales”, se reproducían conductas discriminatorias y arbitrarias, donde la última palabra en ser escuchada era la del estudiante. Mi directora de grupo, en noveno, citó a mis padres para decirles que a pesar de que mis notas eran excelentes y no tenía queja alguna de mi comportamiento, había algo inaceptable: tenía el pelo largo, y debía cortármelo. Mis padres accedieron. Si hubieran podido, mi cabello habría sido exhibido: todo un trofeo para la profe, y un botín de guerra justo para el Colegio, que enviaba un mensaje claro a los otros peludos que de a poco germinaban con timidez en los demás grados. Había una preocupación latente por impedir los asomos de pensamiento crítico, y por eso regía el miedo, disfrazado con capa y máscara de “respeto y la autoridad”.

No me enseñaron sobre educación sexual, aunque otros 10 estudiantes y yo tuvimos la posibilidad de hacer un cambalache: cuando cursábamos 7mo grado, una caja de compensación ofreció un Programa de Educación Sexual y Reproductiva llamado “Gestores”. Eligieron a algunos estudiantes y nos propusieron hacer el proceso a cambio de las horas obligatorias de servicio social, o alfabetización. Accedimos sin reparo, pues era librarnos con cuatro años de anticipación de una responsabilidad ineludible. Ese programa, y la profesora Doreley a quien recuerdo con muchísimo aprecio, una psicóloga muy joven, divertida, con una chispa y una energía increíbles, y una naturalidad para hablarnos sobre los temas que siempre nos eran prohibidos, fue una de esas experiencias de mi época de colegio que marcó mi vida, mi adolescencia y muchas formas de relacionarme con el mundo, además de entender muchas cosas sobre mi cuerpo que, hasta ese momento, me producían pánico.

En el colegio me enseñaron, en clase de artística, a dibujar cuadrados, círculos, triángulos, figuras de colores, figuras con las figuras de colores; me enseñaron sobre “historia del arte” (de la cartilla al tablero, del tablero al cuaderno, y ya saben lo demás…) teoría del color y otras teorías que ya no recuerdo. Pero no me enseñaron sobre Débora Arango y su obra, Alejandro Obregón, o Pedro Nel Gómez, tampoco sobre Ricardo Rendón Bravo, sobre la caricatura y su fuerte contenido social y político, ni me enseñaron, en ese colegio, que el arte es una de las más poderosas herramientas para la construcción y la cohesión social, para la resistencia y la esperanza, para la vida misma.

Y no quiero parecer desagradecido. Muchos momentos y aprendizajes del colegio han formado lo que hoy soy y hago. Varias profes de una dedicación y entrega admirables, la calidad humana de muchos de mis profes de escuela y colegio, es lo que más recuerdo, pues poco sirve un conocimiento sino no hay una intención de construcción e incluso de duda sobre ese conocimiento, una grieta que permita dialogar con los estudiantes, como una pequeña fisura que deja entrever un haz de luz que lo cambia todo, que ofrece otra perspectiva. La primera profesora de mi vida, en Preescolar, 9 años más tarde fue mi profesora de español y literatura. Ella fue una de esas personas que marcaron mi vida para que siguiera entre páginas de libros, historias y letras.

Si es cierta esa frase cliché de que “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, se preguntarán por qué seguimos repitiéndola si “sabemos” que han sido tantas décadas en marchas, paros, manifestaciones. Yo creo que la educación tiene la respuesta. Los medios de comunicación también, pero ese es tema para otro escrito.

Entonces, si no queremos repetir esta historia de hoy, que es la misma desde hace muchísimas décadas, conozcámosla, pero en serio. El poder del docente reside en esa posibilidad de cambiar la historia. Y no una, sino muchas. Además de las familias, son los docentes quienes marcan la vida de sus estudiantes, son quienes les inspiran a saber, a entender, a cuestionar (sobre todo a eso, a dudar y cuestionar) y a ser, en su integridad,  o quienes cierran las puertas a un horizonte de conocimientos y al entendimiento del mundo. Los docentes hoy, y siempre, han tenido el poder de cambiar la historia.

