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lunes, 3 de enero de 2022

"La influencia de los fenómenos de la vida y la muerte en las artes" ensayo de Jober Rocha


Debido a un hecho reciente que involucró la muerte, por Covid 19, de la hija de un gran amigo escritor, decidí poner por escrito unas palabras sobre este importante tema, que nos contagia a todos por el grado de tragedia que lo rodea. Tal fue su desesperación en ese momento que juró que nunca podría escribir nada; tanto por su falta de voluntad e inspiración, como por la rebelión que sentía hacia el Creador de todas las cosas.

Independientemente de las creencias de uno, la probabilidad de que la vida haya aparecido por casualidad en nuestro planeta es cero o muy cercana a cero, según estudios científicos realizados por biólogos y químicos. Debido a este hecho y al sentido común (o razón sana), intrínseco al ser humano, se nos hace creer que hay una mano sobrenatural e invisible, detrás del fenómeno de la vida, que pone y dispone nuestra existencia.

Para el surgimiento de la vida en la superficie del planeta, fue necesario planificar con anticipación las condiciones climáticas y ambientales, así como las condiciones biológicas, físicas y químicas. Además, después de haber surgido, para que las especies más complejas, como el ser humano, se multiplicaran, era necesario que un macho y una hembra se encontraran y estuvieran dispuestos a mantener una conjunción carnal. Además, que la hembra estaba en un período fértil. Además, que un solo espermatozoide podría fecundar el óvulo y que esta fecundación podría progresar sin interrupción. Que la madre no tuvo ningún problema de naturaleza orgánica, durante el embarazo, que eventualmente derivaría en un aborto y que el niño, finalmente, logró nacer sano. En todo esto, se percibe que la planificación previa proporciona las condiciones para el surgimiento y perpetuación de la vida.

Un texto antiguo, denominado Corpus Hermeticum, atribuido a Hermes Trimegistus, conocido como el padre del hermetismo, la alquimia y el ocultismo, presenta la siguiente frase hermética: “Arriba, así como abajo”. Esta frase, según los analistas de los textos del Trimegistus, indicaría que las cosas sucederían de la misma forma, tanto en el macrocosmos y microcosmos, tanto al principio como al final, tanto en el futuro como en el pasado.

Si esta afirmación es cierta, así como la perpetuación de la vida con el nacimiento fue planeada previamente por el Creador, o por sus agentes (espíritus de luz), la muerte también tendría un planeamiento previo, perfilado por los mismos espíritus y acordado con el espíritu que desencarnaría. Nadie iría antes de su tiempo y este tiempo ya estaría establecido de antemano (según la tesis mencionada en la doctrina espiritualista). Incluso en esos casos de suicidio, el suicidio solo ocurriría siguiendo lo planeado antes de la encarnación, porque como nadie puede nacer por sí mismo, tampoco puede morir por sí mismo; es decir, sin ser autorizado.

Vean que numerosos intentos de suicidio no tienen éxito y, por otro lado, los accidentes simples suelen resultar fatales, lo que indica que las cosas no siempre suceden como la gente se imagina, demostrando cierto determinismo y no libre albedrío, según mi tesis. Todo esto sería cierto, solo en la hipótesis de la existencia de un Creador (y en presencia de su omnisciencia y omnipotencia), una posibilidad que actualmente es considerada creíble y verdadera por la mayoría de los seres humanos. Entonces, el principio sería lo mismo que el final; es decir, ambos serían deterministas. Asimismo, el futuro sería igual que el pasado; es decir, la vida humana viviría ciclos, que se alternarían en el tiempo, de expansión y contracción, de sístole y diástole (esta opinión encuentra hoy apoyo en la comunidad científica, especialmente en la arqueología).

Aunque esta hipótesis de planificación previa puede ser cuestionada por aquellos que no están de acuerdo con la existencia de un Creador, es al menos una hipótesis de sentido común y tranquilizadora, especialmente para aquellos que pierden prematuramente a un ser querido.

Por otro lado, a pesar de la gran tragedia vivida por los familiares en casos como estos que ocurren durante una pandemia, la comprensión y aceptación de que, en términos metafísicos y cósmico, todos (abuelos, padres, hijos, nietos, etc.) nacemos y morimos  en la misma fecha; es decir, los años, décadas, siglos y milenios están todos contenidos en un mismo punto del tiempo cósmico (tiempo que siempre ha existido y siempre existirá). Esto hace posible apaciguar el corazón y la mente de amigos y familiares que, de forma inmediata, casi siempre se rebelaron contra el Creador por una decisión tan cruel.

