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viernes, 14 de febrero de 2020

"La máscara y lo que hay debajo" cuento de Emmanuel Sandoval


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“Con el cebo de la mentira se pesca una carpa de verdad”

William Shakespeare

“Tenemos una máscara, y detrás de ella está nuestro rostro, 
pero en la máscara hay más verdad”
Slavoj Žižek

“El que dice la verdad, 
puede estar seguro que tarde o temprano será descubierto”
Oscar Wilde


En una oficina casi oscura por completo la luz de una laptop alumbraba el desesperado rostro de un hombre que la miraba fijamente. Sus dedos danzaban de forma compulsiva y sus dientes rechinaban sin cesar. Estaba nervioso, no podía evitarlo. Ya era la hora en la que habían acordado conversar y ella aún no se conectaba a la red social.


La espera se volvió insoportable y en poco tiempo él tendría que irse de la oficina. Acordaron platicar sólo quince minutos para no tener problemas en sus casas y que todo pareciera normal. Sabían que con ese tiempo sería más que suficiente para que su día mejorara por completo.

Su risa, esa preciosa risa. Estaba convencido de que su por escucharla reír (ella se atrevió a mandarle uno que otro mensaje de voz alguna vez) podría soportar la espera de cualquier eternidad incluida la muerte y creía imposible irse a dormir sin que ella le contara los sucesos más significativos de su día. La hermosa forma en que exprimía cada palabra y frase transformaba una conversación de dos minutos en una de veinte y eso a él lo volvía loco. No podía seguir la noche sin que la luz de su compañía virtual lo impregnara. La oscuridad de la oficina y la luz de la laptop, esa escena marcaba su vida.  

Chatear con ella lo emocionaba más que cualquier cosa, pero sabía que no podía seguir así. Las mentiras carcomen el alma casi tanto como la verdad. Vivir en esa mentira no era lo correcto para ninguno de los dos y estaba listo para que la verdad lo asesinara y volviera cual ave fénix para reclamar aquel lugar que siempre fue suyo. 

Después de insufribles minutos que parecieron décadas, por fin, como incendio llegó ella: intempestiva y arrasadora. ¿Cómo podía quitar el frío de su corazón y al mismo tiempo quemarlo a fuego lento?

Se saludaron emocionados. Ella como siempre le contó de su día, sus andanzas, sus temores, sus sueños y sus anhelos. Él la leyó con atención y también conversó. Se desahogó como siempre sin contarlo todo. Se había convencido a sí mismo de que relatar cosas verdaderas pero maquilladas estaba bien. Ya se había acostumbrado. 

Qué paradójico era el hecho de que sin haberse mostrado sus rostros por medio de la red social se conocían “profundamente”, incluso más que de otras maneras. Ella sabía perfectamente que a pesar de que no le contaba toda la verdad él mostraba una parte de sí que la tenía muy enamorada.

Entonces, inesperadamente, él arrojó una bomba: “tienes que saber quién soy”. Ella se puso nerviosa, varios emoticones lo demostraron, sin embargo, estaba lista. Se dispuso a arriesgarlo todo y aunque cada quien ponía en peligro diferentes cosas los dos se atrevieron.

Él dio el primer paso y la llamó. “Tienes una solicitud de video llamada”, -leyó ella en la pantalla de su computadora. Se tardó en aceptarla. Estaba consciente de que ya no habría vuelta atrás.
-Soy yo mi amor, -se escuchó en la bocina.

Al ver el rostro de Felipe, Ximena se quedó callada. Él fue el primero en soltar el llanto y ella lo siguió pidiendo perdón.

-No digas nada… -exclamó él, -sólo abrázame muy fuerte cuando llegue a la casa…


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Felipe nunca aceptó ser un adicto al trabajo, ni siquiera cuando su esposa le reclamó por perderse eventos que juntos disfrutaban. Dejó de acompañarla al teatro y al cine, de sentarse con ella en ese sillón rojo donde tomándose un café, charlaban hasta cansarse y él se perdía feliz en sus relatos. Ximena fue perdiendo poco a poco a su confidente y mejor amigo y creía que nunca podría competir con el dios trabajo que parecía darle a su marido justo lo que necesitaba.

En las noches llegaba siempre cansado y Ximena se quedaba añorando las caricias que de recién casada la hacían vibrar. Se suponía que su esposo trabajaba tanto para que no le faltara nada, pero en realidad le faltaba todo. 

Felipe terminó brillando por su ausencia y de esa forma, estaba muy presente. Un esposo simbólico… tal vez se acostumbraron demasiado a ello.

Decía Oscar Wilde que lo único peor que no conseguir lo que quieres es conseguirlo y para este matrimonio eso se volvió una realidad. En cuanto él logró ser gerente general de la empresa en la que trabajaba las cosas cambiaron y no obtuvo lo que realmente quería. Convencido de que la meta laboral era la meta de su vida se apresuró tanto en la carrera que no miró hacia atrás y Ximena, cansada de sólo ver los rastros de sus pisadas, dejó de perseguirlo y se enfocó en sí misma.  