Así como la primera, otra frase cliché de película sería “Todo poder conlleva una gran responsabilidad”. Pero sin el melodrama hollywoodense, el rol de los docentes también es y debe ser político, porque realidades como la actual deben suscitar muchos cuestionamientos en los estudiantes, la pregunta es ¿están preparados los docentes para responder a esos interrogantes? o ¿es mejor darle la espalda al problema, y defender la idea ilógica de que los salones de clase no son espacios de discusión de esos temas?

Yo, en lugar de alguna respuesta, estoy lleno de dudas. Y cada vez que logro responderme alguna, me surgen otras tres, pero voy formando el entramado complejo de la realidad, leyendo otros libros, buscando otros referentes, explorando el mundo que, hace diecinueve años, no sabía que existía, el que se veía tan extraño, ajeno y lejano, allá, cuando estaba todavía en el colegio.


*Eisen Hawer López Chica (La Ceja, 1990). Es comunicador social-periodista egresado de la Universidad de Antioquia en el año 2012. También es escritor, lector, activista literario, miembro fundador y actual director general de la Revista Kronópolis, con la que recibió la Mención de Honor en los Premios CIPA a la excelencia periodística en la categoría “Periodismo comunitario” en los años 2020 y 2021. Publicó el libro de relatos Acto de contrición y otros cuentos (Sílaba Editores, 2021), con el que ganó la Convocatoria de Estímulos 2021 del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia. Todos mis muertos, su segundo libro, también fue ganador de la misma beca en el año 2024. 

martes, 30 de septiembre de 2025

"Raíces invisibles" poemas de Emmanuel Ortega Tobón


Raíces invisibles

El eco de lo vivido se disuelve entre el instante y el misterio.
Antes, cada calle y cada ventana abrazaban
La incertidumbre cromática del lápiz y el pincel:
Las dos caras de un ser, esbozadas en la quietud
De una tarde extinta.
 
Todo susurró en la distancia:
Un trazo, una sombra en crecimiento.
Vestigios de un tiempo sin nombre,
Entre nombres ajenos, reflejan y retratan la alteridad:
Bestias, rostros, faunas,
Historias y poéticas de otros cuerpos
Se filtran y graban en la piel,
Como una caricia olvidada,
Una conquista que se desvanece,
Por más latente que ardiera en manos y vientre.
 
Las impresiones se diluyen,
Extraviadas en un corredor sin sonidos ni luces.
Raíces invisibles crecen,
Trenzándose en lo que fue,
Recorriendo la vértebra y la memoria,
Y extendiéndose hacia lo que ya no es.
El alma apenas entiende, respira y vive,
Sin reconocer quién fue.
 

Aire de nostalgia

El aire nostálgico del ayer regresará,
Como una luna en la mañana, que brilla entre la niebla,
Como un eco sin sonido que arrastra el olvido,
Donde el tiempo ya no importa.
 
Serán los días perdidos,
Las risas olvidadas de rostros
Que se fueron sin dejar huella.
 
El recuerdo se disuelve
Entre las pupilas, el murmullo de la brisa,
Y el sol de una infancia que se fue
Vuelve a tocar la piel.
 
Inmediatamente pasarán las casas, los rostros, las sombras
De lo que fue y ya no es,
Y se irán como hojas arrastradas por la corriente.
Esa alegría escondida en un rincón,
Tan efímera y tan viva,
Volverá; se filtrará
Por las rendijas del presente.
 
El recuerdo se alza en un estruendo de dedos y relámpagos,
Destronando otro horizonte y su ocaso,
Como la melodía de un piano
Olvidado en una vieja iglesia en Bizancio.
 
Es una reminiscencia lejana,
Un punzante dolor que entra y no se marcha,
Un abrazo que nunca se dio
Y un nombre que ya no se llama.
 
¿Quién fue aquel que corrió detrás
De los sueños perdidos?
Todo se esfuma,
Y solo quedan las grietas que penetran hasta lo hondo de la tierra:
Ese aire de nostalgia
Que se oculta entre los pliegues del recuerdo.
 
Son los átomos del ayer,
Gravitando, aún presentes en la piel,
En cada roce, en cada suspiro.
Y el olvido se disfraza de memoria.
 

Interludios de soledad

Entre ciclos lunares y solsticios
Un eco se quiebra en la brisa.
La pluma, errante en la página blanca,
Traza un sendero de ceniza.
 
