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miércoles, 2 de julio de 2025

"Desapariciones" poemas de Andrés Felipe Gil Álvarez


DESAPARICIONES

Según se puede observar
cada vez que cae el sol
una persona se pierde.
 
No se alcanza a percibir
bajo qué techo reposa
bajo qué tierra, o qué río.
 
En dónde yacen sus restos
o su pobre humanidad,
desde qué selva, o desierto.
 
Bajo qué ácido fue
que sus huesos se esfumaron
entre qué maderas fue
que su piel se hizo cenizas.
 
Dentro de cuál corazón
en qué lágrima, o sollozo
de una madre desolada
reaparece su recuerdo.

 
ALAS DE CENIZA
 
Agita sus alas la ceniza,
ave que se esfuma
con el viento.
 
Disuelve las plumas en la niebla
formada de arena
y espesura.
 
Aroma de bruma y lodazal,
negrura profunda de la noche,
tierra movediza de los pasos,
cuerpo incinerado de los muertos.
 
Graznido que emite el mensajero,
follaje de cuervos
y de sombras.
 
En el ancho vuelo de las almas
flotan los recuerdos esparcidos.
 
 
TEMERIDAD
 
Donde quiera que estés,
la muerte te acecha;
morir es el riesgo de estar vivo.
 
Sombras merodean en las calles,
buscando hurtar tu sonrisa.
 
Intentar pervivir,
pese al peligro
y a la lucha interna que libras.
 
Los hombres regresan del trabajo,
con las piernas rotas de cansancio.
 
La preocupación rodea la cabeza;
hay un padre ansioso que resiste;
sus hijos ignoran sus esfuerzos,
jugando al amor, sin experiencia.
 
Al borde de saltar hacia un abismo,
demonios pululan los adentros;
defiendes con garras y con dientes,
burlando otra vez a la locura.
 
No dejas de pensar en su venida:
La muerte es un heraldo
que te acecha.
 

*Andrés Felipe Gil Álvarez (Andrew Gil) nació en Medellín, Antioquia, en 1989. Sus textos han sido publicados en diversas antologías poéticas: Encuentro de poetas Comfenalco Antioquia, ediciones XVII y XVIII (2016-2017); en la primera edición del festival de poesía Poetas al Viento (2017); y en la cuarta, quinta y décima edición del Festival de Poesía de la Comuna 6 del colectivo Citibundas (2017, 2018, 2023). Además, ha participado en varias publicaciones de la revista Lunario, del colectivo La Buerta de los Poetas (2016, 2017, 2018, 2020), y en Contertulios, de Ediciones Sepia, México (2024). Ha sido invitado a diferentes recitales y festivales de poesía en la ciudad de Medellín y el departamento de Antioquia.

lunes, 30 de junio de 2025

"Colores de la ciudad" serigrafías de Manuel Oreste Suárez.

 

Nombre: Colores de la ciudad
Técnica: Serigrafía sobre MDF
Medidas: 47 x 25 cm
Año: 2025


Nombre: Impresión convergente en rojo y negro
Técnica: Serigrafía sobre PVC
Medidas: 129 x 200 cm
Año: 2024

Nombre: Color al espacio
Técnica: Serigrafía sobre papel de algodón
Medidas: 20 x 25 cm
Año: 2023


Nombre: Núcleo dinámico #7
Técnica: Serigrafía sobre MDF
Medidas: 30 x 30 cm
Año: 2017



Nombre: Estructura de color
Técnica: Serigrafía sobre papel de algodón
Medidas: 20 x 25 cm
Año: 2024


Nombre: Estructura de color II
Técnica: Serigrafía sobre papel de algodón
Medidas: 20 x 25 cm
Año: 2024





*Manuel Oreste Suárez. Nace en Caracas - Venezuela. Graduado en la universidad Armando Reverón (IUESAPAR) mención Artes Gráficas y en el Pedagógico de Caracas en la mención Artes Plásticas, ejercicio funciones como docente en la Universidad Nueva Esparta en la catedra de sistemas de impresión e historia del diseño. Realizando diversos talleres y cursos en instituciones tales como: IPC, IUESAPAR, CECOARTE, CENAMEC, Museo Carlos Cruz Diez y La Cinemateca Nacional. Su trabajo se fundamenta en la revalorización del color como una experiencia en sí misma, sin ayuda de la forma. A lo largo de su vida artística a logrado varias distinciones y reconocimientos siendo la última en el 2024 en el Salón Juan Lovera, en Caracas.
A participado en diversas exposiciones individuales y colectivas a nivel nacional (Miranda, Carabobo, Barinas, Lara, Mérida, Aragua, La Guaira y D.C) e internacionales (EE.UU, Chile, Argentina, España, Italia, Iraq, Brasil, Uruguay, México, Bolivia, Chile, Perú y Colombia), de forma presencial y virtual. Representado actualmente en diversas instituciones, galerías y museos a nivel nacional e internacionalmente, así como en colecciones privadas.