A su vez, quien no cree en un Creador (y en planificar la vida y la muerte), en momentos de crisis y dolor, como el mencionado, debe ir, imagino, a la completa desesperación; porque creen que nunca volverán a encontrar a ese ser querido desaparecido; ya sea en una nueva forma física, en otra encarnación, o en una forma espiritual, en otra dimensión. No puedo imaginarme a los que no creen en un Creador y en el más allá, indiferentes ante un evento trágico de tal magnitud.

Hay, sin embargo, una tercera hipótesis: la de aquellos que creen en un Creador, pero que piensan que él no se manifestaría en las cosas humanas, no tomaría partido ni tendría ningún propósito para sus criaturas.

Esta última hipótesis, sin embargo, tiene menos sentido para mí que la penúltima. No puedo imaginar un Creador que no esté interesado en lo que creó. Por fea, deformada, ignorante, enferma, abyecta, etc., que cualquiera de sus creaciones haya sido, es evidente que salió de él, de su interior. Al rechazarla, se estaría rechazando a sí mismo. La creación sin un propósito nunca existió, porque todo lo que existe en la Naturaleza tiene una razón de ser, aunque no lo sepamos.

Como todos los que llegamos aquí, ya encontramos el planeta hecho (con sus recursos minerales, vegetales y animales) y no lo hicimos: así que nos vemos obligados a creer que alguien (o algo) lo ha hecho todo. Como sabemos que nuestro sistema solar, con sus nueve planetas, no es único y pertenece a la Vía Láctea, un conjunto de tres galaxias que existen en un Universo con innumerables otras galaxias, cada una con sus infinitos soles y planetas, no podemos, ni siquiera imaginando, por eludir una buena razón, que todo esto no ha sido creado por alguien (o algo) y que todo ha surgido, espontáneamente, de la nada.

Por tanto, creo que sólo la primera hipótesis es cierta, dada la forma en que están las cosas y nuestra capacidad de razonar e intuir, como seres humanos que somos. Dado que esta primera hipótesis es cierta, debemos enfrentar nuestra existencia como una carrera de obstáculos, cuyo propósito es, a través de cada uno de los obstáculos que enfrentamos, aprender algo importante para nuestra evolución espiritual. Por mucho que sintamos el dolor de la pérdida, en un episodio como esto, y, muchas veces, nos disgusta el Creador que con su omnisciencia pudo haberlo evitado y no lo hizo, debemos entender que esa fecha y ese camino de partida fueron previamente pactados, por el espíritu difunto, antes de la presente encarnación y, aunque trágica e inesperada, tenía su razón de ser.

Nunca podremos imaginar un Creador silencioso, que el poder evitar un mal para una de sus criaturas no lo hizo. Nunca podemos imaginar un Creador vengativo que acabaría con un nieto para castigar a sus abuelos, o un hijo para castigar a sus padres. Pero podemos imaginar un espíritu que, aún en la dimensión espiritual, eligió cuándo y dónde quería encarnarse y cuándo y dónde desencarnar. Aunque todos seamos nietos, hijos, padres o abuelos, en esta vida los espíritus son independientes y eternos y ya han sido nietos, padres y abuelos en otras vidas y en otras familias.

Pero, volviendo al tema de las Artes, ante los fenómenos de la vida y la muerte, se me ocurrió comparar la vida de algunos artistas, aquellos que fueron tocados por su vocación desde temprana edad, con la de un gran volcán. No al volcán que, tras una primera y única demostración de su capacidad y potencial monumental, pasa el resto de su vida dormitando en alguna montaña aislada o en el fondo del océano, sin producir nada magnífico que traiga, de nuevo, encanto , fascinación o que cause miedo a quienes lo observan de lejos.

El volcán al que me refiero, y hay muchos de estos en todo el mundo, es el que se comunica directamente con el magma en el centro de la Tierra, con frecuencia regular. Por su boca, o cráter, vierte a la luz del sol, constantemente, varias toneladas de minerales nobles e incluso, ocasionalmente, algunos diamantes de quilates, fuegos y purezas únicas y de raras observaciones en el suelo; hecho que, por sí solo, justificaría todo ese trabajo de la Naturaleza; así como la enorme cantidad de tierra, lava y ceniza que el volcán se ve obligado a arrojar por el suelo y el aire, para permitir la contemplación, a través de nuestros ojos humanos, de esas cosas preciosas, hasta entonces, escondidas en el interior del planeta.