Las huellas y el rostro cambian
Ante el vacío, la espera, el desencanto.
Sombras anidan en el pecho,
En las manos que escriben otra historia.
 
En el pozo de los huesos,
Se hunden fragmentos de imágenes y versos,
Restos de días, de meses, de horas
Que aún resuenan en bibliotecas vacías.
 
En muros de cristal resquebrajado,
La tormenta talla su signo en el viento.
Los ojos de mármol desafían el recuerdo
Mientras el alma cruje en su naufragio.
 
El destino pulsa sus cuerdas rotas,
Y donde las musas caen en su última danza,
Una melodía se asoma al retrato,
Entre lo erótico y thanático.
 

*Emmanuel Ortega Tobón (Medellín, Colombia, 1995) es poeta, filósofo y profesor. Actualmente cursa la Maestría en Educación en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Medellín. Desde temprana edad, ha cultivado una profunda pasión por la poesía y las artes plásticas, enfocándose en el instante fugaz del ser, lo efímero de las emociones, el tiempo, la memoria, el cuerpo, la identidad y los misterios de la creación artística. Su obra se distingue por una voz introspectiva y simbólica, donde convergen lo filosófico y lo poético. Ha publicado en prestigiosas revistas literarias de alcance nacional e internacional, como Innombrable (Colombia), Alcantarilla (México), Ouroboros (Colombia), Santa Rabia Poetry (Perú), Almiar (España) y Palabra que dormía (Noruega). Asimismo, ha participado en varias antologías poéticas.

lunes, 29 de septiembre de 2025

"Hermenéutica de la Piel" poemas de Liliana Davila Jurado


CAPULLOS

Han quedado a tu paso los incontables capullos
las pupilas descubiertas
y un torpedo de sensatez atravesando mi lengua amarga,
los capullos pronto dejaran de ser capullos
el escondite descubierto
pronto será un lapso de eternidad
que se diluirá en el pasado,
y aquellos recuerdos omnipresentes
no acariciarán más
los laterales de mi torso
¡el olvido!,
¡el olvido!,
¡oh! mis queridos capullos.


RETORNO A LA TIERRA 

Toda yo deslumbrada,
la montaña habita mi plexo solar
por las mañanas verde
por las tardes dorada
las mazorcas espigadas señoriales
prendidas de la caña gruesa
se reverencian ante la lluvia súbita,
yo solo abro mi boca tragándome las gotas
de repente me fecundan el alma
y renazco nuevamente.

Me he tragado un puñado de tierra
enorgullecida de mis dientes marrones
la llevo en mi interior para mi retorno,
aspiro el cielo hasta derretir mis fosas nasales
mis pulmones me pesan de tanta paz
ruedan capulíes a mis pies,
brillantes y maduros bajo el sol
me piden descansar eternamente en mi paladar
qué difícil es el retorno,
extrañar
tendré que conformarme con llevar la tierra por dentro.


DESDE MI TALÓN 

Con mis vestidos batiendo al aire
me enfrento al tiempo de mi corporeidad
he caminado con pasos alargados
el borde espumoso del mar ha arañado mi talón
sobresaliente
engrosado
se ha hundido en la arena mojada
—ese frío besando mi planta áspera—
es un amor acrónico
no es un lapso
ni un momento
no es fortuito
ni tampoco eterno
es mi ser con el peso en mis pies
engullidos por la finitud del frío de arena
huyendo de la superficie ardiente
buscando el descanso
cargando mi vida
y la que aún tendré
desde hoy en adelante a orillas del mar.


*Liliana Davila Jurado. Cusqueña de nacimiento, antropóloga, gestora cultural, escritora, poeta. Publicaciones colectivas: «Imágenes de un cotidiano narrativa fotográfica e intervenciones literarias» Infinitos Indistintos, Brasil 2022, «Cuentos y poemas de amor» Ciudad Librera, Lima 2023, «Memorias del olvido» Letras Negras México 2023, Antología poética: «Anhelos de paz» Red Némesis, Lima 2024, «Calladita te ves mejor» Fanzine, Editorial Autómata Lima 2024, Revista electrónica Santa Rabia Poetry, Perú 2024; colaboraciones poéticas en diversos portales webs y redes.

viernes, 26 de septiembre de 2025

"Te desvistes" poemas de Germán Rizo

 
Te desvistes 

cuando las formas del viento
tiemblan en tu latido.
 