viernes, 27 de junio de 2025

"Nunca dijeron adiós" relatos de Miriam Rodriguez Roa

Era el principio del siglo XX.  

Y en un lugar donde el llano se pierde en el horizonte, Julio Rogé se dedicaba a comprar, almacenar y vender los cereales producidos por los agricultores de la región. Negociaba precios con los productores y los compradores y transportaba los granos a los puertos. 

Su integridad y su ética lo habían hecho merecedor del respeto tanto de unos como de otros. 

Por su posición social, económica y la preparación académica, se podía decir que era un privilegiado. Pero la humildad y generosidad que lo caracterizaban habían hecho que don Rogé, como lo llamaban, gozara de alta estima entre todos. 

Esta manera de actuar, sin dejarse influir por las presiones, ubicado y cercano, le permitió amoldarse cuando le tocaron las mal dadas.  

Las fluctuaciones del mercado y los extensos períodos de sequía que afectaron la calidad y cantidad de la cosecha lo obligaron a andar y cambiar de campos. Terrenos que fueron disminuyendo en hectáreas y producción conforme pasaba el tiempo.  

Cada mudanza suponía un nuevo duelo. Pero le enseñaron a valorar lo que tenía, a soltar y abrirse a nuevas posibilidades. Y esto mismo supo transmitírselo a sus pequeños hijos. Quienes crecieron sabiendo aceptar las pérdidas, entendiendo que las despedidas no son el final, sino el principio de algo nuevo. 

Su inquebrantable carácter, la rectitud y nobleza de sus actos, el no quedarse atrapado en el pasado, no hacer gala de este ni negar la realidad, le valieron a él y su familia, ser muy bien recibidos allí donde fueran. 

Alba era la más pequeña de sus niñas. Nadie podía siquiera suponer que Julio no amaba a todos sus hijos por igual. Pero, sin dudas, ella era su ojito derecho. De cabellos dorados, casi etérea y con una profunda mirada teñida de color verde intenso, era un calco de su madre, pero su andar y proceder eran los de su padre. Dejarla hablar era dar por hecho que bien podría llamarse Julia. 

La pequeña Rogé, lo admiraba y él no podía disimular su debilidad por ella, por eso no perdían ocasión para estar juntos. 

Se camuflaba entre el trigal, hasta encontrar a su papá y quedarse acompañándolo mientras trabajaba. 

Muchas veces, sin importarle el roce áspero de la arpillera contra su piel, trepaba por las bolsas repletas de granos mientras él las apilaba, y le encantaba correr tras las carretas que las llevaban hasta los furgones del tren.  

Y por las noches, se escapaba de su cama y se acercaba sigilosamente hasta la sala, para verlo leer o escribir esas largas cartas que nunca supo muy bien a quien enviaba. Le fascinaba esa tenue llama de la lámpara, que parecía encerrar en un cono luminoso y casi mágico, esos instantes que no quería olvidar. 

Como en un soplo de suave brisa, casi sin pensarlo, Alba dejó de ser niña. 

Las charlas entre padre e hija eran interminables y las discusiones las hacían más que interesantes. Ambos pensaban igual, pero llevaban sus opiniones por distintos carriles, para terminar, siempre coincidiendo en la conclusión y riendo de sus propios intercambios de palabras. 

Ya no escalaba sacos. Ahora prefería subirse a un par de tacones y vestir de seda para acudir a los bailes del pueblo.  

Y en una de esas reuniones conoció a un joven que logró que Alba ya no tuviera tan presente a su padre.  

Los dos tenían la misma edad. Primero fue amistad, luego noviazgo formal. Y fue entonces cuando, con la promesa de volver a buscarla, él decidió marcharse a la gran ciudad en busca de un futuro mejor.  

Ahora era Julio, quien se asomaba por las noches, para verla escribir, él si sabía a quien iban dirigidas esas cartas. Y también conocía el remitente de las que ella leía una y otra vez. El temor de ver sufrir a su hija lo llevó a desalentarla sumando fichas de que distancia y amores nunca prosperan. 