Algunos artistas, como los volcanes que mencioné, tienen una conexión directa con la dimensión etérea, donde están las deidades, trayendo de allí, estoy totalmente convencido, las palabras, los diálogos, los colores, los sonidos, los temas, los personajes , las situaciones, tesis y teorías con las que enriquecen sus obras, produciendo, en ocasiones, obras maestras divinas; si bien, en ocasiones traen consigo - al igual que los volcanes hacen con las cenizas, la tierra y las lavas - obras de inferior calidad, cuyas únicas funciones son sacar a la luz y realzar las cualidades de esas piedras preciosas y esos metales nobles que produjeron en forma de arte, cualquiera que sea su expresión.

Innumerables otros escritores, aún sin disfrutar de esta conexión con la dimensión donde viven los dioses, también tienen como pequeños volcanes internos, que los obligan a liberar constantemente parte de la materia prima intelectual que, en combustión, circula por sus mentes en busca de la luz de la mirada y el aprecio de los amantes del arte.

Tales artistas tienen una imperiosa necesidad de producir ininterrumpidamente, poniendo fuera de sí mismos todo ese material en combustión hasta el punto de estallar; lo que hace que a menudo pasen varias horas al día en sus oficinas, trabajando. Lo que para otros podría considerarse como un castigo o una obligación, para ellos constituye un placer sin precedentes. Muchos artistas experimentan sus obras de tal manera que se emocionan cuando las terminan; del mismo modo, cómo se emocionarán quienes los contemplarán en el futuro.

La satisfacción que sienten la mayoría de los artistas cuando ven terminada una buena obra propia es comparable a la del padre o la madre cuando contemplan al recién nacido en brazos del médico que lo extrajo del vientre materno. Digo buen trabajo porque incluso los mejores artistas no siempre producen obras de las que estén completamente orgullosos. Factores sobrevinientes que yo llamo el resto de los dioses y que muchos llaman falta de inspiración pueden afectar a una u otra obra de artistas tradicionalmente reconocidos como genios.

Una vez terminado un trabajo, o incluso antes, muchos ya están pasando a otro, casi siempre sobre un tema totalmente diferente al anterior. Sus obras son como un flujo de lava que necesita ser expulsado por el volcán, para que la presión interna no haga explotar todo el centro creativo, donde hierve el magma incandescente de la creación artística. Quizás los lectores se imaginen que al tratar de describir algunas de las características comunes, especialmente a los escritores por vocación, intento, subliminalmente, hacerles creer que estoy incluido en esta categoría. Nada más lejos de la verdad, porque, además de nunca haber tenido tal pretensión, traigo vívidamente a mi memoria las palabras de Niccolo Machiavelli, en El Príncipe:

 - "Así como quienes dibujan el paisaje se ubican en las tierras bajas para considerar la naturaleza de los cerros y las altitudes y para observarlos se sitúan en una posición elevada sobre los cerros, también, para conocer el carácter del pueblo es necesario ser príncipe y para entender el bien del príncipe es necesario ser pueblo”.

Por lo tanto, para conocer bien al lector, debes ser un escritor, y para comprender bien al escritor, debes ser un lector.

Estoy realmente convencido de que, cuando se trata de obras brillantes, aunque estas se materializan a través de sus autores, ciertamente fueron concebidas por los dioses en otra dimensión, gestadas en la mente de los respectivos artistas durante algún tiempo y llevadas al público a través de sus obras por las manos de estos virtuosos que, con el tiempo, han proporcionado un enorme placer y engrandecimiento a la humanidad.

Finalmente, es evidente que a ninguno de nosotros le gustaría pasar por una situación como la que motivó este texto, aun considerando las observaciones hechas anteriormente; sin embargo, ante el hecho consumado, a los seres humanos sólo nos quedan dos alternativas: aceptarlo y comprenderlo o no aceptarlo y rebelarnos. Estoy convencido de que la primera de ellas es la alternativa correcta. Finalmente, enfatizo que este texto expresa mi particular punto de vista sobre el tema, no constituyendo ninguna crítica sobre aspectos dogmáticos de determinadas religiones o sobre la ausencia de religión alguna.

*Jober Rocha, economista, M.S. Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, España. Escritor con algunos premios recibidos en concursos literarios en Brasil y en el extranjero.

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