Cuanto me duele esta sombra
como una insaciable espada
renaciendo.
 
Tengo destrozadas las vértebras
y busco la señal inmersa
la que sostiene mis crónicas
bajo esta vestidura desconocida.
 
Mi sudario lo tejo con un verso
florecido en las brasas
humo
sometiendo tu mansa boca
el resplandor
que crece de palabras.
 
Me desnudas con gratitud
desesperada
hundes tu extasiado valle
por mis venas
y me detengo a explorar tu mirada
en esa hora siniestra
cuando mi patria
empieza a levantar sus muertos.
 

Las puertas de la oscuridad
 
Caer en esta parábola
en este ejercicio
donde solo nos queda
encender la oscuridad
 
Acaso somos la desesperanza
cayendo en el vértice
la misma cuerda
las mismas posibilidades
 
En esta angustiosa
y negra luz
se retuercen las miradas
lo que al amor le basta
 
Cada noche tiene
su propio demonio
el gozo que la muerte
arrebata al hombre
 

La travesía del dolor prosigue

hacia donde habita lo inesperado.
Una mirada abre nuestras heridas
y reconocemos que nada sucede aquí.
 
Un punto /dos comas y me desplazo
cuerpo adentro /noche de nadie.
Un enigma /una mujer entre mis dedos
se parte en su interior.
 
Yo bebo tu angustia / tu dolor de niña
yo velero /elijo las mareas
el retorno de las tormentas
y arrojo mi última bandera
sobre tu garganta.
 
Ignoramos que una sombra
también puede ser luz.


*Germán Rizo. Poeta y narrador mexicano. Ha publicado: Cantos del alma y la vida (2014), Bajo la sombra del corazón (2016), Atráeme contigo (2017), Huellas tras la lluvia (2020), y Un pájaro ciego sale de mi boca (2024). Y tiene otro libro en proceso en honor a la poeta Argentina Alejandra Pizarnik, titulado: Las trampas de la oscuridad (2025).

Participó en las antologías: Equilibrios contrarios, tributo a Federico García Lorca (2015), la antología local del Estado de Portland, Oregón Antología de la poesía Oregoniana (2018), la antología Hacer arte con las palabras (2019), la antología La otra voz (2020), la antología Flores de Youtan Poluo (2021), y en la antología Pájaro que lleva en su pico la jaula (2022). Obtuvo el Accésit de poesía en el V Concurso Internacional María Eloísa García Lorca con la obra titulada “Vendrá la noche” llevado a cabo por la Unión Nacional de Escritores de España (2017). Así como el tercer lugar en la primera edición del concurso literario Letra D’Kmbio, con la obra titulada “Que sangren mis manos,” en la Habana, Cuba (2017). Y el segundo lugar en el concurso: Verseweavers, llevado a cabo por The Oregon Poetry Association con el poema: Nadie vendrá salvo la muerte. (2020).

También recibió una mención en el concurso “Hacer arte con las palabras” (2019). Convocado por Art Emporium Gallery of Miami con el poema “Canto del náufrago.” Ha colaborado con algunas revistas literarias y blogs internacionales como Calle B (Cuba), Metaforología (Miami), La casa que soy (Venezuela), Nigara, (Miami), Monolito (México), Pluma y Tintero (España), Ave Lamia (México), Trinando (Colombia), Fábula (España), Guatiní (Cuba), Sentido Figurado (México), Lyrics & Poetry (Miami), Nudo Gordiano (México), Trasdemar (España)  y Asociación Actuales Voces de la Poesía Latinoamericana (México). 

jueves, 25 de septiembre de 2025

"Polvo canto" poemas de Eldar Akhadov


POLVO CANTO

Dedicado a Ayo Ayoola-Amale

Hay una sombra entre nosotros
imponente, por decir lo menos,
adivinando sus intenciones.
Volvió la cabeza hacia la derecha, hacia la izquierda y hacia atrás, buscándonos:
No, ella no nos encontró.
Somos el polvo de estrellas cantante sobre ella.
Del otro lado de las sombras están tus pensamientos y los míos,
con este también.
Flotan, caen, giran,
como copos de nieve en un espacio inestable de vibraciones,
galaxias ardiendo en miríadas
cada eternidad de uno
un momento evanescentemente pequeño.
No estamos aquí. O lo somos. No importa.
La sombra no puede separar nuestros pensamientos.