No alejó a su hija, el vínculo entre ellos era indestructible, pero consiguió quebrar el idilio que existía. 

Alba escuchaba cada palabra con dolor, pero se aferraba firmemente a la ilusión. Y no se equivocaba. El dueño de su corazón regresó a cumplir su promesa. 

Los tiempos de acopiador habían terminado. El “don Rogé” seguía sonando fuerte, pero ya se sentía cansado. Sus hijos estaban grandes y lo iban necesitando menos. 

Mientras la casa se alborotaba al ritmo de la boda, él se retraía. Leía mucho, sentía más. Le daba paz ver tan feliz a Alba, pero, por otro lado, no soportaba la idea de que se fuera tan lejos. Presentía que se quedaba sin tiempo para disfrutar a su hija.  

La vio vestida de novia, se emocionó como nunca lo había hecho y después del brindis se retiró a la francesa. 

Cuando los novios se fueron nadie lo vio. La madre la abrazó intensamente y los hermanos los acompañaron a la estación. 

En el andén hubo bullicio, risas nerviosas, besos y más abrazos. 

El tren se fue alejando y Alba, asomada por la ventanilla, con los ojos cada vez más húmedos, entre las figuras cada vez más pequeñas de los familiares, busco la de su padre, pero nunca la encontró.  

Y en ese mismo momento, en la penumbra de su habitación cerrada, Julio lloraba desconsoladamente. El hombre que todo lo había soportado no pudo gestionar esta despedida y supo que ya quedaba muy poco tiempo. 

Alba regresaba cada verano, pero los días parecían no ser suficientes. 

Julio se durmió para siempre el sexto otoño después de la boda.  

Alba Rogé comprendió como nunca lo que su padre le había enseñado. Hay que llorar lo que se fue, pero también sonreír por lo que queda. 

A ella le quedaba el infinito y eterno amor, la bendición de haber tenido el mejor de los padres. 

Tal vez fueron alas de un mismo ángel, por eso nunca se dijeron adiós. 


*Miriam Susana Rodríguez, argentina, es auxiliar psicoterapéutica y se dedica a facilitar procesos de labor y arteterapia. Ha desarrollado su trabajo en hogares de ancianos, talleres protegidos y consultorios de rehabilitación. Actualmente, su labor se centra en el ámbito educativo, donde realiza talleres artístico-literarios en el nivel inicial. Desde siempre le ha gustado escribir. En los últimos años ha publicado en blogs y revistas literarias. Su relato Guarda la lumbre a tu lado forma parte de El arte de ser: Mujer, arte y discapacidad, una obra literaria que reúne textos y obras pictóricas de mujeres de Cuba, Ecuador, México y Argentina.

jueves, 26 de junio de 2025

"Soy polvo en el festín de las pieles rotas" poemas de Agustín Mazzini

   


                                                          Lo monstruoso
                                                          fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena
                                                                                                       Gonzalo Rojas

                                                                                          M.V.A

La noche limpió su féretro con tu alma rota,
la madrugada te vistió de gris

y te obligó a protagonizar su concierto de bóvedas y velas antiguas.
Sola en la cáscara estás,
desgarrando vísperas donde capitula todo amor.

Hablé de vos en mis poemas.
Quise decirte con cascabeles
pero mis palabras fueron mórbido arrastrar de objetos desdichados.
Falaces versos. Llaves sin puerta.
Crecieron como sonidos oscuros en mi garganta,
imposibles de entender
por la lluvia indecisa que cae sobre mi cabeza
y no termina nunca.

Hoy hablo sobre tu alarido en la comparsa de sombras.
Hablo sobre ensamblarte en mi interior
de manera en que te conviertas, quizás, en un ocaso.
Estériles pensamientos transmutan y algo en mí reclama suyo
un ramo de luciérnagas.

Pero vos
ahora debes estar como sordo marfil,
explicando tu himno de hojas marchitas
a quien sea que pase y te mire con pena o asco,
con días negros a la espalda,
envidiando la suerte de esos alhelíes podridos por el otoño.

Y es que tus alas de mendiga estremecen,

esa sonrisa amarilla, descascarada,
hace huir a quienes caminan mi sangre
pisando sus monstruos de venas, sus casas rojas.

Sos de una lastimosa sinfonía de vidrios y agua sucia.

