El último grito de
protesta
Ese día se habían
llevado a varios cantantes. El padre de Manuel era consciente de ello:
—Hijo, ¿sabías que
las montañas saben cantar?
—¿En serio, padre?
—Sí, y hoy es
noche de cánticos. No te asustes si escuchas varios "¡ahh!" en la
madrugada, de esa manera calientan sus gargantas.
—¿Puedo quedarme
despierto para escucharlas?
—No. Ellas solo
cantan cuando el pueblo duerme.
—Qué necias, pero
bueno. Hasta mañana, padre.
—Hasta mañana,
hijo.
Más tarde se
escucharon varios "¡ahh!" entonados en las montañas:
—¡Qué bonito! —exclamó
el niño entre las cobijas, luego de haber desobedecido.
Y al otro lado de
la alcoba había un hombre empapado en llanto. No cantaban las montañas.
Gritaban los desaparecidos.
La Escombrera
—¿A dónde me
llevan?
—A donde llevan a
todos los señalados.
—¿Y tú qué haces?
—Sacándote los
casquillos de las balas.
—¿Por qué?
—Ya estás muerto.
Necesito comer —sentenció el gallinazo.
La Escombrera/2
—Me duele el
estómago, mamá.
—Debe ser por el
hambre.
—¿Y quién apagó la
luz? No veo nada.
—Dios lo ha hecho.
—¿Y a qué hora
despertaremos?
—No lo sé, hijo,
no lo sé.
Mañana saldrán
flores. Ambos serán el fruto de esta tierra árida.
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