BUENA PALABRA

 La paz comienza con una Buena Palabra.
 Parece: ¿cuál es el problema?
 Palabras amables.  Justo.  Por la mañana -
 Donde ayer caminaba el rencor,
 Donde el casamentero se topó con el casamentero,
 Donde familiares y hermanos se peleaban,
 Donde es impensable siquiera decir:
 ¡Alguien se atrevió a darle un golpe a su madre!..
 Detener.
 Esperar.
 Escuche de nuevo:
 ¡La paz comienza con una palabra amable!
 Con buena mirada.  Con una sencilla sonrisa.
 Desde la mañana de la tierra.  De la oración del santo.
 ¡Paz para ustedes, familiares, amigos y vecinos!
 ¡La paz sea con vosotros, águilas, carpas crucianas y osos!
 ¡La paz sea con vosotros, bosques, praderas y campos!
 ¡Paz a ti, tierra nuestra y ajena!
 Si hoy es tu cumpleaños:
 Que haya mucho amor y suerte,
 A todo aquel que nació una vez en el mundo.
 Te deseo felicidad por mil años,
 ¿Pocos?  Agreguemos calidez y corazón:
 Que este día continúe para siempre.
 Que, como el aire, el fuego y el agua,
 ¡El mundo nunca volverá a desaparecer!
 Sé feliz, alegre y saludable...
 Todo comienza con una palabra amable.


EXCEPTO TÚ...

Destrocé todas tus fotos.
Pero eso no ayudó: me acordaba de ti.
Me fui a tierras lejanas y nunca regresé.
Pero eso no ayudó: me acordaba de ti.
Pasaba el tiempo con otras, y me amaban.
Pero eso no ayudó: me acordaba de ti.
Me emborrachaba hasta morir: como un caído, como un degradado.
Pero eso no ayudó: me acordaba de ti.
Me casé, tuve hijos, me hice hogareño.
Pero eso no ayudó: me acordaba de ti.
Me estoy haciendo viejo. Todo desaparece de la memoria.
Todo.
Excepto tú.


DUENDE DE LA CASA

Detrás de la ventana los ruidosos
Arces de la infancia pierden sus hojas.
Un duende vive en esta casa,
Aunque se desconoce su apariencia.
Lo recuerdo hasta ahora (así los arabescos
se deslizan sobre el agua):
Por las noches le gustaba mover las cortinas Para sorprenderme a mí y a mis hermanas.
Hecho un ovillo se metía a la cama, 
Сomo las sombras, corría por las paredes…
Los niños han crecido. 
La casa está más vacía.
Solo el viento permaneció eterno.
Nunca estaremos reunidos de nuevo.
Pero sigue despierta por la noche 
Mi madre querida. Camina por nuestro Hogar, confiando en el duende de la casa.


*Eldar Akhadov nació en 1960 - miembro de la Unión de Escritores de Rusia, Azerbaiyán (miembro honorario) y de la Unión de Escritores del Sur de Rusia (Odessa, Ucrania), miembro de PEN Internacional, Sociedad Geográfica Rusa, Asociación Mundial de Científicos Azerbaiyanos (DAAB), Copresidente del Consejo Literario de la Asamblea de los Pueblos Euroasiáticos y Africanos, jefe del Consejo de Coordinación de la Organización Mundial de Escritores, autor de 96 libros en azerbaiyano, inglés, español,  Italiano, chino, ruso y serbio.  Autor de libros sobre toponimia turca de Eurasia, prosa y poesía sobre Azerbaiyán, Siberia y el Extremo Norte.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

"La mirada roja" poemas de Katherine Wiedemann Rico


LA MIRADA ROJA
 
Que ya te advertí, cariño:
¡te vas a quemar!
Sabrás qué se siente ahogarse en mi aliento
cuando surque cada poro insaciable de tu piel.
 
La incineración de tu adicción al cuerpo
Se quedará sin rastro cuando me pienses.
La noche reducirá tu imaginación a polvo.
Tomaremos la forma de la nada,
que no necesita avivarse con calor.
 