Nada importa ya:
la única forma que haría tu cuerpo sería la de un revólver.
si te revolcaras en la nieve
Ni en vos misma es posible encontrarte.

***

Soy polvo en el festín de las pieles rotas,
me alimento de aceite derrotado,
de distancias sin sonido,
pertenezco a la parte sucia de la sangre,
a manojos de arcilla en proceso de derrumbe,
y mi ser de esencia caída
deja un reguero de jeringas y palomas huecas
al atravesar los muebles de mi casa.
Será tal vez por el ladrido de las gárgolas
que miran las alcantarillas desde los tejados.
O por el óleo secreto del agua que nunca duerme.
O por el diminuto niño azul
que deambula los valles de la noche.
Esta correntada se ha llevado los pesebres,
vaciado mi tabaco,
es un sentimiento oscuro me respira, me supura
hasta la parálisis, hasta las raíces.

***


Todavía es temprano en la nieve y la ceniza 
por eso te angustia ese barajar de Cristos en la niebla, 
porque todavía es tan temprano
que la lágrima es solo muro y puñal. 

Están blindados la almendra y el cerezo. 
Los rancios péndulos de los días reparten su fuego roto. 
Mi amor, aún es muy temprano: 
solo los vidrios oscuros en el aceite, 
solo los puños contra el cristal de la medianoche. 

Dame reposo 
en esta galería llena de herraduras que queman.

Mi vida es una lámpara ardiendo para nadie. 
Mi vida es un siglo de alacranes al acecho 
porque, al momento, es muy temprano
para este azar de sombras en el humo, 
en las calles mentidas
de un mediodía sin voces


*Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993) ha publicado los libros de poesía El cielo no termina de quemarse (suri porfiado, Buenos Aires, 2017), Poemas de Rue Parthenais (Difácil, Valladolid, 2021), El perfume de la flor tatuada (Eolas Ediciones, León, 2022) y los volúmenes Su corazón una moneda (Aguacero Ediciones, Tucumán, 2021) y Las edades de la lluvia (Pinap Editora, Buenos Aires, 2024). Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional “Bustriazo Ortiz” Para Jóvenes Poetas, el XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos” y el III Premio Fundación MonteLeón de Poesía Joven. Finalista del I Premio Hispanomericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel”. Fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en Montreal. Condujo el programa online de poesía “Puentes de papel” y ha ofrecido conferencias sobre poesía y participado de festivales nacionales e internacionales.

miércoles, 25 de junio de 2025

“La última vez” relato de Leidy Nataly Tami Rozo

 

Tirada en la arena, era impotente ante la fuerza y el peso de un animal negro al que antes me entregué por voluntad.

Demandaba tenacidad al vulgar reservorio de la mente, mientras mi cuerpo se obligaba a no oponer resistencia y trataba con poco resultado de ignorar cuan inmunda me sentía en el preciso instante. La arena rojiza que se adhería a mi espalda, se fundía más adelante con las aguas turbias que acariciaban la ribera. Finalmente, el monstruo se sació y se levantó; entonces, el hastío que saturaba sus pupilas, dejó en claro que mi vida ya no tenía ningún valor para él. Le supliqué regresar a la aldea, juré defender a costa de la mentira, su reputación ante los demás; prometí que nadie se enteraría nunca de nada. Le aseguré que sería libre de tomar lo que quisiera, de mí o de alguien más. No me importaba, era una cobarde.

No me explicaba como terminé sumida en aquella desgracia: entregando mi vida al hombre (más bien bestia) que me arrastraba desde la arena, hasta meterme en una vieja canoa flotante, varada a la orilla del gran rio; pero allí estaba, totalmente sometida. Sabía que no habría escape. La expresión de asco que retorcía su rostro, me decía lo que su repulsiva boca callaba: yo ya no era más que un estorbo. Me aborrecía y como fuera, yo tampoco tenía más para ofrecerle que ese último momento de vicio que me arrebató con violencia como tantas otras veces.

Se hacía tarde. Para mí ya lo era.

En un punto del rio, soltó el remo. Se incorporó en la canoa y con evidente determinación, vino sobre mí. ¿Qué se proponía? Sólo una cosa podía haberle conducido a aislarnos en la turbiedad de la corriente. Mientras se acercaba, rogué por piedad una última vez; desesperadamente, aunque sin poder hablar por causa del llanto frenético, el predigo dolor en mi garganta y el terror que se implantaba en mis huesos. En vano intenté tocarlo buscando un ápice de compasión. Mi fin era inalterable: el agua sería mi tumba, allí en ese lugar cualquiera, sin testigos ni oposición alguna. El odio indescriptible que brotaba de sus ojos, se extendió por sus brazos férreos hasta concentrarse en las manos que sujetaron mi cuello, me arrastraron fuera de la canoa y me hundieron en el agua. La muerte empezó a tragarme poco a poco.