Cuando Felipe quiso volver ya era muy tarde. Su esposa  se había acostumbrado a no verlo ni en la comida ni en la cena. A no exprimir las frases de tal manera que unos minutos de conversación se volvieran horas. Se acostumbró –y eso es lo que más le dolía- a vivir sin él.

Recordaba haber escuchado frases que la gente dice comúnmente sobre los matrimonios y sus peleas: “¿qué no se conocieron de novios?” o “si quieres conocer realmente a tu pareja divórciate”. Le parecía que aquellas frases hacían ver al matrimonio no como una unión en la que se conozca profundamente a la pareja sino como una pausa paradójicamente permanente entre el antes o el después, que son los momentos reveladores en el ciclo del amor.

-¿Qué tan profundamente puedes llegar a conocer a tu pareja en el matrimonio? –se cuestionaba.


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En uno de aquellos raros días en los que Felipe llegaba temprano a su casa, la encontró vacía. Vacía porque aunque estaba llena de cosas –inútiles- no estaba su esposa. Con el afán de saber su paradero comenzó a revisar con cautela las cosas que estaban puestas sobre el tocador de la recamara. Al no encontrar nada interesante prosiguió con la investigación.

–Tal vez fue a comprar el mandado antes de que yo llegara. Quizás tiene esa costumbre y yo no lo sé…

Desde ahí le cayó, como balde de agua fría, una verdad innegable: él no sabía lo que hacía su esposa en su ausencia. Era como llegar a una casa ajena y ser testigo de costumbres extrañas. Su intención nunca fue privar de intimidad a su esposa; él bien sabía que ella tenía derecho a tener secretos, era más bien que sentía desconocerla, no ser parte ya de su vida. ¿Cómo llegamos a esto? –se preguntaba.

En la cama estaba la laptop de Ximena prendida y con la sesión iniciada. Al principio Felipe no se atrevió a hurgar entre sus cosas, sin embargo, al escuchar un ruido que provenía del aparato no pudo evitar acercarse e indagar. Decía que era la cuenta de Luz, un nombre que no tenía nada que ver con su esposa. Una bandeja de entrada casi llena recibía infinidad de mensajes de personas que también desconocía. 

Ximena -¿o Luz?- había contestado muy pocos mensajes desde la creación de esa cuenta y aquellos afortunados en recibir sus atenciones no contaban más que con saludos cordiales y rechazos muy claros.

A Felipe le causaba un dolor inmenso saber que su esposa le escondía cosas y peor aún, que se había atrevido a hablar con extraños. Tal vez con ninguno se había quedado de ver, tal vez a ninguno le había seguido el juego de la seducción pero el hecho de que le omitiera parte de su vida le había roto a su esposo por completo la confianza y de paso el corazón. 

Después de un rato de llanto se pudo tranquilizar. Trató de ver el bosque y no sólo el árbol y reflexionó:

-Es probable que haya perdido a mi esposa por culpa de mi adicción al trabajo, y ahora que la quiero encontrar de nuevo la veo diferente y la siento extraña... ¿y qué pensará ella de mí? Yo no he de ser tampoco aquel esposo del que se enamoró. Aquel caballero que no le compraba rosas porque se las sembraba con sus propias manos, Aquel que disfrutaba de escucharla y que acudía en cada posibilidad a los lugares icónicos de la relación porque la quería ver feliz y él quería ser feliz a su lado. Ya no soy aquel que hacia locuras en púbico para escucharla reír. Ese hombre se ha ido y ella debe sentirse triste también. 

Como veía las cosas, Felipe tenía dos opciones: reclamarle a su esposa por tener una cuenta falsa y perderla definitivamente o dejar las cosas tal y como estaban y reconocer entonces que ya no había nada por hacer. Aunque en la primera  descargaría su coraje, en ninguna de las dos se solucionaría algo. No quería estar sin su esposa. La amaba más que a sí mismo, más que a cualquier efímero coraje o tonto orgullo.

–Si existe una posibilidad, por mínima que sea, de salvar mi matrimonio y de recuperar la hermosa relación que tengo o tenía con el amor de mi vida, la tomaré, -se decía Felipe mientras miraba fijamente una fotografía en la que aparecía junto a su bella esposa y la nostalgia que ésta le provocaba en vez de entristecerlo le daba fuerzas para hacer locuras. 


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El tener que desarrollar una estrategia para que su esposa lo aceptara como amigo en la red social no fue una de las cosas que Felipe consideró cuando creó la cuenta falsa. Sin embargo, al reflexionar un poco, se dio cuenta de que tenía ventajas sobre los otros competidores.

-Alguna vez la conocí profundamente, -se decía el entusiasmado empresario. Fui su mejor amigo, su confidente y las cosas que le gustaban en esos tiempos mejores deben seguir ahí aunque estén latentes.  Pero, ¿cómo llegar a ella sin ser descubierto? -Esa era la pregunta que le quebraba la cabeza.