Mi interior expide bocanadas de ti,
como tu boca habla de aquellas partes de mí
que se elevan,
exponiendo cada fibra sensible a la humedad.
 
El tímido aullido que te invade
cuando las maderas arden
conserva la mirada dominante
de la infidelidad perpetua.
 
El instante se inmortaliza
sobre la tierra fecunda del orgasmo.
La respiración se desvanece sobre ceniza.
La danza lujuriosa del fuego
se rehúsa a consumirse.
 
Las manos juegan
a acariciar las placenteras quemaduras
que ha dejado el roce de los cuerpos.
 
La mirada roja,
la pupila incandescente,
la dicha de morir en el deseo.

 
¡A RUGIR!
 
Que susurros, los de la naturaleza…
Susurros que, con el viento,
viajan a través de mi aliento.
Susurros que me envuelven suavemente
y me elevan al firmamento.
 
Soy de la familia del susurro.
Soy ave que vuela libre
entre corrientes humanas y celestes.
Mi brújula es el canto de las aves.
El lenguaje del Gran Misterio
se encripta en el vacío del movimiento.
 
El susurro se transmuta en rugido
para despertar a la Diosa Creadora.
 
El rugir del fuego
calienta el legado de los abuelos.
El rugir del mar
purifica la célula,
develando la pulpa de la existencia.
El rugir de la tierra
libera la semilla secular
mientras la potencia con su canto embrionario.
El rugir del aire
despierta las ramas
al sentido inmaterial de la existencia,
mientras algunas hojas
se entregan al renacer de la nueva humanidad.
 
Somos susurro.
Somos ave.
Somos semilla.
Somos hoja.
Somos ciclo…
 
Así que arde.
Muévete.
Siémbrate.
Elévate.
Renace…
 
Ruge. Ruge. Ruge.
Ruge. Ruge. Ruge.
Ruge. Ruge. Ruge con tanta fuerza,
hasta que la vida
te preste el último aliento.

 
EL SONIDO DEL VIENTRE

Soy la mujer que mira hacia adentro… 
porque puedo entrar y puedo salir en el reino de la muerte.”
— María Sabina
 
Mi útero cascabelea
y resuena con el universo.
Su sonido, en clave elevada,
invoca a la lluvia:
lluvia de sangre
que purifica su herencia.
 
Llueve la luna dentro de ella.
Mi útero cascabelea,
anunciando la llegada del Mesías.
 
La Diosa de la Muerte
se viste de rojo
para recibir la luz del renacer.
 
La serpiente
atraviesa su tierra fecunda
y asoma la cabeza.
Termina su recorrido
tragando su cola
e inicia un nuevo ciclo inmortal,
al ritmo del pulso
que nace en el útero
y no en el corazón.
 
 
*Katherine Wiedemann Rico (Colombia, 1993). Poeta, psicoterapeuta, conferencista y especialista en Gerencia de la Salud Ocupacional. Participó en el 33.º Festival Internacional de Poesía de Medellín (2023) y ha sido poeta invitada en el Encuentro Internacional de Poetas al Viento – Corporación Cultural, en sus 7.ª y 8.ª ediciones (2023 y 2024). Estuvo presente en el Festival de Poesía de Marinilla Apalabrar, en su tercera edición (2023); formó parte de los Escritores Incógnitos de Comfama en la Fiesta del Libro y la Cultura (2023), así como del programa Voces Emergentes de las bibliotecas del Metro de Medellín (2023).
Ha realizado talleres de poesía para varias bibliotecas del Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín (2023 y 2025), y participó en la lectura de poemas de la 17.ª Parada Juvenil de la Lectura (2025), con el colectivo Nuevas Voces.
Ha intervenido en diversos recitales organizados por el Movimiento Poético Mundial (WPM) entre 2023 y 2025. Fue entrevistada por la revista árabe PW Al-Nasher Al-Usboei (2023), y por La Esquina Radio en los programas La litera: letras que se cosechan en los territorios (2023), Medellín es un poema (2024), y en la Lectura de poemas en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura (2024).
Publicó el libro de poemas Del alma al papel (2023), una obra fiel a su íntima conexión con lo místico, la contemplación y la búsqueda estética del habitar el universo y sus múltiples expresiones.