Débil y horrorizada, vencida… sentí el agua quemar mi garganta. La tortura parecía eterna. Aquella sofocante sensación, que durante tanto tiempo me produjo pánico, se convertía ahora en la más horrenda realidad, escapando a toda palabra e inevitablemente daba fin a mi patética vida. O eso creí.

De repente me inundó este recóndito pensamiento…

Este intenso deseo que conscientemente no había erradicado… como intentando seducirme, como intentado dominarme y mientras mi cuerpo se apagaba, en esos últimos instantes de agonía, casi de forma instintiva… tomé la decisión trascendental:

— “Hazlo ahora”
—No puedo ¡No quiero serlo!
-—¡Ya!
—“¡No quiero ser bruja! ¡No quiero ser bruja!”

Era necesario. Esa parte de mí no aceptaría perecer. No allí, no en ese momento ni de esa manera. Entonces, antes del último trago ardiente, la cobardía se disfrazó y yo cedí al horror.

Abrí mis ojos. Tomé un gran sorbo de agua que, como un primer aliento, llenó mis pulmones por completo. Pude respirar el líquido con tal placer… e inmediatamente reconocí en mí, la fuerza que había invocado.

Desde mi inmersión pude presumir la falsa convicción del asesino y para mi sorpresa, noto que sus manos en lugar de soltarme para que la gravedad me eclipsara en el lecho del rio, halan mi cuerpo para devolverme a la canoa. Tomo la decisión de fingir para él y lo dejo llevarme de vuelta a la orilla.

Sin entender el propósito de aquellos actos aleatorios (mas ciertamente sin querer hacerlo), me dejé arrastrar nuevamente por la arena hasta el viejo punto donde todo empezó. Arrojó entonces mi cuerpo al suelo, como quien lamenta haber tocado una peste y caminó algunos pasos, alejándose del agua y de mí. No lo pensé demasiado: me levanté resuelta, reconstruida por aquella fuerza que, aunque repudiable, me había salvado de esta muerte, estableciendo ahora una infausta deuda.

Al sentir movimiento tras de sí, el fracasado asesino se volvió hacia la mujer que creyó aniquilar y su cara aterrorizada desplegaba más odio que antes, aunque no sorpresa del todo. Levantó con torpeza un arma del suelo…

Un disparo.
Falló.

Lo miré con avidez. Una sonrisa desfiguraba mi rostro al expandirse hasta los lóbulos de mis orejas que a su vez se hundían entre el cráneo. Mi persona se hacía más grande. Entiéndanme: extendí mis brazos, aspiré profundamente y mi cuerpo se transfiguró. Negras plumas comenzaron a brotar de mi oscura piel, cubriéndome por completo mientras un largo pico azabache surgía desde mis labios y nariz.

Aquel “animal” que antes dominara a la débil mujer, era ahora una pequeña hormiga miserable, una insignificante presa para las terribles garras que ahora soportaban mi peso.

Ahora yo era la bestia.

La enorme ave negra se elevó en el aire batiendo sus inmensas alas de cuervo.

Se escucharon estruendosas carcajadas que resonaron entre el río y las montañas. Inmediatamente, la arpía se abalanzó sobre el cobarde, arrancándole la miserable vida que antes pretendiera usar para quitar la de ella. Luego, dirigiéndose a la espesura del monte, se internó entre los árboles y se perdió en su maldición.

*Leidy Nataly Tami Rozo. Artista empírica. Dibujante por naturaleza y escritora por vocación. Bumanguesa de espíritu reservado y alma inquieta; apasionada por la naturaleza y las tradiciones campesinas de la región. Crecí en el campo y el campo se quedó en mi corazón de forma permanente. Escribo poesía desde hace cuatro años, gracias a la maternidad que me conectó con nuevas formas de expresar el amor y el arte. Diseñadora de moda de profesión, nunca he limitado mis talentos a una sola etiqueta y busco constantemente el espacio propicio para florecer de forma integral en la escritura y la oralidad. Actualmente me encuentro escribiendo un poemario y espero, este año poder publicar mi primer obra terminada de cuento.