Hay veces que lo más complejo se resuelve de la forma más sencilla y esto lo comprobó Felipe cuando tuvo aquella gran idea que le ayudó a que Luz lo aceptara como su amigo virtual.
-Hola mi amor, ¿cómo está la esposa más bella que existe? –le escribió Felipe desde su cuenta falsa que tenía como nombre de perfil: Alfonso. 

Decirle “esposa” parecía una movida peligrosa, casi como en ajedrez arriesgar a la reina, empero, si se piensan detenidamente las cosas, ella no sabía que su esposo real tenía una cuenta falsa con la que fingía ser su esposo. Tal vez por eso le respondió. No pasó ni una semana y Felipe ya tenía un mensaje en su bandeja de entrada que decía así:

-Hola esposo mío. ¿Muy bien y tú? ¿Qué haces y dónde estás?

-Estoy bien esposa mía. Fui por los niños a la escuela y voy para la casa. ¿Quieres que te compre algo de pasada algo que te haga falta?

-No mi amor, -respondió ella. -Sólo necesito que vengas ya. Necesito de tu compañía.

Hijos, algo de lo que sólo se habían atrevido a hablar una vez Ximena y Felipe desde que fueron novios y luego esposos y ninguno quería tener. Sus carreras eran más importantes, decían. Ella, una exitosa periodista digital con un blog de miles de seguidores y él, un brillante empresario que no paraba de ascender de puesto en el corporativo donde laboraba, no iban a permitir que los desvelos y cuidados excesivos que los niños requieren se interpusieran entre ellos y sus sueños. Curiosamente, Luz y Alfonso sí tenían hijos e iban por ellos a la escuela. Los mimaban, los educaban con cariño y eran un tema bastante recurrente en sus conversaciones. En ese mundo de “máscaras” se habían convertido, voluntariamente, en los padres que nunca habían soñado ser.

Además de hablar de sus cinco hijos, Luz y Alfonso recordaban con cariño su hermosa luna de miel en Puerto Vallarta y aquellas enriquecedoras visitas a los museos de la Ciudad de México casi cada fin de semana. En el sexo les iba maravilloso, le ponían como ingrediente una picante creatividad que nunca permitía que cayeran en la monotonía. Luz hacía cosas que Ximena jamás se hubiese atrevido a realizar y Alfonso era tan despreocupado y centrado en el presente que la vida de Felipe le hubiera parecido aburrida y pesada.

 Así pasaron los meses, mientras Luz y Alfonso más se enamoraban, Felipe y Ximena más parecían alejarse. 

Por supuesto que a Felipe le dolía pensar que su esposa hablaba de amor con otro hombre, sin embargo, -ahí estaba lo realmente complicado de la situación- era con él mismo y con nadie más (según él ya se había cerciorado suficiente). Hablar con Luz era agridulce, un placer mortífero, pero charlar con Ximena se había convertido en puro dolor. Así como la vibrante luz de la ciudad hace invisibles a las estrellas del firmamento, aquella luz de la laptop de Felipe, aquella Luz de la cuenta falsa con quien ansiaba conversar todos los días y que hacía que su corazón quisiera salirse de su pecho, iluminaban su vida y a la par, escondían otra. 

-Si mi esposo me tratara como tú, -se atrevió Ximena a decirle a Alfonso dejando de lado el “juego” del matrimonio, -Sería la mujer más feliz del mundo…

-¿Y por qué no dejas a tu esposo y te fugas conmigo? –le respondió Alfonso.

-Jamás en la vida dejaría a mi esposo.

-¿Por qué si no es lo que quieres y te da todo menos lo que quieres? No te lleva a museos, no tiene tiempo para ti. Sólo le importa el trabajo y ascender de puesto; sólo le importa su carrera y sus sueños egoístas.

-Te equivocas, dijo ella, -él me ha entregado su vida entera y yo le doy feliz la mía. Esas situaciones no se comparan con las cosas tan hermosas que hemos vivido y que con nadie jamás viviría.

-¿Y los hijos que quieres tener? –insistió Alfonso.

-Si no son con mi esposo no serían con nadie.

Alfonso se quedó callado mientras Felipe lloraba sin consuelo y no sabía qué responder.

-Discúlpame por salirme del juego, -dijo Ximena, -creo que es mejor así. De otra manera jamás podría…

-¿Jamás podrías qué? –preguntó Felipe.

-Nada. ¿Cómo están nuestros niños amor?

 (FIN)

*Emmanuel Sandoval  (Guanajuato, México, 1986). Psicólogo clínico y postdoctor en pedagogía, se dedica a la docencia y a la investigación en las Ciencias Sociales, además de participar como miembro y dictaminador en una revista electrónica especializada en educación. Amante incansable de los libros y de escribir, es autor de varios relatos que esperan ser publicados.

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